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PSICOLOGÍA DE LA ESPERANZA (sobre el argumento de Pascal)

Nota: Lo que sigue es el manuscrito de una charla o discurso de bienvenida de un retiro espiritual que venimos organizando con amigos desde hace ya muchos años. Si bien es de naturaleza “privada” me dieron ganas de compartirlo públicamente ahora, porque me parece que arroja cierta luz a esta controvertida cuestión de la esperanza, tan poco valorada en estos tiempos, pero que creo que es un capacidad necesaria para la salud mental. No obstante, si usted tiene muchos prejuicios en contra de la religión o la espiritualidad, probablemente le va a costar llegar hasta el final.




Nada está previsto

Buenas noches.
Dicen que esto es el principio de un retiro.
Que a partir de acá va a suceder algo que se llama retiro espiritual.
De mi parte sólo puedo decir que voy a hacer lo posible para que esto pase. 
Pero de momento no les aseguro nada.
De mi parte lo primero que se supone que les tengo que decir es que todo está previsto. Supongo que para darles cierta tranquilidad. Pero la verdad es que, estrictamente hablando, no está previsto nada. Y, como no quiero empezar mintiendo, prefiero no prometer nada. Muchas cosas, sin embargo, están planificadas. Pero dada la incapacidad humana de prever el futuro, lo único que honestamente se puede hacer es apostar.

La vida es una apuesta.
Eso, para mí, es lo único seguro. Hay apuestas que parecen más seguras que otras. Pero no quita que sean apuestas. Todos apostamos a que vamos a estar vivos mañana. La realidad demuestra que, todos los que apostaron eso, una vez, al final, se equivocaron. Acertaron la mayoría de las veces, es cierto. Pero eso no les garantizó la infalibilidad. Nosotros no. Nosotros, los vivos,  venimos invictos en esa apuesta. Pero todos sabemos que alguna vez nos vamos a equivocar. La cuestión es que, como todos los que se equivocaron están muertos, nadie se siente con ánimo de refregárselos en la cara. Sin contar con que es inútil recriminarle nada a un muerto. Aunque algunos a veces lo hacemos con la ilusión de que podría estar escuchando desde algún lugar. Y a lo mejor lo están. Pero de eso vamos a hablar después.

Prever es, entonces, literalmente, ver una cosa antes de que pase. Yo nunca aprendí a hacer eso. Es más, no creo en adivinos, ni pronosticadores, ni ninguna de esas cosas raras. Ni siquiera a los meteorólogos, con toda su ciencia y tecnología, les tengo ciega confianza. 
Otra cosa muy distinta es prevenir. Pero prever el futuro, no creo que nadie pueda. Sólo Dios puede. Y, aún así, al menos desde el punto de vista de nuestra limitada percepción, parecería que muchas veces permanece indiferente. Apuesto a que muchos de los que están acá les habrá pasado de tener esa sensación alguna vez en la vida.  Ese “¿dónde está Dios que no me escucha?”. Bueno, pero no se distraigan ahora pensando en eso. Ya va a llegar el momento de mirarlo con más detalle.  

Pero bueno, suponer que alguno de ustedes pudo haber sentido alguna vez esa sensación de desamparo también es una apuesta de mi parte. Capaz que justo, de los que están acá, no le pasó a nadie. A mi me pasó, por si les interesa. Lo único que voy a decir ahora al respecto es que a veces confundimos ver con manipular. Pero si fuera así, si Dios metiera mano en cada contingencia humana mínima, no seríamos personas, seríamos títeres. Pero la cuestión es que somos libres. Y toda libertad implica una responsabilidad. 
Y el compromiso con esa libertad es lo que hace que el ser humano planifique. Y en ese sentido sí podemos decir que el retiro está minuciosamente planificado. Lo que no quita que siga siendo una apuesta. Ya que, hoy por hoy, nadie puede saber qué va a pasar en la interioridad de cada uno de nosotros en estos futuros tres días.  

Decir que la vida es una apuesta es, incluso, quedarnos cortos. En realidad es una miríada de apuestas. Casi cada paso es una apuesta. No sabemos si el piso nos va a sostener o se va a desmoronar. Yo tuve una vez un hormiguero en el piso de la cocina y me pasó. El piso se desplomó y terminé con una pata hundida en un hormiguero. Desde ese entonces, tiendo a pisar con más cuidado. También a pisar más a las hormigas, siempre que puedo.

