Como muchos otros, la duda es un concepto que no se puede analizar "en abstracto".
Hay que mirar cómo cada quien lo encarna.
El efecto que el hábito de dudar puede tener en una persona depende de cosas que no tienen que ver con la duda en sí, sino con otras características psicológicas de la misma.
Así, la misma duda, puede representar en alguien salud y en otro patología.
Hay duda sana y duda patológica.
Hay duda banal (superficial) y duda legítima (cuestionamiento profundo).
Me gustaría explorar un poco acá algunos de estos variados matices.
Hasta el más ignorante dice, de vez en cuando, algo sabio.
Y hasta el más inteligente e instruido dice frecuentemente pavadas.
La gran ventaja, a mi entender, que tiene el supuesto ignorante sobre el supuesto sabio es que puede con más facilidad dudar de sí mismo.
Así, se vuelve más capaz de escuchar al otro.
Nadie tiene el monopolio de la verdad y, sin embargo, lo más frecuente es que la mayoría de nosotros tendamos a creer que nuestra perspectiva acerca de muchas cosas es la más correcta.
Es como una ley psicológica e, incluso, me atrevo a decir, un marcador de relativa "salud mental" confiar en los propios criterios de juicio con respecto a lo que comúnmente llamamos "realidad".
El extremo opuesto sería levantarnos a la mañana y dudar de si al bajar de la cama nos vamos a encontrar con el piso o con un precipicio sin fondo.
El que duda de todo se precipita en tal inmovilidad que se vuelve, incluso, incapaz de pensar o actuar.
Intuyo cierta delectación morbosa en el que se complace en dudar de todo: de lo que nunca duda es de su propia capacidad de seguir dudando.
Creo que es una necesidad psicológica sana la de tener que "hacer pie" en algún lugar: hasta Descartes, con su duda metódica, tuvo que capitular en algún punto y decir: "pienso, por lo tanto existo".
Todo el mundo sabe de lo devastadora que puede llegar a ser la duda obsesiva: el tipo que tiene que volver diez veces a ver si cerró bien el gas.
Hoy parece que el mundo nos incita a dudar de todo.
Y, por esta vía, nos convertimos en psicóticos funcionales: todo es líquido (como decía Bauman) nada tiene la suficiente solidez (especialmente los vínculos).
Y así nos deslizamos inadvertidamente a la certeza de que lo único verdadero es el aparentar.
La existencia superficial.
Usamos la excusa de la duda para no comprometernos seriamente con nada ni nadie.
Dudamos de los políticos.
Dudamos de las ideologías.
Dudamos de las instituciones.
Dudamos de que sea posible construir una pareja estable.
Dudamos de que existan cosas como el bien y la verdad.
Dudamos, en fin, de cada persona con la que nos cruzamos porque nos persuadieron de que "el hombre es el lobo del hombre" y lo único que le importa a todo otro es comernos o despedazarnos...
Todas estas dudas superficiales nos mantienen como anestesiados de muchas otras cosas de las que sí deberíamos dudar:
La televisión.
La propaganda.
Las redes sociales.
Nuestros propios prejuicios.
Nuestros odios irracionales.
Nuestros etiquetajes y autoetiquetajes.
Nuestra supuesta "libertad de opinión".
Nuestra vanidad y autosuficiencia.
Nuestra “moralidad”.
En fin...
El "tipo de duda" banal que muchas veces cultivamos nos deja tranquilos nadando en la superficialidad que nos previene de cuestionar profundamente a los estereotipos que nos atan.
La duda patológica hedonista es la que nos lleva a decir la conocida frase "yo sólo creo en mí mismo".
Cuando, si fuéramos honestos, comprenderíamos que de nosotros mismos nos convendría dudar un poco más.
Cuando proyectamos la duda hacia lo externo, quizás nos estemos defendiendo de mirarnos con un poco más de honestidad.
De "hacernos cargo".
Y acá es cuando la duda se vuelve desconfianza.
Alguno quizás suponga que lo que estoy diciendo es que lo contrario de la duda es la certeza.
Creo que, en esa dicotomía, una postura es tan narcisista como la otra.
No.
La certeza es sólo una represión de la duda.
La duda patológica (mucho más extendida de lo que se percibe) sólo se cura con la confianza.
No intento hacer una apología de la confianza ingenua.
Pero sí digo que la salud mental pasa, en parte, por construir confianza.
No hay vínculo posible sin confianza y no hay persona sana sin vínculos en los que pueda confiar.
Y la confianza se consigue reconociendo y aceptando al otro.
A veces, quizás, nos convendría dudar de nuestras propias desconfianzas.
A veces, éstas se forjaron en experiencias fallidas.
En heridas mal sanadas.
Para confiar en alguien, si de algo no deberíamos dudar es de que aquella persona es falible.
A veces les exigimos a los otros cosas que nosotros mismos no somos capaces de lograr.
Y cuando nos defraudan, nos escondemos en la desconfianza.
El que duda de todos, tiene miedo de sí mismo.
Reconstruir la confianza es parte indispensable del proceso de sanación.
Dudar de que algún bien puede ser, al fin, encontrado, o alguna verdad vislumbrada, se me antoja una especie de capitulación suicida.
Es autocondenarse a la banalidad.
A la diletancia sin sentido.
Creo que la defensa de nuestra propia dignidad consiste justamente en esperar contra toda esperanza.
Quizás, entonces, para algunos, más importante que dudar de sus certezas sea dudar de sus dudas.
Pablo Berraud
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