Parece ser una opinión bastante
razonable suponer que, cada vez que
decimos “todos”, estamos expresando
un prejuicio.
Es decir, al referirnos a
personas, las generalizaciones universales (salvo la conocida “todos somos mortales”) tienden a omitir
las particularidades o excepciones.
No obstante, y aún con
esto en mente, me voy a permitir incurrir en el siguiente “prejuicio”:
Todos somos prejuiciosos.
Los prejuicios son tan
relevantes en nuestra vida, que tendemos a agruparnos con aquéllos que
comparten los nuestros y a considerar “enemigos” (o, al menos,
“adversarios”) a los que tienen otros
distintos u opuestos.
Pero me estoy adelantando.
Tratemos de definir
primero qué curiosa cosa es eso que llamamos prejuicio.
En su libro “La
naturaleza del prejuicio” (que tomaré como principal referencia para lo
que sigue), el psicólogo social Gordon Allport, intenta la siguiente
definición:
“... pensar mal de otra persona sin
motivo suficiente”.
Enseguida, por supuesto,
se da cuenta que tan breve frase tiene varios defectos:
- Un prejuicio no sólo consiste en “pensar mal” (desfavorablemente). También puede consistir en “pensar bien” (o sea favorablemente).
- “Pensar” es demasiado “reductivo”. Ya que lo más característico del prejuicio son sus componentes emocionales asociados.
- Los prejuicios no son sólo sobre “personas”, pueden abarcar la totalidad de los aspectos de nuestra visión del mundo.
- De lo anterior se deduce que toda ideología es, en potencia, un caldo de cultivo de multitud de prejuicios.
- Y, por lo tanto, que un componente muy frecuente en los prejuicios es alguna definición de “nosotros” y “los otros”.
En resumen, podemos
adelantar la hipótesis de que el propio narcisismo, juega un rol fundamental
en la conformación de los prejuicios.
Pero a eso vamos a llegar
más adelante.
Antes, quiero citar una
mejor definición anotada por el mismo autor, que me parece más abarcadora y con
cierto toque de humor:
“Tener un prejuicio es estar seguro de algo que no se sabe”
Desde que Allport escribió
su libro en 1953, pasó mucha agua bajo los puentes. Hoy hay dos cosas opuestas
de las que uno podría asombrarse.
La primera es que una
importante proporción de personas sigue sosteniendo las mismas “opiniones” que
él denunció, pese a la fuerte presión ideológica ejercida por algunos sectores
para desmontarlas. Éstos serían, por llamarlos de algún modo, los “prejuiciosos
tradicionales”.
La segunda, es que quienes
aceptaron que esas opiniones son prejuicios y desecharon sus “contenidos”, sólo
fue para cambiarlos por otros de signo opuesto pero con las mismas
características formales. Serían los “prejuiciosos posmodernos”.
Esta cuestión de la
forma y el contenido, la vamos a profundizar también más adelante.
Sólo diré ahora que este
segundo tipo de personas arroja una luz reveladora sobre algunas
características de la “naturaleza del
prejuicio” que quizás a Allport se le
pasaron por alto.
Pero por ahora volvamos a
lo básico.
Hay en el prejuicio
(hablando muy esquemáticamente) dos tipos de causas (que en realidad sólo se
pueden diferenciar para el análisis pero en toda persona están compenetradas
mutuamente).
- Causas cognitivas.
- Causas emocionales.
En atención a esto, Allport
utiliza dos palabras diferentes para referirse a los prejuicios meramente
cognitivos (prejudgment) y a los sobrecargados
emocionalmente (prejudice).
Como en español no existe
esta diferenciación, el traductor optó por usar el término pre-juicio (con un guión intermedio) para designar el prejudgment, que se refiere sólo a tener
una opinión sobre alguna cosa sin suficientes pruebas empíricas, pero sin
agregarle a la misma opinión una “sobrecarga”
emocional de adhesión o rechazo.
Si lo pensamos un poco,
veremos que en esta categoría de pre-juicio
entra la casi totalidad de nuestras opiniones.
La psicología cognitiva
estudió estos pre-juicios bajo la denominación de heurísticos.
¿Que es un heurístico?
Como dice Daniel
Kahneman en su libro “Pensar rápido, pensar despacio”, un
heurístico es un “atajo mental”.
Es una característica
normal y universal del pensamiento cuyo objetivo biológico es la llamada “economía
cognitiva”.
Esta economía cognitiva es
absolutamente necesaria para no “recalentar el cerebro” y poder tomar
decisiones en tiempo real según lo van exigiendo las circunstancias.
Hay una larga lista de
heurísticos identificados, pero desarrollarlos acá haría la nota demasiado
extensa.
Para no distraernos ahora del
tema principal voy a describir algunos en un apéndice al final para quien esté
interesado. También se pueden encontrar otros con facilidad en la web.
Es importante, no
obstante, tener claro que, si bien los heurísticos se refieren al
funcionamiento del pensamiento, no existe tal cosa como la “razón pura”
(independiente de componentes emocionales).
Según explica Antonio
Damasio en su libro “El error de Descartes”, el primer
“recorte”, previo a todo juicio racional, es de carácter emocional. Las
emociones, en base al agrado y desagrado (y que, a su vez, están
predeterminadas por las sensaciones), son las que ponen inicialmente el marco
acotado (relativamente más manejable) sobre el que el pensamiento va a poder
operar.
De lo contrario, la
diversidad de opciones sería inabarcable para la razón.
Los heurísticos, además,
no son las únicas causas de “errores de juicio” sobre la realidad. También
están las falacias y las distorsiones cognitivas. Pero analizarlas nos llevaría
demasiado lejos del tema actual.
Lo importante a rescatar
de esto es que la idea de que el ser humano tiene la posibilidad de ser puramente
racional es, en sí, un prejuicio. Es el prejuicio de la idealización de
la computadora como modelo de humanidad.
No hay opinión humana libre de
emociones y sensaciones.