Todos los que estamos acá, al decir que sí, hicimos una apuesta. Decir que Dios nos trajo es una afrenta a nuestra libertad. A lo sumo, alguno podrá decir que Dios quiso que viniéramos. Puede ser, yo no lo sé. Pero la última palabra siempre la tuvimos (y la tendremos) nosotros. Ése es un pacto implícito entre Dios y la humanidad. Él siempre deja la pelota en nuestra cancha. Porque nos hizo libres y contra eso jamás irá. Así que si alguien en este punto siente que vino obligado o engañado de algún modo, nosotros le volvemos a dar la libertad de elegir quedarse o no. Y esto, a cada momento del retiro. La decisión es de ustedes, a cada paso.

Ahora, no estoy diciendo que nada les puedo asegurar. Porque existen, para eso, las estadísticas. Las estadísticas y el cálculo de probabilidades es algo que los humanos inventaron para poder controlar un poco lo que va a pasar. Prevenirlo, no preverlo. Muchas veces no sirven para nada, pero muchísimas aciertan. Las estadísticas, en nuestro caso, dicen que la gran mayoría de las personas que pasaron por un retiro lograron importantes y positivos cambios en sus vidas.

Los que estamos de este lado, los que organizamos esto (que alguna vez estuvimos de ese lado) planificamos, como ya dije, paso por paso, con mucha atención, todo lo que vamos a intentar hacer acá en los próximos tres días, con vistas a maximizar su eficacia. Y, como toda planificación implica reglas, vamos a ir comunicándoles algunas normas que, amablemente, les solicitamos cumplir para que esto salga decentemente acorde a lo planeado. 
Ahora, en un rato, todos van a subir a sus habitaciones del primero y segundo piso, según les toque. Van a ver que tienen unas amplias ventanas. La primera norma es que está prohibido tirarse por ellas. Quizás algunos con el paso de los días tengan la fantasía de que hasta pueden volar. Eso no es cierto. De acá nadie sale volando. Aunque subjetivamente le parezca.
Alejandro Casona, ese escritor que quizás alguno haya conocido en la escuela, escribió una obra de teatro que se llama “Prohibido suicidarse en primavera”. (Digo porque si tratan de volar, lo que va a pasar es eso, mal que nos pese.) Pero la primavera, desde siempre, fue para el hombre como un símbolo de renacimiento. Y muchos de los que estamos acá, por segunda, quinta, o centésima vez, creemos que el retiro es justamente eso: una oportunidad de volver a nacer.

A veces la vida se vuelve o bien muy aburrida o bien demasiado problemática al punto de que nos anestesiamos a nosotros mismos para no sufrir y terminamos como si fuéramos una especie de muertos vivos. No viviendo realmente, sólo durando. Zombies sin esperanza ni sentido. Por eso, esta oportunidad de volver a nacer a una vida plena de propósito y significado no es, al menos a mi entender, algo que merezca pasar sin ser probado.  Capaz que les resulta y capaz que no. Pero eso, me atrevo a decir, va a depender de ustedes. De la actitud que tengan con todo lo que les propongamos de acá en más.

De la actitudes positivas que van a resultar beneficiosas para ustedes, la primera es la confianza. Dadas las características del mundo moderno, lo natural es que muchos de nosotros, a fuerza de golpes, nos hayamos vuelto un tanto desconfiados. 
Después de haber comprado infinidad de cosas (como la casa, el auto, el celular,  un viaje a Alaska, etc) creyendo que comprábamos la felicidad para sentirnos luego estafados por la vida, al descubrir que no estaba en ninguna de esas cosas. Incluso, sin ser tan materialistas, quizás compramos un discurso político o un curso de autoayuda... y tampoco funcionó.

El mundo actual nos obliga (por suerte) al discernimiento. 
Está lleno de falsas promesas por todos lados. La cosa es que, como todos buscamos la felicidad, ése es por lo general el anzuelo más usado para pescar desprevenidos. Pero cuando uno se quema con leche, no una vez, sino muchas, ya sabemos... no va a estar muy dispuesto a comprar una vaca, o la gallina de los huevos de oro.

