Esto es un fragmento de otro artículo más extenso que publiqué el año pasado pero que que, justamente por su extensión, dudo que muchos hayan llegado hasta el final...
Por eso reproduzco ahora algunas partes que me parecen interesantes para el debate
Forma y contenido.
Es opinión hoy bastante difundida que “siempre” es más
importante el contenido que la forma.
Ya en otra nota traté de argumentar en contra de esta idea pero
creo que, especialmente en el caso de los prejuicios, esto es fundamentalmente
un prejuicio.
Lo
que parece suceder es que tendemos a asociar “forma” con lo superficial y
“contenido” con lo profundo.
Pero rellenar un cadáver con estopa para
que no se pudra no lo hace menos muerto aunque le cambiemos el contenido.
Otro arbitrario axioma:
En
el prejuicio, lo más relevante es la forma, no el contenido.
Ya algo dije anteriormente al respecto pero, como sé
que es una opinión controversial, trataré de explicarla lo mejor que pueda con
algunos ejemplos.
Es importante para esto comprender que no es el
contenido, sino la forma psicológica de relacionarse con un concepto lo que
determina que tal sea un prejuicio.
Uno puede perfectamente saltar de una opinión a su
opuesta creyendo que de esta manera se liberó de un prejuicio y, en realidad,
no haber hecho ningún cambio psicológico relevante.
Primero voy a dar unos ejemplos gramaticales simples
que, si bien posiblemente no convenzan a nadie, me servirán como aproximación
más o menos superficial a la idea.
Tomemos, como ejemplo, dos prejuicios simétricos y
complementarios escuchados ambos, al menos por mi, varias veces:
1) “Todos los homosexuales son depravados”
2) “Todos los homosexuales son buena gente”
El contenido es claramente diferente (opuesto) pero lo
que lo hace un prejuicio (además de las emociones que puedan cada uno tener
asociadas) es la generalización de poner a todos los
miembros de determinado colectivo un calificativo general.
Otro ejemplo:
1) “Todos los pobres son ladrones”
2) ”Todos los ricos son ladrones”
Acá el prejuicio es claramente el mismo, pero aplicado
a distintos grupos de personas (de los que presuntamente no participará el que
emite el prejuicio).
En un caso el “contenido” será “los pobres” y en otro
“los ricos” pero el prejuicio (justamente por su forma) es exactamente el
mismo.
Pero éstos, como dije, son ejemplos muy superficiales.
Lo importante de la cuestión es que, una persona
disociada, puede creer que con cambiar el contenido de su prejuicio (o de algo
que le dijeron que lo es) por el contenido contrario ya se liberó del
prejuicio. En realidad, nada más lejos de la realidad.
- ·
Hay personas que creen que la única causa del
prejuicio es el miedo. Y en vista a esto desarrollaron infinidad de prejuicios
contra el miedo.
- ·
Hay otros que piensan que los prejuicios tienen que
ver con alguna culpa. Y en vista a esto desarrollaron prejuicios contra todo
concepto de culpa.
- ·
Un obsesivo, puede creer que superó su obsesión por
librarse de “opiniones absolutistas” cuando en realidad se convirtió en alguien
“obsesivamente relativista”.
Está asociado al concepto de prejuicio el de “opiniones fijas”. De esto se genera el prejuicio que impulsa a no fijar ninguna opinión.
En resumen, este rebotar de un extremo al
otro no lleva en realidad a ninguna parte sana.
Dijimos, por ejemplo, que un prejuicio es estar seguro
de lo que no se sabe.
Pero ante tal afirmación (que por supuesto comparto),
me veo obligado a citar también el prejuicio opuesto:
Sentirse obligado a no estar seguro de nada.
Traducido, sería estar seguro de que de
nada se puede estar seguro.
Hay en la actualidad, también, un prejuicio
acerca del prejuicio.
¿Cómo funciona esto?
El miedo a ser “tachado de prejuicioso” opera
en la persona de forma negativa obligándole a permanecer en la indeterminación.
Es decir, no se atreve a formular ninguna opinión personal acerca de nada ni
nadie. O cree que lo más inteligente que puede decir acerca de cualquier
afirmación de otro es “depende” o “es relativo”.
Pero si uno le pregunta “de qué depende” o “relativo a
qué”, no tiene la menor idea. Sólo lo usa de muletilla para
librarse de la responsabilidad de tomar posición.
Si su motivación es “ser aceptado” tenderá a mimetizarse
con las opiniones del grupo en el que eventualmente participe. Llegando a veces
al extremo de expresar opiniones diferentes alternativamente, si participa de
varios grupos.