Las opiniones suceden en
un cuerpo (que, a su vez, está dentro de un mundo que lo estimula
permanentemente).
Son un metafenómeno de una
actividad global contextualizada.
Parafraseando a Ortega, se
podría decir que toda opinión es la resultante de un yo-cuerpo y sus circunstancias.
No obstante todo lo dicho
hasta acá, me parece importante resaltar en este punto que, si los heurísticos
existen, es porque tienen una función adaptativa de supervivencia.
Si yo veo que alguien
corre hacia mí enarbolando un palo, automáticamente supongo que viene a pegarme.
Esto es, literalmente, un
pre-juicio. Estoy juzgando sobre algo que todavía no pasó. Claro que hay otras
características de lenguaje gestual del otro que pueden reforzar mi opinión.
Por ejemplo, que además me esté mirando con odio. Pero, como toda predicción,
también puede tener un margen de error.
Quizás me estaba haciendo
una broma. Quizás su objetivo era pegarle a un animal que detrás de mí estaba a
punto de saltarme encima.
Pero si me pongo a
considerar todas estas posibilidades en el fragmento de tiempo que media entre
mi percepción de la supuesta amenaza y su cumplimiento, posiblemente voy a
terminar apaleado si ésa era realmente la intención del señor del palo.
Quizás menos inmediato,
pero de similares características, pasa si voy caminando por una calle oscura y
veo a varios metros una persona que viene hacia mí con “actitud sospechosa” y “decido” cruzar a la vereda de enfrente. Si tuviéramos que definir con precisión de
qué se trata esa supuesta “actitud sospechosa” posiblemente nos encontraríamos en problemas.
Es, sobre todo, una sensación. Es decir un pre-juicio.
No cabe duda de que en
este tipo de situaciones quedarse (en una actitud racional y “científica”) a
ver qué pasa puede resultar la opción menos inteligente de todas.
El miedo, se dice, es un
gran formador de prejuicios.
Pero también, a
veces, el miedo es la herramienta más adaptativa.
La “sobrecarga emocional” o sentimentalismo.
Como dije antes, las
emociones y sensaciones están siempre presentes en nuestros procesos
cognitivos.
Pero, pasado cierto umbral
de intensidad (que, además, puede ser diferente en cada persona), tienden a
nublar de manera crítica nuestra percepción de la realidad (de los sucesos, de
las personas y de nosotros mismos).
Quizás convenga mencionar
al pasar un primer axioma:
La persona sobre la que más prejuicios tenemos es nosotros mismos.
Ése es el conjunto de prejuicios fundante, del cual se derivan todos los demás.
Con relación a esto me
viene a la mente una tira del humorista Quino, en la que Miguelito está
tapando el sol con su dedo. Cuando Mafalda le pregunta porqué piensa que es eso
posible (dado que el sol es infinitamente más grande que su dedo), Miguelito le
contesta “porque el dedo es mío”.
Como también ya dije,
nadie (o casi nadie) está exento de estas disrupciones emocionales en ciertos
juicios. Pero, suponer que el ideal es una completa frialdad, también sería un
error de interpretación. Sería, como ya dije, suponer que la perfección humana consiste en parecerse a una
computadora.
Me viene a la memoria un
ejemplo de “imparcialidad” que, si uno lo mira de cerca, termina siendo un
tanto sospechoso (aunque quizás sea un prejuicio mío).
Una vez, le preguntaron a
Borges el porqué de su distanciamiento con Cortázar.
El viejo poeta lo minimizó
(quizás “para la tribuna”) diciendo:
<<Es una simple
cuestión de opiniones. Es una pena. Porque nuestras opiniones son lo más superficial de
nosotros mismos>>.
Si uno lo mira de cerca,
es una forma de insulto muy sutil. Está poniendo toda la “responsabilidad” por
el distanciamiento del lado de Cortázar que es, según Borges, el que no puede
“separarse” de sus opiniones.
Está acusando al otro de
creerse sus prejuicios y poniéndose a sí mismo por encima de la situación.
También podría leerse
“estamos distanciados porque él es tan limitado que no es capaz de no
identificarse afectivamente con sus opiniones”. Como si, en realidad, tal cosa
fuera posible.
Hay que reconocerle al
viejo genio que toda su vida trató de ser fiel a esta máxima de separarse de
las propias opiniones.
Hay, sin embargo, según me
parece, un riesgo de cinismo en esta posición. Ya que separar la adhesión
emocional de toda opinión a la única postura que parece llevar es a la de no
creer en nada. A ver toda disputa ideológica como un simple “juego de niños”.
Otra declaración parecida
es cuando dijo:
<<Un día una
periodista me preguntó: “Usted, como conservador, ¿qué opina de tal
cosa?”. Yo nunca me había visto a mí
mismo como conservador. Pero como la chica era muy inteligente pensé que podría
ser cierto. Así que fui y me afilié al partido conservador>>.
Borges elogió repetidas
veces a alguien que podía argumentar desde un punto de vista contrario al
propio. Hay en esto, sin embargo, cierto olorcito a retórica sofista que a
Sócrates le hubiera revuelto las tripas.
No digo que como ejercicio
no puede estar bueno. De hecho, lo hemos implementado más de una vez en
ejercicios de debate. El riesgo, en mi opinión, es trasladar la propia
identidad a tal perspectiva acomodaticia que puede terminar lesionando nuestra
percepción de lo correcto y errado (éticamente hablando).
Cuando inteligencias
superiores (como por ejemplo la de Hobbes o, en menor medida, la de
Maquiavelo) se vieron motivados a
argumentar para legitimar el poder despótico de turno, en vistas a ganancias
egoístas personales (un puesto como asesor del “príncipe”), hicieron estragos
en la cultura.
Valga toda esta digresión
para aclarar mi posición de que la racionalidad pura, no acompañada por un
sentimiento empático de “lo bueno” y “lo malo” puede ser bastante perniciosa.
