¿Por qué no somos redondos?
¿Qué opinan ustedes? ¿Por qué creen que no somos
redondos?
El filósofo y maestro espiritual Pitágoras decía que el
círculo es la mejor representación posible de Dios. Porque es la figura más
perfecta. Y a nosotros nos han dicho que
fuimos creados a imagen y semejanza de Dios... Entonces ¿por qué no somos
redondos?
Para los que nunca hayan escuchado hablar de este tal
Pitágoras, les cuento que parece que era un tipo bastante soberbio y despreciativo
que quería que todo en el mundo fuera números... en estos días hubiera estado
contento porque eso es lo que justamente consiguió el capitalismo... logró que hasta
las personas mismas seamos números....
Pero bueno, como decía, parece que este tipo era muy
famoso y tenía una especie de escuela a la que querían ir todos, y el tipo no
tenía mucha paciencia con los novatos y era bastante forro para tratarlos. Le
molestaban tanto que cuando entraban a su escuela una de las reglas era que
durante el primer año no los dejaba decir una palabra, sólo escuchar. Y también,
además, los humillaba bastante: “vos sos
peor que una rueda cuadrada -parece que les decía siempre- no vas para atrás ni para adelante”. De
ahí dicen que viene que cuando no sabés algo te dicen que sos un cuadrado.
Como sea, estos “cuadrados” se la pasaban haciendo
cagadas, porque no hablaban pero igual se movían; de hecho los tenían laburando
todo el día. Entre esos laburos uno era
el de cuidar la huerta, que era un terreno rectangular que tenía un aljibe en
una esquina y, cuando tenían que ir a buscar agua, en vez de ir por el borde
del campito, cruzaban por la diagonal pisoteando todas la lechugas.
Para demostrarles que era al pedo que intentaran cortar
camino, una vez Pitágoras los cronometró (con un cronómetro de sol porque no
había otro en esos tiempos) para demostrarles que tardaban lo mismo si iban por
el borde que si iban por entre los surcos pretendiendo cortar camino. De ahí
viene eso de que un cuadrado por la
hipotenusa da lo mismo que un cuadrado por los catetos (chiste idiota para
entendidos, ¿vio?).
Hay otras cosas para decir acerca de esto del camino
largo y el camino corto, pero las voy a dejar para más adelante.
Como sea, parece que este Pitágoras, a la noche cuando
rezaba por sus discípulos, decía: “Señor (éste sería Zeus, me imagino, o alguno
de esos otros dioses griegos), hacelos menos cuadrados... redeondeales las
puntas” y de ahí se le ocurrió la idea de que Dios quizás era redondo.
De todas formas esto de los discípulos cuadrados no fue
un problema exclusivo de Pitágoras... Todos los maestros espirituales tuvieron
el mismo problema. Después vamos a ver como se las arregló otro con esta misma cuestión.
Pero no perdamos el hilo.
¿Por qué no somos redondos?
¿Será que Dios se equivocó al hacernos tan irregulares?
Pensemos... ¿que problemas tendríamos si fuéramos
redondos?
Si fuéramos redondos sería mucho más fácil ir cuesta
abajo que ir cuesta arriba. Tampoco podríamos agarrarnos de nada cuando nos
resbalamos o caemos.
El narcisista es un ser redondo (en su propia opinión, claro). Cree que no le falta
nada, no percibe sus huecos, los completa imaginariamente. Es completamente
“resbaloso”, no le entra una bala, se dice.
Si bien el ser humano tiene cierta inclinación a buscar
la perfección, hay muchas formas
equivocadas de interpretar esto y, a veces, se interpreta mal. Algunos creen que
hay que ser completamente puro (redondo) para sentirse “realizado”, cuando la
verdad es lo opuesto. Hay que ir desnudo... con todos los agujeros a la vista. Todas las bienaventuranzas afirman esto: los
pobres, los ciegos, los defectuosos, etc. son los que sirven para “el paraíso
terrenal”. Es decir, los que se perciben como son: incompletos.
