Nota: Lo que sigue es el manuscrito de una charla o
discurso de bienvenida de un retiro espiritual que venimos organizando con
amigos desde hace ya muchos años. Si bien es de naturaleza “privada” me dieron
ganas de compartirlo públicamente ahora, porque me parece que arroja cierta luz
a esta controvertida cuestión de la esperanza, tan poco valorada en estos
tiempos, pero que creo que es un capacidad necesaria para la salud mental. No obstante, si usted tiene muchos prejuicios en contra de la religión o la espiritualidad, probablemente le va a costar llegar hasta el final.
Nada está previsto
Buenas
noches.
Dicen que
esto es el principio de un retiro.
Que a
partir de acá va a suceder algo que se llama retiro espiritual.
De mi
parte sólo puedo decir que voy a hacer lo posible para que esto pase.
Pero de momento no les aseguro nada.
Pero de momento no les aseguro nada.
De mi
parte lo primero que se supone que les tengo que decir es que todo está previsto. Supongo que para
darles cierta tranquilidad. Pero la verdad es que, estrictamente hablando, no
está previsto nada. Y, como no quiero empezar mintiendo, prefiero no prometer
nada. Muchas cosas, sin embargo, están planificadas. Pero dada la incapacidad
humana de prever el futuro, lo único que honestamente se puede hacer es apostar.
La vida
es una apuesta.
Eso, para
mí, es lo único seguro. Hay apuestas que parecen más seguras que otras. Pero no
quita que sean apuestas. Todos apostamos a que vamos a estar vivos mañana. La
realidad demuestra que, todos los que apostaron eso, una vez, al final, se
equivocaron. Acertaron la mayoría de las veces, es cierto. Pero eso no les
garantizó la infalibilidad. Nosotros no. Nosotros, los vivos, venimos invictos en esa apuesta. Pero todos
sabemos que alguna vez nos vamos a equivocar. La cuestión es que, como todos
los que se equivocaron están muertos, nadie se siente con ánimo de refregárselos en la cara. Sin contar con que es inútil recriminarle nada a un muerto. Aunque
algunos a veces lo hacemos con la ilusión de que podría estar escuchando desde
algún lugar. Y a lo mejor lo están. Pero de eso vamos a hablar después.
Prever es,
entonces, literalmente, ver una cosa antes de que pase. Yo nunca aprendí a
hacer eso. Es más, no creo en adivinos, ni pronosticadores, ni ninguna de esas
cosas raras. Ni siquiera a los meteorólogos, con toda su ciencia y tecnología,
les tengo ciega confianza.
Otra cosa muy distinta es prevenir. Pero prever el futuro, no creo que nadie pueda. Sólo Dios
puede. Y, aún así, al menos desde el punto de vista de nuestra limitada
percepción, parecería que muchas veces permanece indiferente. Apuesto a que
muchos de los que están acá les habrá pasado de tener esa sensación alguna vez
en la vida. Ese “¿dónde está Dios que no me escucha?”. Bueno, pero no se distraigan
ahora pensando en eso. Ya va a llegar el momento de mirarlo con más detalle.
Pero bueno, suponer que alguno de ustedes pudo haber sentido alguna vez esa sensación de desamparo también es una apuesta de mi
parte. Capaz que justo, de los que están acá, no le pasó a nadie. A mi me pasó,
por si les interesa. Lo único que voy a decir ahora al respecto es que a veces
confundimos ver con manipular. Pero si fuera así, si Dios
metiera mano en cada contingencia humana mínima, no seríamos personas, seríamos
títeres. Pero la cuestión es que somos libres. Y toda libertad implica una
responsabilidad.
Y el compromiso con esa
libertad es lo que hace que el ser humano planifique. Y en ese sentido sí
podemos decir que el retiro está minuciosamente planificado. Lo que no quita
que siga siendo una apuesta. Ya que, hoy por hoy, nadie puede saber qué va a
pasar en la interioridad de cada uno de nosotros en estos futuros tres días.
Decir que
la vida es una apuesta es, incluso, quedarnos cortos. En realidad es una
miríada de apuestas. Casi cada paso es una apuesta. No sabemos si el piso nos
va a sostener o se va a desmoronar. Yo tuve una vez un hormiguero en el piso de
la cocina y me pasó. El piso se desplomó y terminé con una pata hundida en un
hormiguero. Desde ese entonces, tiendo a pisar con más cuidado. También a pisar
más a las hormigas, siempre que puedo.