Pero pasarse de rosca (por así
decirlo) con el sentimentalismo, produce también efectos bastante nefastos.
También, que no me parece
muy humano esto de “no tener una ideología” (en sentido de un posicionamiento
frente al mundo).
La ideología asumida es, también, un reconocimiento de la propia dignidad de poder decir que es, para uno, lo mejor y lo peor en relación a la manera de organizar las cosas para el bien común.
Pero, como dije al principio que toda ideología es también un caldo de cultivo de prejuicios, creo necesario explicitar que el problema no es en sí tener una ideología sino la manera neurótica de relacionarse con la misma.
El tristemente célebre deseo
de prender fuego al enemigo en nombre del bien.
Quizás en este punto sea necesario explicitar que un prejuicio es una manera particular de relacionarse con determinada opinión. Una manera que implica una cierta sobreinvestidura emocional.
Decir que cierta opinión es en alguna persona, un prejuicio, no intenta (o no debería) decir nada acerca la veracidad o falsedad de dicha opinión.
Si no somos capaces de hacer esta
sutil distinción, posiblemente tenderemos a considerar “prejuicio” a toda
opinión que se contraponga a los nuestros.
Lo que importa (en la determinación de si algo es prejuicio) no es la opinión en sí sino la manera en que una persona particular la “encarne” (por decirlo de algún modo).
Después habrá que juzgar si la opinión es cierta o falsa, conveniente o no. Pero eso ya es otro tema.
La mayoría de las personas
adherimos a alguna ideología a partir de un fuerte sistema de prejuicios. Pero,
el que se mantiene al margen de toda ideología, suele caer en el cinismo o
convertirse en una “ameba” (una especie de ”cosa” blanduzca e informe).
Así como el heurístico que
se activa cuando alguien viene corriendo hacia nosotros con un palo, la
ideología también se activa como defensa de ciertas amenazas.
Tanto en un caso como en
el otro, la amenaza bien puede resultar siendo una pura fantasía. Va a depender
de la neurosis paranoide de cada persona la frecuencia e intensidad
en la que se caiga en estas ilusiones fantasiosas.
Para que esta
desvirtuación sea posible, es necesario que opere en la propia psicología un
fenómeno conocido como disociación neurótica.
La disociación neurótica.
Es mi opinión que el prejuicio
implica cierta disociación psíquica.
Dicho en freudianés, instaura una especie de cortocircuito entre el principio de
realidad y el principio del placer, dándole preponderancia al segundo.
Dicho en criollo, la expresión
del prejuicio me produce placer y por eso me niego a compararlo con los hechos
concretos de la realidad.
El tipo de placer que me
causa el prejuicio es, la mayoría de las veces, un placer narcisista.
Para sostenerlo, “racionalizo”
(me invento excusas) para explicar convenientemente todo lo que lo contradiga.
Por ejemplo, si yo tengo
el prejuicio de que soy un buen futbolista sin serlo, voy a explicar el hecho
de nunca meter un gol por la mala fe de mis compañeros o adversarios (o del
árbitro) por características adversas de la cancha o, incluso, porque el arco
del oponente es más chico que el propio. Atribuiré a “la suerte” los aciertos
de los otros y a la “mala suerte” los desaciertos propios.
Esto que parece bastante
ingenuo en el ejemplo, funciona exactamente igual en las ideologías cuando
saltamos a la conclusión de que “nosotros” (los que compartimos tal o cual
visión del mundo) somos lo buenos y “los otros”, los malos (o los idiotas, o
los despreciables).
La disociación ideológica neurótica opera de manera tal que se borra toda disonancia cognitiva entre mis creencias y los hechos que la contradigan:
Puedo decir, por ejemplo, que “todos los negros son ladrones” y negar simultáneamente que mi comentario sea racista, argumentando que me refiero “a los negros de alma” (cosa frecuentemente escuchada por más inverosímil que parezca). Puedo inclusive, argumentar a mi favor que “tengo amigos negros” con los que me junto frecuentemente y, sin embargo, seguir como si nada con mi aseveración discriminatoria, cuyo evidente propósito psicológico es hacerme sentir “superior” a esos supuestos negros imaginarios.
Esto de presentar pruebas puntuales para no hacerme cargo de tener un prejuicio, es lo que Allport denomina “reclausura”:
<<Cuando un hecho no encaja dentro de la zona mental, se reconoce la excepción pero la zona vuelve a clausurarse apresuradamente impidiendo que quede peligrosamente abierta>> (p. 39)
La cuestión parece ser
siempre no dejar que la realidad venga a arruinar mis fantasías de superioridad
(ya sea ésta moral, intelectual o de otro tipo).
Conozco a cierto
narcisista extremo que opina que todo el mundo menos él es idiota. Pero como
necesita estar diciéndolo constantemente, cada vez que se lo dice a alguien,
clausura momentáneamente su juicio sobre ese interlocutor particular
(integrándolo a su narcisismo) implicando que los idiotas son todos menos ellos
dos. Esto, por supuesto, mientras el otro le de la razón. De lo contrario entra
inmediatamente en la categoría de todos los demás. Por supuesto que cuando
cambia de interlocutor, el anterior se pierde en la nube de los idiotas y el
otro único no-idiota pasa a ser temporalmente su nuevo oyente.
Si bien es un ejemplo
extremo, creo que arroja alguna luz sobre el mecanismo subjetivo de formación
del “nosotros los mejores” que subyace a la adhesión neurótica a cualquier ideología.
Creo que la cuestión central
de esta disociación está en la conceptualización de “los otros”.
Los negros, los judíos,
los católicos, los hippies, los policías, los ricos, los pobres, los
extranjeros, los machistas, etc, etc... siempre es una “totalización” que
define lo no-familiar.
El no-nosotros sutilmente deshumanizado.
El no-nosotros sutilmente deshumanizado.