Repito, entonces, por si quedaron dudas: ser
perfecto no es ser redondo, es ser perfectamente uno mismo. Es decir, único.
Y esto es en parte algo dado (nuestros “talentos innatos”)
pero también algo a desarrollar (ya que esos talentos los tenemos en potencia,
si no nos esforzamos por desarrollarlos quedan estériles, muertos).
Porque el mundo humano es como un gran rompecabezas.
Y todos sabemos que un rompecabezas con todas piezas cuadradas es un embole y
uno con todas piezas redondas es directamente imposible. Un buen rompecabezas es
aquel en que todas las piezas son distintas: los agujeros o carencias de unas
son llenadas por las protuberancias o los excesos de otras (que a su vez tienen
agujeros en otros costados).
Y ahí está
la sutil diferencia. No estamos llamados a ser el Todo sino a ser una parte funcional del Todo; hay un
agujero en ese rompecabezas que sólo puede ser ocupado por cada uno de nosotros
y si no, queda vacío. No hay piezas de repuesto para eso. Y cualquier pieza que
quiera ser igual a otra (que imite a otra) no va a poder cumplir bien su
función, no va a encajar en su agujero.
Pero ¿cómo carajo hago para descubrir mi exacto agujero? -se preguntará alguno- ¿y si me meto en el de otro? ¿cómo sé cuáles son mis talentos? Después vamos a seguir un poquito más con eso de los talentos, pero primero tenemos que aclarar algunas cosas.
Pero ¿cómo carajo hago para descubrir mi exacto agujero? -se preguntará alguno- ¿y si me meto en el de otro? ¿cómo sé cuáles son mis talentos? Después vamos a seguir un poquito más con eso de los talentos, pero primero tenemos que aclarar algunas cosas.
También cabe explicitar que cuando hablo de “Todo”, no me refiero al Universo.
Me refiero al Todo social, o el Todo cultural, o el Todo grupal del que cada cual, quiéralo o no, forma parte.
Me refiero al Todo social, o el Todo cultural, o el Todo grupal del que cada cual, quiéralo o no, forma parte.
Ahora, resulta ser que ese “todo” (al que Pitágoras llama
“Dios”) tampoco es un círculo.
También es un cuerpo.
También es un cuerpo.
¿Y que podemos decir de un cuerpo?
Pensemos...
Que está vivo (si no, es un cadáver, y a la larga se
deshace)...
Que es un conjunto de órganos y células...
Que ese conjunto está organizado de cierta manera para cumplir una función...
Que esa organización es, de algún modo, jerárquica (unas partes están subordinadas a las otras)...
Que está en el tiempo, que tiene una historia propia y particular.
Y seguro que a ustedes se les ocurrirán varias cosas más pero con éstas nos alcanza por ahora para abordar la idea.
Que es un conjunto de órganos y células...
Que ese conjunto está organizado de cierta manera para cumplir una función...
Que esa organización es, de algún modo, jerárquica (unas partes están subordinadas a las otras)...
Que está en el tiempo, que tiene una historia propia y particular.
Y seguro que a ustedes se les ocurrirán varias cosas más pero con éstas nos alcanza por ahora para abordar la idea.
Pensemos...
Pensemos en las células de un cuerpo, por ejemplo.
Hay algunas que son bastante redonditas ¿no?
Hay algunas que son bastante redonditas ¿no?
Pero hay otras, sin embargo, que son extremadamente deformes:
Las primeras tienen una corta vida. Se recambian todas en
un período máximo de siete años. Si se te mueren muchas de las segundas quedás
hecho un tarado.
Se llaman neuronas.
¿Qué podemos concluir de esto?
Que, cuanto más deformado, más imprescindible sos.
No obstante esto, es necesario aclarar que ninguna
neurona por sí misma es imprescindible. Funcionan en red y, si alguna falla,
otra la reemplaza. Su cometido esencial es la comunicación. Recibir y
pasar información (o algún otro tipo de estímulo energético).