Todos los
que estamos acá, al decir que sí, hicimos una apuesta. Decir que Dios nos trajo
es una afrenta a nuestra libertad. A lo sumo, alguno podrá decir que Dios quiso
que viniéramos. Puede ser, yo no lo sé. Pero la última palabra siempre la
tuvimos (y la tendremos) nosotros. Ése es un pacto implícito entre Dios y la
humanidad. Él siempre deja la pelota en nuestra cancha. Porque nos hizo libres
y contra eso jamás irá. Así que si alguien en este punto siente que vino
obligado o engañado de algún modo, nosotros le volvemos a dar la libertad de elegir
quedarse o no. Y esto, a cada momento del retiro. La decisión es de ustedes, a
cada paso.
Ahora, no
estoy diciendo que nada les puedo asegurar. Porque existen, para eso, las
estadísticas. Las estadísticas y el cálculo de probabilidades es algo que los
humanos inventaron para poder controlar un poco lo que va a pasar. Prevenirlo,
no preverlo. Muchas veces no sirven para nada, pero muchísimas aciertan. Las
estadísticas, en nuestro caso, dicen que la gran mayoría de las personas que
pasaron por un retiro lograron importantes y positivos cambios en sus vidas.
Los que
estamos de este lado, los que organizamos esto (que alguna vez estuvimos de ese
lado) planificamos, como ya dije, paso por paso, con mucha atención, todo lo
que vamos a intentar hacer acá en los próximos tres días, con vistas a
maximizar su eficacia. Y, como toda planificación implica reglas, vamos a ir
comunicándoles algunas normas que, amablemente, les solicitamos cumplir para
que esto salga decentemente acorde a lo planeado.
Ahora, en un rato, todos van
a subir a sus habitaciones del primero y segundo piso, según les toque. Van a
ver que tienen unas amplias ventanas. La primera norma es que está prohibido
tirarse por ellas. Quizás algunos con el paso de los días tengan la fantasía de
que hasta pueden volar. Eso no es cierto. De acá nadie sale volando. Aunque subjetivamente
le parezca.
Alejandro
Casona, ese escritor que quizás alguno haya conocido en la escuela, escribió
una obra de teatro que se llama “Prohibido
suicidarse en primavera”. (Digo porque si tratan de volar, lo que va a
pasar es eso, mal que nos pese.) Pero la primavera, desde siempre, fue para el
hombre como un símbolo de renacimiento. Y muchos de los que estamos acá, por
segunda, quinta, o centésima vez, creemos que el retiro es justamente eso: una
oportunidad de volver a nacer.
A veces
la vida se vuelve o bien muy aburrida o bien demasiado problemática al punto de
que nos anestesiamos a nosotros mismos para no sufrir y terminamos como si
fuéramos una especie de muertos vivos. No viviendo realmente, sólo durando.
Zombies sin esperanza ni sentido. Por eso, esta oportunidad de volver a nacer a
una vida plena de propósito y significado no es, al menos a mi entender, algo
que merezca pasar sin ser probado. Capaz
que les resulta y capaz que no. Pero eso, me atrevo a decir, va a depender de
ustedes. De la actitud que tengan con todo lo que les propongamos de acá en
más.
De la
actitudes positivas que van a resultar beneficiosas para ustedes, la primera es
la confianza. Dadas las
características del mundo moderno, lo natural es que muchos de nosotros, a
fuerza de golpes, nos hayamos vuelto un tanto desconfiados.
Después de haber
comprado infinidad de cosas (como la casa, el auto, el celular, un viaje a Alaska, etc) creyendo que
comprábamos la felicidad para sentirnos luego estafados por la vida, al
descubrir que no estaba en ninguna de esas cosas. Incluso, sin ser tan
materialistas, quizás compramos un discurso político o un curso de autoayuda...
y tampoco funcionó.
El mundo
actual nos obliga (por suerte) al discernimiento.
Está lleno de falsas promesas por todos
lados. La cosa es que, como todos buscamos la felicidad, ése es por lo general
el anzuelo más usado para pescar desprevenidos. Pero cuando uno se quema con
leche, no una vez, sino muchas, ya sabemos... no va a estar muy dispuesto a
comprar una vaca, o la gallina de los huevos de oro.
