Vivimos en una sociedad
que se avergüenza de la vergüenza y predica que el pudor es una especie de
pecado victoriano propio de mojigatos que están peleados con su propia
sexualidad. Las sociedad de la transparencia.
Hoy “está mal” sentir
vergüenza, como para nuestros abuelos estaba mal no sentirla.
Esta “moral social”
impide, como siempre sucede con las generalizaciones universales, diferenciar la vergüenza normal de la
patológica. Lo mismo sucede con la culpa.
Pero la culpa tiene que
ver con el pasado mientras que la vergüenza tiene que ver con el presente.
La vergüenza es un
sentimiento activo, detonado por la situación actual. La vergüenza por hechos
pasados se suele transformar en culpa.
En mi opinión, algunos psicoanalistas
simplifican en extremo (y, por lo tanto, distorsionan) la conceptualización de
vergüenza y culpa, atribuyendo como su causa única a los efectos de la
represión social religioso-victoriana, relacionada solamente con un intento de
controlar la sexualidad.
Lacan, sin embargo,
definió la vergüenza con mucha más precisión desde una perspectiva
fenomenológica al decir algo así como que <<
La vergüenza es un modo de respuesta ante la mirada del Otro>>. (Seminario
1)
Freud mismo, allá por el
1900, hizo una observación similar:
“Las personas ante
las cuales nos avergonzamos [en los sueños de desnudez] son casi siempre
extraños cuyos rostros quedan indeterminados. (…) Esto es lo sugerente”. (Freud, Interpretación de los sueños).
Un “extraño” es alguien
exterior a la manada. Por lo cual, esto no sería exactamente vergüenza sino
pudor. Y el pudor es una emoción que protege, justamente, la intimidad, lo
intragrupal, de “penetraciones” extranjeras.
El pudor es una protección
sana de la propia intimidad y de lo intragrupal.
No me parece algo que tenga
que ser tan “alegremente” desechado.
A menudo se asocia la vergüenza con algo que nos impide ser nosotros mismos. Lo que no se entiende es porqué se supone que la vergüenza no es parte de ese supuesto “sí mismo”. Asociar el “sí mismo” con el impudor y el egoísmo lo único que hace es fabricar a falsos auténticos en serie. Que, justamente, en lo único que piensan es en “sí mismos” y nunca en los demás.
Por eso, muchas veces al tipo
le cuesta más sacrificar su propio egoísmo, porque cree que eso atenta contra
su “autenticidad”.
Pero no hay verdadera
autenticidad en ese sesgo. Es una repetición en serie de egoístas caprichosos, repitiendo el mantra de que son "fieles a sí mismos".
Freud reconoce también el
carácter biológico de la vergüenza como “dique psíquico” al especificar que la
misma surgirá aun cuando no sea fomentada por la educación:
<<En el niño civilizado se tiene la impresión de
que el establecimiento de esos diques es obra de la educación, y sin duda alguna
ella contribuye en mucho. Pero en realidad este desarrollo es de
condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede
producirse sin ninguna ayuda de la educación>>. (Freud, Tres ensayos de teoría sexual).
Por supuesto que más adelante
Freud mismo, cuando se pone a pelear contra la religión, se contradice en esto
en muchas ocasiones.
Pero me interesó rescatar
la opinión citada, porque me parece más científica y menos
ideológico/proselitista. O, al menos, menos destinada a promover el individualismo.
El individualista ni
siquiera es manada. Es engranaje. Es el que más hace lo que el sistema espera
de él: competir, envidiar, aislarse, despreciar, desconocer su propia
vulnerabilidad.
Pero quizás la vergüenza
no sea tampoco tan “orgánica” como decía Freud. Lo cual no quiere decir que por
eso sea menos “legítima”.
Los prejuicios biologistas
de moda tienden a considerar como “real” sólo lo biológico, atribuyendo a lo
cultural cierta sospecha de artificialidad (e incluso de hipocresía).