Así que esas células redonditas vienen a ser como los
ladrillos del cuerpo, son más bien material “pasivo”, aportan estructura, por
decirlo de alguna forma. Mientras que las otras, las neuronas, son las que
aportan dinamismo, movimiento, sensibilidad, pensamiento y, en definitiva, todo
lo que usualmente llamamos vida. No es que las otras no estén vivas, vivo está
todo, hasta los huesos. Pero, muy groseramente, y para que sirva de metáfora, las
dividimos ahora de esta manera.
Están entonces los ladrillos (habitualmente
cuadrados aunque en este caso redondos) que son las células somáticas y que para
este ejemplo vamos a suponer que son relativamente pasivas, y están las
cañerías, los cables y todo eso que lleva energía de un lado para otro, que en
este ejemplo serían las neuronas.
Algunos creen que las neuronas están sólo en el cerebro.
Es un error común. Pero las neuronas están por todo el cuerpo. Son lo que
comúnmente llamamos nervios. Aprétense el dedo gordo del pie. Si lo sienten es
porque hasta ahí llega una neurona. Las neuronas son las encargadas de sentir,
todo lo que sentimos y de mover todo lo que se mueve en el cuerpo desde una
mano hasta el latido del corazón y la respiración. En cierto sentido, la vida y
la organización del cuerpo depende de las neuronas.
Haciendo una analogía un poco estrafalaria, podríamos
decir que un cuerpo humano es algo así
como Dios para sus células. Es la
totalidad de la que éstas forman parte. Las células somáticas, dijimos, mueren
rápidamente. Las neuronas, por otra
parte, en este contexto, son eternas. Viven lo que vive el cuerpo (salvo en
casos de Alzheimer, ACV u otras enfermedades degenerativas o accidentes). El
buen funcionamiento del cuerpo, depende, por lo tanto, de la vitalidad de sus
neuronas. Si vamos a hablar estrictamente, tenemos que puntualizar que la
analogía no es exacta porque Dios es más que un cuerpo (de lo contrario
caeríamos en una especie de inmanentismo) y no depende de nada. Pero, en cuanto
a su influencia en el mundo sí, se podría decir que Dios (el cuerpo) “depende” de sus
neuronas. De las acciones únicas y originales y creativas (y, por lo tanto, relativamente
“libres”) de cada una de ellas.
Ahora bien, esto no es una clase de biología (y menos de teología), conservemos
la idea de que estamos haciendo una analogía.
En el cuerpo social,
en el ambiente en que vivimos, estaría bueno preguntarse qué somos cada uno de
nosotros:
¿Somos ladrillo o somos neurona?
¿Somos los que mueven a otros o somos los que necesitan ser movidos?
Bueno, eso también está hasta cierto punto dentro de la libertad de cada uno. Y para eso no hay que ser tan redondito (ni tan cuadrado, según Pitágoras).
¿Somos ladrillo o somos neurona?
¿Somos los que mueven a otros o somos los que necesitan ser movidos?
Bueno, eso también está hasta cierto punto dentro de la libertad de cada uno. Y para eso no hay que ser tan redondito (ni tan cuadrado, según Pitágoras).
Hay que ser, más bien como la pieza de un rompecabezas: irregular.
Con este dibujito alguno podría pensar que se trata de
meter la propia cabeza en el culo de otro (y algunos lo llevan a la práctica
tal cual, les gusta andar oliendo los pedos ajenos) pero ésta no viene a ser la
idea que queremos comunicar.
Este diagrama me trae a la mente otro que representa la
idea que muchos tienen con relación a la justicia. De qué es lo justo.
Sería algo así:
Igualdad absoluta y cada cual en su cuadradito.
Cuando la
justicia más elevada consiste justamente en lo de más arriba, entrometerse en
el territorio del otro y dejar que el otro avance sobre el propio.
Eso es comunidad,
lo otro, la cuadrícula, se parece más a
una cárcel. Uno representa algo vivo, el otro algo muerto, estático,
inmodificable.