Entonces,
y para ser claros desde el principio, la felicidad no es algo que se compra o se
vende (y menos se regala), es algo que, de ser posible, se conquista con
esfuerzo. Pero el puro esfuerzo individual tampoco alcanza, también se necesita
ayuda externa. El que se corta solo, difícilmente la encuentre. Acá por lo
tanto, no regalamos felicidad. Pero sí, al menos desde mi experiencia
particular (y la de muchos de mis amigos que también están acá), podemos
compartir la certeza de que hay luz al final del túnel. Pero el túnel tiene que
recorrerlo cada uno. Nosotros a lo sumo podemos ofrecerles una brújula, un mapa
y algunas otras herramientas.
¿Y cómo sé que la brújula anda bien? ¿Que señala
para el lado correcto? Y bueno, no queda otra que probarla. Si me quedo en la
pura desconfianza y ni siquiera me doy la oportunidad de probar la herramienta,
después tampoco me puedo quejar de que no logré nada. No logré nada porque no
hice nada. La culpa, en ese caso, tampoco es de los demás.
La vida,
en parte, está hecha de pequeñas confianzas. En el caso de la brújula propiamente
dicha, la de la agujita, la mayoría de nosotros aceptó, en algún momento, que
marca el norte sin haber ido hasta el polo a verificarlo. Si en el mapa dice
que cierto lugar está al norte con relación a donde ahora estoy y, siguiendo la
brújula para donde dice que está el norte, llego efectivamente a ese lugar,
entonces comprobé, al menos, que la brújula y el mapa están de acuerdo, que tienen
utilidad.
Así, con pequeñas comprobaciones que no me exigen invertir demasiado
tiempo, puedo llegar a verificar la utilidad de los instrumentos. De nuestra
parte, lo único que les podemos ofrecer, es nuestra palabra de que a nosotros
nos fueron útiles.
¿Y esto significa que de este lado todos somos felices? Y,
seguramente que algunos más y otros menos. Quizás ninguno completamente. Pero
seguro que todos estamos convencidos de que encontramos un método confiable
para tender a ella. Encontramos esperanza, que no es poca cosa.
La
esperanza es una forma de la felicidad.
Y la
esperanza tiene mucho que ver con la confianza. Yo diría que es la
confianza de que mañana va a ser mejor que hoy. Y eso es una decisión
que pueden tomar ahora mismo sin mucho esfuerzo. La de confiar en que mañana va
a ser mejor que hoy. Que lo mejor está por venir. Y eso, si
lo logran, van a ver que cambia el presente por completo. Un presente esperanzado es, sin
duda alguna, mejor que uno desesperanzado. Un presente con un
propósito, con un rumbo, es mejor que un presente ciego, desorientado o
desesperado.
Todo
cambio, por lo tanto, empieza por un propósito. Si alguien supone que nada tiene que cambiar y su vida está
perfecta así como está, posiblemente no tenga nada que encontrar acá.
Posiblemente también (para ser honesto en cuanto a lo que yo creo) se está
autoengañando. Pero eso, de momento ya entra fuera de nuestras posibilidades de
hacer algo... por ahora.
El que se miente a sí mismo, en gran medida tiene que
salir sólo de esa trampa en la que también solito se metió. Es un poco difícil
que acepte ayuda externa. Y ya que hablamos de trampas que nos ponemos a
nosotros mismos podemos hablar de la de la autosuficiencia.
El creer arrogantemente que puedo solo. Que no necesito ayuda de nadie...
Y con
esto llegamos a otra cuestión central de nuestra metodología.
Ayudarnos
unos a otros.
Acá sencillamente le decimos amistad.
Nadie es feliz cuando no tiene amigos.
Y eso es algo que sí les podemos prometer, siempre y cuando pongan de ustedes
mismos la intención. Que van a sembrar acá las semillas de amistades que van a
durar toda la vida. Esto es central. Pero, como dije, también depende de
ustedes, de que estén dispuestos a probarlo. Nadie puede obligar a otro a
hacerse amigo. La amistad es un fenómeno de, por lo menos, dos vías. De ida y
vuelta. Se necesitan al menos dos voluntades para lograrla. Pero sí les podemos
asegurar que eso es algo concreto y verificable que, los que seguimos en esto,
encontramos sin duda alguna.
Algunos
les llaman, un tanto místicamente, a esta intención de hacerse amigo “espíritu de caridad”. Pueden llamarle
así, si quieren, pero, dicho en criollo, no es otra cosa que la predisposición
a la amistad.
Obviamente, como muchos ya estarán pensando, amigos se pueden
encontrar en cualquier parte, no es necesario hacer un retiro espiritual para
eso. Lo que hay que puntualizar en este punto es que la cosa no termina ahí.