Pero en el ser humano “lo
natural” es justamente la cultura. Así que no se pueden separar tan
maniqueamente las cosas de esa manera.
Por otro lado, también hay
que señalar que la teoría del trauma pone la etiología de la vergüenza
totalmente “afuera” al considerar que un sujeto vergonzoso tiene que haber
sufrido en su infancia abuso o abandono. En este caso, se pone todo el énfasis
en lo vincular y nada en lo biológico.
Por supuesto que, si
existió el trauma, es más posible que haya manifestaciones patológicas. Pero
incluso eso no es una condición cerrada.
Hay algo (que, hasta donde
yo sé no está todavía bien discernido) que hace que algunas personas procesen
sus traumas de manera más sana que otras.
Que una persona violada se
transforme en un violador es una mínima posibilidad entre varias… y nadie sabe
porqué.
Parecería ser que las series complementarias freudianas siguen
siendo la mejor explicación para el asunto.
Lo que sí queda claro con
este ejemplo es que el consejo universal de que no hay que tener vergüenza de sí
mismo no es muy recomendable para darle a un violador. La apología de la
desvergüenza dio como resultado aberrante (entre otros) la existencia del Día Internacional
del Orgullo Pedófilo. Si no me cree googlee.
Pero ya me fui por las ramas. Mejor vamos al tema.
Las emociones básicas (o
sea, biológicas) referidas por Ekman, son miedo, alegría, tristeza,
enojo, aversión y sorpresa.
Por razones de
supervivencia, nuestro cerebro necesita tener cierto acceso inmediato (no
intencional ni conciente) a estas emociones. En otras palabras, son relativamente
independientes de la cultura porque gobiernas reacciones supuestamente pre-culturales, cuasi
instintivas.
Por supuesto que todas
pueden desarrollarse inapropiadamente y degenerar incluso en patologías
psicológicas.
La desvirtuación
patológica del miedo es el pánico, de la alegría es la euforia, de la tristeza
es la desesperación, del enojo es la ira, de la sorpresa es la desorientación.
Por la misma razón, la
culturalización de las mismas debería ser una forma de encontrarles una
expresión sana, con fines vinculares. Y todas lo tienen.
Todas estas emociones
tienen, como dije, funciones de supervivencia biológica. En los animales
gregarios, también otra emoción tiene una función secundaria de supervivencia: el
apego a la manada, o grupo de pertenencia.
En el humano, por razones
propias de la especie que luego explicaré, esta emoción de apego, produce un
sentimiento adaptativo: la vergüenza.
Sé que parece raro llamar
a la vergüenza un “sentimiento adaptativo” porque por lo general se vivencia
subjetivamente como todo lo contrario: como un obstáculo a la adaptabilidad.
Sin embargo, esa sería una especie de vergüenza patológica.
Básicamente
(simplificando) se podría caracterizar a la vergüenza como “sentimiento de inadecuación”.
Dicho de otra manera, la angustia por la amenaza de no pertenecer.
Pero la vergüenza es un sentimiento complejo porque en ella
confluyen las manifestaciones de, por lo menos, tres emociones básicas: el
apego, la aversión y el miedo. El miedo es fácil de ver: es el miedo a ser
rechazado por la manada. El miedo a perder la sensación protectiva de apego, de
no ser considerado perteneciente a ella. Como se ve, tampoco es un miedo
primario, porque la “amenaza” (perder la pertenencia) puede ser completamente
imaginaria.
Lo que nos avergüenza, por
lo tanto, es lo que suponemos que puede causar aversión a la manada. Lo
característico humano es que “suponemos”. Es decir, tenemos una “teoría” de lo que los
otros podrían llegar a sentir por nuestras conductas o manifestaciones
externas. De esta manera, tomamos nuestra aversión natural y la “proyectamos”
(como una especie de “empatía inversa”) sobre los demás. Huelga decir que toda
suposición puede ser verdadera o falsa, realista o imaginaria.
