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De la vocación vincular del ser humano.





¿Por qué no somos redondos?
¿Qué opinan ustedes? ¿Por qué creen que no somos redondos?

El filósofo y maestro espiritual Pitágoras decía que el círculo es la mejor representación posible de Dios. Porque es la figura más perfecta.  Y a nosotros nos han dicho que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios... Entonces ¿por qué no somos redondos?

Para los que nunca hayan escuchado hablar de este tal Pitágoras, les cuento que parece que era un tipo bastante soberbio y despreciativo que quería que todo en el mundo fuera números... en estos días hubiera estado contento porque eso es lo que justamente consiguió el capitalismo... logró que hasta las personas mismas seamos números....

Pero bueno, como decía, parece que este tipo era muy famoso y tenía una especie de escuela a la que querían ir todos, y el tipo no tenía mucha paciencia con los novatos y era bastante forro para tratarlos. Le molestaban tanto que cuando entraban a su escuela una de las reglas era que durante el primer año no los dejaba decir una palabra, sólo escuchar. Y también, además, los humillaba bastante: “vos sos peor que una rueda cuadrada -parece que les decía siempre- no vas para atrás ni para adelante”. De ahí dicen que viene que cuando no sabés algo te dicen que sos un cuadrado.



Como sea, estos “cuadrados” se la pasaban haciendo cagadas, porque no hablaban pero igual se movían; de hecho los tenían laburando todo el día.  Entre esos laburos uno era el de cuidar la huerta, que era un terreno rectangular que tenía un aljibe en una esquina y, cuando tenían que ir a buscar agua, en vez de ir por el borde del campito, cruzaban por la diagonal pisoteando todas la lechugas.
Para demostrarles que era al pedo que intentaran cortar camino, una vez Pitágoras los cronometró (con un cronómetro de sol porque no había otro en esos tiempos) para demostrarles que tardaban lo mismo si iban por el borde que si iban por entre los surcos pretendiendo cortar camino. De ahí viene eso de que un cuadrado por la hipotenusa da lo mismo que un cuadrado por los catetos (chiste idiota para entendidos, ¿vio?).



Hay otras cosas para decir acerca de esto del camino largo y el camino corto, pero las voy a dejar para más adelante.
Como sea, parece que este Pitágoras, a la noche cuando rezaba por sus discípulos, decía: “Señor (éste sería Zeus, me imagino, o alguno de esos otros dioses griegos), hacelos menos cuadrados... redeondeales las puntas” y de ahí se le ocurrió la idea de que Dios quizás era redondo.
De todas formas esto de los discípulos cuadrados no fue un problema exclusivo de Pitágoras... Todos los maestros espirituales tuvieron el mismo problema. Después vamos a ver como se las arregló otro con esta misma cuestión.

Pero no perdamos el hilo.
¿Por qué no somos redondos?
¿Será que Dios se equivocó al hacernos tan irregulares?
Pensemos... ¿que problemas tendríamos si fuéramos redondos?
Si fuéramos redondos sería mucho más fácil ir cuesta abajo que ir cuesta arriba. Tampoco podríamos agarrarnos de nada cuando nos resbalamos o caemos.
El narcisista es un ser redondo (en su propia opinión, claro). Cree que no le falta nada, no percibe sus huecos, los completa imaginariamente. Es completamente “resbaloso”, no le entra una bala, se dice.
Si bien el ser humano tiene cierta inclinación a buscar la  perfección, hay muchas formas equivocadas de interpretar esto y, a veces, se interpreta mal. Algunos creen que hay que ser completamente puro (redondo) para sentirse “realizado”, cuando la verdad es lo opuesto. Hay que ir desnudo... con todos los agujeros a la vista.  Todas las bienaventuranzas afirman esto: los pobres, los ciegos, los defectuosos, etc. son los que sirven para “el paraíso terrenal”. Es decir, los que se perciben como son: incompletos.

Repito, entonces, por si quedaron dudas: ser perfecto no es ser redondo, es ser perfectamente uno mismo. Es decir, único.
Y esto es en parte algo dado (nuestros “talentos innatos”) pero también algo a desarrollar (ya que esos talentos los tenemos en potencia, si no nos esforzamos por desarrollarlos quedan estériles, muertos).
Porque el mundo humano es como un gran rompecabezas. Y todos sabemos que un rompecabezas con todas piezas cuadradas es un embole y uno con todas piezas redondas es directamente imposible. Un buen rompecabezas es aquel en que todas las piezas son distintas: los agujeros o carencias de unas son llenadas por las protuberancias o los excesos de otras (que a su vez tienen agujeros en otros costados).  