Que esto es sólo una parte de la misma. Pero una parte esencial. Y, en todo
caso, para los que en su vida hayan experimentado alguna dificultad en este
punto, lo que propiciará el retiro es un ambiente propicio para que esto suceda
con más facilidad.
Pero no hace falta que me crean ahora. Sí hace falta que
estén dispuestos a verificarlo. En
todo caso, ahora lo importante es que les quede claro que esa predisposición es
fundamental para el éxito o fracaso de este retiro en particular. Los que más
frutos sacarán, serán los más dispuestos a entregarse a este proceso de
amistad.
Tenemos
ya, entonces, como herramientas, la esperanza y la caridad.
El tercer elemento
que nos falta nombrar es quizás el más difícil o quizás el más fácil.
La fe.
Algunos
relacionan también la fe con la confianza. De hecho, la palabra confianza viene
de fe. Significa “con fe”. Pero, desde este punto de vista, si la
esperanza es confianza en el futuro, la fe es confianza en el presente.
Es,
podría decirse, algo que tiene que ver con la intención activa de descubrir. Con la capacidad de asombro.
Eso, la capacidad de asombrarnos, es algo que
quizás fuimos perdiendo por esto que decía antes de ir anestesiándonos por
aburrimiento o para no sufrir.
La
capacidad de asombro es algo que todos tuvimos cuando niños. Cuando en el mundo
todo era nuevo y por explorar.
Y una de las principales causas de su pérdida es
nuestra tendencia a caer en los prejuicios.
¿Y qué es un prejuicio? Todos somos
prejuiciosos en cierta medida. A veces, incluso, sin darnos cuenta y creyendo
que no lo somos. Denme por un momento el
beneficio de la duda en esto.
Todos
somos prejuiciosos. Les quiero explicar
cómo lo veo yo.
El prejuicio es,
hasta cierto punto, una manera de simplificarse la vida. De construirnos
mentalmente unas especie de cajitas
para meter las cosas más o menos parecidas. Economía
cognitiva, le dicen los psicólogos.
Para sentirnos capaces de predecir algunas cosas por parecerse a otras. Es
una manera que tiene la mente de querer controlar la realidad, de tener la
sensación de saber a qué atenerse.
Entonces, por ejemplo, si a mí alguna vez me
asaltó un tipo con gorrita, mi tendencia va a ser, cada vez que veo una gorrita
a lo lejos, salir corriendo para el otro lado. Eso es un prejuicio. Algo que dice “todos”. No digo que no
sea útil en muchos casos. Pero también es evidente que nos recorta la realidad.
Si decidimos de una vez y para siempre que todo tipo con gorrita es un chorro,
nos privamos de toda verificación de lo contrario. Y si tenemos esa actitud con
muchas cosas, como por lo general sucede, vamos
estereotipando la vida.
Y finalmente, nada nos va a asombrar. No porque no
esté ahí, sino porque automáticamente lo metemos en alguna de nuestras cajitas, más o menos a presión, y lo catalogamos casi sin verlo realmente.
Si a
todas las personas que conocemos las ponemos casi de antemano en una categoría
prefabricada, difícilmente vamos a ser capaces de percibir su unicidad, su
originalidad esencial.
Y así, con cada experiencia de nuestra vida. Si ahora
mismo juzgamos este retiro diciéndonos que se parece, por ejemplo, a un curso
de autoayuda que hice el año pasado, nos autoimposibilitamos de ver su
originalidad. Nos privamos del asombro de descubrir algo nuevo. Ya lo
catalogamos y, en ese acto, nos volvimos a nosotros mismos, ciegos.
Cuando
decimos que la fe es asombro, estamos diciendo que a cada instante (y por
ende, ahora mismo) está ocurriendo un milagro. Si no lo vemos, no es porque no
está. Es porque estamos dormidos. Por
esta cuestión de las cajitas es que estamos insensibilizados al milagro
cotidiano. Ciegos por nuestros propios prejuicios. Cada cosa nueva que aparece
decimos “ah, sí, ya sé”, y la metemos en una de nuestras cajas.
Todos
tenemos cajas. Lo que ofrecemos acá, entre otras cosas, son cajas nuevas. Nuevas maneras de mirar lo
que por lo general venimos viendo
pero no mirando. Y lo que les pedimos
es que hagan el esfuerzo de no amontonarlas con las demás. Con las cajas viejas
ya conocidas. La predisposición a verlas como nuevas.