Por eso la vergüenza no es
una emoción básica sino un sentimiento más elaborado, ya que la misma necesita
que el sujeto disponga ya de cierta “teoría
de la mente” ajena. Es decir, sólo siente vergüenza alguien capaz de
“especular” acerca de la aversión de los demás.
Es un sentimiento
netamente vincular. Como señaló Lacan, se necesita de la conciencia de la
mirada del otro para sentirlo.
Está íntimamente asociada
al sentimiento gregario de pertenencia y al miedo de poner en riesgo esa
pertenencia.
Es, también, un sentimiento
contextual. Eso explica, por ejemplo, porqué alguien puede sentirse
avergonzado de estar vestido en una playa nudista.
La falta total de
vergüenza es un rasgo psicopático.
No porque el psicópata no
tenga “teoría de la mente” ajena (la tiene en alto grado) sino porque no se
siente parte de ninguna manada y no ve ninguna necesidad de pertenecer a ella.
Es, en otras palabras, un depredador. Siente aversión por todos, pero no se
siente afectado por la aversión de nadie. No le interesa ser amado, no tiene
esa necesidad humana fundamental.
Por razones análogas,
tampoco siente culpa por el daño que pudiere causar a alguien más.
Así, una sociedad que
denosta la vergüenza es una fábrica de “sinvergüenzas”
(neuróticos individualistas con rasgos sociopáticos).
E incluso eso es una
abstracción teórica. Porque hasta el psicópata, por su narcisismo, necesita ser
admirado por los demás. Cuando no lo logra es secuestrado por emociones
destructivas orientadas a los otros. Si fuera inmune a la mirada del otro
tampoco sería un psicópata. Sería un animal de otra especie.
Por eso es que el
sentimiento de inadecuación no es algo para minimizar por el simple hecho de
que nos resulte incómodo. Algo importante puede estar señalando.
La vergüenza es una
emoción relacionada con la necesidad universal de aceptación social. Es una
alarma interior asociada al sentimiento de inadecuación y rechazo. Algo que nos
indica que los demás no aceptan algo de nuestra subjetividad o nuestra
conducta.
No es casual, por lo
tanto, que en el sentido común se asocie al “sinvergüenza” con alguien
peligroso. Ya que el verdadero “sinvergüenza” es alguien que tiene una
independencia total de la valoración de los otros. Cosa que, contra toda la
intención actual de adoctrinamiento de este sistema, no es algo deseable. De
hecho, tampoco es algo posible para un no-psicópata.
En una sociedad que
desprecia la vergüenza, la única posibilidad del no-psicópata es el sentimiento
paradójico de avergonzarse de su
vergüenza. O sea, no simplifica las cosas, las hace más retorcidas y
difíciles de desanudar, porque lo mete al sujeto vergonzoso en un bucle de retroalimentación patógena.
Se reconoce que la
vergüenza es causada por los “debería” del grupo de pertenencia. Pero cuando el
“debería” de tal grupo es “deberías no tener vergüenza” lo que se consigue, al
ir contra algo tan estructurante del psiquismo vincular, es un encubrimiento
disociativo: el tipo sepulta su vergüenza porque se avergüenza de ella y
entonces se imposibilita a sí mismo el verla con franqueza, para poder
tramitarla adecuadamente.
Si el tipo se convence a
sí mismo (por presión del adoctrinamiento cultural) que “está mal sentir
vergüenza” su única resolución automática es la disociación neurótica: la
reprime y deja de saber (ser conciente de) que la tiene.
Y, en este caso, no es una
simple represión moral (en el sentido tradicional del término) es una
neurotización sociopática. Está destinada a hacerlo encajar en un sistema
perverso.
Ser egoísta debería dar vergüenza. Cuando la deja de dar, el boludo estándar (habitualmente
llamado “neurótico”) se comienza a comportar como un sociópata por presión del
sistema.
La conexión vincular
correcta es por el amor, no por la conveniencia.