Entonces, decir que la sociedad es un cuerpo, es justamente eso: decir
que está viva y en constante transformación por influencia recíproca de sus componentes internos.
Pero no podemos dejar pasar, ya que nos metimos en este
brete, el hecho de que no toda deformación es buena (o útil, por decirlo de
alguna manera). Hay deformaciones “buenas” y deformaciones “malas”...
Volvamos al esquema de la cuadrícula. Si ésta
representara una justicia perfecta (platónica, por así decir) en la que cada
cual se queda en su cuadradito, los egoístas, los ambiciosos, los mezquinos, los
prepotentes, serían los que más tendencia tendrían a avanzar sobre el
territorios de los que tienen alrededor, sin ceder nada del propio. Serían la deformación del tipo hinchazón por
decirlo de algún modo (la tristemente célebre hinchazón del ego). Incluso, de
tan hinchados hasta pueden llegar a ser redondos (los narcisistas de los que
hablábamos al principio).
Y si algún pobre diablo tiene la desgracia de quedar
justo rodeado de este tipo de egoístas, su situación sería más o menos así:
Paradójicamente, este chiquitín (aplastado, humillado,
deformado) es el que está salvando al mundo. Si se pusiera a empujar para afuera
reclamando su lugar, el mundo estallaría en pedazos. Pero no estoy diciendo que
eso “tenga que quedar así” (me adelanto por las dudas a las interpretaciones
sesgadas; siga leyendo, si todavía no lo entiende, no saque conclusiones
apresuradas).
De todas formas es necesario aclarar que esto es algo
bastante esquemático y simplificado. Porque en la realidad todos somos un poco
de uno y un poco de otro, alternativamente o incluso al mismo tiempo. Por eso
el de la ficha de puzzle es el diagrama que más fielmente corresponde a lo que
realmente somos la mayoría de los humanos. Una cosa bastante irregular y
deformada.
Es bueno estar dispuesto a aceptar, cuando nos miramos a
nosotros mismos, que aun los motivos que tendemos a considerar como más “puros”
suelen estar contaminados por alguna clase de deformación, por lo general del
tipo de la vanidad.
Es bueno saber que cualquier bien que hagamos, tarde o
temprano va a ser capitalizado por la propia vanidad que se va a querer jactar
del bien realizado. Atormentarse con eso no puede conducir a nada bueno.
Incluso puede ocasionar que terminemos no haciendo nada para no sentirnos vanidosos
por lo que está bien hecho. La vanidad,
es la más común de las “deformidades” y todos la cultivamos junto a nuestros talentos.
Me parece que no queda otra. Hay que aceptarlo. También para no indignarse
tanto con la vanidad de los demás. Porque en definitiva, en este terreno
humano, la verdad es que no hay motivos puros, todos tienen algo de vanidad.
En fin, ya me fui otra vez bastante por las ramas.
Lo que venía diciendo es que podríamos concebir a los “deformados”
como el sistema nervioso de una sociedad, lo que la “anima” internamente.
Entonces, ser “deforme” (para cada uno de nosotros en particular) sería como
ser neurona: activos, comunicados y organizados en red, con un propósito global y
coherente.
Ahora, es cierto que deformados somos todos. Pero muchos
se siguen comportando como ladrillos. ¿Son necesarios los ladrillos? Sí, lo
son. Pero más interesante es ser neurona. Para ser honesto, no sé si todos
podemos serlo. Pero sin duda que para vivir, es mucho más entretenido. De eso se
trata, en cierta forma esa cosa rara que llaman realización.
Otra cosa importante para pensar es el cuerpo social como
institución.
Es bastante común que cuando uno piense en una
institución piense en algo frío y rígido con reglamentos, leyes, ordenanzas,
rituales y una fuerte cadena de mando. Y algo de eso hay. Hay un tipo de personas
que tiene la manía de institucionalizar todas las cosas, de reglamentar cada
mínimo aspecto de la vida y, lamentablemente, con mucha frecuencia, se
privilegia la ley por sobre las personas. Es decir, las leyes están bien, siempre que
sirvan para la promoción humana, no para su alienación.