Entonces, y para ser claros desde el principio, la felicidad no es algo que se compra o se vende (y menos se regala), es algo que, de ser posible, se conquista con esfuerzo. Pero el puro esfuerzo individual tampoco alcanza, también se necesita ayuda externa. El que se corta solo, difícilmente la encuentre. Acá por lo tanto, no regalamos felicidad. Pero sí, al menos desde mi experiencia particular (y la de muchos de mis amigos que también están acá), podemos compartir la certeza de que hay luz al final del túnel. Pero el túnel tiene que recorrerlo cada uno. Nosotros a lo sumo podemos ofrecerles una brújula, un mapa y algunas otras herramientas. 
¿Y cómo sé que la brújula anda bien? ¿Que señala para el lado correcto? Y bueno, no queda otra que probarla. Si me quedo en la pura desconfianza y ni siquiera me doy la oportunidad de probar la herramienta, después tampoco me puedo quejar de que no logré nada. No logré nada porque no hice nada. La culpa, en ese caso, tampoco es de los demás.

La vida, en parte, está hecha de pequeñas confianzas. En el caso de la brújula propiamente dicha, la de la agujita, la mayoría de nosotros aceptó, en algún momento, que marca el norte sin haber ido hasta el polo a verificarlo. Si en el mapa dice que cierto lugar está al norte con relación a donde ahora estoy y, siguiendo la brújula para donde dice que está el norte, llego efectivamente a ese lugar, entonces comprobé, al menos, que la brújula y el mapa están de acuerdo, que tienen utilidad. 
Así, con pequeñas comprobaciones que no me exigen invertir demasiado tiempo, puedo llegar a verificar la utilidad de los instrumentos. De nuestra parte, lo único que les podemos ofrecer, es nuestra palabra de que a nosotros nos fueron útiles. 
¿Y esto significa que de este lado todos somos felices? Y, seguramente que algunos más y otros menos. Quizás ninguno completamente. Pero seguro que todos estamos convencidos de que encontramos un método confiable para tender a ella. Encontramos esperanza, que no es poca cosa.

La esperanza es una forma de la felicidad.
Y la esperanza tiene mucho que ver con la confianza. Yo diría que es la confianza de que mañana va a ser mejor que hoy. Y eso es una decisión que pueden tomar ahora mismo sin mucho esfuerzo. La de confiar en que mañana va a ser mejor que hoy. Que lo mejor está por venir. Y eso, si lo logran, van a ver que cambia el presente por completo. Un presente esperanzado es, sin duda alguna, mejor que uno desesperanzado. Un presente con un propósito, con un rumbo, es mejor que un presente ciego, desorientado o desesperado.  

Todo cambio, por lo tanto, empieza por un propósito. Si alguien supone que nada tiene que cambiar y su vida está perfecta así como está, posiblemente no tenga nada que encontrar acá. Posiblemente también (para ser honesto en cuanto a lo que yo creo) se está autoengañando. Pero eso, de momento ya entra fuera de nuestras posibilidades de hacer algo... por ahora. 
El que se miente a sí mismo, en gran medida tiene que salir sólo de esa trampa en la que también solito se metió. Es un poco difícil que acepte ayuda externa. Y ya que hablamos de trampas que nos ponemos a nosotros mismos podemos hablar de la de la autosuficiencia. El creer arrogantemente que puedo solo. Que no necesito ayuda de nadie...

Y con esto llegamos a otra cuestión central de nuestra metodología. 
Ayudarnos unos a otros. 
Acá sencillamente le decimos amistad
Nadie es feliz cuando no tiene amigos. 
Y eso es algo que sí les podemos prometer, siempre y cuando pongan de ustedes mismos la intención. Que van a sembrar acá las semillas de amistades que van a durar toda la vida. Esto es central. Pero, como dije, también depende de ustedes, de que estén dispuestos a probarlo. Nadie puede obligar a otro a hacerse amigo. La amistad es un fenómeno de, por lo menos, dos vías. De ida y vuelta. Se necesitan al menos dos voluntades para lograrla. Pero sí les podemos asegurar que eso es algo concreto y verificable que, los que seguimos en esto, encontramos sin duda alguna.