La conexión por amor
permite que el tipo entienda que puede ser aceptado aun con sus defectos y
vergüenzas sin tener que ponerse a racionalizar los mismos para justificarlos
(hacerlos pasar por virtudes) sino reconociéndolos por lo que realmente son:
defectos.
La anulación de la
vergüenza está destinada a negar la noción de defecto: el hecho de que existen
conductas buenas y malas para la salud del individuo y de la manada.
Es una racionalización que
tiende a la sociopatización de la sociedad con la excusa dudosa de “liberarla”.
El dolor por los propios
defectos es un sentimiento sano. No es algo que haya que “superar” por la vía
de la negación del defecto. Es algo que hay que afrontar, por más angustia que
produzca.
Hoy muchos psicólogos
parecen más inclinados a validar cualquier conducta con tal de diluir la
angustia. Pero la angustia por los propios defectos es una angustia necesaria.
Es lo único que puede permitir que el tipo pueda mejorar y se vuelva, al mismo
tiempo, más capaz de amar.
Porque se ama desde la
conciencia de pequeñez y falibilidad. Ningún ominipotente es realmente capaz de
amar.
Así que la supuesta “adaptabilidad”
del neurótico, que en una sociedad sana sería sanadora para el sujeto, en una
sociedad psicopática como la nuestra lo que hace es enfermarlo (psicopatizarlo).
Y la misma sociedad
enferma produce una situación de exclusión masiva de aquellos que, por una
razón o por otra, perciben su nocividad. Ya que el que tiene la suficiente
lucidez para ver su perversidad, pero no las herramientas adecuadas para
tramitarla sin contaminarse de la misma, opta por los escapes de tipo “border”:
se convierte en un hippie, un reventado, un marginal o cualquier otra falsa
solución autoexcluyente pero también, colateralmente, autodestructiva.
El rebelde ve la impostura
ética del sistema actual de dominio (cuyo único fin es igualar para regular y
someter por la vía de compulsión al consumo) y salta a la conclusión falaz de
querer negar el bien de toda ética (relativismo ético) que es, en definitiva lo
que pretende el mismo sistema. Cree que se le opone y en realidad le está
haciendo el juego. Cuando, en lugar de eso, su atención debería tender a tratar
de encontrar una ética universal que esté más allá de las normativas perversas
del sistema. Ésa es la única verdadera vía de plenitud humana y auténtica
libertad.
¿Cuál sería entonces la
vergüenza patógena?
Por esta misma razón de
ser un sentimiento complejo, el síntoma que la vergüenza puede desencadenar, va
a estar asociado a otras características de la personalidad de cada sujeto
concreto.
Hay una tendencia básica
de la personalidad que divide los desequilibrios en dos: los que atribuyen la
causa de todos sus males a lo exterior (atribución externa) y los que se lo
atribuyen todo a sí mismos (atribución interna). Es lo que Herder llamó “error
fundamental de atribución” ya que, como es evidente, nada tiene una causa
única.
Si predomina la atribución
interna, el tipo va a tender a culpabilizarse a sí mismo y creer que no es lo
suficientemente bueno para ser aceptado
por la manada. Va a sufrir, por lo tanto, desequilibrios culpógenos y
autoincriminatorios.
Si predomina la atribución
externa, el tipo va a culpabilizar a la manada de ser suficientemente malos
como para segregarlo. Sus desequilibrios más frecuentes serán entonces regidos
por el enojo y la ira.
Otra forma de enmascarar
el sentimiento de inadecuación es la envidia (o los celos). En su raíz está la
vergüenza de no tener lo que supongo que merezco (cosas o afectos).
Como sea, cuando un
paciente consulta por su vergüenza, lo que principalmente le preocupa son sus
características inhibitorias: algo que le impide sentirse cómodo con los demás.
No poder hablar en público, no sentirse cómodo en una fiesta, reunión u otra
situación social, etc.
No soportar la vergüenza
puede llevar al aislamiento. Lo que, en definitiva, es producir lo que la
vergüenza estaba destinada a evitar: la separación de la manada.