Y ahí está la sutil diferencia. No estamos llamados a ser el Todo  sino a ser una parte funcional del Todo; hay un agujero en ese rompecabezas que sólo puede ser ocupado por cada uno de nosotros y si no, queda vacío. No hay piezas de repuesto para eso. Y cualquier pieza que quiera ser igual a otra (que imite a otra) no va a poder cumplir bien su función, no va a encajar en su agujero. 
Pero ¿cómo carajo hago para descubrir mi exacto agujero? -se preguntará alguno- ¿y si me meto en el de otro? ¿cómo sé cuáles son mis talentos? Después vamos a seguir un poquito más con eso de los talentos, pero primero tenemos que aclarar algunas cosas.
También cabe explicitar que cuando hablo de “Todo”, no me refiero al Universo. 
Me refiero al Todo social, o el Todo cultural, o el Todo grupal del que cada cual, quiéralo o no, forma parte.
Ahora, resulta ser que ese “todo” (al que Pitágoras llama “Dios”) tampoco es un círculo. 
También es un cuerpo.

¿Y que podemos decir de un cuerpo?
Pensemos...
Que está vivo (si no, es un cadáver, y a la larga se deshace)... 
Que es un conjunto de órganos y células... 
Que ese conjunto está  organizado de cierta manera para cumplir una función...  
Que esa organización es, de algún modo, jerárquica (unas partes están subordinadas a las otras)...  
Que está en el tiempo, que tiene una historia propia y particular. 
Y seguro que a ustedes se les ocurrirán varias cosas más pero con éstas nos alcanza por ahora para abordar la idea.

Pensemos...
Pensemos en las células de un cuerpo, por ejemplo. 
Hay algunas que son bastante redonditas ¿no?



Pero hay otras, sin embargo, que son extremadamente deformes:




Las primeras tienen una corta vida. Se recambian todas en un período máximo de siete años. Si se te mueren muchas de las segundas quedás hecho un tarado. 
Se llaman neuronas.
¿Qué podemos concluir de esto?
Que, cuanto más deformado, más imprescindible sos.

No obstante esto, es necesario aclarar que ninguna neurona por sí misma es imprescindible. Funcionan en red y, si alguna falla, otra la reemplaza. Su cometido esencial es la comunicación. Recibir y pasar información (o algún otro tipo de estímulo energético).

Así que esas células redonditas vienen a ser como los ladrillos del cuerpo, son más bien material “pasivo”, aportan estructura, por decirlo de alguna forma. Mientras que las otras, las neuronas, son las que aportan dinamismo, movimiento, sensibilidad, pensamiento y, en definitiva, todo lo que usualmente llamamos vida. No es que las otras no estén vivas, vivo está todo, hasta los huesos. Pero, muy groseramente, y para que sirva de metáfora, las dividimos ahora de esta manera. 
Están entonces los ladrillos (habitualmente cuadrados aunque en este caso redondos) que son las células somáticas y que para este ejemplo vamos a suponer que son relativamente pasivas, y están las cañerías, los cables y todo eso que lleva energía de un lado para otro, que en este ejemplo serían las neuronas.
Algunos creen que las neuronas están sólo en el cerebro. Es un error común. Pero las neuronas están por todo el cuerpo. Son lo que comúnmente llamamos nervios. Aprétense el dedo gordo del pie. Si lo sienten es porque hasta ahí llega una neurona. Las neuronas son las encargadas de sentir, todo lo que sentimos y de mover todo lo que se mueve en el cuerpo desde una mano hasta el latido del corazón y la respiración. En cierto sentido, la vida y la organización del cuerpo depende de las neuronas.

