La necesidad de coherencia en el ser humano es fundamental.
Pero también puede ser catastrófica.
Hay varios tipos de coherencia pero ahora me refiero a "coherencia de sí", en cuanto a la definición de nosotros mismos.
La obediencia al mandato: "hay que ser coherente".
Que, en este caso, más que un mandato superyoico (aunque también lo es) es una compulsión funcional, biológica, me atrevo a decir.
En virtud de esta compulsión a "ser coherente" (con lo que fui ayer, con lo que sentí ayer, con lo que dije ayer) el tipo desarrolla su identidad.
Y esto puede ser bueno las veces que el tipo logra actuar de acuerdo a sus principios, suponiendo que los tenga o, mejor dicho, crea tenerlos, y que además los mismos sean sanos, cosa que por supuesto tampoco está garantizada.
Pero ojalá la cosa fuera tan simple y plana como eso.
La compulsión a ser coherente no solo consta de obediencia a mandatos mentales, también implica estados de ánimo o "maneras de sentir".
Y esta es la causa por la que la mayoría de los estados emocionales negativos tienden a perpetuarse (como la depresión o el rencor): son sostenidos por ese mismo impulso a "ser coherente" con el estado anterior. Con tratar de ser igual que como fui ayer. Sin importar si ayer fui (o me sentí) una mierda.
Entonces, por ejemplo, para el tipo termina siendo menos "disonante"(existencial y actitudinalmente) seguir deprimido (o enojado, o resentido, o desesperado) porque es más... ¿aterrador? ser incoherente con la vision de sí mismo que tenía ayer, aunque ésa sea justamente la que lo mantiene deprimido (o lo que sea).
Las emociones negativas se hacen perdurables (y, a veces, partes de la identidad) por la compulsión a ser coherente con lo anterior.
La coherencia, en estos casos, en vez de ser una virtud es una cárcel.
Así que, a veces, la mejor receta para la salud mental es "sea incoherente". Olvídese de lo que declamó tan emocionado ayer.
Vuelva a mirar todo de nuevo y un nuevo mundo aparecerá.
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