<<El camino es fatal como la
flecha.
Pero en las grietas está Dios, que acecha.>>
Jorge Luis Borges.
“Lo que vale es la intención”, dice el dicho popular.
“De buenas intenciones está empedrado el camino el
infierno”, lo contradice
(aparentemente) otro dicho famoso.
La intención central de
esta nota es explorar el concepto de intencionalidad para averiguar si se
lo puede relacionar o no con el de salud mental o emocional.
Pero, como de buenas
intenciones… ya se sabe, veremos adónde iremos a parar.
La intención no es algo
tan simple como puede parecer a primera vista. Esto es lo primero que evidencia
la aparente contradicción de los proverbios populares mencionados.
Para empezar, es necesario
reconocer que no es posible encontrar en el bicho humano algo que pueda
llamarse “intención pura”. La intención humana es compleja. Lo más “normal” es
que sea una mezcla brumosa, ambivalente y, en gran medida, excluida de la
conciencia de quien actúa.
Pero tampoco se debe
confundir complejidad con una disolución en el relativismo que inhabilite el
concepto por completo.
Con respecto a los
refranes citados, en mi opinión, ambas consignas son verdaderas. La diferencia
es que la primera se refiere a la intención con el acto ya realizado, mientras
que la segunda se refiere, o bien a una intención que no llega al acto, o bien
a una intención que juzga mal los resultados que producirán sus actos. En este
último caso el error de juicio puede ser de buena o de mala fe… o una mezcla de
ambas.
El “infierno” de la
segunda consigna, es el infierno de la esterilidad: lo que se seca sin dar
fruto. O también, cuando los frutos son veneno.
Cuando alguien actúa, lo
hace para modificar la realidad. Esto es postulable aun de los actos más automáticos
e impulsivos. El tipo se rasca donde le pica, a veces sin darse cuenta. Su
“intención” es que le deje de picar. Aun cuando ni siquiera se dé cuenta de que
se está rascando.
Por eso es que se puede
decir que hay acción conciente y acción mecánica (lo que se denomina como
“reacción”). La reacción es una modalidad de acción en la que no participa (o
participa mínimamente) la conciencia.
Los que niegan por
completo la intencionalidad, son los que adhieren a una concepción
antropológica determinista (ya sea este determinismo biológico, cultural, o
una combinación de ambos). Para ellos el ser humano es sólo una especie de
máquina de reaccionar a estímulos (externos, internos o mixtos).
Y, por supuesto, en gran
medida lo es… la cuestión es la dimensión de esa “medida”. Si es un absoluto o
si hay alguna grieta potencial.
O, dicho de otra forma, si
es concebible algún tipo de “estímulo” que le pueda llegar a aportar al tipo una
cierta relativa autonomía intencional (libertad).
Yo creo que es en el “frotamiento” entre la determinación
biológica y la determinación cultural donde se da la chispa posible de la
libertad humana.
O sea que, si bien el ser
humano tiene la posibilidad orgánica de intencionalidad, no puede acceder a
ella si no es por mediación cultural.
Es decir que la
posibilidad de autonomía no es algo que nos surja espontáneamente “desde
adentro” sino que “nos es dado” desde afuera, a través de la cultura.
Por supuesto que no
cualquier cultura. Hay influencias culturales que precipitan aún más en la
automaticidad. Una civilización como la nuestra que nos adoctrina para que nos autoexplotemos a nosotros mismos para producir y consumir es una influencia que
nos sumerge más aún en el automatismo.
Pero ¿qué carajo es la
cultura? La cultura es lo que aporta al protohumano el lenguaje, la ética, la
percepción estética y la noción de trascendencia: cosas que, en conjunto, son
lo que se puede llamar “psiquis” o, también, espíritu.
Por eso mismo, persuadir a
las persona (a través de la cultura) de que están completamente determinadas,
es en sí misma un tipo de influencia que tiene como resultado darle la excusa
de evadir toda responsabilidad para consigo misma y precipitarla en la
indolencia acerca de su propio destino.
Muchas veces, al menos
cuando es “con buenas intenciones”,
el propósito de esta posición tiene que ver con evitar la angustia que produce
la libertad. Pero eludir esa angustia es, justamente, obturar la libertad. Y
acá tenemos un ejemplo de cuándo las buenas intenciones pueden producir malos
resultados.