Haciendo una analogía un poco estrafalaria, podríamos decir que un cuerpo humano es algo así  como Dios para sus células.  Es la totalidad de la que éstas forman parte. Las células somáticas, dijimos, mueren rápidamente.  Las neuronas, por otra parte, en este contexto, son eternas. Viven lo que vive el cuerpo (salvo en casos de Alzheimer, ACV u otras enfermedades degenerativas o accidentes). El buen funcionamiento del cuerpo, depende, por lo tanto, de la vitalidad de sus neuronas. Si vamos a hablar estrictamente, tenemos que puntualizar que la analogía no es exacta porque Dios es más que un cuerpo (de lo contrario caeríamos en una especie de inmanentismo) y no depende de nada. Pero, en cuanto a su influencia en el mundo sí, se podría decir que Dios (el cuerpo) “depende” de sus neuronas. De las acciones únicas y originales y creativas (y, por lo tanto, relativamente “libres”) de cada una de ellas. 

Ahora bien, esto no es una clase de biología (y menos de teología), conservemos la idea de que estamos haciendo una analogía.  
En el cuerpo social, en el ambiente en que vivimos, estaría bueno preguntarse qué somos cada uno de nosotros: 
¿Somos ladrillo o somos neurona? 
¿Somos los que mueven a otros o somos los que necesitan ser movidos? 

Bueno, eso también está hasta cierto punto dentro de la libertad de cada uno. Y para eso no hay que ser tan redondito (ni tan cuadrado, según Pitágoras).
Hay que ser, más bien como la pieza de un rompecabezas: irregular.



Con este dibujito alguno podría pensar que se trata de meter la propia cabeza en el culo de otro (y algunos lo llevan a la práctica tal cual, les gusta andar oliendo los pedos ajenos) pero ésta no viene a ser la idea que queremos comunicar.

Este diagrama me trae a la mente otro que representa la idea que muchos tienen con relación a la justicia. De qué es lo justo.
Sería algo así:



Igualdad absoluta y cada cual en su cuadradito. 
Cuando la justicia más elevada consiste justamente en lo de más arriba, entrometerse en el territorio del otro y dejar que el otro avance sobre el propio
Eso es comunidad, lo otro, la cuadrícula,  se parece más a una cárcel. Uno representa algo vivo, el otro algo muerto, estático, inmodificable. 
Entonces, decir que la sociedad es un cuerpo, es justamente eso: decir que está viva y en constante transformación por influencia recíproca de sus componentes internos.

Pero no podemos dejar pasar, ya que nos metimos en este brete, el hecho de que no toda deformación es buena (o útil, por decirlo de alguna manera). Hay deformaciones “buenas” y deformaciones “malas”...
Volvamos al esquema de la cuadrícula. Si ésta representara una justicia perfecta (platónica, por así decir) en la que cada cual se queda en su cuadradito, los egoístas, los ambiciosos, los mezquinos, los prepotentes, serían los que más tendencia tendrían a avanzar sobre el territorios de los que tienen alrededor, sin ceder nada del propio.  Serían la deformación del tipo hinchazón por decirlo de algún modo (la tristemente célebre hinchazón del ego). Incluso, de tan hinchados hasta pueden llegar a ser redondos (los narcisistas de los que hablábamos al principio).

Y si algún pobre diablo tiene la desgracia de quedar justo rodeado de este tipo de egoístas, su situación sería más o menos así:



Paradójicamente, este chiquitín (aplastado, humillado, deformado) es el que está salvando al mundo. Si se pusiera a empujar para afuera reclamando su lugar, el mundo estallaría en pedazos. Pero no estoy diciendo que eso “tenga que quedar así” (me adelanto por las dudas a las interpretaciones sesgadas; siga leyendo, si todavía no lo entiende, no saque conclusiones apresuradas).

De todas formas es necesario aclarar que esto es algo bastante esquemático y simplificado. Porque en la realidad todos somos un poco de uno y un poco de otro, alternativamente o incluso al mismo tiempo. Por eso el de la ficha de puzzle es el diagrama que más fielmente corresponde a lo que realmente somos la mayoría de los humanos. Una cosa bastante irregular y deformada.

Es bueno estar dispuesto a aceptar, cuando nos miramos a nosotros mismos, que aun los motivos que tendemos a considerar como más “puros” suelen estar contaminados por alguna clase de deformación, por lo general del tipo de la vanidad.
Es bueno saber que cualquier bien que hagamos, tarde o temprano va a ser capitalizado por la propia vanidad que se va a querer jactar del bien realizado. Atormentarse con eso no puede conducir a nada bueno. Incluso puede ocasionar que terminemos no haciendo nada para no sentirnos vanidosos por lo que está bien hecho.  La vanidad, es la más común de las “deformidades” y todos la cultivamos junto a nuestros talentos. Me parece que no queda otra. Hay que aceptarlo. También para no indignarse tanto con la vanidad de los demás. Porque en definitiva, en este terreno humano, la verdad es que no hay motivos puros, todos tienen algo de vanidad.

