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EMOCIÓN, PALABRA Y SENTIMIENTO (alrededor del concepto de “inteligencia emocional” de Daniel Goleman)

<<Cuando puedas poner en palabras lo que sientes, te apropiarás de ello.>>
Henry Roth








Se puede tener un Coeficiente Intelectual alto y ser un pelotudo, vincular y emocionalmente hablando.
También, por el contrario, se puede tener un Coeficiente Intelectual bajo y ser muy habilidoso en lo vincular y tener una gran pericia en la gestión de las propias emociones.
Esa es la idea inicial del libro de Goleman.
Claro que “pelotudo” lo dice de forma más académica.

Pero ya vamos a llegar a mirar eso con más profundidad.
Empecemos por una afirmación que va a “hacer olas”.

La cultura es el contexto en el que la humanidad puede suceder.

Es importante resaltar el “puede”, porque la medida de ese suceso será ampliamente variable de persona a persona.
También, quizás, sea importante explicitar su reverso:

Sin cultura, no hay humanidad posible.

Obviamente, la cultura, como todo marco (o corset, o envase) puede ser formadora o deformadora. Pero, aunque en distinto grado, siempre, para bien o para mal, es eficaz.
La diferencia con otras especies, es que el “proto-humano” (el proyecto de persona) no es totalmente pasivo en relación a su contexto. Es relativamente activo: interactúa con su “marco” y, a su vez, lo forma o deforma.
O sea, el humano, opera sobre sí mismo operando sobre su contexto. Es una operación recursiva.
Dado que ese contexto incluye especialmente (aunque no exclusivamente) a otras personas, un ejemplo de esta recursividad podría ser que, cuando le explicamos algo a alguien, también, simultáneamente, nos lo estamos explicando a nosotros mismos.
Eso, explicármelo a mí mismo, es lo que estoy intentando hacer ahora.
De más está decir, que cualquier explicación puede ser más o menos acertada. Es un intento (más o menos fallido) de aprehender, justamente, ese contexto del que formamos parte y que, querámoslo o no, nos forma.
Cabe aclarar, también, aunque es bastante obvio, que tal aprehensión (a la manera humana) sería inconcebible sin el lenguaje.

También, por esta característica activa de interacción con el contexto cultural, el ser humano puede seleccionar (relativamente) a qué fuerzas o presiones sociales se somete y de cuáles intenta soslayarse. Por supuesto, intentar no quiere decir lograr. Pero, no obstante, ese “intento” es, en cierta medida, un logro en sí mismo. Produce una dialéctica y un diálogo que, por su sola virtud, transforma. Pero las “herramientas” de las que se dispone para entablar esa relación dialéctica con la cultura son, ellas mismas, cultura. O sea, es imposible operar sobre la cultura (y sobre uno mismo) “desde afuera” de la cultura.
Por lo tanto, esta decisión o discernimiento no es tan “libre” como a algunos les gustaría creer. Siempre está parcialmente determinada por la propia historia de interrelación con este contexto matriz.

Ni la sumisión pasiva, ni la rebeldía compulsiva e irreflexiva se pueden considerar “interacciones sanas”.

La expresión (conductual, emocional o cognitiva) de los problemas o “heridas” resultantes de esta interacción es lo que vulgarmente se denomina síntoma. Los síntomas pueden ser llanamente corporales o también psicológicos (sin aparente marca somática).

A veces, la expresión compleja de algunos síntomas toma la forma de ideología.
Dicho al revés:
En algunas personas, su ideología es un síntoma (la expresión de una herida).

Como tal vez se sabe, un síntoma es en sí mismo un intento de sanación. La cuestión es que no siempre cumple su cometido… a veces la empeora.
Esto, por supuesto, no quiere decir que toda adhesión a una ideología sea un síntoma. Pero a eso voy a llegar después.

Ahora sólo diré que una ideología se puede vivenciar subjetivamente como una resignación (una sumisión pasiva a mandatos atávicos) o como una rebeldía (un pataleo o capricho).
Desde su aspecto “sano”, una vinculación con una ideología (o cosmovisión) implica, por lo general, cierta identificación con algún colectivo (un “nosotros”). Por eso, pone en juego una construcción de cierta identidad: lo que soy (o creo ser, o puedo ser) para algún otro (etiquetado previamente como "amigo" o “enemigo”).  Y, por lo mismo, convoca sentimientos relacionados con la lealtad, la esperanza, la solidaridad, la hostilidad, la pertenencia, la confianza, etc. Todas estas cuestiones que, en función de cómo nos relacionemos con las mismas, contribuyen a nuestra “construcción” como persona humana.

Desde esta perspectiva, se puede apreciar que el individualismo es una de las más disfuncionales ideologías. Ya que pone al sujeto en entredicho de que, si quiere ser leal a su ideología, debe, por lo mismo, ser desleal a todo “otro”: debe ser egoísta y aislado. Lo cual es una forma bastante paradójica de “construir identidad”, ya que toda identidad es una identidad social, es decir, vincular.
Valgan estas, ya largas, divagaciones introductorias para entrar al tema en cuestión:

Emoción y sentimiento.

Si bien en la psicología en casi nada hay consenso pleno (ni siquiera en la opinión de qué carajo es ser humano) está bastante consensuado que la diferencia entre emoción y sentimiento consiste en su duración. La emoción es más explosiva y fugaz, mientras que el sentimiento es algo que se sostiene en el tiempo.
Basado en esto (y de manera, por supuesto, completamente arbitraria)  me voy a tomar la atribución de introducir una definición sui generis:

El sentimiento es una emoción mediada por la cultura.

Si aceptamos esta definición (que más abajo voy a explicar mejor, no se impaciente) tendríamos que aceptar también que, quien quiere abogar por el “regreso a la animalidad” (ideal naturalista) estaría en ese acto renunciando a sus sentimientos en favor de sus emociones.
Ya lo explico, no se enfade… Postergue.

“¿Entonces los animales no tienen sentimientos?”, preguntará, quizás, irónicamente indignado, más de uno.
Una respuesta posible es: depende de su grado de socialización.
Los llamados “animales superiores”, aquellos con relaciones sociales (manada, jauría, etc.) tendrían, quizás, un rudimento de los mismos dados por efecto de la misma “trama vincular” de la que forman parte. Los animales domésticos, por otra parte, son influidos por la cultura a través del proceso de domesticación (algo muy parecido (aunque en distinto grado) a lo que “padecemos” los humanos).

Pero los humano, a diferencia del animal, “vivimos en el tiempo”. Es decir, tenemos historia narrada y proyectos. Y esta es una diferencia fundamental.

Emoción, etimológicamente hablando, sería algo así como “lo que nos mueve”. Sería como el impulso pasional que produce un acto… una reacción.
Cuando no hay ningún “mediador cultural” entre la emoción (lo “padecido”) y el acto, se suele decir que el tipo actúa como un animal. No hay mediación alguna entre estímulo y respuesta.
Así, por ejemplo, la ira sería una emoción, el odio, un sentimiento; el amor sería un sentimiento, pero el enamoramiento una emoción. 
Hay “algo más” que sostiene el sentimiento en el tiempo. 
Algo específicamente humano.

Lo cultural, por lo tanto, es lo que construye sentimiento.
Lo cultural aporta, a la emoción pura, su dimensión ética y estética
Le suma historicidad, narratividad, significado y sentido a la emoción espontánea. 
Le aporta, en síntesis, conciencia… entendimiento y, eventualmente (pero no necesariamente), sabiduría. 
Esto, creo yo, es lo que Goleman denomina “inteligencia emocional”.

