“El
aumento del rendimiento provoca el infarto del alma”
Byung Chul Han
Byung Chul Han
¿Se siente usted cansado?
Eso puede ser “bueno” o “malo”
¿Cansado de qué?
¿Cansado de esperar?
¿Cansado de confiar?
¿Cansado de trabajar sin la “recompensa” que esperaba?
¿Cansado de vivir?
“Estoy
pensando en hacerme hippie o irme a vivir a la selva”, me
decía una amiga el otro día.
Yo, por mi parte, sintonizando con su desaliento, respondí
que era más fácil hacerse linyera y vivir de la limosna.
Mi cansancio, por una cuestión de edad, se expresaba de
manera más cínica que el de ella, que buscaba un “escape” más idealista.
Como sea, ambas son expresiones de la mayor pandemia de
nuestro tiempo, tipificada por el filósofo coreano Byung Chul Han como “la sociedad del cansancio”.
Cuando el enemigo es visible y claro, uno, a lo sumo, puede
morir luchando o de extenuación en medio de la batalla.
Pero cuando el enemigo es un fantasma indiscernible, lo más
probable es que tarde o temprano a uno, cansado de tirar trompadas a ninguna
parte, lo alcance el desaliento.
El desaliento, es el cansancio psicológico al que se
refiere Han.
“Yo
pelearía, si supiera contra qué”.
No es raro que, ante este panorama, la gente se ponga a luchar
contra los más fantasiosos “males
imaginarios” (como los derechos de la
tortuga tailandesa) reforzando, con su paradójica lucha, más y más la vacuidad
de percepción... y la percepción de vacuidad.
Cuando uno se embandera en idioteces lo único que en
realidad está haciendo es engordar su idiotez.
Y en esta “tendencia
al auto-engorde” reside gran parte del problema.
Pero ya vamos a llegar a eso.
La “virtud demoníaca” del sistema de control actual es
justamente la de ser una especie de “parodia de Dios”. Es omnipresente,
invisible y omnipotente. Cualquier intento de combatirlo lo “capitaliza” a su
favor. Lo convierte en producto de
consumo.
No es raro, pues, que cualquier otrora entusiasta luchador,
cuando percibe esto, caiga en las patologías despcriptas por el coreano:
depresión, TDAH, síndrome de desgaste ocupacional (burn out), trastorno límite
de la personalidad...
Ideológicamente, estas enfermedades encarnan en teorías
como el nihilismo, el hedonismo, el relativismo, el cinismo o la mera
frivolidad.
Otra alternativa más sociopática (pero no menos frecuente)
es la resultante de la lógica “si no puedes contra el enemigo únete a él”. La
asumida por el “pequeño burgués” hipnotizado con las promesas exitistas del
self made man.
Son los que, reconociendo el poder del sistema, optan por
convertirse en sicarios del mismo, adoptando una ideología individualista y
explotadora con la esperanza de convertirse mágicamente en Rockefeller o Henry
Ford.
Pero el acercarse ingenuamente a donde calienta el sol,
invisibiliza la probabilidad cierta de prenderse fuego.
Cuando uno se hace eco de las máximas egoístas del sistema
de dominio, creyendo estar poniéndose así (conciente o inconcientemente) “bajo
su amparo”, no advierte que lo único que hace es prostituir su entendimiento
con todas las consecuencias que toda prostitución conlleva.
Otra defensa no poco frecuente es la reacción maníaca de
adhesión indiscriminada al optimismo barato.
Es una de las aristas de lo que el coreano llama el paradigma
de la positividad.
Así, por esta vía, el tipo tramita su desesperación (o
tiene la ilusión de estar resistiendo a ésta) perdiendo horas de su día dando
“like” (o “compartir”) a frases edulcoradas sin mucho sentido que incluyen
palabras como “amor”, “libertad”, “alegría”, etc.
Siente un alivio momentáneo al clickear “me gusta” en
alguna de estas “frasesitas” que paulatinamente se va trasformando en un
adicción. Como el bálsamo no dura mucho más de cinco segundos, debe buscar casi
inmediatamente otra frase semejante para “likear” frenéticamente... y así se le
van las horas y los días.
De más está, creo, recalcar lo estéril e idiotizante que
termina siendo esta costumbre cuasi ritual.
Otra arista de este paradigma de la positividad, siguiendo
la lógica del coreano, sería la que, fieles a esta tendencia humana de pasar de
un extremo al otro sin estaciones intermedias, nos llevó a saltar de una actitud
fóbica a todo lo sospechado de diferente y, por lo tanto, peligroso, a una “sobresaturación de lo mismo”.
La cuestión fóbica define el paradigma inmunológico de la
modernidad, la de la indiferenciación, el “paradigma de la positividad” de la tardomodernidad.