No se me malentienda. En estos tiempos en los que tantas
personas abogan por un retorno a la animalidad y lo instintivo no está de más
enfatizar lo esencial que son las instituciones para el desarrollo humano. El
naturalismo extremo, que cree que el ser humano sería más feliz saltando en
pelotas (o en tetas, cualquier cosa que rebote) en medio de la selva, como un
mono, pierde de vista la esencia cultural del hombre y lo
imprescindible que es para éste adherirse a un orden social superior a sí
mismo. Y la primera institución y en la que se apoyan todas las demás es la
institución de la Palabra (tan omnipresente que alguno ni la perciben como
tal). Cuando la palabra se hizo carne, se creó un ser completamente distinto
que no es ni animal ni ángel: el ser humano. Un bicho anfibio, mezcla de tierra
y cielo, la obra magna de Dios. Pero el ser humano alcanza su plenificación
cuando funde su libertad en la de ese otro ser, todavía más abstracto y difícil
de aprehender que es el ser social.
Entonces,
resumiendo, convertirse en humano (sí, porque nacemos como proyecto, no
como “cosa hecha”) es un constante proceso que consta de dos transformaciones
aparentemente opuestas pero, en realidad, complementarias: la individuación
(ser uno mismo) y la solidarización: el “olvido de sí”
(en el sentido de superar, aunque sea en parte, el egoísmo) que es lo que
permite una verdadera comunicación
(encajar con los demás de una manera “orgánica”).
Quiero insistir un poco con esto de la individuación
porque me parece que es algo que no se tiene lo suficientemente presente cuando
se argumenta, con razón, en contra del individualismo. Pero por otro lado no
hay que menospreciar el peligro de que muchos lo perciban como una invitación
al adocenamiento y masificación (tanto porque se rebelen y no quieran seguir
escuchando nada más, como de que lo acepten y crean que ser “bueno” consiste en
alguna forma perversa de alienación). Porque también es cierto que la mejor
forma que voy a encontrar de ser humano (y, estrictamente hablando, la única
verdadera) es mi manera que, cuanto
más humano me vuelva, más original y única va a ser. Basta con mirar a los grandes
personajes promotores de la humanidad para comprobar que hay innumerables
maneras de ser plenamente humano. Ninguno se parece en nada a los demás.
Justamente diría que lo que los convirtió en grandes fue, entre otras cosas,
esta capacidad de ser únicos.
Por eso es tan importante eso del autoconocimiento. El
examen de conciencia, cuando es realizado de manera sana, y no con el fin de
autoflagelarse, es la vía regia para el profundo conocimiento de sí mismo. Por
eso, también, más que centrarlo en los defectos (que en definitiva cuando más
atención les prestamos, paradójicamente, más los fortalecemos) en lo que
tenemos que centrarnos es en esos talentos potenciales que somos llamados a
desarrollar.
Por las dudas aclaro que no estoy diciendo que haya que hacerse el
boludo con los propios defectos y mucho menos justificarlos. El hecho de
mirarlos y tomar responsabilidad por ellos es esencial. Pero el que se
obsesiona con sus defectos, pierde toda la energía disponible para desarrollar
sus virtudes. Nuestra capacidad de atención es limitada. Por eso tenemos que
seleccionar muy bien en qué gastarla.
Además, el estar constantemente pendiente de los propios defectos
(y aún andar exhibiéndolos sin pudor ante los otros), es otra forma de
narcisismo. “No hay nadie más pecador que yo” me dijo uno una vez, sin advertir
el sentimiento de superioridad que subyacía a sus palabras. La vanidad está en
todas partes, decíamos más arriba. Una no poco frecuente es la vanidad del humillado. Y ésa es
bastante peligrosa porque es muy difícil de ver.
Historizar mi vida (esto es, encontrarle un sentido), es
parte del proceso que me va a ir llevando progresivamente a esa individuación
que llamamos humanidad.
El otro aspecto es el que llamamos solidarización.