Desde este punto de vista, la hoy tan festejada “espontaneidad” sería algo así como un sacrificar el sentimiento en favor de la emoción. Un desprecio de la capacidad de elaborarla con las herramientas culturales. Cosa, por otro lado, completamente imposible.

Recalco, por las dudas, que el concepto de “culturalizar la emoción” es mucho más amplio y abarcativo que el de “racionalizar la emoción”.
Además del aporte del pensamiento racional, el lenguaje incluye cuestiones éticas y estéticas que exceden con creces la “función racional”.
La pura racionalización es un recorte de tipo fóbico u obsesivo. Es una defensa, no una elaboración. Esta es una diferencia fundamental para eludir la aproximación racionalista, que es un reduccionismo del potencial humano.

Repito. La elaboración humana de las emociones incluye un aspecto racional, sí, pero además un aspecto ético y uno estético. Todo lo cual, sería imposible sin el lenguaje propiamente humano que incluye posibilidades de abstracción del todo inéditas en el reino animal.
La influencia de las dimensiones éticas y estéticas sobre la emoción originaria (variables de un individuo a otro)  determina el abanico de sentimientos de los que el sujeto concreto va a ser capaz.
La “calidad” de los sentimientos de cada persona va a estar en relación directa, por lo tanto, con el refinamiento ético y estético de la misma.

Dejo afuera deliberadamente la cuestión de los supuestos sentimientos inconcientes (como el tan mentado por Freud “sentimiento inconciente de culpa”) ya que me parece que, al menos, en caso de existir (cosa que no descarto) habría que inventarle otra palabra para definirlos, puesto que decir que es “un sentimiento” algo que no se puede sentir es, por lo menos, un oxímoron.

Pero la cuestión es ¿qué pasa cuando esas elaboraciones culturales colapsan y el sentimiento sucumbe (se retrotrae) a la emoción?


El secuestro emocional



No sé si esta luminosa metáfora es autoría de Goleman. Pero sí que, al menos, fue su principal propagandista.
Este “secuestro” consiste, básicamente, en una especie de “golpe de estado” de la amígdala, que deja cesantes de facto a las funciones reflexivas (civilizadas) del lóbulo frontal. (Aclaro nuevamente, que “reflexivo” es mucho más que “racional”).
La amígdala (esa partecita minúscula del cerebro) tiene (tanto en los animales como en el ser humano) una función fundamental de supervivencia.
Por esto mismo, tiene “potestades” para tomar el control absoluto del individuo en situaciones críticas.
Por esta misma causa, el miedo (que activa los mecanismos automáticos de lucha o huida) está en el núcleo mismo de la función amigdalina.
El miedo, pues, sería algo así como la “emoción fundante” que tenemos los humanos de la misma exacta forma básica que los animales. Cabría preguntar, entonces, a los naturalistas, si de verdad quieren “volver” a una vida dominada por el miedo.

Por suerte para nosotros los humanos, la cultura agregó a nuestras funciones cerebrales una capa adicional (que por supuesto también tiene su sustrato biológico) que nos permite emanciparnos parcialmente de esa “dictadura del miedo”.  Esta “capa adicional” es como si fuera una especie de “estado de derecho” en la psiquis.
Este “estado de derecho” psíquico (en el que la justicia reina por sobre el miedo)  es, como sabemos a nivel social por infinidad de lúgubres experiencias históricas, algo delicado y frágil, que necesita atención permanente para no entrar en “regresión animalística”. 
En la psicología humana, ese “estado” en el que “reina la justicia” es lo que habitualmente conocemos como salud mental.




Según Goleman (y en esto también coinciden la mayoría de los investigadores), lo que impide este equilibrio en cada uno de nosotros son las vivencias traumáticas que fueron dejando heridas sin sanar en nuestra psiquis a lo largo de la vida.
Esas heridas parcialmente abiertas son las que producen una especie de hipersensibilidad de la amígdala que hace que percibamos como amenazantes situaciones que en verdad no lo son.
Ese estado de alerta permanente, primariamente producido por la emoción del miedo, se convierte en sentimiento al generar toda una serie de pensamientos desadaptativos y distorsiones perceptivas que lo sostienen en el tiempo.
El hombre que proponía Hobbes, es el hombre-lobo amigdalino. El hombre sano, sin embargo, es el que percibe que no somos por completo el animal que, no obstante, llevamos dentro. 
Somos mucho más que eso. 
Somos capaces de amor y de justicia.
Y esa capacidad potencial, depende, como ya dije, de la conciencia que, si bien es característica humana, precisa de un cultivo dedicado y sostenido, en un principio de nuestros formadores y luego de nosotros mismos.
De las herramientas para conseguir esto, se hablará más adelante.
Pero primero hay que sentar algunas bases.


Emociones básicas



Paul Ekman (el psicólogo cuya teoría inspiró la serie de TV “lie to me”)  considera que se pueden identificar seis emociones básicas universales y que, las mismas, además, se expresan en un lenguaje gestual común a todos los humanos, independientes de cultura, género, raza, clase social, etc.
Estas emociones básicas son el verdadero “límite” en donde el cuerpo “enlaza” con la psiquis (ese concepto limítrofe donde Freud ubicó la pulsión).
Sospecho que quizás no sean sólo seis esas emociones fundamentales, pero ahora me quiero circunscribir a la teoría de Ekman que está validada empíricamente.
Según este autor, las otras cinco emociones, además del miedo, serían: enojo, alegría, tristeza, sorpresa y asco.
Otro teórico hoy muy relevante, Antonio Damasio, puntualiza que, además, el origen de las mismas debe buscarse en las sensaciones corporales, tales como el placer y el dolor físicos. 

Así, el proceso en todo humano sería:
sensación -> emoción -> sentimiento.
Por ejemplo:
placer -> alegría -> felicidad
o
dolor -> tristeza -> desesperación.

Si bien toda sensación (agradable o desagradable) tiene una clara función en la supervivencia (si no sintiéramos dolor corporal moriríamos muy rápidamente), al llegar al nivel del sentimiento vemos que muchos se pueden convertir en desadaptativos.

Para que la emoción se estabilice en el tiempo es necesaria la palabra.

O sea, si bien la tristeza es necesaria cuando surge ante una situación de pérdida, la desesperación es una magnificación de la misma que, al ser sostenida por los pensamientos derrotistas, nos puede conducir al suicidio.

Sin llegar a la desesperación, otra estabilidad desadaptativa es la preocupación:

Al respecto dice Goleman:
<<En realidad, toda preocupación se asienta en el estado de alerta ante un peligro potencial que, sin duda alguna, ha sido esencial para la supervivencia en algún momento de nuestro proceso evolutivo.
Cuando el miedo activa nuestro cerebro emocional, una parte de la ansiedad centra nuestra atención en la amenaza, obligando a la mente a buscar obsesivamente una salida y a ignorar todo lo demás. La preocupación constituye, pues, en cierto modo, una especie de ensayo en el que consideramos las distintas alternativas de respuesta posibles. En este sentido, la función de la preocupación consiste, por consiguiente, en una anticipación de los peligros que pueda presentamos la vida y en la búsqueda de soluciones positivas ante ellos.>>
<<El problema surge cuando la preocupación se hace crónica y reiterativa, cuando se repite continuamente sin procuramos nunca una solución positiva.>>[1]

En síntesis. Las emociones básicas son automáticas, son reacciones al contexto (externo o interno). Pero cuando lo cultural (aprendido) empieza a interactuar con ellas, las perpetúa en el tiempo. A veces de manera positiva (o constructiva), a veces de manera negativa (o destructiva).