Esto demuestra también,
como profundizaremos después, que el contenido (quiénes son “los otros”) no
tiene en realidad demasiada importancia (pueden ser de lo más variados). El
mecanismo es exactamente el mismo tanto si “los otros” son los fachistas o los
comunistas, los conservadores o los progresistas.
Siempre que opere la disociación neurótica, los otros serán un poco menos humanos que nosotros.
Repito.
El desprecio (u odio) a “los otros”
tiene como sustrato el supuesto “nosotros los mejores” (los más humanos).
En su libro “El
efecto Lucifer”, dice el psicólogo social Philip Zimbardo:
<< Una de las peores cosas que podemos hacer a otro ser humano es privarle de su humanidad, despojarlo de todo valor mediante el proceso psicológico de la deshumanización. Esto sucede cuando pensamos que los «otros» no tienen los mismos sentimientos, pensamientos, valores y metas que nosotros. Rebajamos o borramos de nuestra conciencia toda cualidad humana que esos «otros» puedan tener en común con nosotros. Lo hacemos mediante los mecanismos psicológicos de la intelectualización, la negación y el aislamiento de las emociones.>> (cap 10). (resaltado mío).
Allport dice
categóricamente:
<<[En el individuo prejuicioso] es su yo el que está lisiado (...) Esto se expresa comportamentalmente en una tendencia general a sentirse amenazado>>. (resaltado mío)
En síntesis, la
disociación es un estado (de variable persistencia) en el que la persona no se
da cuenta de sus propias motivaciones.
En consecuencia, inventa
excusas arbitrarias para justificar sus acciones.
Es decir, racionaliza.
- Puede decir (convencidamente) que está obrando por el bien común cuando en realidad su motivación es la búsqueda de aprobación o afecto.
- Puede decir(se) que está actuando cooperativamente cuando en realidad obra por motivaciones competitivas.
- Puede decir que busca justicia cuando en realidad busca venganza o poder.
- Puede llamarle “amor” al deseo de dominio o posesión.
- Puede llamarle “odio” al miedo, o “justicia” al odio.
- Puede llamarle “libertad” al capricho o a la propia compulsión.
Todas estas cuestiones
pueden estar presentes en la adhesión neurótica a cualquier ideología y su
consecuente cristalización de prejuicios.
Este estado, podría
decirse, es uno de los componentes esenciales de la llamada “existencia
inauténtica”.
El individuo no es exactamente un hipócrita porque, en realidad, él mismo no percibe esa duplicidad.
El individuo no es exactamente un hipócrita porque, en realidad, él mismo no percibe esa duplicidad.
Sus “razones” no le permiten percibir
sus auténticos motivos.
Por tal causa, tampoco
podrá hacer nada para modificarlas si no son del todo “sanas”.
Una motivación subyacente
(que creo bastante común) es el deseo de percibirse a sí mismo como “buena
persona”. Deseo, dicho sea de paso al que todos “cedemos” pasivamente en mayor
o menor medida. Es casi insoportable aceptar que no lo somos.
Es claro que mientras esta
disociación permanezca (esta confusión que me lleva a creer que soy lo que
quiero ser) uno se está impidiendo a sí mismo la posibilidad de serlo
verdaderamente.
Al suponer que ya soy lo
que deseo ser, me libro del esfuerzo real que me implicaría intentar serlo.
¿Para qué esforzarme en
alcanzar algo que ya creo que poseo?
Forma y contenido.
Es opinión hoy bastante
difundida que “siempre” es más importante el contenido que la forma.
Ya en otra nota traté de
argumentar en contra de esta idea pero creo que, especialmente en el caso de
los prejuicios, esto es fundamentalmente un prejuicio.
Lo que parece suceder es
que tendemos a asociar “forma” con lo superficial y “contenido” con lo
profundo.
Pero rellenar un cadáver
con estopa para que no se pudra no lo hace menos muerto aunque le cambiemos el contenido.
Otro arbitrario axioma:
En el prejuicio, lo más relevante es la forma, no el contenido.
Ya algo dije anteriormente
al respecto pero, como sé que es una opinión controversial, trataré de explicarla
lo mejor que pueda con algunos ejemplos.
Es importante para esto
comprender que no es el contenido, sino la forma psicológica de relacionarse
con un concepto lo que determina que tal sea un prejuicio.
Uno puede perfectamente
saltar de una opinión a su opuesta creyendo que de esta manera se liberó de un
prejuicio y, en realidad, no haber hecho ningún cambio psicológico relevante.
Primero voy a dar unos
ejemplos gramaticales simples que, si bien posiblemente no convenzan a nadie,
me servirán como aproximación más o menos superficial a la idea.
Tomemos, como ejemplo, dos
prejuicios simétricos y complementarios escuchados ambos, al menos por mi, varias
veces:
1) “Todos los homosexuales
son depravados”
2) “Todos los homosexuales
son buena gente”
El contenido es claramente
diferente (opuesto) pero lo que lo hace un prejuicio (además de las emociones
que puedan cada uno tener asociadas) es la generalización de poner a todos los
miembros de determinado colectivo un calificativo general.
Otro ejemplo:
1) “Todos los pobres son
ladrones”
2) ”Todos los ricos son
ladrones”
Acá el prejuicio es
claramente el mismo, pero aplicado a distintos grupos de personas (de los que
presuntamente no participará el que emite el prejuicio).
En un caso el “contenido”
será “los pobres” y en otro “los ricos” pero el prejuicio (justamente por su
forma) es exactamente el mismo.
Pero éstos, como dije, son
ejemplos muy superficiales.
Lo importante de la
cuestión es que, una persona disociada, puede creer que con cambiar el
contenido de su prejuicio (o de algo que le dijeron que lo es) por el contenido
contrario ya se liberó del prejuicio. En realidad, nada más lejos de la
realidad.
- Hay personas que creen que la única causa del prejuicio es el miedo. Y en vista a esto desarrollaron infinidad de prejuicios contra el miedo.