Si, por el contrario, su motivación es diferenciarse,
hará lo opuesto. Argumentará sistemáticamente en contra de las opiniones
mayoritarias del grupo en el cual se encuentre. Posiblemente también luego se
queje amargamente de que ningún grupo lo acepte y lo atribuirá a que son todos
“estúpidos y prejuiciosos”.
Ni uno ni otro reconocerá que lo que lo motiva es
un meta-prejuicio (un prejuicio acerca de los
prejuicios).
Para no extenderme mucho sobre el tema, remito al
lector a otras notas relacionadas:
Creo que en la dialéctica entre estos dos extremos
(pero sin tirarse a descansar en ninguno de ambos) es que sucede, en verdad, el
pensamiento.
De esta dialéctica (sus beneficios y sus riesgos) es
de lo que voy a intentar hablar en lo que sigue.
Entre estos “pares de extremos” hay algunos bastante
significativos sobre los que me gustaría pensar (algunos pares se oponen por la
forma y otros por el contenido):
1.
Prejuicio de amor y Prejuicio de
odio.
2.
Prejuicio de exclusión y Prejuicio de inclusión.
3.
Prejuicio de conservación y Prejuicio de cambio.
4.
Prejuicio de solidez y Prejuicio de liquidez.
5.
Prejuicio dicotómico y Prejuicio antidicotómico.
Prejuicio de amor y Prejuicio de odio.
Dice
Allport que dice Spinoza:
<<El
prejuicio de amor consiste en sentir por alguien, a causa del amor, más de lo
que es justo sentir>>.<<El prejuicio de odio consiste en sentir por
alguien, a causa del odio, menos de lo que es justo sentir>>.
En su libro, cita infinidad de ejemplos que demuestran
cómo, ante un mismo hecho observado, tendemos a atribuir “buenas intenciones” a
alguien de nuestro grupo y “malas intenciones” a alguien de “los otros”.
Algunos podrían pensar que entonces el prejuicio de
amor es preferible al de odio.
La cuestión es que justamente por el prejuicio de amor
es que siempre nos terminan cojiendo.
Estamos
tan paranoicamente atentos
a “las mentiras del enemigo”
que terminamos comprando buzones a los supuestos amigos.
a “las mentiras del enemigo”
que terminamos comprando buzones a los supuestos amigos.
El prejuicio de odio suele caer en el heurístico de
creer que, toda opinión contraria a la nuestra, es un prejuicio.
Un síntoma interesante de observar es que, cuando
discutimos desde opiniones sobreinvestidas emocionalmente como prejuicio,
nuestra respuesta, en lugar de argumentar sobre la idea, tenderá a resbalar al
llamado “argumento ad hominem” (tratar de descalificar a la
persona). Y, aunque no lo hagamos, tendremos ese sentimiento interno.
Mientras que si la persona coincide en sus opiniones
con nuestro prejuicio, nos parecerá inteligente sensata y hasta sabia.
Esto apunta también a que lo que el prejuicio
sostiene, entre otras cosas, es un sentimiento de identidad por
pertenencia.
Yo “soy” (bueno, inteligente, despierto, etc) porque
“soy parte” de este “nosotros” que me legitima como persona (imaginariamente,
claro).
Prejuicio de exclusión y Prejuicio de inclusión.
En líneas generales se podría decir que los prejuicios
de exclusión son socialmente más graves que los de inclusión.
Los prejuicios de exclusión suelen negar la igualdad
de dignidad de todos los seres humanos. Pretenden
catalogar dignidades en función de cualquier variable elegida arbitrariamente.
Pero los prejuicios de inclusión tienden a
desconocer las características idiosincráticas individuales en
función de una supuesta aceptación del mismo colectivo que antes se discriminaba.
Si
los prejuicios de exclusión consisten en una demonización de las diferencias,
los de inclusión consisten en una negación de las mismas. O, a veces, una
idealización.
Volviendo a tomar un ejemplo ya dado, un “prejuicio de
exclusión” sería:
“Todos los homosexuales son depravados”
Y un prejuicio de inclusión:
“Todos los homosexuales son buena gente”
Está claro que, dado un individuo que sólo puede pensar por totalidades, el segundo es menos trágico que el primero (al menos no va a estar queriendo echar personas de la sociedad), pero esto no niega que lo segundo siga siendo un prejuicio.
Un ejemplo claro (creo) de los “prejuicios de inclusión” es el de la llamada “discriminación positiva”.