Los 5 Pilares del Cultivo Emocional.

La siguiente lista no es de Goleman sino que él la toma de un discípulo de Gardner (el creador del concepto de inteligenticas múltiples).
Además debo aclara que yo le hice algunos ajustes que me parece que explican con más claridad los conceptos.
Así que si usted es estudiante y la pensaba usar para dar algún examen, le recomiendo ir a buscar en el original.

  1.  Autoconocimiento Emocional.
  2. Autogestión Emocional.
  3. Automotivación.
  4. Reconocimiento de las emociones ajenas.
  5. Habilidad social o interrelacional.


1- Autoconocimiento Emocional

Como ya desarrollamos con extensión en otra parte, el cultivo de lo que la psicología denomina “Yo Observador” es el punto de partida de toda posibilidad de tomar el timón de la propia vida. Algunos dicen que Freud, por su parte, aludió a esto con el nombre de “atención flotante”, aunque él, hasta donde yo sé, sólo la recomendaba para uso del terapeuta.

Al respecto dice Goleman:
<<A primera vista tal vez pensemos que nuestros sentimientos son evidentes, pero una reflexión más cuidadosa nos recordará las muchas ocasiones en las que realmente no hemos reparado —o hemos reparado demasiado tarde— en lo que sentíamos con respecto a algo.>>
<<Este tipo de conciencia de uno mismo parece requerir una activación del neocórtex, especialmente de las áreas del lenguaje destinadas a identificar y nombrar las emociones. La conciencia de uno mismo no es un tipo de atención que se vea fácilmente arrastrada por las emociones, que reaccione en demasía o que amplifique lo que se perciba sino que, por el contrario, constituye una actividad neutra que mantiene la atención sobre uno mismo aun en medio de la más turbulenta agitación emocional.>> (resaltado mío)
<<En el mejor de los casos, la observación de uno mismo permite la toma de conciencia ecuánime de los sentimientos apasionados o turbulentos. En el peor, constituye una especie de paso atrás que permite distanciarse de la experiencia y ubicarse en una corriente paralela de conciencia que es «meta», —que flota por encima, o que está junto— a la corriente principal y, en consecuencia, impide sumergirse por completo en lo que está ocurriendo y perderse en ello, y, en cambio, favorece la toma de conciencia. Esta, por ejemplo, es la diferencia que existe entre estar violentamente enojado con alguien y tener, aun en medio del enojo, la conciencia autorreflexiva de que «estoy enojado». En términos de la mecánica neural de la conciencia, es muy posible que este cambio sutil en la actividad mental constituya una señal evidente de que el neocórtex está controlando activamente la emoción, un primer paso en el camino hacia el control.>>[2]

Así, entonces, lo que se denomina “Analfabetismo emocional” es, literalmente, la inhabilidad para ponerle nombre a las propias emociones. O sea, en definitiva, una cuestión de falta de entrenamiento lingüístico y de simbolización.
Goleman cita también, en otra parte, estudios que demostraron que la causa principal de los trastornos de alimentación tiene que ver con la incapacidad de la persona de diferenciar a cada momento si lo que “siente” es hambre, enojo, miedo, ansiedad o, incluso, excitación sexual. Al carecer de este discernimiento intenta tramitar todo sentimiento comiendo.
Lo mismo sucedería con cualquier otra compulsión.

Cuando esto es muy extremo, se produce una alteración psíquica denominada alexitimia, que es la incapacidad de poner en palabras cualquier sentimiento.
Algunos teóricos consideran que la alexitimia es la principal causa del fenómeno de somatización (que los sufrimientos psíquicos se expresen como dolencias corporales, incluso al punto de producir verdaderas enfermedades físicas).

El entrenamiento de la observación de sí, empieza con lo más grueso y obvio que son los estados corporales. Es decir, sentir, momento a momento, el propio cuerpo. Observar las propias tensiones y distensiones corporales (incluyendo las faciales) es el primer paso para reconocer los propios estados emocionales. Por ejemplo, si tengo lo puños apretados es muy probable que esté enojado.

Dice Goleman:
<< Damasio denomina «indicadores somáticos», sensaciones viscerales, a un tipo de alarma automática que llama la atención sobre el posible peligro de un determinado curso de acción. Estos indicadores suelen orientarnos en contra de determinadas decisiones y también pueden alertarnos de la presencia de alguna oportunidad interesante. En esos momentos no solemos recordar la experiencia concreta que determina esa sensación negativa, aunque en realidad lo único que nos interesa es la señal de que un determinado curso de acción puede conducimos al desastre. De este modo, la presencia de esta sensación visceral confiere una seguridad que nos permite renunciar o proseguir con un determinado curso de acción, reduciendo así la gama de posibles alternativas a una lista mucho más manejable. La llave que favorece la toma de decisiones personales consiste, en suma, en permanecer en contacto con nuestras propias sensaciones.>>[3]
<< El correlato fisiológico de la emoción suele tener lugar antes de que la persona sea consciente del sentimiento que le corresponde. Cuando, por ejemplo, a las personas que temen a las serpientes se les muestra la imagen de una serpiente, sensores convenientemente colocados en su piel detectan el sudor —un signo de ansiedad— antes de que los sujetos afirmen experimentar miedo.>>[4]

Desarrollar, entonces, una mayor conciencia de las sensaciones, es el primer (y más fácil)  paso para tomar contacto con la emoción.

En síntesis:
Empiece por “escuchar” su cuerpo.


2 – Autogestión Emocional

Elijo cambiar la palabra “autocontrol” (que figura en el original) por la de “autogestión” para eludir así toda interpretación que pudiera asimilar incorrectamente esta capacidad a la represión o al control de tipo obsesivo o fóbico.
Creo que cualquiera puede apreciar (si no es siempre en sí mismo, probablemente sí en los demás) la gran diferencia que hay, cuando nos sentimos atacados de alguna forma, entre responder con un golpe o un grito y tratar de explicar tranquilamente que la situación nos incomoda.

El uso idóneo de la palabra es, nuevamente, lo que hace la diferencia.
Esta es la diferencia fundamental entre reaccionar y actuar.
La reacción es una conducta animal.
La acción es una conducta humana.

Cuanto menos reacciones y más acciones consigamos en nuestra vida, más humanos (y, por lo tanto más plenos y felices) seremos.
Desde una perspectiva psicoanalítica, sería la diferencia entre operar desde el principio del placer o desde el principio de realidad.
O sea, la diferencia entre alguien caprichoso e impulsivo y alguien equilibrado y sensato.
¿Que sería más lindo que se cumplieran todos nuestros caprichos? Quizás, no lo sé (en realidad, sospecho que no). Pero, en todo caso, la realidad está siempre ahí para frustrarlos.

Represión vs Impulsividad. Un falso dilema.

Es, sin duda, gracias a Freud que últimamente nos dimos cuenta de esta importante cuestión:

<<Lo que reprimimos, se pudre adentro.>>

Pero es también sin duda causa de la estupidez de no pocos psicoanalistas que se haya establecido la falsa creencia de que la impulsividad es algo cercano a la salud mental.
“Haz lo que sientas” parece ser la moda más popular de nuestros tiempos. Y esto sin mediar ninguna consideración acerca de si es apropiado o no lo que “estoy sintiendo”, si perjudica o beneficia, a mí, a los demás o a las circunstancias o a los  propósitos que yo mismo tenga.