En este
oficio de aprender a mirar de forma nueva hay por lo menos dos cosas
significativas. Mirar cada cosa que aparece como única y particular y,
conjuntamente, no mirarla aislada, sino mirar las relaciones entre las cosas.
Mirar la totalidad.
Hay un cuentito que siempre se narra en esta charla y, a
pesar de mi resistencia a echar mano a cosas ya muy manoseadas, lo voy a contar
porque me parece inmejorable para prevenir una actitud que todos tenemos en
mayor o menor medida.
Es el
cuento de la sembradora.
Este
cuento dice que un agricultor compra una sembradora y se va a su casa a esperar
que se la entreguen. La cosa es que la sembradora le va llegando, justamente,
en cajas. Este buen hombre, al ver piezas sueltas en cajas supone que fue
estafado, porque no ve la sembradora por ninguna parte. Recién al final, cuando
recibe todas las cajas y el plano, es
capaz de ponerlas juntas y armar su sembradora. También en este punto necesita ayuda externa de un técnico especializado, para que le diga de qué manera ensamblar
todas las partes. Finalmente recibe la llave y el seguro y recién ahí está en
condiciones de usar la sembradora.
El cuento
es una metáfora de lo que va a pasar en este retiro. Vamos a ir recibiendo
cajas (en forma de charlas) y, posiblemente no vamos a ser capaces en un
principio de ver cómo es que ensambla cada parte con la totalidad. Por eso es
que les pedimos no saltar a conclusiones precipitadas antes de tener todas las
cajas y el plano (y la ayuda experta) para armar la máquina completa. Tienen
que, en cierta medida, confiar en nosotros cuando les decimos que la sembradora
llegará, pero por partes. Que no la van a ver completa hasta el final.
Decía al
principio que todo en la vida es una apuesta.
La vida es como una ruleta en la
que todos, a cada paso, estamos obligados a apostar.
Para terminar quería
contarles una anécdota de un matemático famoso llamado Pascal.
Me parece que
viene a cuento, aunque al principio les pueda parecer que me voy un poco por
las ramas.
Este buen
señor Pascal, además de ser un niño prodigio y un verdadero genio, era un
fervoroso creyente. Hoy se puso de moda entre algunas gentes que la religión y
la ciencia son cosas enfrentadas. Que para ser un buen científico habría que
ser ateo. Pero no me acuerdo quién dijo “un poco de ciencia te puede apartar de
Dios, pero mucha ciencia te va a devolver a Él”. Tengo la vaga idea de que fue
el mismo Einstein, pero no estoy del todo seguro. Lo que sí sé es que Einstein
mismo, así como Darwin, también fueron creyentes. A pesar de que hoy algunos
los citan para hablar en contra de la religión.
Así que esto de separar ciencia
y religión es uno de esos prejuicios de los que veníamos hablando. Es una
simplificación. Cierto es que hay también muchos grandes científicos ateos.
Pero eso no quiere decir que una cosa necesariamente tenga que implicar la
otra.
Por eso les quiero contar esta historia de Pascal, que también fue
científico y creyente.
Cuenta la
historia que este tal Pascal nació en una familia acomodada allá por el siglo
XVII. Su padre, que parece que no confiaba mucho en la educación de la época,
decide asumir la responsabilidad de educarlo él mismo. Pero, por alguna razón
que desconozco (o me olvidé) parece que basó su educación en aprendizaje de las
lenguas y la historia y, por alguna razón se negó a enseñarle al pibe nada que
tuviera relación con las matemáticas, al menos hasta que haya aprendido lo otro.
Así fue que éste llegó hasta la edad de doce años sin haber recibido ninguna
información relacionada con la aritmética y la geometría. Pero, como era muy
curioso, se puso a pensar en la geometría por su cuenta, dibujando con carbón
en el piso de su pieza figuras de las que ni conocía el nombre técnico. Así, le
decía al círculo redondel y a la línea barra, por ejemplo.
Resulta que un día
el padre entró de improviso a la habitación de su hijo de doce años y lo
sorprendió, no masturbándose, como seguramente nos pasó a muchos de nosotros,
sino con el piso enchastrado de figuras geométricas, garabateadas en carbón.
Cuando
le preguntó qué estaba haciendo, parece que el nene le dio una larga
explicación de lo que había estado desarrollando y entre eso le contó que había
“descubierto” lo que ya se conocía como la 32ª demostración de Euclides. (Euclides, para quien no sepa, es un griego
que todavía hoy se considera como uno de los padres de la geometría) .