En fin, ya me fui otra vez bastante por las ramas.
Lo que venía diciendo es que podríamos concebir a los “deformados” como el sistema nervioso de una sociedad, lo que la “anima” internamente. Entonces, ser “deforme” (para cada uno de nosotros en particular) sería como ser neurona: activos, comunicados y organizados en red, con un propósito global y coherente.



Ahora, es cierto que deformados somos todos. Pero muchos se siguen comportando como ladrillos. ¿Son necesarios los ladrillos? Sí, lo son. Pero más interesante es ser neurona. Para ser honesto, no sé si todos podemos serlo. Pero sin duda que para vivir, es mucho más entretenido. De eso se trata, en cierta forma esa cosa rara que llaman realización.

Otra cosa importante para pensar es el cuerpo social como institución.
Es bastante común que cuando uno piense en una institución piense en algo frío y rígido con reglamentos, leyes, ordenanzas, rituales y una fuerte cadena de mando. Y algo de eso hay. Hay un tipo de personas que tiene la manía de institucionalizar todas las cosas, de reglamentar cada mínimo aspecto de la vida y, lamentablemente, con mucha frecuencia, se privilegia la ley por sobre las personas.  Es decir, las leyes están bien, siempre que sirvan para la promoción humana, no para su alienación.
No se me malentienda. En estos tiempos en los que tantas personas abogan por un retorno a la animalidad y lo instintivo no está de más enfatizar lo esencial que son las instituciones para el desarrollo humano. El naturalismo extremo, que cree que el ser humano sería más feliz saltando en pelotas (o en tetas, cualquier cosa que rebote) en medio de la selva, como un mono, pierde de vista la esencia cultural del hombre y lo imprescindible que es para éste adherirse a un orden social superior a sí mismo. Y la primera institución y en la que se apoyan todas las demás es la institución de la Palabra (tan omnipresente que alguno ni la perciben como tal). Cuando la palabra se hizo carne, se creó un ser completamente distinto que no es ni animal ni ángel: el ser humano. Un bicho anfibio, mezcla de tierra y cielo, la obra magna de Dios. Pero el ser humano alcanza su plenificación cuando funde su libertad en la de ese otro ser, todavía más abstracto y difícil de aprehender que es el ser social.


Entonces, resumiendo, convertirse en humano (sí, porque nacemos como proyecto, no como “cosa hecha”) es un constante proceso que consta de dos transformaciones aparentemente opuestas pero, en realidad, complementarias: la individuación (ser uno mismo) y la solidarización: el “olvido de sí” (en el sentido de superar, aunque sea en parte, el egoísmo) que es lo que permite una verdadera  comunicación (encajar con los demás de una manera “orgánica”).

Quiero insistir un poco con esto de la individuación porque me parece que es algo que no se tiene lo suficientemente presente cuando se argumenta, con razón, en contra del individualismo. Pero por otro lado no hay que menospreciar el peligro de que muchos lo perciban como una invitación al adocenamiento y masificación (tanto porque se rebelen y no quieran seguir escuchando nada más, como de que lo acepten y crean que ser “bueno” consiste en alguna forma perversa de alienación). Porque también es cierto que la mejor forma que voy a encontrar de ser humano (y, estrictamente hablando, la única verdadera) es mi manera que, cuanto más humano me vuelva, más original y única va a ser. Basta con mirar a los grandes personajes promotores de la humanidad para comprobar que hay innumerables maneras de ser plenamente humano. Ninguno se parece en nada a los demás. Justamente diría que lo que los convirtió en grandes fue, entre otras cosas, esta capacidad de ser únicos.  
Por eso es tan importante eso del autoconocimiento. El examen de conciencia, cuando es realizado de manera sana, y no con el fin de autoflagelarse, es la vía regia para el profundo conocimiento de sí mismo. Por eso, también, más que centrarlo en los defectos (que en definitiva cuando más atención les prestamos, paradójicamente, más los fortalecemos) en lo que tenemos que centrarnos es en esos talentos potenciales que somos llamados a desarrollar. 
Por las dudas aclaro que no estoy diciendo que haya que hacerse el boludo con los propios defectos y mucho menos justificarlos. El hecho de mirarlos y tomar responsabilidad por ellos es esencial. Pero el que se obsesiona con sus defectos, pierde toda la energía disponible para desarrollar sus virtudes. Nuestra capacidad de atención es limitada. Por eso tenemos que seleccionar muy bien en qué gastarla.
Además, el estar constantemente pendiente de los propios defectos (y aún andar exhibiéndolos sin pudor ante los otros), es otra forma de narcisismo. “No hay nadie más pecador que yo” me dijo uno una vez, sin advertir el sentimiento de superioridad que subyacía a sus palabras. La vanidad está en todas partes, decíamos más arriba. Una no poco frecuente es la vanidad del humillado. Y ésa es bastante peligrosa porque es muy difícil de ver.
Historizar mi vida (esto es, encontrarle un sentido), es parte del proceso que me va a ir llevando progresivamente a esa individuación que llamamos humanidad.