Entre la dicotomía represión/impulsividad existe una tercera posición (que no es, por supuesto, una mezcla de ambas) que consiste en la tramitación de las emociones. Su elaboración conciente.
Como ya dijimos, en el hombre, a diferencia de los animales, entre la emoción y la acción existe la posibilidad de meter la cuña de la conciencia.

La represión es un movimiento inconciente. Es una negación, un no querer saber lo que estoy sintiendo. 
La tramitación es lo contrario. Es una plena toma de conciencia.

Dice Goleman:
<< Como apuntaba Aristóteles, el objetivo consiste en albergar la emoción apropiada, un tipo de sentimiento que se halle en consonancia con las circunstancias. El intento de acallar las emociones conduce al embotamiento y la apatía, mientras que su expresión desenfrenada, por el contrario, puede terminar abocando, en situaciones extremas, al campo de lo patológico (como ocurre, por ejemplo, en los casos de depresión postrante, ansiedad aguda, cólera desmesurada o actuación maniaca).>>[5]

Hay, dentro de estas habilidades, tres características que la psicología cognitivo-conductual viene estudiando hace ya bastante tiempo.

  • Tolerancia a la frustración.
  • Postergación de la gratificación.
  • Control de reacciones automáticas.


La frustración es parte constitutiva de la vida. 
Es el límite permanente que la realidad pone a nuestros deseos. Lo que está del lado de nuestra libertad es qué hacemos con ella. Cómo la tramitamos. Si nos ponemos a patalear y a maldecir nuestro destino cada vez que algo no sale como esperábamos, entraremos entonces en la categoría de “frustrados” (además de la de caprichosos).

La capacidad de tolerancia a la frustración de un sujeto habla de su madurez emocional. No es un aguantar resignado y endurecido, sino que está basado en la virtud emocional de la esperanza, que es el sentimiento optimista de que ya la tormenta pasará (“siempre que llovió paró”, dice el refrán) y mañana será mejor que hoy.

<<Lo que no me mata me fortalece>>
Aunque tal vez esta frase nietzscheana no sea del todo verdadera, he visto que las personas que tienden a tener esta actitud ante las contrariedades de la vida, son mucho más resilientes que las que se desmoronan a patalear ante la menor eventualidad.

La actitud de estar atento a sacar aprendizaje y fortalecimiento de las situaciones adversas es una de las herramientas emocionales más poderosas.

Ninguna situación puede hundirnos en la desesperación si, en algún rincón de la conciencia, conservamos el dato de que, en el futuro, de alguna forma, eso lo vamos a poder capitalizar para nuestro bien.
La humildad de reconocer que la realidad no tiene porqué inclinarse ante nuestros deseos es otro dato vital para esta construcción.

Cuando la realidad misma nos produce frustración, el hecho de postergar la gratificación es vivido como algo impuesto desde afuera.
Sin embargo, el desarrollar esta capacidad de postergar la gratificación inmediata en pos de mejores logros en el futuro, es una habilidad que podemos proponernos desarrollar.

De acuerdo a la personalidad de cada uno, la frustración puede producir tristeza o enojo. 
La tristeza será más frecuente en las personas que tienden a atribuirse a sí mismas toda la responsabilidad de los fracasos, mientras que el enojo será más frecuente en quienes tienden a atribuir todas las causas al “afuera” (las circunstancias y los otros).

No es necesario ser muy perspicaz para advertir que ninguno de ambos extremos puede ser completamente y siempre verdadero.
Desarrollar en nosotros una mirada realista, que tienda a atribuir correctamente las causas de nuestras frustraciones, es uno de los primeros pasos para lograr la estabilidad emocional.




La fórmula de la tres “P”.
Parar – Procesar – Postergar.

Cuando percibimos que alguna situación nos está alterando (o nos está por alterar) lo más recomendable es lo que popularmente se conoce como “contar hasta diez”. Quizás tomar aire, respirar más calmadamente.
Acostumbrarnos a meter pequeños compases de espera en nuestro ritmo automático cotidiano, es el primer paso para dejar de ser meros animales reactivos.

Procesar, consiste, en principio, en decirnos a nosotros mismos lo que estamos experimentando. Narrarnos nuestro estado, como si fuéramos los personajes de una película.
Ayuda también a esto tener modelos de referencia: personas que admiramos en relación a cómo se comportan en sus vidas. Si tenemos claros estos modelos es más fácil evaluar las situaciones conflictivas preguntándonos “¿qué haría Fulano en esta situación?”.

La postergación (inhibición de la reacción) consiste principalmente en acostumbrarse a decir (o decirse a sí mismo internamente si no hay otra posibilidad) “déjamelo pensar”. No dar respuestas inmediatas a las agresiones o en situaciones estresantes, sino tomarse un tiempo para elaborar tranquilo la respuesta más apropiada.

Al respecto dice Goleman:
<< (…) tratar de aplacar la excitación fisiológica ligada a la descarga adrenalínica en un entorno en el que no haya peligro de que se produzcan más situaciones irritantes. Eso supone, por ejemplo, que, en el caso de una discusión, la persona agraviada debería alejarse durante un tiempo de la persona causante del enojo y frenar la escalada de pensamientos hostiles tratando de distraerse. Como ha descubierto Zillmann, las distracciones son un recurso sumamente eficaz para modificar nuestro estado de ánimo por la sencilla razón de que es difícil seguir enfadado cuando uno se lo está pasando bien. El truco, pues, consiste en darnos permiso para que el enfado vaya enfriándose mientras tratamos de disfrutar de un rato agradable.>>[6]

Si incorporamos este hábito de “parar-procesar-postergar” verificaremos rápidamente que tendremos muchas menos cosas de las que arrepentirnos en nuestra vida.

Dice Goleman:
<< El arte de calmarse a uno mismo constituye una habilidad vital fundamental, y algunos intérpretes del pensamiento psicoanalítico, como, por ejemplo, John Bowlby y D.W. Winnicott consideran que se trata del más fundamental de los recursos psicológicos. En teoría, los niños emocionalmente sanos aprenden a calmarse tratándose a sí mismos del modo en que han sido tratados por los demás, y es así como se vuelven menos vulnerables a las erupciones del cerebro emocional.>>
<< Como ya hemos visto, el diseño del cerebro pone de manifiesto que tenemos escaso o ningún control con respecto al momento en que nos veremos arrastrados por una emoción y que tampoco disponemos de mucho margen de maniobra sobre el tipo de emoción que nos aquejará. Lo que tal vez si se halla en nuestra mano es el tiempo que permanecerá una determinada emoción. El problema no estriba tanto en la diversidad emocional que reflejan, por ejemplo, la tristeza, la preocupación o el enfado (ya que normalmente estos estados de ánimo desaparecen con el tiempo y paciencia), como en el hecho de que su desmesura y su inadecuación conlleva los más sombríos matices: la ansiedad crónica, la furia desbocada y la depresión. Tanto es así que, en sus manifestaciones más graves y persistentes, su erradicación puede llegar a requerir medicación, psicoterapia o ambas cosas a la vez.>>[7] (resaltado mío)


Es necesario tomar conciencia de que lo que sostiene las emociones en el tiempo son los pensamientos. Y esto es cierto tanto en el caso de las emociones negativas como en el de las positivas.
Así que si usted quiere librarse de sus sentimientos negativos empiece a prestar atención a los pensamientos que los acompañan e intente no quedarse atrapado en el ciclo sin fin de la negatividad mental.