Darle a cualquier miembro de una minoría (incluso a un
discapacitado) más oportunidades que a otros (en el caso de los discapacitados
en áreas que nada tengan que ver con su discapacidad) o incluso consentirle
caprichos o malos tratos sigue siendo una forma de prejuicio activo.
Esto denota que no se está mirando a la persona
particular sino que se está obrando desde el prejuicio, pero sobrecompensando en
la propia conducta de una manera reactiva.
Otra vez, dado un idiota que no puede discernir, es
preferible que integre (indiscriminadamente) a que excluya (discriminatoriamente).
Lo importante de ver es que esa conducta no lo hace menos idiota.
Lo importante de ver es que esa conducta no lo hace menos idiota.
Prejuicio de conservación y Prejuicio de cambio.
Existen
tanto prejuicios conservadores como prejuicios progresistas. Quien no vea
alguno de los dos tipos quizás tenga un prejuicio acerca de qué cosa es un
prejuicio.
Los prejuicios conservadores están, por lo general, construidos sobre algunos de los siguientes axiomas:
·
· Todo
tiempo pasado fue mejor.
·
· Más
vale malo conocido que bueno por conocer.
·
· Todo
cambio implica un riesgo inaceptable.
·
· Siempre
se hizo así (como prueba de eficacia).
·
· Más
vale prevenir que curar.
·
· Si
está “instituido” es prueba de que es bueno.
·
· Idealización
extremista del orden.
Los prejuicios progresistas se sostienen en los
axiomas simétricamente opuestos:
·
· Todo
tiempo pasado fue peor.
·
· La
historia “avanza” (mejora) inexorablemente.
·
· Lo
nuevo es siempre mejor que lo viejo.
·
· Todo
cambio es bueno por el sólo hecho de ser cambio.
·
· Si
está “instituido” es prueba de que es malo.
·
· Idealización
extremista del caos.
Tengo que decir en este punto que la caracterización
de Allport del pensamiento de una persona prejuiciosa es, en mi opinión, un
tanto prejuiciosa. Tiende a tachar de “prejuicio” a una cantidad de opiniones
sólo por ser contrarias a las propias.
Por más que considero muy loable su intención de
diluir algunos contenidos prejuiciosos muy graves en su tiempo, como los prejuicios
de discriminación (sobre todo racial), pierde en ese trámite, a mi
entender, algunas características esenciales de la dinámica psicológica del
prejuicio que no tienen nada que ver con el contenido al que se suscriba.
Confunde, en este punto, el contenido con la forma.
Su toma de posición “progresista” sólo le permite
identificar como prejuicio los prejuicios conservadores (que de hecho son
totalmente ciertos) pero parece volverse ciego ante la posibilidad de que haya
también prejuicios progresistas.
Hay tanto prejuicio hoy contra “lo conservador” como
en otra época lo hubo contra “el cambio”. Así, si alguien se atreve a decir
tímidamente que hay algunos aspectos de la cultura que sería conveniente
“conservar”, se lo tacha inmediatamente de fachista, autoritario, retrógrado,
etc.
Cuando la emoción prejuiciosa se apodera de cierta
opinión de una persona, no importa lo sensata o racional que sea en otros
aspectos de su vida.
Por lo general verá a cualquiera que intente poner
“peros” a esa opinión como malvado o necio o estupido o ignorante.
Quizás, si su prejuicio es de sesgo conservador,
agregará epítetos del tipo “anarquista”, “desestabilizador”, “libertino”,
“perverso”... Mientras que si su prejuicio es de sesgo progresista agregará
otros tales como “retrógrado”, “fachista”, “autoritario”, “represor”...
Prejuicio de solidez y Prejuicio de liquidez.
Ante todo es importante recalcar que las siguiente
consideraciones son posibles después de casi 70 años de que Allport realizara
su teoría, a la luz de hechos psicológicos sociales que era imposible que él se
pudiera siquiera imaginar. Los tiempos de Allport son relativamente sólidos en
comparación con los nuestros.
Características tradicionales
(según Allport – p. 431)
de las personas prejuiciosas.
Supuestas causas de
Prejuicios “sólidos”.
|
Características posmodernas
(según mi opinión)
de la nueva “prejuiciosidad”.
Supuestas causas de
Prejuicios “líquidos”.
|
Ambivalencia hacia los padres
|
Ausencia de “rol paterno”
|
Rigorismo moral
|
Relativismo ético
|
Dicotomización
|
Indeterminación / irresponsabilidad
|
Necesidad de definición
|
Fobia a lo normativo
|
Externalización del conflicto
(error de atribución externa)
|
Omnipotencia narcisista
(error de atribución interna)
|
Institucionalismo
|
Fobia a “lo instituido”
|
Autoritarismo
|
Anarquismo (fobia a lo jerárquico)
|
No voy a extenderme sobre los "prejuicios
sólidos" porque son ampliamente conocidos.