Lo que suele haber detrás
de esto no es tanto “vergüenza” en el sentido estricto del término sino una
especie de autoexigencia perfeccionista que, como efecto colateral termina
produciendo vergüenza.
Lo que hay que trabajar es
que no hace falta ser perfecto para ser aceptado por los demás. Por la sencilla
razón de que nadie lo es.
Como el factor conductual
predominante en estos casos suele ser un excesivo autocentramiento (egocentrismo:
el tipo está tan atento a sí mismo que no ve ni siquiera los defectos de los
otros y asume que los otros sólo existen para juzgarlo a él) la solución suele pasar por dejar de prestarse
tanta atención a sí mismo y dirigirla en cambio hacia los demás.
Cuando uno está atento a
las necesidades del otro, deja de preocuparse tanto por si hará o no el
ridículo.
Algunas personas pretenden
luchar contra la vergüenza por la vía directa del impudor, poniéndose a sí
mismas en situaciones “vergonzantes” como por ejemplo emborracharse y
convertirse en el payaso de la fiesta.
Es obvio que esta estrategia
omite el nudo de la cuestión, porque pretende combatir el egocentrismo
intensificándolo.
La estrategia de ponerse
deliberadamente en ridículo, es probable que sirva para verificar que no es la
muerte de nadie pasar un poco de vergüenza. Pero si el tipo es muy sensible al
desprecio ajeno (que si es vergonzoso probablemente lo sea) puede producir
rebotes desagradables de arrepentimiento que refuercen el síntoma en lugar de
mitigarlo.
Pero no se cura el
egocentrismo con una sobredosis de histrionismo egocéntrico. Se
cura con el descentramiento. Con algo que se podría llamar (con algunas
reservas) “olvido de sí” de la mirada.
Si opta por esta vía, el
tipo verificará muy pronto que su miedo primario (no ser aceptado por los
demás) desaparece paulatinamente. Porque
todo el mundo acepta a aquél que demuestra preocupación genuina por los
problemas del otro.
Amigarse con la propia
imperfección es casi un hito universal de cualquier proceso terapéutico. Pero
para eso es importante también verificar la imperfección de todos los demás y
reconocer que eso no es en absoluto un obstáculo para ser amado. Quien cree que
para ser amado hay que ser perfecto también imposibilita su capacidad de amar,
ya que no va a encontrar nunca a nadie que sea perfecto.
Eso, por supuesto, no
significa amar la imperfección, implica amar a pesar de ésta. Implica que es el
amor el que cubre (cura) las faltas, no el que las invisibiliza. Porque no se
puede sanar lo que no se sabe que está.
En síntesis, la cura de la
vergüenza, tiene que ver con el reconocimiento de la propia vulnerabilidad y la
confianza en el otro. Esto sólo es posible por la vía de la intimidad del amor.
La vergüenza es patógena
cuando aísla.
Es sano reconocer la enfermedad
de la sociedad.
Pero no es sano usar eso
como excusa para aislarse.
Sanarse a sí mismo no puede estar en contradicción con la intención de sanar la sociedad. No se puede lograr una cosa sin la otra. Porque somos seres sociales.
No podemos sanarnos
sin contribuir a la sanación de los demás.
Gracias, por desilachar más fino ayuda mucho
ResponderBorrarA veces la verguënza emerge recordando algùn caso pasado.Y allì se puede combinar con la culpa (generada por la impotencia de no poder cambiar la situaciòn).Lo de Lacan està muy bueno.Lo desconocìa.Y por ùltimo la vergúenza tiene un componente social (ejemplo el honor sìmil a ella desde lo sociològico) de los japoneses.Hay un sìndrome, dentro de la patologìa del estrès, que se denomina "indrome del tablado, que es una inhibiòn con sìntomas somàticos de exhibirse al hablar en pùblico.Lo demàs solo te digo que estàs màs empapapdo que yo y lo que comento son cosas que recuerdo de otras lecturas.
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