<< Las personas aprensivas también deben afrontar más activamente los pensamientos perturbadores porque, de lo contrario, la espiral de la preocupación volverá a iniciarse una y otra vez. El siguiente paso consiste en adoptar una postura crítica ante las creencias que sustentan la preocupación.>>[8]

En síntesis: “atienda” sus pensamientos automáticos.


3 – Automotivación



Antes que nada, en relación a este tema, me parece importante puntualizar que “automotivarse” no es lo mismo que “autoestimularse”. Lo segundo sería una receta para convertirse en un pajero (o sea, un narcisista).
Como ya explicamos extensamente en otro artículo, la motivación personal no es un especie de autohipnosis en la que el sujeto se para frente al espejo para decirse lo fantástico que es.
Tampoco consiste en pegarse cartelitos de “tú puedes” por toda la casa.

Tiene más bien que ver con encontrar algo externo que verdaderamente nos entusiasme. Algo que aporte significado y sentido a nuestra vida.
Tiene que ver también con ser capaz de apostar por los propios ideales sin tener pánico a la frustración o al sufrimiento.
Es desplazar la atención desde el propio ombligo a un proyecto realista y realizable.
Es no quedarse estancado en el sentimiento estéril de que “la vida me engañó”.
La motivación realista empieza con la concreción de pequeños logros. No es un tipo más o menos elaborado de paja mental.

Dice Goleman:
<< Según Tice, una aproximación más constructiva para elevar el estado de ánimo consiste en proyectar una actividad que pueda proporcionarnos un pequeño triunfo o un éxito fácil como, por ejemplo, acometer alguna tarea doméstica que hayamos pospuesto (como cercar el jardín, por ejemplo) o concluir alguna actividad pendiente que hayamos estado evitando. Por el mismo motivo, los cambios de imagen, aunque sólo sea en la forma de vestirnos o de arreglarnos, también pueden resultar beneficiosos.>>[9] (resaltado mío)

O sea.
Receta:
Agarre algo que le guste hacer y que sea fácil de hacer y no deje de hacerlo hasta que le salga bien. Una vez concretado este objetivo, pase a algo quizás más difícil, pero que tenga una utilidad para alguien más. Constate sus logros con otras personas. La motivación se sostiene mejor, si por medio de su acción logra también una comunicación positiva y generosa con los demás. Es decir, es mucho más fácil sentirse motivado cuando se comparte la motivación con otros.

Además, es bueno tener presente que toda motivación es una motivación social. Es decir, precisa de los vínculos.

Entonces, la “segunda posición” sería mirar hacia el costado:
<< Otro eficaz elevador del estado de ánimo consiste en ayudar a quienes lo necesitan. Puesto que la depresión se alimenta de obsesiones y preocupaciones que giran en torno a uno mismo, el hecho de ayudar a quien se halla afligido puede contribuir a que nos desembaracemos de este tipo de preocupaciones. De este modo, entregarse a una actividad de voluntariado —hacerse entrenador de la liga infantil, convertirse en una especie de hermano mayor o ayudar a los indigentes— constituye, según Tice, uno de las estrategias más adecuadas, pero también menos frecuentes, para elevar el estado de ánimo.>>[10]

Y la “tercera posición” sería mirar hacia arriba (o hacia adelante):
<< Debemos señalar, por último, que existen también personas que pueden encontrar cierto alivio a su tristeza orientándose hacia un poder trascendente. Según me dijo Tice: «la oración constituye una actividad especialmente indicada para elevar el estado de ánimo de las personas con una orientación religiosa».>>[11] (resaltado mío)

Aún sin tener ninguna orientación religiosa, es altamente efectiva para lograr cierta parsimonia emocional, la recitación mental de poemas o letras de canciones que nos gusten. Preferentemente, con textos que convoquen imágenes mentales que inciten a la calma.

Victor Frankl ha demostrado que un motivador fundamental para afrontar tiempos duros es tener un ideal en el futuro. Algún factor determinante de la esperanza de que mañana va a ser mejor que hoy.
O, como dice Nietzsche:
<<Cuando hay un para qué, uno soporta casi cualquier cómo.>>

Las ideologías nihilistas y derrotistas no constituyen una buena fuerte de motivación para cuando el sujeto que la profesa entra en una crisis emocional de sinsentido.
Es decir, esas ideologías son las más contraindicadas en caso de tendencia a la depresión.
El criterio derrotista que está implícito en todas las cosmovisiones deterministas del ser humano (determinación genética, inconciente, de clase, racial, etc.) tampoco ayuda en esos casos.

En síntesis. Lo que quiero expresar acá es que la ideología o cosmovisión de una persona está en relación directa con su capacidad de “automotivarse”. Las cosmovisiones derrotistas, no pueden aportar “material” a los argumentos “motivadores” que el sujeto necesita encontrar.

O sea.
Es bastante importante tener una cosmovisión optimista de la vida.

Dice Goleman:
<<Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, la esperanza significa que uno no se rinde a la ansiedad, el derrotismo o la depresión cuando tropieza con dificultades y contratiempos. De hecho, las personas esperanzadas se deprimen menos en su navegación a través de la vida en búsqueda de sus objetivos y también se muestran menos ansiosas en general y experimentan menos tensiones emocionales.>>[12]

Esto, por supuesto, no significa andar divagando con imposibles.
Además de optimista, la cosmovisión deberá ser realista.
Y para saber lo que es realista para uno es necesario conocerse a uno mismo. Conocer las propias fortalezas y debilidades. Es ridículo que mi motivación sea ser cantante si soy mudo.

Por ejemplo, la ideología del tristemente célebre “sueño americano”, que dice que cualquier “emprendedor” con la suficiente perseverancia se puede convertir en millonario, no es una cosmovisión realista. Es una zanahoria para desorientados.
También hay una engañosa “motivación por la productividad” que lo que más produce es adictos al trabajo y al dinero. Y que puede producir, como sugiere Byun Chul Han, una patología de “autoexplotación”. Una especie de cosificación (y autoesclavización) de uno mismo al servicio de un logro absurdo y una competencia feroz. Ese tipo de “motivaciones” son las principales causadoras del famoso “estrés del hombre moderno”.

Así que, como se ve, no toda motivación tiene el mismo nivel de “sanidad”. También hay motivaciones que son enfermantes.
La mezquindad, la avaricia, la ambición desmedida, son motivaciones que suelen ser bastante movilizadoras, pero su efecto a largo plazo es degradación psíquica por medio del estrés.

Por eso al principio decía que se precisa cierto juicio ético y estético para adherir a una sana cosmovisión del mundo.
No hay ser humano sin una cosmovisión, aunque sea muy primitiva. Así que para cualquiera es bueno preguntarse si la propia cosmovisión contribuye o interfiere con su salud emocional.
También todo ser humano tiene un repertorio limitado de emociones positivas y negativas. Allí donde se asiente principalmente la personalidad va a determinar la calidad de la motivación de la que el sujeto pueda echar mano más fácilmente.

En suma.
No son igual de sanas las motivaciones que surgen desde el odio que las motivaciones que surgen desde el amor.

4 – Reconocimiento de las emociones ajenas.




