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MANADA Y ENGRANAJE


 

Tratar de independizarse de la mirada de los demás es la aspiración de muchos en estos días. Y, hay que decirlo, el "mérito" es mayormente de las corrientes psicoterapéuticas, que, por alguna razón "compraron" que ésa era la mejor manera de eludir la angustia. 

Así, aunque a veces puede ser de alguna utilidad, estos "consejos" conspiran a favor del sistema pero en contra del sujeto humano, muchas veces sin saberlo y con muy buenas intenciones.

Confunden autonomía con individualismo cuando la autonomía humana es una auto(inter)nomía de carácter vincular y situado, orientada hacia la construcción de lo social.

El individualista tratando de no ser manada, se vuelve engranaje. 

Privándose de la mirada de los pares sólo responde al imperativo del sistema: <<sé eficaz>>.

Es, por lo tanto, el menos libre, el que más hace lo que la maquinaria demanda de él: competir, envidiar, aislarse, despreciar, desconocer su propia vulnerabilidad. Persuadido de que "sacrificar" su egoísmo atentaría contra su "autenticidad".

Es paradójico que el mandato "sé tú mismo" sólo produzca  el mismo tipo de egoístas estereotipados.

Porque de tanto esforzarse, perdió la conciencia de la mirada del otro, que es lo único que le posibilitaría humanizarse. 

La manada, con sus cuerpos, sus pasiones y sus fricciones, es lo que aporta tridimensionalidad a la noción del mundo del sujeto, en contraste con el individualismo que la achata, y la incita a sólo mirar arriba y abajo pero no a los costados.

Como decía, hoy muchos psicólogos y terapeutas parecen más inclinados a validar cualquier conducta de alienación y desvinculación con tal de diluir la angustia. 

Pero hay una angustia necesaria. 

La que nos enfrenta a nuestra propia finitud y vulnerabilidad que es, en definitiva, lo que nos hace capaces de compasión y solidaridad.

Evitar esa angustia, no sana, enferma.

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