- Hay otros que piensan que los prejuicios tienen que ver con alguna culpa. Y en vista a esto desarrollaron prejuicios contra todo concepto de culpa.
- Un obsesivo, puede creer que superó su obsesión por librarse de “opiniones absolutistas” cuando en realidad se convirtió en alguien “obsesivamente relativista”.
Está asociado al concepto de prejuicio el de “opiniones fijas”. De esto se genera el prejuicio que impulsa a no fijar ninguna opinión.
En resumen, este rebotar
de un extremo al otro no lleva en realidad a ninguna parte sana.
Dijimos, por ejemplo, que
un prejuicio es estar seguro de lo que no se sabe.
Pero ante tal afirmación
(que por supuesto comparto), me veo obligado a citar también el prejuicio
opuesto:
Sentirse obligado a no estar seguro de
nada.
Traducido, sería estar
seguro de que de nada se puede estar seguro.
Hay en la actualidad,
también, un prejuicio acerca del prejuicio.
¿Cómo funciona esto?
El miedo a ser “tachado de prejuicioso” opera en la
persona de forma negativa obligándole a permanecer en la indeterminación. Es
decir, no se atreve a formular ninguna opinión personal acerca de nada ni nadie.
O cree que lo más inteligente que puede decir acerca de cualquier afirmación de
otro es “depende” o “es relativo”. Pero si uno le pregunta “de qué depende” o “relativo a qué”, no tiene la menor idea. Sólo lo usa de muletilla para librarse de la
responsabilidad de tomar posición.
Si su motivación es “ser
aceptado” tenderá a mimetizarse con las opiniones del grupo en el que
eventualmente participe. Llegando a veces al extremo de expresar opiniones
diferentes alternativamente, si participa de varios grupos.
Si, por el contrario, su
motivación es diferenciarse, hará lo opuesto. Argumentará sistemáticamente en
contra de las opiniones mayoritarias del grupo en el cual se encuentre. Posiblemente
también luego se queje amargamente de que ningún grupo lo acepte y lo atribuirá
a que son todos “estúpidos y prejuiciosos”.
Ni uno ni otro reconocerá
que lo que lo motiva es un meta-prejuicio (un prejuicio acerca
de los prejuicios).
Para no extenderme mucho
sobre el tema, remito al lector a otras notas relacionadas:
Creo que en la dialéctica
entre estos dos extremos (pero sin tirarse a descansar en ninguno de ambos) es
que sucede, en verdad, el pensamiento.
De esta dialéctica (sus
beneficios y sus riesgos) es de lo que voy a intentar hablar en lo que sigue.
Entre estos “pares de
extremos” hay algunos bastante significativos sobre los que me gustaría pensar
(algunos pares se oponen por la forma y otros por el contenido):
- Prejuicio de amor y Prejuicio de odio.
- Prejuicio de exclusión y Prejuicio de inclusión.
- Prejuicio de conservación y Prejuicio de cambio.
- Prejuicio de solidez y Prejuicio de liquidez.
- Prejuicio dicotómico y Prejuicio antidicotómico.
Prejuicio de amor y Prejuicio de odio.
Dice Allport que dice
Spinoza:
<<El prejuicio de amor consiste en sentir por alguien, a causa del amor, más de lo que es justo sentir>>.<<El prejuicio de odio consiste en sentir por alguien, a causa del odio, menos de lo que es justo sentir>>.
En su libro, cita
infinidad de ejemplos que demuestran cómo, ante un mismo hecho observado,
tendemos a atribuir “buenas intenciones” a alguien de nuestro grupo y “malas
intenciones” a alguien de “los otros”.
Algunos podrían pensar que
entonces el prejuicio de amor es preferible al de odio.
La cuestión es que
justamente por el prejuicio de amor es que siempre nos terminan cojiendo.
Estamos tan paranoicamente atentos a “las mentiras del enemigo” que terminamos comprando buzones a los supuestos amigos.
El prejuicio de odio suele
caer en el heurístico de creer que, toda opinión contraria a la nuestra, es un
prejuicio.
Un síntoma interesante de
observar es que, cuando discutimos desde opiniones sobreinvestidas
emocionalmente como prejuicio, nuestra respuesta, en lugar de argumentar sobre
la idea, tenderá a resbalar al llamado “argumento
ad hominem” (tratar de descalificar a la persona). Y, aunque no lo hagamos,
tendremos ese sentimiento interno.
Mientras que si la persona
coincide en sus opiniones con nuestro prejuicio, nos parecerá inteligente
sensata y hasta sabia.
Esto apunta también a que
lo que el prejuicio sostiene, entre otras cosas, es un sentimiento de identidad por
pertenencia.
Yo “soy” (bueno,
inteligente, despierto, etc) porque “soy parte” de este “nosotros” que me
legitima como persona (imaginariamente, claro).
Prejuicio de exclusión y Prejuicio de inclusión.
En líneas generales se
podría decir que los prejuicios de exclusión son socialmente más graves que los
de inclusión.
Los prejuicios de
exclusión suelen negar la igualdad de dignidad de todos los seres humanos.
Pretenden catalogar dignidades en función de cualquier variable elegida arbitrariamente.
Pero los prejuicios de
inclusión tienden a desconocer las características idiosincráticas individuales
en función de una supuesta aceptación del mismo colectivo que antes se
discriminaba.
Si los prejuicios de
exclusión consisten en una demonización de las diferencias, los de inclusión
consisten en una negación de las mismas. O, a veces, una idealización.
Volviendo a tomar un
ejemplo ya dado, un “prejuicio de exclusión” sería:
“Todos los homosexuales
son depravados”
Y un prejuicio de
inclusión:
“Todos los homosexuales
son buena gente”
Está claro que, dado un individuo que sólo puede pensar por totalidades, el segundo es menos trágico que el primero (al menos no va a estar queriendo echar personas de la sociedad), pero esto no niega que lo segundo siga siendo un prejuicio.
Un ejemplo claro (creo) de los “prejuicios de inclusión” es el de la llamada “discriminación positiva”.