Como no le gusta sentir
angustia, sugieren Kierkegaard, Fromm, Sartre y otros, el tipo prefiere
resignar su libertad. La cosa es que el negocio no le funciona, porque el
automatismo irresponsable también, a la corta o a la larga, produce angustia. Así
que estamos cercados. De la angustia no se escapa haciéndose el boludo. Aunque
por un tiempito parezca.
Entonces, nos guste o no,
a partir de cierto momento, bastante temprano de nuestra vida, comienza a
gravitar en nuestra conciencia la noción de posible intencionalidad.
Quizás porque observamos
que otros reaccionan de manera diferente que nosotros ante los mismos estímulos
o circunstancias, quizás porque alguna reacción automática o impulsiva que
tuvimos nos causó algún tipo de dolor o consecuencia desagradable. Casi
inevitablemente, además, porque la educación parental nos lo impone.
Estrés y secuestro
En líneas generales, se
podría postular que, en circunstancias de bajo estrés, somos capaces de optar
entre más alternativas de acción que en circunstancias de alto estrés
emocional.
Creo que todo el mundo
sabe que cuando una fuerte emoción se apodera de un individuo, el mismo pierde
relativamente la autonomía. Es como si la misma emoción tomara las riendas de
las acciones de dicha persona. A esto es a lo que Goleman llamó secuestro
emocional.
El ejemplo más arquetípico
de esto es con la ira. Hasta tal punto se sabe que la ira puede obnubilar por
completo el juicio y la libertad de acción de una persona, que existe la figura
de “emoción violenta” como atenuante de un homicidio.
Otra cosa que evidencia
este ejemplo es que, cuando el tipo es menos dueño de sí mismo (cuanto más
“secuestrado” está por alguna emoción) es cuando se manda sus peores cagadas.
De allí que luego (y en
parte por la culpa que le produce la cagada que se haya mandado) es que se
propone ser más intencional en el futuro, no dejarse arrastrar.
Esto, claro, con la excepción de que el tipo en cuestión
sea un psicópata.
Es necesario aclarar: Los psicópatas son tan víctimas como
cualquiera del secuestro emocional. Sólo que nunca se arrepienten de sus
consecuencias. Y, si igualmente pueden desarrollar cierta intencionalidad, es
porque significa una autoprotección, pero nunca por evitar algún dolor a los
demás. A pesar de este detalle, igualmente se puede postular que, en el momento
que actúan con la supuesta intención de infringir dolor o daño a otro, es por
impulso de algún tipo de secuestro emocional.
Por supuesto que eso no
significa que sus actos no deban ser punibles. Justamente la punibilidad social
de sus actos es lo único que puede evitar que actúen inescrupulosamente, aunque
sea por miedo a ir presos.
Pero eso es un caso muy
particular.
Volvamos a lo que le pasa
a la mayoría de la gente.
Emociones
básicas
Una forma sencilla de
comprender qué y cuáles son las emociones básicas es mirar cuáles compartimos
con los animales. Algunas de ellas son el miedo, el enojo, la alegría, la tristeza,
etc…
Por razones de
supervivencia, nuestro cerebro necesita tener cierto acceso inmediato (no
intencional ni conciente) a estas emociones. En otras palabras, son independientes
de la ética porque gobiernan reacciones pre-culturales, cuasi instintivas.
Por supuesto que, en el
ser humano, todas pueden desarrollarse inapropiadamente y degenerar incluso en causa
de patologías psicológicas. Pero no puedo seguir por ese camino sin irme demasiado
lejos del rumbo que pretendo seguir en esta nota. Igual volveré someramente a
éstas cuando hable de secuestros crónicos.
Como veremos luego, hay secuestros agudos y crónicos.
Por ejemplo, el secuestro
agudo del miedo es el pánico, de la alegría es la euforia, de la tristeza es la
desesperación, del enojo es la ira.
Todas estas emociones
tienen, como dije, funciones de supervivencia biológica. En los animales
gregarios, también otra emoción tiene una función secundaria de supervivencia:
el apego a la manada, o grupo de pertenencia.
En el humano, por razones
propias de la especie, esta emoción de apego, produce un sentimiento
adaptativo: la vergüenza. Pero para
no irme tanto por las ramas eso lo voy a desarrollar en una nota aparte.
Sólo diré acá que la culpa
y la vergüenza, por ser sentimientos complejos, sólo pueden producir secuestros
de tipo crónico.
Pero para profundizar esto
tenemos primero que dilucidar cuándo un secuestro emocional se vuelve crónico.
Una característica general
de las emociones básicas es su volatilidad. Se disparan por algún estímulo
externo o interno y se diluyen cuando el estímulo desaparece.