Algunos les llaman, un tanto místicamente, a esta intención de hacerse amigo “espíritu de caridad”. Pueden llamarle así, si quieren, pero, dicho en criollo, no es otra cosa que la predisposición a la amistad. 
Obviamente, como muchos ya estarán pensando, amigos se pueden encontrar en cualquier parte, no es necesario hacer un retiro espiritual para eso. Lo que hay que puntualizar en este punto es que la cosa no termina ahí. Que esto es sólo una parte de la misma. Pero una parte esencial. Y, en todo caso, para los que en su vida hayan experimentado alguna dificultad en este punto, lo que propiciará el retiro es un ambiente propicio para que esto suceda con más facilidad. 
Pero no hace falta que me crean ahora. Sí hace falta que estén dispuestos a verificarlo. En todo caso, ahora lo importante es que les quede claro que esa predisposición es fundamental para el éxito o fracaso de este retiro en particular. Los que más frutos sacarán, serán los más dispuestos a entregarse a este proceso de amistad.

Tenemos ya, entonces, como herramientas, la esperanza y la caridad. 
El tercer elemento que nos falta nombrar es quizás el más difícil o quizás el más fácil. 
La fe.

Algunos relacionan también la fe con la confianza. De hecho, la palabra confianza viene de fe. Significa “con fe”.  Pero, desde este punto de vista, si la esperanza es confianza en el futuro, la fe es confianza en el presente. 
Es, podría decirse, algo que tiene que ver con la intención activa de descubrir. Con la capacidad de asombro
Eso, la capacidad de asombrarnos, es algo que quizás fuimos perdiendo por esto que decía antes de ir anestesiándonos por aburrimiento o para no sufrir.
La capacidad de asombro es algo que todos tuvimos cuando niños. Cuando en el mundo todo era nuevo y por explorar. 

Y una de las principales causas de su pérdida es nuestra tendencia a caer en los prejuicios
¿Y qué es un prejuicio? Todos somos prejuiciosos en cierta medida. A veces, incluso, sin darnos cuenta y creyendo que no lo somos.  Denme por un momento el beneficio de la duda en esto.
Todos somos prejuiciosos. Les quiero explicar cómo lo veo yo. 
El prejuicio es, hasta cierto punto, una manera de simplificarse la vida. De construirnos mentalmente unas especie de cajitas para meter las cosas más o menos parecidas. Economía cognitiva, le dicen los psicólogos.  Para sentirnos capaces de predecir algunas cosas por parecerse a otras. Es una manera que tiene la mente de querer controlar la realidad, de tener la sensación de saber a qué atenerse. 

Entonces, por ejemplo, si a mí alguna vez me asaltó un tipo con gorrita, mi tendencia va a ser, cada vez que veo una gorrita a lo lejos, salir corriendo para el otro lado. Eso es un prejuicio. Algo que dice “todos”. No digo que no sea útil en muchos casos. Pero también es evidente que nos recorta la realidad. 
Si decidimos de una vez y para siempre que todo tipo con gorrita es un chorro, nos privamos de toda verificación de lo contrario. Y si tenemos esa actitud con muchas cosas, como por lo general sucede, vamos estereotipando la vida. 
Y finalmente, nada nos va a asombrar. No porque no esté ahí, sino porque automáticamente lo metemos en alguna de nuestras cajitas, más o menos a presión, y lo catalogamos casi sin verlo realmente.

Si a todas las personas que conocemos las ponemos casi de antemano en una categoría prefabricada, difícilmente vamos a ser capaces de percibir su unicidad, su originalidad esencial. 
Y así, con cada experiencia de nuestra vida. Si ahora mismo juzgamos este retiro diciéndonos que se parece, por ejemplo, a un curso de autoayuda que hice el año pasado, nos autoimposibilitamos de ver su originalidad. Nos privamos del asombro de descubrir algo nuevo. Ya lo catalogamos y, en ese acto, nos volvimos a nosotros mismos, ciegos.

Cuando decimos que la fe es asombro, estamos diciendo que a cada instante (y por ende, ahora mismo) está ocurriendo un milagro. Si no lo vemos, no es porque no está. Es porque estamos dormidos. Por esta cuestión de las cajitas es que estamos insensibilizados al milagro cotidiano. Ciegos por nuestros propios prejuicios. Cada cosa nueva que aparece decimos “ah, sí, ya sé”, y la metemos en una de nuestras cajas.

Todos tenemos cajas. Lo que ofrecemos acá, entre otras cosas, son cajas nuevas. Nuevas maneras de mirar lo que por lo general venimos viendo pero no mirando. Y lo que les pedimos es que hagan el esfuerzo de no amontonarlas con las demás. Con las cajas viejas ya conocidas. La predisposición a verlas como nuevas.