Reconocer que no soy una isla, que no estoy aislado, que dependo de los demás
tanto como los demás dependen también de mí. Por contradictorio que parezca con
lo que venimos diciendo, la solidarización no sólo tiene que ver con comunicarse
eficazmente con los que tenemos alrededor, sino con tener una clara noción de
que un cuerpo tiene una organización. Cualquier neurona del cuerpo tiene un
lugar específico asignado y una especificidad afín a ese lugar, no es lo mismo
una neurona del ojo que una de los riñones o una del culo. Todas son
esenciales, pero si una se quiere poner a hacer el trabajo de la otra, algo va
a empezar a funcionar mal. Por eso es imprescindible conocerse para poder ser solidario.
Porque si me quiero poner a hacer aquello de lo que no soy capaz, voy a
desequilibrar todo el sistema. Como las neuronas forman una especie de cadena y
los mensajes fluyen siempre en una sola y misma dirección, uno tiene que tener
muy claro de quienes recibe y a quienes emite, si quiere empezar a emitir para
el lado equivocado, otra vez, todo el sistema puede colapsar. Como esto tiene
estrecha relación con aprender y enseñar lo vamos a tratar con más detenimiento
en otra charla. Baste decir acá, que una neurona, cuando transmite información,
engorda, se robustece. Si permanece inactiva, se va secando hasta que muere. Y no sólo muere ella, sino que produce una interrupción para las que vienen después.
Para pensar...
.............
A lo largo de la charla fuimos dejando algunos cabos
sueltos que vamos a tener que tratar de anudar ahora. Uno era este de descubrir
los propios talentos, otro era esta cuestión de los tipos de caminos y otro
cómo trataba otro conocido “maestro espiritual”, Jesús, a estos discípulos del tipo
que Pitágoras
llamaba cuadrados. Todas tienen que ver, de alguna manera.
El camino más corto es el más transitado.
Pero por eso
mismo es el que tiene más baches.
Muchas veces en la vida nos vemos tentados de
cortar camino y terminamos atrancados en algún pozo.
Dicen que en argentina el
único que maneja derecho es el borracho, porque está tan distraído que va agarrando todos los pozos. Los argentinos,
por la naturaleza misma del país en el que nos tocó vivir (y del que por
supuesto todos somos (aunque en distinta medida) responsables) estamos
acostumbrados a manejar sinuosamente, esquivando baches. Y a tener que buscar
caminos alternativos cuando las calles están cortadas. Por eso es que
insistimos tantas veces en que lo “recto” no necesariamente es lo mejor.
Creo
que es bueno sacarse ese prejuicio de que porque todos lo hacen debe ser lo
mejor. A veces el camino mejor para uno mismo es uno por el que no va nadie. Un
camino sinuoso y estrecho que sólo transita uno.
Ancho es el camino que lleva a
la perdición, dijo el más humano de los hombres.
Y es el que la mayoría
transita.
Tener en cuenta ese dato puede ser un buen ejercicio en un principio.
Cuando todo el mundo parece estar seguro de que hay que ir por determinado
camino, eso debería servirnos de alerta y ponernos a mirar más detenidamente a
dónde lleva.
Con esto no estoy diciendo que hagamos como ese inglés que se fue
al continente con su auto y se metió a la autopista por el carril contrario,
por no saber que las leyes de tránsito eran distintas que en su país y cuando
escuchó por la radio que tengan cuidado que había un loco conduciendo en
contramano por la autopista dijo “qué uno, miles”.
A veces en la vida de hoy muchos nos podemos
sentir así, como nadando contra la corriente, con todo el cansancio que eso
representa, y solemos estar tentados a decir “ma sí”, y dejarnos arrastrar.
Otros, por el contrario, se ponen necios y arremeten a contramano sin
importarles nada y terminan lastimándose a sí mismos y a los demás, perdiendo
con eso, también, de vista lo esencial: que estamos llamados a
transformar constructivamente y no a destruir la vida de nadie.