Si la emoción nos llevó a
realizar alguna acción que nosotros mismos reprobamos, lo normal es que después
se desencadene una emoción compensatoria de arrepentimiento.
El arrepentimiento tiene
la función de restaurar nuestra noción del yo. La frase típica es “no era yo
mismo al actuar de esa manera”.
Eso significa que el
sentimiento más permanente del sí mismo está en otra categoría más estable en
el tiempo. Lo cual no quiere decir que no pueda estar también distorsionada.
La
“trampa” de lo agradable y desagradable
Si bien se puede hacer una
primera distinción entre emociones agradables y desagradables (o placenteras y
displacenteras) eso no tiene nada que ver con la potencialidad de las mismas de
producir secuestro emocional.
El pesimismo suele ser más
displacentero que el optimismo, pero si alguien supone que el optimismo no
puede producir secuestro emocional es porque nunca vio a un maníaco vender su
casa para invertir en un negocio a todas luces delirante, o porque “descubrió”
la forma de ganarle a la ruleta. Se sabe, además, que es mucho más la alta la
probabilidad de un maníaco que la de un depresivo de cometer suicidio.
Lo que quiero decir con
esto es que no se puede asimilar el secuestro emocional a alguna emoción en
particular. Ninguna emoción es ni buena ni mala en sí misma cuando surge. El
problema es que cualquiera de ellas puede tomar el control de los actos de la
persona si ésta no tiene algún mecanismo (interno o externo) para evitarlo. No
podemos ser intencionales en relación a las emociones que se suscitan en
nosotros mismos. La intencionalidad está en un momento posterior, en el que
podemos intervenir en cómo impactan las
emociones en nuestros actos. Para eso se necesita la cuña aportada por la
conciencia de sí.
Secuestro
emocional agudo y crónico
La mayoría de la gente que
conoce el término, tiene la idea del secuestro emocional agudo, como, por
ejemplo, una explosión de ira, que toma masivamente el control del propio
comportamiento.
Una explosión de ira (y el
posterior reconocimiento de la persona de que “no era ella misma” en ese
estado) me parece a mí que es el
“arquetipo” que le permitió a Goleman tipificar el concepto.
Sabemos que la ira está motivada
por el miedo (y por eso “da miedo”). Pero expresar el miedo enmascarado como
ira suele ser más agradable para el sujeto. Porque la ira es “egosintónica” (aumenta la sensación subjetiva
de omnipotencia) mientras que el miedo es “egodistónico”
(disminuye la sensación subjetiva de omnipotencia).
Sin embargo, puede haber
un tipo de “secuestro” menos explosivo, pero más sordo y perdurable en el
tiempo, como por ejemplo el sentimiento de ofensa y su posterior resentimiento.
Cuando una “emoción secuestrante” deviene crónica,
podríamos decir que entró en el territorio del sentimiento, porque es
“sostenida” por “pensamientos
combustible” (que alimentan el fuego).
O sea, es menos explosiva
pero más “racionalizada” (autojustificada tendenciosamente). Una
racionalización que se podría asimilar a una especie de “síndrome de
Estocolmo”: el secuestrado comienza a defender a su emoción secuestradora: le
empiezan a parecer “legítimas” sus “razones” y se siente inseguro si le faltan.
En el caso del resentimiento,
se podría decir que el sujeto no es “libre de vengarse”, es esclavo de su
compulsión a la venganza. Es decir, está
secuestrado por su resentimiento.
Otros secuestro crónicos
más intensos son los que terminan en adicciones (tabaco, alcohol, drogas,
juego, etc.). Pero eso es un tema que merece un tratamiento específico. Así que
también lo voy a dejar para una nota aparte. Sólo diré que uno también puede
volverse adicto a sus resentimientos.
Cuando la emoción deviene
en sentimiento, se podría hablar entonces de secuestro sentimental. Y, es
necesario señalar, que los sentimientos, por ser
culturalizados, siempre tienen connotaciones éticas.
La tesis que propongo es
que la posibilidad de caer en secuestro sentimental patógeno está muy
relacionada con lo autoindulgentes que seamos en relación a nuestro propio
egoísmo.
Nuestra sociedad está
construida alrededor de la idea matriz de que el egoísmo es algo que posibilita
el éxito y la libertad. Pero el egoísmo es una compulsión. Alguien egoísta no
es libre, sino todo lo contrario. Es esclavo de su egoísmo.