En este oficio de aprender a mirar de forma nueva hay por lo menos dos cosas significativas. Mirar cada cosa que aparece como única y particular y, conjuntamente, no mirarla aislada, sino mirar las relaciones entre las cosas. Mirar la totalidad

Hay un cuentito que siempre se narra en esta charla y, a pesar de mi resistencia a echar mano a cosas ya muy manoseadas, lo voy a contar porque me parece inmejorable para prevenir una actitud que todos tenemos en mayor o menor medida.

Es el cuento de la sembradora.
Este cuento dice que un agricultor compra una sembradora y se va a su casa a esperar que se la entreguen. La cosa es que la sembradora le va llegando, justamente, en cajas. Este buen hombre, al ver piezas sueltas en cajas supone que fue estafado, porque no ve la sembradora por ninguna parte. Recién al final, cuando recibe todas las cajas y el plano, es capaz de ponerlas juntas y armar su sembradora. También en este punto necesita ayuda externa de un técnico especializado, para que le diga de qué manera ensamblar todas las partes. Finalmente recibe la llave y el seguro y recién ahí está en condiciones de usar la sembradora.

El cuento es una metáfora de lo que va a pasar en este retiro. Vamos a ir recibiendo cajas (en forma de charlas) y, posiblemente no vamos a ser capaces en un principio de ver cómo es que ensambla cada parte con la totalidad. Por eso es que les pedimos no saltar a conclusiones precipitadas antes de tener todas las cajas y el plano (y la ayuda experta) para armar la máquina completa. Tienen que, en cierta medida, confiar en nosotros cuando les decimos que la sembradora llegará, pero por partes. Que no la van a ver completa hasta el final.


Decía al principio que todo en la vida es una apuesta. 
La vida es como una ruleta en la que todos, a cada paso, estamos obligados a apostar.
Para terminar quería contarles una anécdota de un matemático famoso llamado Pascal
Me parece que viene a cuento, aunque al principio les pueda parecer que me voy un poco por las ramas.

Este buen señor Pascal, además de ser un niño prodigio y un verdadero genio, era un fervoroso creyente. Hoy se puso de moda entre algunas gentes que la religión y la ciencia son cosas enfrentadas. Que para ser un buen científico habría que ser ateo. Pero no me acuerdo quién dijo “un poco de ciencia te puede apartar de Dios, pero mucha ciencia te va a devolver a Él”. Tengo la vaga idea de que fue el mismo Einstein, pero no estoy del todo seguro. Lo que sí sé es que Einstein mismo, así como Darwin, también fueron creyentes. A pesar de que hoy algunos los citan para hablar en contra de la religión. 
Así que esto de separar ciencia y religión es uno de esos prejuicios de los que veníamos hablando. Es una simplificación. Cierto es que hay también muchos grandes científicos ateos. Pero eso no quiere decir que una cosa necesariamente tenga que implicar la otra. 

Por eso les quiero contar esta historia de Pascal, que también fue científico y creyente.
Cuenta la historia que este tal Pascal nació en una familia acomodada allá por el siglo XVII. Su padre, que parece que no confiaba mucho en la educación de la época, decide asumir la responsabilidad de educarlo él mismo. Pero, por alguna razón que desconozco (o me olvidé) parece que basó su educación en aprendizaje de las lenguas y la historia y, por alguna razón se negó a enseñarle al pibe nada que tuviera relación con las matemáticas, al menos hasta que haya aprendido lo otro. 
Así fue que éste llegó hasta la edad de doce años sin haber recibido ninguna información relacionada con la aritmética y la geometría. Pero, como era muy curioso, se puso a pensar en la geometría por su cuenta, dibujando con carbón en el piso de su pieza figuras de las que ni conocía el nombre técnico. Así, le decía al círculo redondel y a la línea barra, por ejemplo. 
Resulta que un día el padre entró de improviso a la habitación de su hijo de doce años y lo sorprendió, no masturbándose, como seguramente nos pasó a muchos de nosotros, sino con el piso enchastrado de figuras geométricas, garabateadas en carbón. 
Cuando le preguntó qué estaba haciendo, parece que el nene le dio una larga explicación de lo que había estado desarrollando y entre eso le contó que había “descubierto” lo que ya se conocía como la 32ª demostración de Euclides.  (Euclides, para quien no sepa, es un griego que todavía hoy se considera como uno de los padres de la geometría) . 
Pero esto no se quedó ahí. 
Fue el inventor, poco después, de la primera calculadora conocida y escribió un montón de libros dedicados a la ciencia. Sin embargo, hacia el final de su vida, que además fue más bien corta, ya que murió a los 39 años, se dedicó a tratar de convencer a la gente de la conveniencia de llevar una vida creyente. 
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la apuesta? Bueno, ya llego al punto.