Darle a cualquier miembro
de una minoría (incluso a un discapacitado) más oportunidades que a otros (en
el caso de los discapacitados en áreas que nada tengan que ver con su
discapacidad) o incluso consentirle caprichos o malos tratos sigue siendo una
forma de prejuicio activo.
Esto denota que no se está
mirando a la persona particular sino que se está obrando desde el prejuicio,
pero sobrecompensando en la propia
conducta de una manera reactiva.
Otra vez, dado un idiota
que no puede discernir, es preferible que integre (indiscriminadamente) a que
excluya (discriminatoriamente).
Lo importante de ver es que esa conducta no lo hace menos idiota.
Lo importante de ver es que esa conducta no lo hace menos idiota.
Prejuicio de conservación y Prejuicio de cambio.
Existen tanto prejuicios conservadores como prejuicios progresistas. Quien no vea alguno de los dos tipos quizás tenga un prejuicio acerca de qué cosa es un prejuicio.
Los prejuicios conservadores están, por lo general, construidos sobre algunos de los siguientes axiomas:
- · Todo tiempo pasado fue mejor.
- · Más vale malo conocido que bueno por conocer.
- · Todo cambio implica un riesgo inaceptable.
- · Siempre se hizo así (como prueba de eficacia).
- · Más vale prevenir que curar.
- · Si está “instituido” es prueba de que es bueno.
- · Idealización extremista del orden.
Los prejuicios
progresistas se sostienen en los axiomas simétricamente opuestos:
- · Todo tiempo pasado fue peor.
- · La historia “avanza” (mejora) inexorablemente.
- · Lo nuevo es siempre mejor que lo viejo.
- · Todo cambio es bueno por el sólo hecho de ser cambio.
- · Si está “instituido” es prueba de que es malo.
- · Idealización extremista del caos.
Tengo que decir en este
punto que la caracterización de Allport del pensamiento de una persona
prejuiciosa es, en mi opinión, un tanto prejuiciosa. Tiende a tachar de
“prejuicio” a una cantidad de opiniones sólo por ser contrarias a las propias.
Por más que considero muy
loable su intención de diluir algunos contenidos prejuiciosos muy graves en su
tiempo, como los prejuicios de discriminación (sobre todo racial), pierde en ese
trámite, a mi entender, algunas características esenciales de la dinámica
psicológica del prejuicio que no tienen nada que ver con el contenido al que se
suscriba.
Confunde, en este punto,
el contenido con la forma.
Su toma de posición
“progresista” sólo le permite identificar como prejuicio los prejuicios
conservadores (que de hecho son totalmente ciertos) pero parece volverse ciego
ante la posibilidad de que haya también prejuicios progresistas.
Hay tanto prejuicio hoy
contra “lo conservador” como en otra época lo hubo contra “el cambio”. Así, si
alguien se atreve a decir tímidamente que hay algunos aspectos de la cultura
que sería conveniente “conservar”, se lo tacha inmediatamente de fachista,
autoritario, retrógrado, etc.
Cuando la emoción
prejuiciosa se apodera de cierta opinión de una persona, no importa lo sensata
o racional que sea en otros aspectos de su vida.
Por lo general verá a
cualquiera que intente poner “peros” a esa opinión como malvado o necio o estupido
o ignorante.
Quizás, si su prejuicio es
de sesgo conservador, agregará epítetos del tipo “anarquista”,
“desestabilizador”, “libertino”, “perverso”... Mientras que si su prejuicio es
de sesgo progresista agregará otros tales como “retrógrado”, “fachista”,
“autoritario”, “represor”...
Prejuicio de solidez y Prejuicio de liquidez.
Ante todo es importante
recalcar que las siguiente consideraciones son posibles después de casi 70 años
de que Allport realizara su teoría, a la luz de hechos psicológicos sociales
que era imposible que él se pudiera siquiera imaginar. Los tiempos de Allport
son relativamente sólidos en comparación con los nuestros.
Características
tradicionales
(según
Allport – p. 431)
de las
personas prejuiciosas.
Supuestas
causas de
Prejuicios
“sólidos”.
|
Características
posmodernas
(según
mi opinión)
de la
nueva “prejuiciosidad”.
Supuestas
causas de
Prejuicios
“líquidos”.
|
Ambivalencia
hacia los padres
|
Ausencia
de “rol paterno”
|
Rigorismo
moral
|
Relativismo
ético
|
Dicotomización
|
Indeterminación
/ irresponsabilidad
|
Necesidad
de definición
|
Fobia a
lo normativo
|
Externalización
del conflicto
(error
de atribución externa)
|
Omnipotencia
narcisista
(error
de atribución interna)
|
Institucionalismo
|
Fobia a
“lo instituido”
|
Autoritarismo
|
Anarquismo
(fobia a lo jerárquico)
|
No voy a extenderme sobre los "prejuicios sólidos" porque son ampliamente conocidos.
Desde una perspectiva
psicoanalítica, se podría decir que, si en los “tiempos sólidos” la formación
de prejuicios estaba posibilitada sobre todo por demanda del “superyó” (en el
sentido en que Freud lo pensó), los tiempos líquidos parecen privilegiar la
formación de prejuicios a partir de demandas del “ello”.
Paradójicamente es como si
se hubiera elevado al ello (y su “principio del placer”) a la categoría de
Ideal del yo (categoría, supuestamente, representada por el superyó).
Supuestamente, un “mandato
superyoico” es algo “impuesto por la cultura” como un bien a alcanzar. Los
mandatos de la cultura consumista son por lo general del tipo “hacé lo que
sientas”, “viví el momento”, “sólo hazlo” (just do it), “hacele caso a tu sed”,
“sé fiel a tu deseo”, “no te arrepientas de nada”, en definitiva “sé
irresponsable” (comprá hoy, mañana verás cómo pagarlo).
Es decir, el “mandato
consumista” consiste en hipotecar el futuro para disfrutar del presente.
