Hubo (o habrá, porque en el universo de los juegos todo es eterno retorno) un día en el que a la dama del juego de ajedrez se le ocurrió que ella no era tan libre como todos decían, porque no podía andar cambiando de rumbo a mitad del trayecto, tal como siempre hacían los caballos. Para ser completamente libre, declaró, tenía que poder moverse también como se mueve un caballo.
Inmediatamente los caballos, ya un poco hartados de andar doblando siempre aunque no hubiera esquina, aprovecharon la coyuntura y, viéndose invadidos en su particularidad, reclamaron el derecho de poderse mover como torres o alfiles.
La dama, sintiendo amenazados sus privilegios, tomó drásticas medidas.
¡Que les corten la cabeza! -ordenó, no sabemos si sabiendo que parafraseaba a otro tipo de reina.
Como las torres y los alfiles protestaron (un poco por indignación pero sobre todo por miedo) cayeron en la volteada y también rodaron sus cabeza.
La dama quedó contenta. Había reducido la población a puros peones.
Pero, como suele suceder en estos violentos casos, la multitud de peones tomó revancha y lograron también, en nombre de la igualdad, degollar a la reina y al rey, bajo el pretexto de que no querían andar moviéndose sólo para adelante sino que les cabía el derecho de retroceder cuando quisieran.
Los enfrentamientos continuaron y unos a otros fueron aplanándose a tajadas hasta que todos quedaron reducidos a fichas chatas e igualitarias con movimientos uniformes.
Y así murió el ajedrez y nació el juego de damas, bautizado in memoriam de la libertaria señora.
Inmediatamente los caballos, ya un poco hartados de andar doblando siempre aunque no hubiera esquina, aprovecharon la coyuntura y, viéndose invadidos en su particularidad, reclamaron el derecho de poderse mover como torres o alfiles.
La dama, sintiendo amenazados sus privilegios, tomó drásticas medidas.
¡Que les corten la cabeza! -ordenó, no sabemos si sabiendo que parafraseaba a otro tipo de reina.
Como las torres y los alfiles protestaron (un poco por indignación pero sobre todo por miedo) cayeron en la volteada y también rodaron sus cabeza.
La dama quedó contenta. Había reducido la población a puros peones.
Pero, como suele suceder en estos violentos casos, la multitud de peones tomó revancha y lograron también, en nombre de la igualdad, degollar a la reina y al rey, bajo el pretexto de que no querían andar moviéndose sólo para adelante sino que les cabía el derecho de retroceder cuando quisieran.
Los enfrentamientos continuaron y unos a otros fueron aplanándose a tajadas hasta que todos quedaron reducidos a fichas chatas e igualitarias con movimientos uniformes.
Y así murió el ajedrez y nació el juego de damas, bautizado in memoriam de la libertaria señora.
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