Dicen sus biógrafos, que Pascal tenía varios amigos amantes del juego. O era muy buen amigo, o también le gustaba a él, porque la cosa es que, como matemático, se puso a idear algunos métodos para ganar en la ruleta. 
Así fue como se convirtió en el iniciador de una rama de la matemática que hoy se conoce como cálculo probabilístico. El cálculo de posibilidades de que una cosa suceda o no. 
Ahora bien, parece que muchos de esos amigos eran escépticos (aunque quizás, secretamente, rezaran mientras giraba la ruleta). Con esa mente matemática y su preocupación de convencer a sus amigos de la conveniencia de creer en la vida eterna, es que planteó su famoso razonamiento
Lo digo con mis palabras, pero si alguien lo quiere encontrar mejor explicado lo puede buscar en su libro póstumo que se llama “Pensamientos”.

Si hay vida después de la muerte, decía, es algo que nadie volvió para contarlo, así que, en lo que a nosotros respecta es una apuesta
En ese tema, dice, todos apostamos. El que no quiere apostar, está apostando implícitamente por el no. 
Pero el que apuesta por el no (es decir, afirma que no hay vida después de la muerte) si gana, no gana nada. No va a estar ahí para reclamar haber ganado. Pero si pierde, va a transcurrir su otra vida (que es eterna) como perdedor. Va a haber elegido convertirse en un eterno perdedor. 
Por el contrario, el que apostara por el sí, si pierde, no pierde nada. Nadie va a estar ahí para echárselo en cara. En cambio si gana, será un ganador eterno, por decirlo de algún modo.

Pero bueno ¿qué significa esto? ¿que toda nuestra vida la tenemos que hipotecar por esta apuesta? 
Algunos usan esto para explicar los sufrimientos de acá con premios de allá
No es esa mi perspectiva. 
Ya dije antes que la esperanza es una especie de felicidad ahora por algo esperado en el futuro. 
Yo creo que, en el fondo, todos queremos ser inmortales
Algunos derrotistas pensarán que no se puede y otros, quizás más ingenuos, creemos que sí. La diferencia que veo, quizás, con esa perspectiva del todo o nada, es que, creo yo, que la inmortalidad hay que construirla ahora
No viene dada sólo por el hecho de creer que existe. Y lo que a mi me parece, es que en esa construcción es que reside el verdadero cielo. Un cielo que empieza acá, en esta vida, al intentar construirlo momento a momento. No es algo, por lo tanto, individual, es algo comunitario, está en los vínculos. 
Se construye con los vínculos.

Entonces, yo apuesto por la posibilidad de esa inmortalidad pero opino que, además la tengo que construir. 
La apuesta, en este caso, implica un cambio de actitud acá.  
No sólo un decir que sí y tirarme panza arriba a esperar a ver qué pasa. 
Así que ésa es la apuesta. 
Tratar de construir, con ayuda de Dios, la propia inmortalidad, junto con la de los demás. 
Pero hay que apostar. 
El que no arriesga, no gana, dice el dicho. 
Así que yo no les puedo asegurar la felicidad pero sí les puedo asegurar lo contario: 
“Triste es la vida de todo derrotista”De aquél que decidió de antemano que no hay nada por lo que valga la pena luchar. 
Así que si apuestan por el no, casi podría asegurar que tiene la infelicidad asegurada. 
Podrán encontrar placeres momentáneos, distracciones varias, postergaciones de todo tipo, incluso, de vez en cuando, emociones fuertes, pero nunca la felicidad. 
Pero si apuestan por el sí, al menos tienen una posibilidad y, como ya dije varias veces, en la esperanza viene ya implícita cierta cuota de felicidad. 
Así que, entonces, ahora es el momento
Hagan su apuesta, señores.



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