De esta manera, multitud
de persona comenzaron a “sentirse
culpables por no disfrutar lo suficiente”. O a arrepentirse de haber hecho
lo correcto.
Evidentemente, la
capacidad humana para arruinarse la vida no tiene límites previsibles.
Si los prejuicios sólidos
tienen un sustrato de “fobia a lo indeterminado”, los prejuicios líquidos, por
el contrario, parecen encarnar la opuesta “fobia a lo determinado”.
¿Pero qué pasa en el
psiquismo cuando la norma imperante es que “es malo tener normas”?
El resultado es que las
personas comienzan a percibir como “intolerancia” todo lo normativo de la
cultura. Con lo cual su supuesta tolerancia no es más que una expresión del prejuicio
de intolerancia a lo normativo.
Como espero que se vea, la
característica fundamental del prejuicio de “pensar en absolutos” sigue
presente en el prejuicioso líquido al experimentar una reacción cognitiva de
“saltar al otro extremo” de lo que alguien le dijo alguna vez que “era causa de
prejuicio”. Hay en esta actitud, la misma negación fóbica que se detectó
originalmente en los prejuicios sólidos.
Prejuicio dicotómico y Prejuicio antidicotómico.
Se podría caracterizar al
prejuicio dicotómico como el que posee aquel que afirma que sólo hay blanco y
negro. No existen los grises. Los matices son algo que le es imposible soportar
porque no pueden poner las cosas en un casillero absoluto e inamovible.
Mientras que el prejuicio
antidicotómico lo encarna aquél que, habiendo escuchado que lo anterior es un
prejuicio, salta al extremo contrario (dicotómicamente) de afirmar que no
existe tal cosa como el blanco y el negro, sólo existen los grises (perdiendo de
vista, por supuesto, el detalle de que para hacer gris se necesitan
inevitablemente el blanco y el negro, aunque nunca se encuentren puros en la
realidad).
Cae en definitiva en algo
que se podría llamar “antidicotomización dicotómica”.
Recalco, por las dudas,
que no estoy diciendo que no exista tal cosa como el “pensamiento binario” (o
dicotómico). En realidad, todo lo contrario. Es una de las características
fundamentales formadoras de prejuicio. Es lo que hace que agrupemos el mundo en
“nosotros los buenos” y “ellos los malos”.
Pero cuando uno asume este
“mandato antibinario” de una manera superficial (y, por lo tanto, prejuciosa)
lo único que logra es caer en una especie de vacuidad mental.
El prejuicio relativista
(“todo es no-absoluto”) es una totalización contradictoria tan absurda, que
supone tal capitulación del pensamiento, que no puede más que sumir al que lo
lleva al extremo en la depresión o la desesperación.
Que no produzca este
efecto, lo que indica es que la disociación del que lo dice le permite afirmar
que todo es relativo pero conducirse en la vida como si no lo fuera.
El prejuicio "antidicotómico" reacciona viceralmente ante palabras como "bueno", "malo", "verdadero", "falso" (o cualquier otro par de opuestos) acusando a quien las usa de dicotómico sin pararse a mirar lo que está diciendo.
Inconclusiones.
Hay, entre el prejuicio y la neurosis, una relación recursiva.
La neurosis produce prejuicios y los prejuicios la alimentan.
Allport señala (p.
531):
<<En realidad puede esperarse que, siempre que el prejuicio, de cualquier índole que sea, se intercepta con una neurosis, la cura de la neurosis habrá de redundar en una reducción del prejuicio.>>
Yo no sé si vino primero
el huevo o la gallina. Quizás sea una cuestión de gustos el hecho de que lo
genético no convoque tanto mi interés como lo descriptivo. O quizás porque
tiendo a suponer que los “por qué” solucionan menos las cosas que los “cómo” y
los “para qué”. Pero, a los efectos prácticos, prefiero decir que trabajar
sobre los propios prejuicios (y sus emociones asociadas) es un método
beneficioso para tratar la propia neurosis.
Pero “trabajar sobre los
propios prejuicios” no significa trabajar sobre los contenidos racionales de
los mismos, sino sobre las emociones asociadas.
Allport, desde una
perspectiva psicoanalítica, adjudica la causa de la escisión neurótica a la
represión.
Es mi opinión, como ya
vengo diciendo en otros artículos, que dadas las evidencias de la cultura
actual (que pasó del victorianismo al hedonismo, de la solidez a la liquidez)
no se puede seguir sosteniendo que la represión (sobre todo la represión
sexual) sea la causa de la disociación.
Hoy parecería que (al
contrario de la época victoriana) hay una especie de invasión masiva del principio del
placer en la conciencia (desplazando de la misma al principio de
realidad).
Y eso no parece haber
disminuido en nada los procesos de racionalización y negación que (en la teoría
original freudiana) se atribuían causalmente a la represión.
Este subjetivismo radical
no parece haber hecho nada en favor de la integración psíquica de las personas.
Lo que aparentemente
produce es un tipo de personalidad que parece pretender negar la realidad en
favor de elevar a ley el propio capricho, pero sin disminuir en nada la
racionalización disociativa sino con la preservación de una total inconciencia
de las propias motivaciones profundas.
Como, por más que me
esfuerce, mis caprichos suelen no tener la fuerza de legislar sobre la
realidad, lo que se produce es un estado de insatisfacción permanente que
viene a ser el núcleo de mi adhesión a determinada ideología.
Y, como el capricho
frustrado atribuye sistemáticamente la causa de su frustración a algún otro, el
otro imaginario deviene el enemigo malvado que no me permite “ser feliz”.
Por las dudas aclaro que
este razonamiento no significa ninguna vindicación de la represión sexual. Sólo
una indicación descriptiva de que, de nuevo, rebotar de un extremo al otro en
las “posiciones subjetivas”, no parece reportar ningún beneficio apreciable en
función de la autoconciencia.