El otro aspecto es el que llamamos solidarización. Reconocer que no soy una isla, que no estoy aislado, que dependo de los demás tanto como los demás dependen también de mí. Por contradictorio que parezca con lo que venimos diciendo, la solidarización no sólo tiene que ver con comunicarse eficazmente con los que tenemos alrededor, sino con tener una clara noción de que un cuerpo tiene una organización. Cualquier neurona del cuerpo tiene un lugar específico asignado y una especificidad afín a ese lugar, no es lo mismo una neurona del ojo que una de los riñones o una del culo. Todas son esenciales, pero si una se quiere poner a hacer el trabajo de la otra, algo va a empezar a funcionar mal. Por eso es imprescindible conocerse para poder ser solidario. Porque si me quiero poner a hacer aquello de lo que no soy capaz, voy a desequilibrar todo el sistema. Como las neuronas forman una especie de cadena y los mensajes fluyen siempre en una sola y misma dirección, uno tiene que tener muy claro de quienes recibe y a quienes emite, si quiere empezar a emitir para el lado equivocado, otra vez, todo el sistema puede colapsar. Como esto tiene estrecha relación con aprender y enseñar lo vamos a tratar con más detenimiento en otra charla. Baste decir acá, que una neurona, cuando transmite información, engorda, se robustece. Si permanece inactiva, se va secando hasta que muere. Y no sólo muere ella, sino que produce una interrupción para las que vienen después. 
Para pensar...
.............
A lo largo de la charla fuimos dejando algunos cabos sueltos que vamos a tener que tratar de anudar ahora. Uno era este de descubrir los propios talentos, otro era esta cuestión de los tipos de caminos y otro cómo trataba otro conocido “maestro espiritual”,  Jesús, a estos discípulos del tipo que Pitágoras llamaba cuadrados. Todas tienen que ver, de alguna manera.

El camino más corto es el más transitado. 
Pero por eso mismo es el que tiene más baches. 
Muchas veces en la vida nos vemos tentados de cortar camino y terminamos atrancados en algún pozo. 
Dicen que en argentina el único que maneja derecho es el borracho, porque está tan distraído que va  agarrando todos los pozos. Los argentinos, por la naturaleza misma del país en el que nos tocó vivir (y del que por supuesto todos somos (aunque en distinta medida) responsables) estamos acostumbrados a manejar sinuosamente, esquivando baches. Y a tener que buscar caminos alternativos cuando las calles están cortadas. Por eso es que insistimos tantas veces en que lo “recto” no necesariamente es lo mejor. 
Creo que es bueno sacarse ese prejuicio de que porque todos lo hacen debe ser lo mejor. A veces el camino mejor para uno mismo es uno por el que no va nadie. Un camino sinuoso y estrecho que sólo transita uno. 
Ancho es el camino que lleva a la perdición, dijo el más humano de los hombres. 
Y es el que la mayoría transita. 
Tener en cuenta ese dato puede ser un buen ejercicio en un principio. Cuando todo el mundo parece estar seguro de que hay que ir por determinado camino, eso debería servirnos de alerta y ponernos a mirar más detenidamente a dónde lleva. 
Con esto no estoy diciendo que hagamos como ese inglés que se fue al continente con su auto y se metió a la autopista por el carril contrario, por no saber que las leyes de tránsito eran distintas que en su país y cuando escuchó por la radio que tengan cuidado que había un loco conduciendo en contramano por la autopista dijo “qué uno, miles”.  
A veces en la vida de hoy muchos nos podemos sentir así, como nadando contra la corriente, con todo el cansancio que eso representa, y solemos estar tentados a decir “ma sí”, y dejarnos arrastrar. 
Otros, por el contrario, se ponen necios y arremeten a contramano sin importarles nada y terminan lastimándose a sí mismos y a los demás, perdiendo con eso, también, de vista lo esencial:  que estamos llamados a transformar constructivamente y no a destruir la vida de nadie. 
A veces, cuando uno siente que está en una situación como la de este inglés, tiene que tratar de salir del embotellamiento. Al menos correrse a la banquina. No empecinarse en que está en lo cierto a toda costa ni autoconvencerse de que no lo está y volver a dar la vuelta para seguir a la manada. Tiene que buscar algún camino alternativo.

