Todo lo que existe, tiende a perseverar en su existencia, dijo Spinoza. De ahí el famoso "instinto de supervivencia" de los seres vivos. Pero la cosa en el bicho humano se complica. El bicho humano, por vivir en el tiempo, necesita recordarse permanentemente a sí mismo que él "es". Como si tuviera un disco en la cabeza repitiendo "yo soy el mismo que un momento atrás"... pero sin palabras. Si la cosa fuera verbal e individual esto se podría explicar simplemente: el tipo se está diciendo permanentemente a sí mismo quién es, porque eso es lo que para él significa "sobrevivir": tener una representación más o menos consistente de sí mismo en el tiempo. Dicho al revés: el instinto de supervivencia para el bicho humano significa estar "diciéndose" permanente e ininterrumpidamente "yo soy". Pero "diciéndose" entre comillas, porque esto no tiene necesariamente que ver con la palabra. La mayoría de este "decirse"...
Ya desde muy antaño en occidente conocemos esa metáfora que señala que, para "ver la luz", hay que caerse del caballo. Parecería que, mientras tanto, uno vive cegado por el espejismo voluntarista y meritocrático. Es natural y sano tener miedo al fracaso (tanto en lo vincular, como en lo laboral o lo social) y también existen los que lo generan inconcientemente como una especie de autocastigo. Esto último, por supuesto, no me parece sano tampoco. Pero también me parece que la humildad necesaria para comprender a los otros (y a uno mismo) como seres necesitados de los demás no puede venir de ninguna otra parte que desde el derrumbe de nuestra omnipotencia. Claro que fracasar puede resultar traumático. Pero agradecer el fracaso es el principio de la sanación Pablo Berraud