La mayoría de nuestras
opiniones acerca del mundo (por no decir todas) está determinada por cuestiones
de gusto y disgusto, placer y displacer, deseo, amor, odio y miedo.
Sentir es prerrequisito para opinar.
Por eso, es el trabajo
con nuestras emociones lo que nos humaniza progresivamente y nos puede
aportar una relativa “sabiduría” a la hora de opinar... e incluso (más
importante) de actuar.
Consentir (e incluso
alimentar) emociones negativas (resentimiento, odio, etc.) es lo que nos
condiciona para desarrollar opiniones prejuiciosas.
También, el optimismo no
realista puede ser causa de lo mismo.
Concluye Allport (p. 531):
<<Teóricamente , quizás el mejor de todos los métodos para cambiar actitudes consista en la psicoterapia individual porque, como hemos visto, el prejuicio suele estar insertado en el funcionamiento de la personalidad entera>>.
<<Casi cualquier tipo de entrevista prolongada con una persona, tendiendo a sus problemas personales, tiende a descubrir todas las hostilidades de importancia . Al hablar de ellas, el paciente suele adquirir una, nueva perspectiva. Y si en el curso del tratamiento descubre una forma de vida en general mas saludable y constructiva, su prejuicio puede desaparecer>>.
La salvedad que yo haría es que, considerando a la
estructura prejuiciosa tan relevante en el sostenimiento de la neurosis, la
terapia de grupo aporta muchas más ventajas que la individual en este
aspecto.
Entre otras cosas, porque pone al consultante en contacto con
más variedad de puntos de vista (y más facilidad de ver el funcionamiento de
los prejuicios en los otros para poder luego reflexionar sobre los propios)
como porque esta misma dinámica lo previene también de caer presa de
los “prejuicios
del terapeuta” por el mecanismo de sugestión
por transferencia.
También, por los efectos que opera sobre la tolerancia de
los participantes la norma de toda terapia de grupo de tratar de comprender los motivos
por los que los otros opinan aunque uno no acuerde (ni tenga porqué acordar)
con la opinión en sí.
La vida (incluso la vida psíquica) es una organización
dinámica. Un fenómeno en el cual tanto el cambio como la estabilidad colaboran
sinérgicamente.
Por esta razón, tanto la estructuración estática como la
disolución caótica son percibidas (en un nivel instintivo inconciente) como
agresiones.
La disociación extremista, ante esta doble amenaza, no ve
otro camino que demonizar a una e identificarse fanáticamente con la otra.
Mientras nos agrupemos sólo con “los similares” (los que
idealizan y demonizan lo mismo que nosotros) lo único que haremos será agravar
el síntoma.
Por eso los prejuicios no se disuelven en soledad sino a
través de los vínculos.
Hoy a veces pareciera que preferimos conservar nuestros
prejuicios que nuestras relaciones.
Por eso me parece que la dirección de la cura estaría por
el lado de empatizar (o intentar sentir algún afecto) por aquéllos en los que
percibimos prejuicios contrarios a los propios.
“Amar al enemigo” dijo
cierto individuo hace ya casi dos mil años.
Es cierto. Sus enemigos lo mataron.
Pero ¿por qué será que, pasado tanto tiempo, no aprendimos
nada?
En fin.
Espero que toda esta parrafada sea de ayuda para alguien.
No dudo que el lector atento habrá detectado, también, los
prejuicios míos que, como tales, son invisibles para mí.
Agradeceré, por lo tanto, a quien tenga la paciencia de
comunicármelos.
Apéndice
Algunos heurísticos
interesantes:
- · Sobregeneralización: sacar conclusiones universales a partir de pocos ejemplos conocidos. “Todos los pobres son vagos”. “Todos los ricos son estafadores”. “Todos los políticos son corruptos”.
- · Sesgo de confirmación: sólo prestamos atención a las evidencias que prueben nuestra opinión previa.
- · Efecto Halo: de una característica sobresaliente (positiva o negativa) de una persona, deducir la totalidad de la valoración de la misma. Si es “linda”, debe ser buena. Si está bien vestida debe ser confiable. Y viceversa.
- · Sesgo de confiabilidad: cuanto más asertivamente nos dicen algo más cierto nos parece. “Si lo dice tan seguro debe tener pruebas”. O, si tiene signos exteriores de “autoridad” debe tenerla. “Si lleva un guardapolvo blanco y un estetoscopio colgado del cuello debe saber medicina”.
- · Efecto de arrastre (o ilusión mayoritaria): Consiste en creer que, cuantas más personas opinan de un modo, más cierto eso debe ser. “Es verdad. Cualquiera te lo puede decir”.
- · Sesgo de proyección: suponer que “lo normal” es ver las cosas de la misma forma que nosotros las vemos, si alguien opina distinto tiene algún problema mental o psicológico... o es una mala persona.
- · Efecto Keinshorm (juzgar el mensaje por el mensajero): estar en desacuerdo con todo lo que opine aquél que “nos cae mal” y en acuerdo con lo que diga el que “nos cae bien”. También, “si lo dice el del partido opositor al nuestro, seguro que está equivocado o tiene malas intenciones”.
- · Ilusión de frecuencia: suponer que las cosas a las que estamos más sensibilizados pasan más veces y las que no nos interesan no pasan casi nunca. Cuando una mujer está embarazada ve por la calle más embarazadas que cuando no lo está. Cuando uno se compró zapatos nuevos mira más los zapatos de los otros.
- · Error fundamental de atribución (externa o interna): consiste en atribuir sesgadamente intencionalidad (a los demás o a uno mismo) para justificar o condenar determinadas acciones. Tiene mucho que ver también con el siguiente:
- · Error de locus de control: suponer tener un control personal sobre cosas completamente ajenas a nosotros (el estado del clima, por ejemplo) o suponer que están fuera de nuestro control cosas que verdaderamente podrían estarlo (nuestros impulsos o emociones, por ejemplo).
Comentarios
Publicar un comentario