Por
miedo a caer en la discriminación hoy devinimos incapaces de identificar el veneno.
Perdimos toda “capacidad inmunológica”.
Porque, como dice el autor, “no hay reacción inmunológica a la obesidad”.
Hoy ya dejó de tener sentido eso de que “te metan gato por
liebre”, porque todo el mundo tiene miedo de que lo acusen de “discriminar al gato”.
Así es que nos tragamos lo que venga con una ingenua
superficialidad barnizada de “alegría”.
La patología de la “obesidad psicológica” está cimentada
justamente en la pérdida del gusto.
Ya no importa la calidad (decir que algo es mejor que otra cosa
es falazmente “intuido” como discriminatorio o “binario”).
La satisfacción, por lo tanto, sólo puede ser buscada por
el exceso, la cantidad.
Dice Han:
“La violencia de la positividad no es privativa sino saturativa; no es exclusiva sino exhaustiva. Por ello, es inaccesible a una percepción inmediata.”
Y luego:
“Tanto la depresión como el TDAH, como el SDO implican un exceso de positividad. Este último significa el colapso del yo que se funde por un sobrecalentamiento que tiene su origen en la sobreabundancia de lo idéntico.”
La “caída de los tabúes”, lejos de “liberar al hombre” lo
precipita en la desesperación de una especie de deber ser voraz. Una "obligación de gozar".
Como “todo se puede”, lo que ahora nos produce angustia no
es “haber hecho algo prohibido” sino “no haber hecho todo lo imaginable”.
“El lamento del individuo depresivo “Nada es posible”, solamente puede manifestarse en una sociedad que cree que “Nada es imposible.”
En vez de sentir la vieja culpa por ceder al goce sentimos culpa por no haber gozado hasta
la extenuación.
El miedo a experimentar los límites devino miedo a no poder
llegar a experimentar más allá de todo límite.
Inútil recalcar que “lo suficiente” no existe dentro de la
lógica de la voracidad.
El cansancio, por lo tanto, surge de la experiencia de que
la compulsión al consumo jamás nos dejará satisfechos.
Según Han, pasamos de la sociedad de la prohibición a la
sociedad del rendimiento.
“A la sociedad disciplinaria todavía la rige el no. Su negatividad genera locos y criminales. La sociedad del rendimiento, por el contrario, produce depresivos y fracasados.”
El deber fue reemplazado por el querer o, como dice Han por
el “poder” del famoso “tú puedes”. Y esto sin otro propósito que el de
maximizar la eficiencia.
“La positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber.”
“El hombre depresivo es aquel animal laborans que se explota a sí mismo, a saber, voluntariamente, sin coacción externa. Es él, al mismo tiempo, verdugo y víctima.”
Es decir, habiendo cedido a una lógica individualista de
“autorrealización” independiente y casi autística.
“La supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad; más bien hace que libertad y coacción coincidan.”
Así entonces la máxima “sé tú mismo” se convirtió en el más
despótico de los mandamientos de todos los tiempos.
Pero decirle a un neurótico (o sea, a la mayoría de las
personas) “sé tú mismo” pasó a ser un
acto de infinita crueldad. Porque no tiene ni la más remota idea de lo que
puede significar tal cosa. Y, si lo intenta, hace cagadas.
Y decírselo a alguien con un Trastorno Límite de la Personalidad es empujarlo al suicidio.
Y decírselo a alguien con un Trastorno Límite de la Personalidad es empujarlo al suicidio.
Como hace ya tiempo dijo Chesterton, “a lo largo de la
historia el poder tuvo que limitar los desbordes de gente que estaba ansiosa
por vivir. Hoy el mayor problema es no saber qué hacer con infinidad de gente
que está ansiosa por morir”.
Y “morir” no es necesariamente literal. Frecuentemente esa
tendencia se expresa en querer anestesiarse... o aturdirse,
que es casi igual.
Y, relacionado con esto, surge el problema de la dispersión
de la atención. La imposibilidad generalizada de centrarse en un tema único
de interés con el objetivo de profundizarlo.
Este zapping atencional muy posibilitado
por las redes sociales, tiene que ver también, según el coreano, con la intolerancia
al aburrimiento. Otra “categoría
diagnóstica” que habría que agregar a la de intolerancia a la frustración
(imperio el capricho) y la incapacidad de postergar la gratificación (saber
esperar).
Parece como que hoy no nos sentimos “adecuadamente vivos”
si no nos estamos divirtiendo (y a, veces, incluso, ni siquiera sentimos que
sea diversión si además no es frenética).
Es interesante que la etimología de diversión apunta justo
a lo contrario de concentración.