Dice Goleman:
<< No es frecuente que las personas formulen verbalmente sus emociones y éstas, en consecuencia, suelen expresarse a través de otros medios. La clave, pues, que nos permite acceder a las emociones de los demás radica en la capacidad para captar los mensajes no verbales (el tono de voz, los gestos, la expresión facial, etcétera).>>[13]

Esta capacidad no es de tipo “racional”, sino que es una habilidad emocional que en la actualidad se conoce con el nombre de empatía.

Hay una buena cantidad de gente, con cierto grado de pensamiento mágico, que se imagina que la empatía es una especie de “fluído energético” que se transmite desde las emociones de otro hasta las emociones de uno.
No existe tal fluido. La empatía se basa lisa y llanamente en la capacidad de mímesis (o imitación corporal) del ser humano (como la de muchos otros animales).

<<Esta imitación motriz, como se la denomina, constituye, en realidad, el auténtico significado técnico del término etopaha , tal como lo definió por vez primera el psicólogo norteamericano E.B. Titehener en la década de los veinte, una acepción ligeramente diferente del significado original del término griego
empatheia, «sentir dentro», la expresión utilizada por los teóricos de la estética para referirse a la capacidad de percibir la experiencia subjetiva de otra persona. Titchener sostenía que la empatía se deriva de una suerte de imitación física del sufrimiento ajeno con el fin de evocar idénticas sensaciones en uno mismo y es por ello por lo que se ocupó de buscar una palabra distinta a simpatía, ya que podemos sentir simpatía por la situación general en que se halla una persona sin necesidad, en cambio, de compartir sus sentimientos.>>[14]

Cabe señalar que éste es también el significado tradicional de la palabra “compasión” (sentir con). No es “sentir lástima por” como hoy muchos suponen.

Pero la empatía (que es, básicamente, una especie de “contagio emocional”) tiene también su lado peligroso.



Desde este punto de vista, entre dos personas, una con una personalidad firme y expresiva y otra con una personalidad más introvertida, siempre la más “empática” va a ser la segunda. Porque la empatía comienza con la imitación inconciente (por medio de las famosas “neuronas espejo”) de los estados corporales del otro, lo cual, produce en el imitador sentimientos similares a los del imitado.
Incluso el tono de voz del que más hable va a producir en las cuerdas vocales del que escucha las vibraciones que produzcan la misma emoción que tiene el hablante.
Eso, repito, en lo más elemental, es la empatía: un contagio emocional por imitación motriz (frecuentemente inconciente).

Si no hubiera empatía, no habría posibilidad de comunión emocional entre las personas y, por consiguiente, todo vínculo sería mucho más superficial.
Hoy se suele recomendar la empatía como la gran virtud emocional a adquirir. Y en gran medida es cierto. Pero sin un yo observador que regule el proceso, tal individuo estaría a merced de toda corriente emocional más poderosa que él.
Así también, por medio de la empatía nos volvemos víctimas de los fenómenos de masificación que pueden conducir hasta acciones criminales como el linchamiento, el bullying, etc.

Entonces, cuanto más capaces seamos de reconocer emocionalmente las emociones del otro, más posibilidades vinculares tendremos. Pero si eso se convierte en dejarse arrastrar afectivamente, entonces se convierte en un problema.
Si uno cree que no es muy empático, se puede entrenar para reconocer las emociones del otro. Sólo se trata de prestar atención a la gestualidad total.
Pero el yo observador es lo que nos protegerá de quedar enredados en emociones en las que no queríamos estar. O, a lo sumo, poder navegar las mismas con más pericia.


Dice Goleman:
<<La conciencia de uno mismo es la facultad sobre la que se erige la empatía, puesto que, cuanto más abiertos nos hallemos a nuestras propias emociones, mayor será nuestra destreza en la comprensión de los sentimientos de los demás.>>[15]

Por lo tanto, a diferencia de la “empatía” meramente animal (que consiste en una replicación inconciente de las emociones percibidas en el otro), la empatía humana está impregnada por una “capa adicional”, de origen cultural, con fuertes componentes éticos y morales. Ya vimos cómo una empatía sin un sólido concepto del bien y el mal puede incluso precipitar en actos criminales, como el linchamiento (uno imita los sentimientos de la mayoría y no los de la víctima).

Por el contrario, según Goleman, la empatía ética, es el fundamento del altruismo.
Las objeciones morales que impiden que nos pleguemos automáticamente al sentir mayoritario en un caso de abuso o bullying, residen en una especie de guardián ético, residente en la conciencia, que posibilita que evaluemos el bien mayor en lugar de dejarnos arrastrar por la emoción predominante de las mayorías eufóricas.

El darwinismo social (núcleo ideológico del neoliberalismo) que sostiene implícitamente que “el más débil debe morir”, no parecería ser un contexto en el que la empatía ética pudiera prosperar. No es casual que sus defensores proclamen el egoísmo como la central de las emociones humanas.
Desde la perspectiva humanista, consideramos, por el contrario, que toda sanación psicológica consiste, especialmente, en una sanación del egoísmo, que es la tendencia más deshumanizante de estos tiempos.
Desarrollar una auténtica compasión por el sufrimiento de los más débiles está en la base misma de la sanación psíquica. Por lo tanto, la sanación psicológica precisa de una sanación ética.

Dice Goleman:
<<La frase «nunca preguntes por quién doblan las campanas porque están doblando por ti» es una de las más célebres de la literatura inglesa. Las palabras de John Donne se dirigen al núcleo del vínculo existente entre la empatía y el afecto, ya que el dolor ajeno es nuestro propio dolor. Sentir con otro es cuidar de él y. en este sentido, lo contrario de la empatía sería la antipatía. La actitud empática está inextricablemente ligada a los juicios morales porque éstos tienen que ver con víctimas potenciales.
¿Mentiremos para no herir los sentimientos de un amigo? ¿Visitaremos a un conocido enfermo o, por el contrario, aceptaremos una inesperada invitación a cenar? ¿Durante cuánto tiempo deberíamos seguir utilizando un sistema de reanimación para mantener con vida a una persona que, de otro modo, moriría?>>
<<Estos dilemas éticos han sido planteados por Martin Hoffman, un investigador de la empatía que sostiene que en ella se asientan las raíces de la moral. En opinión de Hoffman, «es la empatía hacia las posibles víctimas, el hecho de compartir la angustia de quienes sufren, de quienes están en peligro o de quienes se hallan desvalidos, lo que nos impulsa a ayudarlas». Y, más allá de esta relación evidente entre empatía y altruismo en los encuentros interpersonales, Hoffman propone que la empatía —la capacidad de ponernos en el lugar del otro— es, en última instancia, el fundamento de la comunicación.>>[16]

Y más adelante:
<<Sea como fuere, lo cierto es que la empatía es una habilidad que subyace a muchas facetas del juicio y de la acción ética. Una de estas facetas es la «indignación empática» que John Stuart Mill describiera como «el sentimiento natural de venganza alimentado por la razón, la simpatía y el daño que nos causan los agravios de que otras personas son objeto» y que calificara como «el custodio de la justicia». Otro ejemplo en el que resulta evidente que la empatía puede sustentar la acción ética es el caso del testigo que se ve obligado a intervenir para defender a una posible víctima. Según ha demostrado la investigación, cuanta más empatía sienta el testigo por la víctima, más posibilidades habrá de que se comprometa en su favor. Existe cierta evidencia de que el grado de empatía experimentado por la gente condiciona sus juicios morales. Por ejemplo, estudios realizados en Alemania y Estados Unidos demuestran que cuanto más empática es la persona, más a favor se halla del principio moral que afirma que los recursos deben distribuirse en función de las necesidades.>>[17]

En síntesis.
Tenemos dos extremos:
a) ser arrastrados involuntariamente por la emoción predominante de una situación (masificación, identificación).
b) la indiferencia inhibitoria, implementada por el sujeto de manera defensiva incapaz, por otra parte, de tramitar eficazmente cualquier clima emocional y recurriendo, por lo tanto, al embotamiento afectivo (aislamiento, individualismo).

