¿Usted se considera a sí mismo una persona eficaz?
“¿Eficaz en qué?”, preguntará la mayoría.
Hay que ser muy narcisista para considerarse eficaz en
todo.
Hay gente, sin embargo, que tiende a ser bastante eficaz (o
hábil) en todas (o la mayoría de) las cuestiones en las que se aplica.
Pero si
uno pone la lupa en su vida, probablemente encontrará que en lo que falla es en
los vínculos más íntimos. Gente muy exitosa en su “vida pública” muy a menudo
no lo es tanto en “la privada”. Por supuesto que, como en todo, habrá alguna
excepción. Pero no creo que sean muchas. Pero a esto voy a llegar más adelante...
“No tiene nada de malo ser ineficaz”, dirá también alguno,
con serios argumentos. Siguiendo el pensamiento de Byung Chul Han, en un
sistema productivista/consumista como el nuestro, ser eficaz puede significar
simplemente “explotarse a sí mismo” hasta ponerse en una situación de estrés
insostenible. El self made man, en este cuadro, sería su propio explotador.
La ineficacia, entonces, partiendo de ese sentimiento, toma
la forma de una especie de boicot. El
tipo, en su afán (quizás inconciente) de protesta, deviene muy eficaz en la ineficacia.
Hay, entonces, una especie de ineficacia intencional (acompañada de
cierto sentimiento de rebeldía) cuya principal motivación es no sentirse un
engranaje del sistema. El problema es que, quizás, en ese proceso de boicot,
termine, también, boicoteándose a sí mismo.
Salvo un neurótico muy alienado, todos reclamamos para
nosotros mismos, en cierta medida, el derecho a ser ineficaces. El derecho a
estar distraídos cada tanto.
Hay, sin embargo, algunas eficacias imprescindibles.
El que no es eficaz para sobrevivir, simplemente se muere.
(O depende extremadamente del cuidado de alguien más).
Y también, claro, está la eficacia (para nada imprescindible) para suicidarse
lentamente. Una especie de “eficacia negativa” que , no obstante, no suele ser
muy conciente ni deliberada.
La famosa “pulsión de muerte” haciendo de las
suyas en lo subterráneo.
Como se va viendo (espero) el concepto es amplio y
controversial.
Parecería, no obstante, que “no se puede vivir” sin cierta
cuota de “eficacia positiva”.
Por vivir en una sociedad orientada preferentemente a la
acción y la producción (al contrario de otras orientales, más orientadas a la
contemplación) nuestra autoestima está bastante atada a la sensación de
eficacia.
Es muy difícil sostener una imagen aceptable de uno mismo
para alguien que siente (u opina) que todo le sale mal... que “no sirve para
nada”.
En el extremo, es algo que se escucha frecuentemente en el
discurso del depresivo: “no sirvo para nada”.
Creo que para cualquiera que opine que el mundo humano es
injusto o inapropiado, la reacción más sana será tener algún impulso por querer
mejorarlo. Cuanto menos, mejorar su ámbito más próximo y familiar (o aquél en el que tenga alcance). Para ello,
tiene que tener en cuenta de alguna forma la noción de eficacia. De lo
contrario, sólo se estaría quejando al pedo. Poniendo todas las culpas afuera y
no tomando responsabilidad por nada.
Es obvio que también está aquél que, ante la misma
comprobación (“el mundo es una mierda”) opta por la respuesta cínica o
hedonista (“a coger que se acaba el mundo”) y pretende desprenderse (aunque sólo
en apariencia) del concepto de eficacia social para deslizarse a la mera
búsqueda de placer.
Lamentablemente para él, tarde o temprano descubrirá que
incluso para eso hace falta alguna forma de eficacia.
Eficacia para conseguir pareja o para conseguir droga o
alcohol “para disfrutarla solo”. Hablando estrictamente, hasta una paja puede
resultar ineficaz.
Ni hablar de que a alguien va a querer culpar si las drogas
no tienen la eficacia esperada o si las pilas del consolador no están
eficazmente cargadas.
Y, sí.... maldito consumismo, ja.
Todo el capitalismo está construido sobre el concepto de
eficacia. Si compramos algo que “promete” hacer tal cosa, queremos,
legítimamente, que haga lo que promete.
Cuando se dice que un cierto sistema político “fracasa”, lo
que se dice realmente es que no fue eficaz.
En resumen, parecería que no hay alguien tan “neutral” como
para no querer eficacia en algo (propio o ajeno).
Como se puede deducir, la eficacia en sí no tiene signo
moral. Hay mentiras eficaces y verdades ineficaces. Hay muy eficaces asesinos
seriales y estafadores masivos de pueblos completos.
Hay, incluso, una especie de ideología nihilista que tiene
tal grado de eficacia que deja a las personas tan desorientadas que ya no saben
de qué agarrarse para volver a encontrar sentido a sus propias vidas.
Así que sí. Si bien la eficacia es algo de lo que vale la
pena preguntarse, también hay que preguntarse lo otro: Eficacia para qué. O,
más exactamente “basada en qué”.
Es decir, cabe preguntarse cada vez, cuál es
el sustento ético de cada eficacia pretendida o lograda.
Porque, como ya señalé, también existe la eficacia del mal.
Pero, como el objeto del mal es la destrucción, a la larga
también se destruye a sí mismo. No es una eficacia perdurable. Es estéril.
Así que no toda eficacia es deseable sólo por el hecho de ser
eficaz.
Decía al principio de aquél que es muy eficaz en sus tareas
pero muy poco en sus vínculos.
Nadie es infalible . Por eso las acciones conjuntas tienen
más posibilidades de ser eficaces que las individuales. Porque unos van
compensando las ineficacias de los otros.
Pero en este caso, no sólo hay que pensar en la eficacia de
la tarea sino en la de los vínculos.
Y cuando pensamos en la acción grupal también es relevante
tener estos dos factores en cuenta.
Ya decía Pichon Riviere que en todo grupo de trabajo hay
dos tipos de orientaciones igualmente importantes. La orientación a la tarea y
la orientación al mantenimiento (es decir, a los vínculos). Si el grupo se
desequilibra en dirección a la tarea es muy probable que se disgregue por daño
en sus vínculos. Mientras que si se dedica en exceso al mantenimiento de los
vínculos, es probable que resulte estéril en su tarea.
Esto diferencia las calidades de la eficacia y también su duración
en el tiempo.
A veces, la eficacia en el corto plazo es la principal
enemiga de la eficacia a largo plazo.
La eficacia individualista termina devorándose a sí misma y
atenta contra la eficacia grupal que es la que puede perdurar en el tiempo.
Entonces la única eficacia que perdura y es fértil, es la
eficacia grupal, con base ética, que construye y que tiene en cuenta no desatender los vínculos.
Es decir, la eficacia del amor.
Es decir, la eficacia del amor.
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