Divertirse es diversificarse, dis-traerse, dividirse,
des-enfocarse...
La etimología también contiene el significado de cambiar de rumbo.
Es obvio que alguien que está cambiando de rumbo constantemente tiene serias perspectivas de ponerse a girar en círculos.
La etimología también contiene el significado de cambiar de rumbo.
Es obvio que alguien que está cambiando de rumbo constantemente tiene serias perspectivas de ponerse a girar en círculos.
De esta fobia al aburrimiento surgen también las ideas de
algunos “genios” reformadores de la educación, que pretenden que la misma tiene
que ser divertida.... Cuando “lo divertido” (lo disperso) es
justamente lo que atenta contra la verdadera intensidad y el auténtico
entusiasmo.
La “educación divertida” es justamente la que posibilita
aún más el TDAH.
La cuestión, pues, no sería evitar fóbicamente el
aburrimiento sino enfrentarlo para trascenderlo y hacerlo germinar.
No es difícil ver la superficialidad que conlleva una vida con
atención dispersa (como la que, dicho sea de paso, implica estar “dando like” a
cualquier banner que incluya la
palabra “alegría” con la vana esperanza de que eso me ponga alegre).
Incluso la disponibilidad masiva de contenidos en internet,
siendo en muchos aspectos una bendición, puede producir en alguien genuinamente
interesado en instruirse, un frenesí voraz e irreflexivo (esto último lo digo
por experiencia personal).
Antes, uno se leía un libro completo porque tenía que
esperar a juntar plata para comprar el próximo (aunque fuera usado). Hoy, con
un simple acceso a la web, disponemos de una oferta infinita. Si cedemos a la
voracidad, es muy posible que caigamos en el picoteo estéril sin profundizar en
nada.
Es la famosa paradoja planteada por Elliot de la sabiduría
perdida con el conocimiento y el conocimiento ahogado por la información.
Hay una relación recíproca entre la voracidad, la
incapacidad de atención sostenida y la superficialidad que lleva al sinsentido
y al desaliento.
La hiperactividad, asociada a la “sed de nuevas
experiencias” (porque lo conocido es aburrido) termina siendo otra de las
tendencias que nos precipita en la pérdida de sentido.
Para resaltar que en esa “búsqueda de novedad” sólo se
encuentra “más de lo mismo”, dice Han:
“La pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo que ya existe.”
El nuevo “culto al caos” y al sinsentido (el famoso “sólo existe el devenir” como
interpretación sesgada de lo que dijo Heráclito) se terminó implantando en el
sentido común del hombre de la calle con
un efecto de banalización de toda su existencia.
Vivimos hoy como una “normalización” y masificación de lo que
Kierkegaard dio en llamar la existencia
estética. Es decir, el reino de la
frivolidad.
Al respecto anota Han:
“La moderna pérdida de creencias, que afecta no sólo a Dios y al más allá, sino también a la realidad misma, hace que la vida humana se convierta en algo totalmente efímero. Nunca ha sido tan efímera como ahora. Pero no sólo es efímera, sino también lo es el mundo en cuanto tal. Nada es constante y duradero. Ante esta falta de Ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad.”
(...)
“La desnarrativización general del mundo refuerza la sensación de fugacidad: hace la vida desnuda.”
(...)
“A la vida desnuda, convertida en algo totalmente efímero se reacciona justo con mecanismos como la hiperactividad, la histeria del trabajo y la producción.”
Y sigue, pero tendría que copiar la mayor parte del
libro...
Mejor es invitarlo a usted a que lo lea.
¿Y entonces?
¿Estamos cagados?
La
refertilización del cansancio
Al contrario de lo que quizás, hasta ahora, este artículo
podría llegar a sugerir, el amigo Byung-Chul no es en absoluto un autor
derrotista.
Por eso hacia el final de su libro da una vuelta de rosca a
su perspectiva para diferenciar el cansancio estéril del cansancio fértil.
Antes de eso, no obstante, propone algunas herramientas
prácticas para sustraerse del automatismo.
Para “fertilizar el cansancio”, el coreano recurre a
algunos consejos dados por Nietzsche en “El ocaso de los dioses”.
- Aprender a mirar: Al respecto cita: “acostumbrar al ojo a mirar con calma y paciencia, a dejar que las cosas se acerquen al ojo”. Esto no es, sin embargo, una invitación a la pasividad. Aclara Han: “En lugar de exponer la mirada a merced de los estímulos externos la guía con soberanía”. Esto sería, por ejemplo, apartarse de la propaganda estupidizante y los adoctrinamientos mediáticos para intentar “mirar la realidad por uno mismo”. Desenchufarse de la teta del televisor y el telefonito y levantar la vista a lo que nos rodea que es, en definitiva, donde están los verdaderos otros.