Además de estas dos posiciones, hay una tercera posición que no es una mezcla (ni una alternancia) de las dos.
Esta tercera posición consiste en ser capaz de vivenciar las emociones del otro sin inhibiciones pero no dejándose arrastrar por ellas. La misma se hace posible por el desarrollo de un yo observador, el elemento de la conciencia capaz de efectuar esta operación psíquica.
Esta “habilidad” sería análoga a lo que Freud dio en llamar “disociación instrumental”, aunque él la recomendara sólo para el terapeuta en situación analítica.


5 – Habilidades Sociales.



William James, uno de los padres de la psicología moderna, decía allá por el siglo XIX algo así como que no hay nada más desesperante para el hombre que sentirse invisible para los que lo rodean.
En la base misma de nuestra estructura psíquica está el impulso a vincularnos con nuestros semejantes. Quien por mucho tiempo no lo satisface pone en riesgo su equilibrio emocional.
Se considera incluso que las personas que sienten una profunda repulsión al trato humano sufren de una patología llamada Trastorno Esquizoide de la Personalidad.
Incluso lo que experimentamos como “pensar en soledad” no es más ni menos que una conversación imaginaria con algún otro, nos demos cuenta o no.
Ya Aristóteles, refiriéndose a esto mismo, decía que la más precisa definición de ser humano es la de animal social.

Basados en lo anterior, podemos entonces deducir que más sana, plena y feliz será una persona cuanto más y mejor se relacione con quienes lo rodean. Y más frustrada se sentirá cuando esas interacciones fracasen.
Allí radica el núcleo de la importancia de las habilidades sociales.

Teniendo esto presente, podemos conceptualizar al egoísmo como una especie de tara social.
El egoísta es aquel que pierde de vista la importancia de cultivar los vínculos (que son los que lo hacen humano) por esta excesiva atención a sus propios deseos y caprichos.
Por eso se puede decir que, en definitiva, un egoísta es un tarado. Sufre de una ceguera de su totalidad psíquica. Una totalidad que incluye necesariamente a los demás.
El egoísmo extremo es lo que produce los trastornos asociales y antisociales de la personalidad. Un psicópata sería el egoísta por antonomasia.

El antídoto a esa tara es el altruismo.
Por nuestra misma estructura psicológica no hay nada que produzca más satisfacción en una persona que sentirse útil a otros. El altruismo es, por eso, el verdadero camino a la felicidad.
¿Pero cómo se logra el altruismo?

Dice Goleman:
<<Es precisamente sobre la base del autocontrol y la empatía sobre la que se desarrollan las «habilidades interpersonales». Estas son las aptitudes sociales que garantizan la eficacia en el trato con los demás y cuya falta conduce a la ineptitud social o al fracaso interpersonal reiterado. Y también es precisamente la carencia de estas habilidades la causante de que hasta las personas intelectualmente más brillantes fracasen en sus relaciones y resulten arrogantes, insensibles y hasta odiosas. Estas habilidades sociales son las que nos permiten relacionarnos con los demás, movilizarles, inspirarles, persuadirles, influirles y tranquilizarles.  Profundizar, en suma, en el mundo de las relaciones.>>[18]


La falsa dicotomía entre autenticidad e hipocresía

Todos necesitamos ser amados.
Como dijimos antes, nuestra autoestima está condicionada por la estima percibida de los demás. No es algo que se pueda construir sanamente en soledad. Una “autoestima” forjada en soledad corre el riesgo de ser una autosugestión narcisista, una fantasía.
Las habilidades sociales, por lo tanto, cumplen un papel fundamental para la adquisición de una sana autoestima.
Pero cuando se interpreta esto como una “compulsión a agradar” a cualquier precio (incluso renunciando a la propia identidad), se cae en el territorio de la inautenticidad y la hipocresía.
Algunos encaran esta cuestión con la indiferencia total a lo que causan en los otros. “Yo soy auténtico”, dicen, pretendiendo que los demás se tienen que adaptar a cualquier capricho propio.

Es decir, en un extremo están los trastornos por dependencia, en los que el individuo sacrifica toda individuación por agradar a otro y en el otro los trastornos antisociales en los que el individuo, explícita o implícitamente, se caga en todo otro.

Otra línea dicotómica es la que va desde la timidez a la impulsividad, como métodos desadaptativos de validar la propia identidad. 
En este caso, unos usan su identidad como escudo (los tímidos) y otros la usan como un arma (los impulsivos). Está claro, creo, que la solución no está en un punto intermedio en el que se mixturen la timidez y la impulsividad. Hay que salir de la línea en búsqueda de una tercera posición superadora de ambas.

La hipocresía es, por otra parte, un “término medio” que no resuelve nada. El individuo conserva, por ejemplo, su propio sentimiento de desprecio o aversión al otro, pero le devuelve una reacción “amistosa” que nada tiene que ver con lo que está sintiendo.

El desafío es aceptar las emociones y demás motivaciones y reacciones del otro hacia mí, e integrarlas con las propias de manera armónica, de manera tal que ninguna de las dos (o más) individualidades queden menospreciadas sino que se potencien mutuamente.
Lograr que mi libertad y la del otro no se limiten mutuamente sino que se potencien de manera tal que dé como resultado una nueva libertad más plena y fértil que la de los individuos aislados.

Para todo esto es necesaria la capacidad de poner los propios sentimientos en palabras. La palabra, entonces, es la herramienta de mediación entre la emoción y la reacción impulsiva.
Creo que todo el mundo estará de acuerdo en que es preferible decirle a alguien “tengo ganas de revolearte este plato por la cabeza” que efectivamente hacerlo.


Terapia de la amistad

Algunos interpretan también como una dicotomía irresoluble la cuestión del egoísmo y del altruismo. Suelen pensar que siempre hay que elegir una de ambas. “Si privilegio al otro me estoy perjudicando a mí mismo”, parece ser el razonamiento más frecuente.

Nuevamente, la tercera posición no sería una mezcla de un rato de cada actitud, sino la afirmación simultánea de las necesidades y deseos de ambos (o más) integrantes de la relación.

El ámbito privilegiado para practicarla es la amistad.
Es una especie de “lugar seguro” en el que podemos animarnos a dar sin tanto miedo a sentirnos defraudados.

Dice Goleman:
<<(…) los niños que tienen pocos amigos terminan convirtiéndose en solitarios crónicos que, de mayores, correrán más riesgos de contraer determinadas enfermedades y de sufrir una muerte anticipada.
Como afirma el psicoanalista Harry Stack Sullivan, las relaciones tempranas que sostenemos con nuestros mejores amigos del mismo sexo nos ensenan a navegar en el mundo de las relaciones íntimas (a dirimir las diferencias y a compartir nuestros sentimientos más profundos). Pero los niños rechazados disponen de muchas menos ocasiones que sus compañeros para poder entablar una amistad íntima en los años de la escuela primaria perdiendo así una oportunidad crucial para su desarrollo emocional. En este sentido, tener un amigo —aunque sólo sea uno e incluso aunque esa amistad no sea muy sólida— puede suponer, a la larga, una extraordinaria diferencia.>>[19]

Pero que hayamos sufrido de esta falta de amistad en la infancia (por las razones que fuera) no es un determinante para que no podamos aprender a hacer amigos en cualquier otro momento de nuestra vida.
Goleman cita varias experiencias de psicólogos norteamericanos que se dedicaron a identificar a los niños rechazados por sus compañeros o con dificultades para relacionarse y que les suministraron un entrenamiento en habilidades sociales para que se pudieran reintegrar.