Pero
esto no se quedó ahí.
Fue el inventor, poco después, de la primera calculadora
conocida y escribió un montón de libros dedicados a la ciencia. Sin embargo,
hacia el final de su vida, que además fue más bien corta, ya que murió a los 39
años, se dedicó a tratar de convencer a la gente de la conveniencia de llevar
una vida creyente.
Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la apuesta? Bueno, ya
llego al punto.
Dicen sus
biógrafos, que Pascal tenía varios amigos amantes del juego. O era muy buen
amigo, o también le gustaba a él, porque la cosa es que, como matemático, se puso
a idear algunos métodos para ganar en la ruleta.
Así fue como se convirtió en
el iniciador de una rama de la matemática que hoy se conoce como cálculo
probabilístico. El cálculo de posibilidades de que una cosa suceda o no.
Ahora
bien, parece que muchos de esos amigos eran escépticos (aunque quizás, secretamente, rezaran mientras giraba la ruleta). Con esa mente matemática y su preocupación de convencer a sus amigos de
la conveniencia de creer en la vida eterna, es que planteó su famoso
razonamiento.
Lo digo con mis palabras, pero si alguien lo quiere encontrar
mejor explicado lo puede buscar en su libro póstumo que se llama “Pensamientos”.
Si hay
vida después de la muerte, decía, es algo que nadie volvió para contarlo, así
que, en lo que a nosotros respecta es una apuesta.
En ese tema, dice, todos
apostamos. El que no quiere apostar, está apostando implícitamente por el no.
Pero
el que apuesta por el no (es decir, afirma que no hay vida después de la
muerte) si gana, no gana nada. No va a estar ahí para reclamar haber ganado.
Pero si pierde, va a transcurrir su otra vida (que es eterna) como perdedor. Va
a haber elegido convertirse en un eterno perdedor.
Por el contrario, el que
apostara por el sí, si pierde, no pierde nada. Nadie va a estar ahí para
echárselo en cara. En cambio si gana, será un ganador eterno, por decirlo de
algún modo.
Pero
bueno ¿qué significa esto? ¿que toda nuestra vida la tenemos que hipotecar por
esta apuesta?
Algunos usan esto para explicar los sufrimientos de acá con premios de allá.
No es esa mi perspectiva.
Ya dije antes que la
esperanza es una especie de felicidad ahora por algo esperado en el futuro.
Yo creo que, en el fondo, todos queremos ser inmortales.
Algunos derrotistas
pensarán que no se puede y otros, quizás más ingenuos, creemos que sí. La
diferencia que veo, quizás, con esa perspectiva del todo o nada, es que, creo
yo, que la inmortalidad hay que
construirla ahora.
No viene dada sólo por el hecho de creer que existe. Y
lo que a mi me parece, es que en esa construcción es que reside el
verdadero cielo. Un cielo que empieza acá, en esta vida, al intentar
construirlo momento a momento. No es algo, por lo tanto, individual, es
algo comunitario, está en los vínculos.
Se construye con los vínculos.
Entonces,
yo apuesto por la posibilidad de esa inmortalidad pero opino que, además la tengo
que construir.
La apuesta, en este caso, implica un cambio de actitud acá.
No sólo un decir que sí y tirarme panza
arriba a esperar a ver qué pasa.
Así que ésa es la apuesta.
Tratar de
construir, con ayuda de Dios, la propia inmortalidad, junto con la de los
demás.
Pero hay que apostar.
El que no arriesga, no gana, dice el dicho.
Así
que yo no les puedo asegurar la felicidad pero sí les puedo asegurar lo
contario:
“Triste es la vida de todo derrotista”. De aquél que decidió de antemano que no hay nada por lo que valga la pena luchar.
“Triste es la vida de todo derrotista”. De aquél que decidió de antemano que no hay nada por lo que valga la pena luchar.
Así que si apuestan por
el no, casi podría asegurar que tiene la infelicidad asegurada.
Podrán
encontrar placeres momentáneos, distracciones varias, postergaciones de todo
tipo, incluso, de vez en cuando, emociones fuertes, pero nunca la felicidad.
Pero
si apuestan por el sí, al menos tienen una posibilidad y, como ya dije varias
veces, en la esperanza viene ya implícita cierta cuota de felicidad.
Así que,
entonces, ahora es el momento.
Hagan
su apuesta, señores.
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