Desde una perspectiva psicoanalítica, se podría decir
que, si en los “tiempos sólidos” la formación de prejuicios estaba posibilitada
sobre todo por demanda del “superyó” (en el sentido en que Freud lo pensó), los
tiempos líquidos parecen privilegiar la formación de prejuicios a partir de
demandas del “ello”.
Paradójicamente es como si se hubiera elevado al ello
(y su “principio del placer”) a la categoría de Ideal del yo (categoría,
supuestamente, representada por el superyó).
Supuestamente, un “mandato superyoico” es algo
“impuesto por la cultura” como un bien a alcanzar. Los mandatos de la cultura
consumista son por lo general del tipo “hacé lo que sientas”, “viví el
momento”, “sólo hazlo” (just do it), “hacele caso a tu sed”, “sé fiel a
tu deseo”, “no te arrepientas de nada”, en definitiva “sé irresponsable”
(comprá hoy, mañana verás cómo pagarlo).
Es decir, el “mandato consumista” consiste en
hipotecar el futuro para disfrutar del presente.
De esta manera, multitud de persona comenzaron a “sentirse
culpables por no disfrutar lo suficiente”. O a arrepentirse de haber hecho
lo correcto.
Evidentemente, la capacidad humana para arruinarse la
vida no tiene límites previsibles.
Si los prejuicios sólidos tienen un sustrato de “fobia
a lo indeterminado”, los prejuicios líquidos, por el contrario, parecen
encarnar la opuesta “fobia a lo determinado”.
¿Pero qué pasa en el psiquismo cuando la norma
imperante es que “es malo tener normas”?
El resultado es que las personas comienzan a percibir
como “intolerancia” todo lo normativo de la cultura. Con lo cual su supuesta
tolerancia no es más que una expresión del prejuicio de intolerancia a lo
normativo.
Como espero que se vea, la característica fundamental
del prejuicio de “pensar en absolutos” sigue presente en el prejuicioso líquido
al experimentar una reacción cognitiva de “saltar al otro extremo” de lo que
alguien le dijo alguna vez que “era causa de prejuicio”. Hay en esta actitud,
la misma negación fóbica que se detectó originalmente en los
prejuicios sólidos.
Prejuicio dicotómico y Prejuicio antidicotómico.
Se podría caracterizar al prejuicio dicotómico como el
que posee aquel que afirma que sólo hay blanco y negro. No existen los grises.
Los matices son algo que le es imposible soportar porque no pueden poner las
cosas en un casillero absoluto e inamovible.
Mientras que el prejuicio antidicotómico lo encarna
aquél que, habiendo escuchado que lo anterior es un prejuicio, salta al extremo
contrario (dicotómicamente) de afirmar que no existe tal cosa como el blanco y
el negro, sólo existen los grises (perdiendo de vista, por supuesto, el detalle
de que para hacer gris se necesitan inevitablemente el blanco y el negro,
aunque nunca se encuentren puros en la realidad).
Cae en definitiva en algo que se podría llamar“antidicotomización
dicotómica”.
Recalco, por las dudas, que no estoy diciendo que no
exista tal cosa como el “pensamiento binario” (o dicotómico). En realidad, todo
lo contrario. Es una de las características fundamentales formadoras de
prejuicio. Es lo que hace que agrupemos el mundo en “nosotros los buenos” y
“ellos los malos”.
Pero cuando uno asume este “mandato antibinario” de
una manera superficial (y, por lo tanto, prejuciosa) lo único que logra es caer
en una especie de vacuidad mental.
El prejuicio relativista (“todo es no-absoluto”) es
una totalización contradictoria tan absurda, que supone tal capitulación del
pensamiento, que no puede más que sumir al que lo lleva al extremo en la
depresión o la desesperación.
Que no produzca este efecto, lo que indica es que la
disociación del que lo dice le permite afirmar que todo es relativo pero
conducirse en la vida como si no lo fuera.
El prejuicio "antidicotómico" reacciona
viceralmente ante palabras como "bueno", "malo",
"verdadero", "falso" (o cualquier otro par de opuestos)
acusando a quien las usa de dicotómico sin pararse a mirar lo que está
diciendo.
ver el artículo completo aquí
Pablo Berraud
más que interesante
ResponderBorrargracias Marcelo
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