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PSICOLOGÍA DEL ENOJO







 Todo lo que existe, tiende a perseverar en su existencia, dijo Spinoza.

De ahí el famoso "instinto de supervivencia" de los seres vivos.

Pero la cosa en el bicho humano se complica.

El bicho humano, por vivir en el tiempo, necesita recordarse  permanentemente a sí mismo que él "es". 

Como si tuviera un disco en la cabeza repitiendo "yo soy el mismo que un momento atrás"... pero sin palabras.

Si la cosa fuera verbal e individual esto se podría explicar simplemente: el tipo se está diciendo permanentemente a sí mismo quién es, porque eso es lo que para él significa "sobrevivir": tener una representación más o menos consistente de sí mismo en el tiempo.

Dicho al revés: el instinto de supervivencia para el bicho humano significa estar "diciéndose" permanente e ininterrumpidamente "yo soy".

Pero "diciéndose" entre comillas, porque esto no tiene necesariamente que ver con la palabra. La mayoría de este "decirse" es, en realidad, pre-verbal.

Pero como "ser humano" implica "ser interaccional" la única manera que tiene el tipo de decirse a sí mismo "yo soy" es a través de los otros: de la reacción  que su conducta produce en otros.

Dicho de otra forma, es imposible referir al "yo soy" las propias acciones sino es a través de la reacción de los demás a las mismas.

Las reacciones de los demás son el significado de nuestra conducta, decía (más o menos) George Mead. 

Las reacciones de los demás son, en consecuencia, nuestro "yo soy".

De hecho, así nos "dijimos" quiénes éramos para empezar: por las reacciones de nuestros seres significativos a nuestra gestualidad. 

Y esta cuestión, que empieza en lo gestual, se continúa después en lo verbal.

Así, toda palabra que el tipo diga, (así hable de fútbol, de política, de ciencia, de cómo se hace una pizza, de la belleza de una canción o de una flor, de las injusticias del mundo, del color que habría que pintar una pared) siempre, lo que en el subtexto está diciendo es "yo soy" (esto o aquello: bueno, sagaz, realista, sensible, práctico, ordenado (o todos sus opuestos, no importa si son negativos, la cosa es encontrarles continuidad en el tiempo)).

Sin embargo, lo importante para el "yo soy" es ser querible, digno de ser amado.

Lograr "sentirse amado" es la clave última de la supervivencia humana (parafraseando a Bowlby).

La selección de contenido en el ser "esto o aquello" tiene que ver con los rasgos en los que el tipo recibió históricamente confirmaciones más permanentes de su "yo soy" (unido a la escala de valores internalizada que dicta al tipo desde el sentido común social qué cosas los otros considerarán "aceptables" o "dignas de confirmación" y qué cosas generarán en el otro gestos desconfirmatorios). 

En el principio, con qué cosas pudo el tipo conseguir amor y con qué cosas no (y eso si tuvo suerte de tener cuidadores medianamente "previsibles").

Cuando el tipo pregunta (cualquier cosa que pregunte, incluso si va a llover), está queriendo averiguar quién es él para el otro, o quién podría llegar a ser.

Y de la respuesta del otro (por ejemplo, "no creo que llueva") va a intentar decodificar si la imagen que el otro tiene del tipo confirma o desconfirma la imagen que el tipo tiene de sí mismo.

Cuando el tipo afirma (cualquier cosa que afirme, incluso que "va a llover"), le está diciendo al otro cómo quiere ser visto.

Le está diciendo quién quiere ser él para el otro. 

Por ejemplo, en este caso, alguien capaz de predecir el clima.

Y en la reacción del otro a sus afirmaciones, el tipo encontrará confirmación o desconfirmación  de que la autoimagen que está queriendo ofrecer al otro es aceptada o puesta en duda o llanamente negada.

En un nivel implícito, toda comunicación humana se trata del "yo soy".

Y, simétricamente, el "yo soy" humano no sólo es interaccional: es el objetivo último de la comunicación.

O sea, se podría decir que el tipo aprendió hablar sólo para poder explicarles mejor a los demás quién era él.

Salvo que, recursivamente, no se le podría haber "ocurrido" semejante cosa si no hubiera sido previamente atravesado por la palabra.

De más está decir que, para conservar ese "yo soy" tan coherente, tiene que intentar escotomizar (inconcientemente, obvio) todas las reacciones de los otros que le devuelvan alguna objeción a su "autoimagen".

Con respecto al "yo soy" es donde más fuerte actúa el sesgo de confirmación.

Dicho de otro modo, el tipo va a "querer" dar entrada a la percepción de las reacciones de los demás que sostengan su "yo soy". 

Pero, como ese filtro (por suerte) no es del todo eficaz, el tipo dispone de mecanismos adicionales de alarma cuando la mirada desconfirmatoria del otro no puede ser escotomizada.

Uno de esos mecanismos de emergencia auxiliar es el enojo.

El tipo se enoja cada vez que "siente" amenazado su "yo soy" por la mirada del otro (quizás no sea la única causa de enojo, pero seguro que es la más frecuente).

Y aún si se enoja consigo mismo por martillarse un dedo en plena soledad, ese enojo es una defensa contra la mirada del "otro generalizado" diciéndole que es un pelotudo.

¿Y todo esto pa' qué sirve?

Primeramente para seguir diciendo que de la mirada del otro no se puede prescindir.

Y segundo porque me parece que es una clave hermenéutica para decodificar el ruido en cualquier vínculo adulto.

Cuando algo no anda bien en el vínculo adulto es porque a alguno(s) de los "yo soy" participantes, se le está poniendo en cuestionamiento su "yo soy".

O sea, los vínculos adultos pueden incluso ser de lo más tóxicos o perversos, y aún así pueden estar libres de conflicto si a nadie se le ocurre tratar de redefinir su propio "yo soy" sobre la marcha... o, peor, redefinírselo al otro que tiene al lado para sentir menos cuestionado el propio.

Por supuesto, esto indicaría que no puede haber vínculo "libre de ruido", porque todo el mundo está tratando de redefinir su "yo soy"  ante el otro permanentemente (y complementariamente, el de todos los demás), tanto por razones válidas como equivocadas. 

El vínculo en sí, por lo tanto, es un continuo proceso de negociación de confirmaciones y desconfirmaciones.

La mayoría de este proceso sucede, por lo general, en la sombra: ninguno de los participantes se da cuenta de lo que en realidad está "haciendo".

A eso, se le puede sumar un agravante: hasta no alcanzar cierto nivel de madurez y cierta "capacidad de abstracción", el tipo no puede salir del juego dicotómico primario, a saber: siente que para confirmarse a sí mismo "necesita" desconfirmar proporcionalmente al otro.

Entonces, la conciencia de que esto está sucediendo, no es una información más para poner en archivo.

Es una pista fundamental para saber porqué el otro se enoja... y poder actuar al respecto.

Pero sobre todo creo que puede servir para enojarse menos.

Por lo menos si el tipo, cuando está por enojarse se pone a buscar en dónde siente cuestionado su "yo soy", se va a distraer tanto que se va olvidar del enojo.

Complementariamente, si uno interpreta todo acto vincular del otro como una afirmación compulsiva de su "yo soy", quizás, en una de ésas, pueda alcanzar una mirada más compasiva de los demás.

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