<< Entre el 50 y el 60% de los niños rechazados que han participado en este tipo de programas han logrado mejorar su grado de aceptación. En la actualidad, estos programas parecen funcionar mejor con alumnos de tercer y cuarto curso que con niños de grados superiores, y parecen también más  adecuados para los niños socialmente ineptos que para los niños agresivos pero, en mi opinión, todo es cuestión de puesta a punto. En cualquier caso, el hecho de que casi todos los niños rechazados puedan volver a formar parte del círculo de la amistad con un mínimo adiestramiento emocional constituye un claro signo de esperanza.>>[20]

Si a usted le cuesta formar un grupo de amigos, la terapia grupal es el dispositivo privilegiado para desarrollar las habilidades sociales necesarias para conseguirlo.
La terapia grupal cumple la función de una especie de laboratorio de amistad. Eso, con el desafío agregado de que no es uno mismo quien eligió a los otros participantes del grupo sino el puro azar. Lo cual agrega dificultades, pero también desarrolla habilidades mayores.
Es mucho más beneficioso si logro establecer una buena relación con alguien al que jamás me hubiera acercado espontáneamente (por “afinidad”, como se dice) pero con el que me veo en cierta forma “obligado” a interactuar armoniosamente por causa del “marco terapéutico”.

Dice Yalom:
<<En el escenario de grupo se proporciona a los pacientes una selección más variada de relaciones; deben interactuar entre sí, con los líderes del grupo, con gente de diferente extracción social, con miembros del mismo sexo, así como con miembros del sexo opuesto. Los miembros deben aprender a ocuparse de sus gustos, aversiones, similitudes, diferencias, envidias, timidez, agresión, miedo, atracción y competitividad. Todo ello tiene lugar bajo la mirada del grupo, donde, bajo un cuidadoso liderazgo terapéutico, los miembros dan y reciben feedback sobre el significado y el efecto de las diversas interacciones que tienen lugar entre ellos. De este modo, el mismo escenario grupal deviene una herramienta terapéutica enormemente específica.>> [21]

Como sea, lo deseable es que seamos capaces de percibirnos, no como seres aislados, sino como parte de una red vincular.
Es bueno comprender que nuestra salud psicológica depende e incide en la salud global del sistema de vínculos del que formamos parte.
Si sanamos los vínculos, nos sanamos a nosotros mismos y, si nos sanamos a nosotros mismos, sanamos también nuestros vínculos y, por consecuencia, ayudamos a sanar a quienes nos rodean.

Como dice Ortega y Gasset:
<<Yo soy yo y mis circunstancias. Si salvo mis circunstancias me salvo a mí>>…

Es importante considerar además que, si desprecio mis circunstancias me desprecio a mí mismo.
Si desatiendo mis vínculos me desatiendo a mí.
Si daño a quienes me rodean, estoy dañando, en el mismo acto, mi propia psiquis.
No hay otra forma auténtica y sana de amarse a sí mismo que no sea circulando por el amor a los demás.


APÉNDICE

Aquí una lista de algunas de las habilidades que Goleman considera parte de la inteligencia emocional y que pueden ser desarrolladas.


AUTOCONCIENCIA EMOCIONAL

•Mejor reconocimiento y designación de las emociones.
•Mayor comprensión de las causas de los sentimientos.
•Reconocimiento de las diferencias existentes entre los sentimientos y las acciones.

CONTROL DE LAS EMOCIONES

•Mayor tolerancia a la frustración y mejor manejo de la ira.
•Disminución de las agresiones verbales, y peleas banales.
•Mayor capacidad de expresar el enfado de una manera adecuada, sin necesidad de llegar a la agresión.
•Conducta menos agresiva y menos autodestructiva.
•Sentimientos más positivos con respecto a uno mismo y los demás.
•Mejor control del estrés.
•Menor sensación de aislamiento y de ansiedad social.

APROVECHAMIENTO PRODUCTIVO DE LAS EMOCIONES

•Mayor responsabilidad.
•Capacidad de concentración y de prestar atención a la tarea que se lleve a cabo.
•Menor impulsividad y mayor autocontrol.

EMPATÍA: LA COMPRENSIÓN DE LAS EMOCIONES

•Capacidad de asumir el punto de vista de otra persona.
•Mayor empatía y sensibilidad hacia los sentimientos de los demás.
•Mayor capacidad de escuchar al otro.

DIRIGIR LAS RELACIONES

•Mayor capacidad de analizar y comprender las relaciones.
•Mejora en la capacidad de resolver conflictos y negociar desacuerdos.
•Mejora en la solución de los problemas de relación.
•Mayor asertividad y destreza en la comunicación.
•Mayor popularidad y sociabilidad. Amistad y compromiso con los compañeros.
•Mayor atractivo social.
•Más preocupación y consideración hacia los demás.
•Más sociables y armoniosos en los grupos.
•Más participativos, cooperadores y solidarios.
•Más democráticos en el trato con los demás.

HABILIDADES EMOCIONALES

•Identificar y etiquetar sentimientos.
•Expresar los sentimientos.
•Evaluar la intensidad de los sentimientos.
•Controlar los sentimientos.
•Demorar la gratificación.
•Controlar los impulsos.
•Reducir el estrés.


HABILIDADES COGNITIVAS

•Hablar con uno mismo: mantener un «diálogo interno» como forma de afrontar un tema, u oponerse o reforzar la propia conducta.
•Saber leer e interpretar indicadores sociales: reconocer, por ejemplo, las influencias sociales sobre la conducta y verse a uno mismo bajo la perspectiva más amplia de la comunidad.
•Dividir en pasos el proceso de toma de decisiones y de resolución de problemas: por ejemplo, dominar los impulsos, establecer objetivos, determinar acciones alternativas, anticipar consecuencias, etcétera.
•Comprender el punto de vista de los demás.
•Comprender las normas de conducta (lo que es y lo que no es una conducta aceptable).
•Mantener una actitud positiva ante la vida.
•Conciencia de uno mismo: por ejemplo, desarrollar esperanzas realistas sobre uno mismo.

HABILIDADES DE CONDUCTA

•No verbales: comunicarse a través del contacto visual, la expresión facial, el tono de voz, los gestos, etcétera.
•Verbales: enviar mensajes claros, responder eficazmente a la crítica, resistir las influencias negativas, escuchar a los demás, participar en grupos de compañeros positivos.



[1] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 46
[2] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 34
[3] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 38
[4] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 39
[5] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 40
[6] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 44
[7] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 41
[8] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 48
[9] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 51
[10] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 52
[11] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 52
[12] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 59
[13] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 65
[14] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 66
[15] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 65
[16] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 70
[17] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 71
[18] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 75
[19] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 158
[20] Goleman, Inteligencia Emocional. P. 158
[21] Yalom, Guía breve de psicoterapia de grupo. P. 23

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