A veces, cuando
uno siente que está en una situación como la de este inglés, tiene que tratar
de salir del embotellamiento. Al menos correrse a la banquina. No empecinarse en
que está en lo cierto a toda costa ni autoconvencerse de que no lo está y
volver a dar la vuelta para seguir a la manada. Tiene que buscar algún camino
alternativo.
Hoy el mundo parece estar yéndose al carajo, pero no hay
que perder nunca de vista que sigue siendo el único que tenemos. Y nos toca a
nosotros ahora buscar la forma de sanarlo.
Y ahí viene entonces esta cuestión de los talentos que ya miramos
antes. Desarrollar mis talentos particulares es mi camino, que sin duda va a
ser distinto al de los demás. Mansos como palomas y astutos como serpientes, aconsejó
uno alguna vez. Las serpientes no van en
línea recta. Van haciendo eses. Para este tema no hay recetas universales, sin
embargo sí podemos encontrar algunas pistas y técnicas para encontrar la forma
que más se adapta a nuestra medida.
Por eso, un consejo sería: amíguense
con el camino largo, con el camino sinuoso.
El camino recto, el “atajo”
es para los giles que se creen vivos. Es como el “llame ya”: una trampa para
los impulsivos y los ansiosos, pero sin resultados duraderos. Como los discípulos de Pitágoras, por querer cortar camino, uno puede terminar matando un montón de "lechugas".
Y para terminar nos queda esta cuestión de qué hacer con
los cuadrados. Con los bestias.
Este tal
Jesús, dicen, fundó una Iglesia. Y eso quedó documentado cuando dijo: “Tú eres Pedro y sobre ésta piedra
construiré mi Iglesia”. Hay varias
cosas para reflexionar en esta frase. Pero lo importante es que tenía
perfectamente claro nuestra imperfección, nuestra “cuadradez”. A Pedro lo trató de cascote, tal como
Pitágoras trataba a sus discípulos de cuadrados. Hoy decimos “sos de madera”
cuando alguien es duro. A Pedro le dijo más, “sos de piedra”, le dijo. Más duro
que la madera.
Algunos creen que “ser bueno” es volverse ciego a los
defectos ajenos. Acá vemos que mejor que volverse ciego es ser creativo y
ponerse a ver para qué sirven, sobre todo para qué le sirven al mismo portador
de tales defectos, de qué manera pueden ser combustible para su propia humanización.
Esto está bueno para volver sobre ello. ¿Somos completamente humanos? ¿O somos
medio animales, o medio plantas, o medio piedras? Es importante mirarse para
saber qué prevalece más en nuestra persona.
Pero quizás algunos estén tentados
de verlo más por el lado de la culpa. “Soy una piedra, no tengo sentimientos”
es, por ejemplo, algo que se escucha a veces. La cosa es que hasta las piedras tienen
algo bueno: su solidez, su perseverancia en el tiempo... Esto es lo que hizo
Jesús con Pedro.
Transformar nuestros defectos en virtudes y nuestras
debilidades en fortalezas es lo que nos vuelve humanos. No desconocer la propia
“naturaleza”, sino darle un sentido trascendente, es decir, social. De nuestra parte, lo que hace falta es una
gran honestidad.
No querer ser (y mucho menos parecer) lo que no soy.
La idea de comunidad de
Jesús era comer y tomar vino con amigos. Y los amigos eran los cascotes, las
putas, los ladrones, los marginales. No soportaba a los que se creían buenos.
Siempre prefirió al que aceptó su propia herida y la puso al servicio de la
comunidad, de los amigos.
Y así los hizo humanos.
Por eso, la "sanación" no es volverse diferente a lo que uno es.
No es "limar la deformidad". Es comprender para qué sirve. Para qué está ahí.
Y ponerla a trabajar.
Quien quiera oír que oiga.
Pablo Berraud
No puedo estar más de acuerdo.
ResponderBorrargracias Nicoletta
BorrarExcelente,un halago a la diversidad humana.
ResponderBorrargracias Claudia
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