- Aprender a NO reaccionar: Cita a Nietzsche: “No responder inmediatamente a un impulso sino controlar los instintos que inhiben y ponen término a las cosas”. Reaccionar es justo lo contrario a actuar libremente. Relacionado con esto está el consejo siguiente:
- Aprender a decir NO: La hiperactividad es, justamente una aquiescencia (un decir sí sin criterio) a todo estímulo externo al que el sujeto es incapaz de resistir. Este “decir no” sería lo que posibilita, por ejemplo, que uno no se vaya tras todo culo que pasa. En este sentido, decir no, resulta ser más libre que abandonarse a ser arrastrado para donde nos lleve la corriente.
- Permitirse la vacilación: Reintroducir el autocuestionamiento en nuestras acciones más automatizadas aporta libertad a nuestros actos. El automatismo es una esclavitud. Dice Han: “...vacilar es importante para que nuestras acciones no decaigan al nivel del trabajo”. “Es una ilusión pensar que, cuanto más activo uno se vuelve, más libre se es”. Me parece importante recalcar acá que la vacilación a la que se refiere no es lo mismo que la duda del escéptico relativista. Vacilar es preguntarse si lo que estoy por hacer es lo mejor o lo que más me conviene en vistas a la edificación de mí mismo. Implica una concepción global de mi propia vida que tenga en vista mi mejoramiento como ser humano. Esta vacilación constructiva implica poner una cuña en la certeza narcisista destinada sólo a validar el propio capricho. El capricho no vacila. Es impulsividad. La duda relativista, por el contrario, es un tipo de vacilación estéril e inmovilizante que no lleva a ninguna otra parte más que al mismo goce de la duda.
- Cultivar la rabia: Han utiliza este concepto para especificar una actitud trascendente entre los extremos de la ira ciega y la indiferencia también ciega. También la diferencia del enojo difuso, que sería un estado negativo de tibieza intermedia, pero igualmente ciega por carecer de foco. Éste último sería, en mi opinión, el estado más frecuente del depresivo: el descontento por “no se sabe qué”. La rabia, por el contrario, pone el foco en algo concreto y modificable. Implica orientar la atención voluntariamente hacia eventos puntuales que la ameriten, saliéndose así del estado difuso y estéril contra, por ejemplo, “las injusticias del mundo”. Dice Han: “La rabia es una facultad de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo”. “Requiere detenerse en el presente que implica una interrupción”. Se diferencia cualitativamente del enfado permanente y difuso que no enfoca en nada y, por lo tanto, no cambia nada.
En fin...
El proceso de refertilización del cansancio comenzaría
entonces, al menos en una primera instancia, en una toma de control soberana de
nuestra propia atención.
Porque la atención enfocada es lo que nos permite el
desarrollo del entusiasmo.
El
entusiasmo es el estado afectivo humano más pleno de sentido.
Etimológicamente está asociado a la inspiración.
Y la inspiración sólo sucede en las grietas.
En el entre-tiempo que posibilita la tolerancia al aburrimiento y la capacidad
de espera y no reacción.
El entusiasmo sólo puede advenir cuando interrumpimos el
automatismo.
El entusiasmo es el estado emocional que posibilita la
creatividad.
Y la creatividad es la única y verdadera
libertad.
Nadie es libre si no es, a la vez, fértil.
Resumiendo:
Dicho muy sencillamente, el cansancio es estéril cuando nos
aísla, provocando (por la hiperexigencia individualista del tenor de la
“autorrealización” del self made man) un “recalentamiento del yo”.
En cambio el cansancio fértil es el que me acerca al otro (tan
cansado como yo). El que me hace sentarme en la vereda a tomar mate con el
vecino y mirar caer las hojas permitiendo que nos gane el aburrimiento.
Permitiendo el “entre”.
El “entre-tiempo” es la espera atenta que posibilita el
asombro y posibilita también el “entre-nos”.
La fertilización del nosotros.
El cansancio individualista (aislado) es el desaliento y la
desesperación.
El cansancio compartido es lo que fertiliza la amistad.
Porque, sin amistad, no hay plenitud humana.
Nota.
Todas las citas pertenecen al libro “La sociedad del
cansancio”.
Pablo, esta nota me voló la cabeza. Estoy muy de acuerdo con el coreano, me da placer entender que no estoy equivocado y a la vez mucha tristeza. Muy buén análisis el tuyo. Y el blog no tiene desperdicio, es comida gourmet para el profano ambriento como yo. Gracias por dar tanto. Claudius Restarts.
ResponderBorrargracias Daniel
BorrarQue belleza de artículo que nos instruye y construye, gracias por ello.
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