Y, si bien el egoísmo es
parte de todo ser humano, no es algo que no se pueda tramitar para
independizarse, aunque sea parcialmente, de él. En esa tramitación es en la que
radica la posibilidad de verdadera libertad.
La intencionalidad, por lo
tanto, tiene que ver con dejar de ser esclavo del propio egoísmo.
El egoísmo se manifiesta
en las distintas personas de muy diversas formas emocionales.
Frecuentemente hoy la
gente lo racionaliza diciéndose que está siendo “fiel a sí mismo”.
Goleman inicia su
argumentación para diferenciar la inteligencia emocional de la inteligencia
racional (la que miden los test de CI) en que muchas personas con un alto CI no
logran un éxito social.
Refiere, por ejemplo
acerca de un compañero de universidad que había obtenido los más altos puntajes
en todos los tests de rendimiento hechos en el comienzo de la carrera, pero “a pesar de sus extraordinarias facultades
tardó más de diez años en graduarse porque
pasaba la mayor parte del tiempo tumbado, se acostaba tarde, dormía hasta el
mediodía y apenas si asistía a las clases.”
Lo que se ejemplifica en
este caso, es que el estudiante citado estaba “secuestrado” por su pereza.
Parecería que Goleman
quiere persuadir acerca de las inconveniencias del secuestro emocional apelando
a la “zanahoria” del éxito social (académico, laboral, económico, etc.).
Sin embargo, el éxito
socio económico, no es suficiente para determinar que una persona no es víctima
del secuestro emocional. Bien puede ser que ese éxito se deba a que la misma es
presa de su ambición, avaricia o mezquindad, que son otros tipos de
“secuestros”.
Ese secuestro, si bien le
producirá “ganancias” materiales, es muy probable que impacte de forma negativa
en los aspectos vinculares de su vida.
O sea, es muy superficial
el suponer a priori que su riqueza o “éxito” sea producto de su inteligencia
emocional (o control intencional de los sentimientos).
La envidia, el
resentimiento, la sed de venganza, también son emociones que pueden operar un
secuestro sentimental. Independientemente del “éxito” que tengan las acciones
que impulsen y la supuesta gratificación parcial que sienta su agente.
Con lo que vengo diciendo
quizás alguien salte a la conclusión que para no ser presa de secuestro sentimental
uno debería sofocar sus emociones y convertirse en una especie de monje budista
utópico que “no siente nada”.
Nada más lejos de mi
intención.
El ideal de ser una
especie de Mr Spock no es un ideal humano.
La intención no es una
idea, es un sentimiento orientado.
Porque la realidad es que
la intencionalidad sana no tiene que ver con cantidades sino con cualidades. La
intencionalidad no mitiga el sentimiento, lo cualifica. No tiene que ver con
reprimir, sino con tramitar, dar cauce correcto.
Una terapia que valide la
pura espontaneidad puede ser una terapia que propicie el secuestro emocional o
sentimental.
Si nos damos cuenta de que
el secuestro emocional es lo que representa “lo malo” en nuestras vidas
comprenderemos que es una contradicción hablar de “libertad para elegir el
mal”. El mal es automático. La libertad es siempre libertad de bien. O, dicho
de otra forma, la intencionalidad siempre implica resistir al mal. Entendemos
acá como “mal” la pérdida de libertad producida por el secuestro emocional que
produce una determinada línea de comportamiento.
Cuando nuestras acciones
involucran a algún otro (y esto es prácticamente siempre, aunque no lo
advirtamos o nos hagamos los boludos)
las mismas se hacen pasibles de una consideración ética. Porque, lo tengamos
en cuenta o no, al otro nuestras acciones le serán beneficiosas, perjudiciales
o indiferentes.
Incluso legalmente, decir
que no tuvimos en cuenta al otro nos pone en situación de poder ser acusados de
negligencia.
La idea de “ser fiel sólo
a sí mismo” no es más que una pobre racionalización del egoísmo.
Nadie es fiel a sí mismo.
Si no es fiel a un ideal, es fiel a su síntoma.
Un resentido, un
vengativo, un envidioso, un egoísta, por lo general creen que son fieles a sí
mismos cuando, en realidad, son fieles a eso que sienten y los domina
En la línea de la mala
tramitación de las emociones se pueden marcar arbitrariamente dos extremos: En
un extremo el neurótico, cuyas emociones predominantes son la culpa y el miedo
y, a través de ellas, evita todo desborde emocional. En el afán de anestesiar
el resto de sus emociones, llega hasta el punto de ignorar que las tiene. Su
manera de evitar el aburrimiento es llenar su tiempo de obligaciones y rutinas.