Hoy el mundo parece estar yéndose al carajo, pero no hay que perder nunca de vista que sigue siendo el único que tenemos. Y nos toca a nosotros ahora buscar la forma de sanarlo.  
Y ahí viene entonces esta cuestión de los talentos que ya miramos antes. Desarrollar mis talentos particulares es mi camino, que sin duda va a ser distinto al de los demás. Mansos como palomas y astutos como serpientes, aconsejó uno alguna vez.  Las serpientes no van en línea recta. Van haciendo eses. Para este tema no hay recetas universales, sin embargo sí podemos encontrar algunas pistas y técnicas para encontrar la forma que más se adapta a nuestra medida. 
Por eso, un consejo sería: amíguense con el camino largo, con el camino sinuoso
El camino recto, el “atajo” es para los giles que se creen vivos. Es como el “llame ya”: una trampa para los impulsivos y los ansiosos, pero sin resultados duraderos. Como los discípulos de Pitágoras, por querer cortar camino, uno puede terminar matando un montón de "lechugas".

Y para terminar nos queda esta cuestión de qué hacer con los cuadrados. Con los bestias. 

Este tal Jesús, dicen, fundó una Iglesia. Y eso quedó documentado cuando dijo: “Tú eres Pedro y sobre ésta piedra construiré mi Iglesia”.  Hay varias cosas para reflexionar en esta frase. Pero lo importante es que tenía perfectamente claro nuestra imperfección, nuestra “cuadradez”.  A Pedro lo trató de cascote, tal como Pitágoras trataba a sus discípulos de cuadrados. Hoy decimos “sos de madera” cuando alguien es duro. A Pedro le dijo más, “sos de piedra”, le dijo. Más duro que la madera.

Algunos creen que “ser bueno” es volverse ciego a los defectos ajenos. Acá vemos que mejor que volverse ciego es ser creativo y ponerse a ver para qué sirven, sobre todo para qué le sirven al mismo portador de tales defectos, de qué manera pueden ser combustible para su propia humanización. 
Esto está bueno para volver sobre ello. ¿Somos completamente humanos? ¿O somos medio animales, o medio plantas, o medio piedras? Es importante mirarse para saber qué prevalece más en nuestra persona. 
Pero quizás algunos estén tentados de verlo más por el lado de la culpa. “Soy una piedra, no tengo sentimientos” es, por ejemplo, algo que se escucha a veces. La cosa es que hasta las piedras tienen algo bueno: su solidez, su perseverancia en el tiempo... Esto es lo que hizo Jesús con Pedro.
Transformar nuestros defectos en virtudes y nuestras debilidades en fortalezas es lo que nos vuelve humanos. No desconocer la propia “naturaleza”, sino darle un sentido trascendente, es decir, social.  De nuestra parte, lo que hace falta es una gran honestidad. No querer ser (y mucho menos parecer) lo que no soy. 
La idea de comunidad de Jesús era comer y tomar vino con amigos. Y los amigos eran los cascotes, las putas, los ladrones, los marginales. No soportaba a los que se creían buenos. Siempre prefirió al que aceptó su propia herida y la puso al servicio de la comunidad, de los amigos.
Y así los hizo humanos.
Por eso, la "sanación" no es volverse diferente a lo que uno es. 
No es "limar la deformidad". Es comprender para qué sirve. Para qué está ahí. 
Y ponerla a trabajar.

Quien quiera oír que oiga.


Pablo Berraud

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