Diga el tipo lo que diga o le parezca lo que le parezca, nada le importa más (como a cualquier otro humano) que ser visto: ser reconocido como "algo" distinto del paisaje, como figura que se destaca sobre el fondo.
Y esto está bien, porque lo contrario lo pone en riesgo de que lo sieguen mientras están cortando el pasto.
Todos necesitamos ser reconocidos.
No hay otra manera de lograr idea alguna del "sí mismo" (self) que no pase por la mirada del Otro.
Ya decía H.G. Wells que no hay mayor tortura para el hombre que la de sentirse invisible.
Pero la cosa es que ese mismo impulso no está libre de ambivalencia.
Porque llega un momento en que, cuanto más visto es el tipo en cuestión, también más se convierte en "presa": inevitablemente, entre los que lo reconozcan como "algo distinto del paisaje", algunos lo van a querer usar como blanco de tiro, o como comida.
Y entonces, se desencadena la ansiedad: ¿hasta qué punto tendrá que resaltar como para que no se lo lleve la barredora pero no tanto como para que a alguno le moleste y lo quiera sacar del medio?
Ser o no ser (visto) es siempre La Cuestión.
Ser amado y ser odiado, son especificaciones de ser visto: ser visto con amor o con odio... o con desprecio.
Lo idiosincrático es cómo transformamos esa ansiedad primaria en "identidad".
Del lado de los que tienen miedo o vergüenza de ser vistos están los tímidos, los paranoicos, los que se sienten poco, los que suponen que no podrán responder a la demanda que implica esa mirada, etc...
Por el otro costado están los narcisistas y los psicópatas, que escotomizan su vulnerabilidad (se creen inmunes a toda amenaza) y transformaron el ser visto en goce.
Creo que este tipo de respuestas disonantes tienen que ver con el aislamiento del yo... Tienden a acentuarse cuando la red del tipo no existe o es en extremo deficiente.
Otra manera de tramitar esa ambivalencia es con la construcción de un nosotros.
En ese caso, el tipo ata su identidad a alguna "lucha" y algún colectivo que le brinda consistencia.
La sensación de nosotros, de alguna forma, funciona como diluyente de la ambivalencia, porque nos sitúa en un espacio intermedio entre paisaje y presa: una tercera posición.
Y entonces por esa misma causa y en nombre de ese nosotros, a veces, el tipo hasta está dispuesto a dar la vida.
Porque para que el yo no nos mate tiene que haber un nosotros que nos cuide.
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