En el otro extremo estaría el impulsivo, que vive en un estado de desborde, o
muy cerca de ese límite. En éste último, el miedo y la culpa no suelen ser tan
significativos y a menudo están depreciados, mientras que el enojo, la
ansiedad, el nerviosismo, la compulsión al placer, están exaltados. Su manera
de evitar el aburrimiento es explorando situaciones límite.
No hay que olvidar que
estamos hablando de una línea entre un par de extremos de la mala tramitación
de las emociones. Esto quiere decir que, si bien hay infinidad de variantes
entre las personas a lo largo de esta línea, ningún punto corresponde a una
correcta tramitación. Tampoco ninguna
mezcla de las partes mejorará la situación.
Esta equivocación de
pensar en “puntos medios” como solución a los problemas es bastante complejo.
Pero, para no irme por las ramas lo voy a desarrollar mejor en otra ocasión.
Sólo diré que mezclar dos
venenos no es la fórmula preferencial para elaborar ningún antídoto.
El error de infinidad de
terapeutas es creer que se sana a un neurótico volviéndolo más impulsivo. O a
un impulsivo volviéndolo más neurótico. O sea, desplazándolos a lo largo de la
misma línea. El problema es que ellos mismos están parados en algún punto de
esa línea y son incapaces de concebir algo externo a ésta.
Peor aún si se cree que la
misma solución sirve para todo el mundo y se le intenta aplicar al impulsivo
una receta para equilibrar neuróticos. Sería como querer apagar el fuego con
nafta.
Si usted cree que los
psicólogos “no aplican recetas”, vea Terapia o turismo
En síntesis
¿De qué nos secuestra el
secuestro emocional?
De una relación sana con
el otro.
De la posibilidad de ser
intencional.
Hay un especie de
“intencionalidad neurótica” de tipo represivo, que supone que puede obrar con
cierta “asepsia emocional”. Es una
intencionalidad cuya emoción secreta es el miedo imaginario y la necesidad
obsesiva de control.
El narcisismo del tibio
consiste en llamarle “virtud” a esa tibieza.
La salida sana de esta
dicotomía de descontrol impulsivo y control neurótico es la intencionalidad
entusiástica.
Es decir, el
entusiasmo es la emoción sana que posibilita una correcta organización
emocional, orientada a un buen fin.
La desvirtuación del
entusiasmo es el fanatismo.
¿Y qué significa
“desvirtuar”? Como la palabra misma lo sugiere, sacarle a algo la virtud: el
componente ético fundamental de “amor al prójimo”.
Es decir, para discernir
si un impulso es entusiasmo o fanatismo hay que mirar si su motivación (o
“drive”) es el amor o el odio (la compasión o el desprecio).
Encuentre el entusiasmo
basado en el amor y encontrará la piedra filosofal de su salud psíquica.
¿Qué es entonces la
intencionalidad?
La intencionalidad es la
conducta alumbrada por la conciencia.
Para que haya intencionalidad
humana, tiene que haber conciencia.
Pero esta conciencia, no
es un “observador neutral”, como algunos new age pretenden. Una conciencia útil
(humanizante) es una conciencia que discierne. Y discernir es diferenciar lo
que nos hace bien y lo que nos hace mal: separar lo que nos humaniza de lo que nos
precipita en el automatismo y la animalidad. Lo que construye vínculos sanos y
lo que los destruye.
Es decir que no hay
conciencia posible si no hay noción de bien.
Y la noción de bien, nos viene
dada desde afuera. Alguien nos la tiene que enseñar como, alguna vez, alguien
nos enseñó a hablar.
La conciencia es la grieta
de nuestra subjetividad que permite que entre esa luz.
Leerte es como pasar un espejito por abajo de la puerta y ver qué hay dentro de una gran casona, que muestra su suele mostrar su luces internas mediante postigos entreabiertos al exterior. Saludos !
ResponderBorrargracias por tomarte la molestia, Victoria
BorrarPablo
Comparto Pablo.
ResponderBorrargracias Vanina
BorrarEste blog esta muerto, hace 7 meses que no aparece Pablo!
ResponderBorrarPablo sos un genio!,desglosando estas palabras o letras hay mucho para decir
ResponderBorrarOjalá me entiendas, agradecimiento es una de ellas, MAESTRO!.
Mamadera!!
BorrarEste tipo salio del loquero donde estaba desde mayo y esta peor que antes, en cualquier momento cae otra vez, ja!
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