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MOTIVACIÓN, AUTORREALIZACIÓN Y TRASCENDENCIA




“...cuando el porqué de un fragmento de conducta permanece oscuro,
la pregunta para qué puede proporcionar una respuesta válida”
Paul Watzlawick

Teoría de la comunicación humana




La motivación (o, mejor dicho, la falta de ella) es, desde un punto de vista descriptivo, quizás el principal signo de depresión.
Se considera a la anhedonia (incapacidad de sentir placer) como lo más sustantivo de la misma.

El problema frecuente es que se reduce toda motivación al concepto de “deseo” y la motivación excede, en mi opinión, ese constructo.

Tengo la sospecha de que si en el título de esta nota hubiera puesto la palabra “deseo” en lugar de “motivación”, quizás hubiera suscitado más interés.
Y algunos, incluso, asimilarán automáticamente un término a otro.
Espero poder explicar en qué se diferencian.

Desde que se instaló la idea de que el ser humano es “sólo un animal más” (supuesto naturalista), la cuestión del deseo tomó especial relevancia en la psicología.
Pero el deseo no es más que la parte animal de la motivación y, como tal, al menos en mi opinión, la menos interesante.

El deseo explica mucho menos cosas de lo que se pretende.
O, mejor dicho, la teoría del deseo pretende explicar muchas más cosas de las que debería
Y, por lo tanto, las explica mal.

Es un reduccionismo  desconocer la diversidad de motivaciones (netamente humanas) que puede haber, por ejemplo, tras un aparentemente simple deseo sexual.
Tomo un ejemplo de Maslow (el gran teórico de la motivación) para ejemplificar:

“Uno puede hacer el amor no sólo por la pura descarga sexual, sino también para convencerse a sí mismo de su sexualidad, para sentirse poderoso, o para ganar afecto”[1].

Obvio que se podría argumentar que esos también son deseos (incluso necesidades) pero, en principio, son más difíciles de explicar con la lógica freudiana de la descarga para volver a la homeostasis.
Sin ir tan lejos, me parece que queda claro, que si creemos que la causa de toda búsqueda de sexo es “mera calentura” (búsqueda de descarga) nos perdemos lo más relevante que está pasando en el “nivel humano” por querer explicar todo con un sesgo animalizante.
Y conste que en el ejemplo sólo se consideran algunas de las motivaciones relativamente más sanas del impulso sexual. Nada se dijo, de las motivaciones más perversas.

Para entender la diferencia es necesario considerar otros elementos conceptuales.
La motivación humana excede con creces “lo biológico” (en el sentido más naturalista/animalista del término).
O, mejor dicho, la biología humana contiene “naturalmente” mociones ajenas al espectro animal.
El bien, el amor, la verdad y la belleza, son motivaciones netamente humanas de las que ningún otro animal participa en lo más mínimo.
Son propias de la particularísima “naturaleza humana”, que incluye un aspecto ético dentro de esa misma "naturaleza"..

El “propósito” es algo cualitativamente distinto al “deseo”.
Maslow, en su crítica a los conductistas, decía que como éstos no podían preguntarle a una rata sobre sus propósitos, en vez de eliminar a la rata como sujeto de prueba habían eliminado al propósito como objeto de estudio de la psicología.
“Si no es importante para la rata, tampoco es importante para el hombre” es un sesgo que contamina prácticamente toda la psicología de fines del siglo XIX y principios del XX.
Lo curioso es que hay muchos que en pleno siglo XXI lo siguen repitiendo.

Dicho de otra forma:
Lo natural para el humano es diferente que lo natural para la rata.
El error no es “querer ser natural”, es querer ser de otra naturaleza ajena a la propia.

La aparente dicotomía entre naturaleza y cultura se resuelve sencillamente al comprender que la cultura es parte de la naturaleza humana.
Ningún perro aprenderá a hablar por más participación que tenga de un ambiente parlante. A lo sumo aprenderá a entender algunas palabras pero jamás las podrá transmitir a otro.
Pero un humano no aprenderá (a pesar de estar “determinado naturalmente” a ello) si no participa en un ambiente que “tire de su psiquis” hacia el lenguaje.

¿Pero qué es esto de “tirar de la psiquis”?

Viktor Frankl hace un intento de explicarlo al señalar que 
“es necesario diferenciar las causas de las razones”.

“Si cortas cebollas no tienes una razón para llorar, las lágrimas se deben a una causa.
Si estás desesperado podrías tener una razón para llorar”[2].

Las "causas", entonces quedan del lado de lo biológico.
Mientras que las “razones” tienden a ser más cercanas a lo cultural/espiritual.

Algunos psicoanalistas, en su afán de reducir todo a lo pulsional, tienden a considerar toda razón como “racionalización” y toda moción espiritual como “formación reactiva” o “defensa”.
Como repite frecuentemente Rudolf Allers
mientras se quiera explicar todo lo humano “desde abajo” en lugar de “desde lo alto”, difícilmente se podrá captar el fenómeno humano en su total significación.

¿Qué significa esto?

En estos tiempos, cuando se habla de “causa”, casi todo el mundo se representa sólo un tipo de causa: la causa eficiente.
Aún saliendo del pensamiento positivista de “causa única”, cuando se habla de “multicausalidad” casi lo único que se considera es una multiplicación cuantitativa de causas eficientes.

Pero hay otros tipos de causas.
Aristóteles planteó que hay cuatro tipos diferentes de causas, pero para no complicar las cosas innecesariamente sólo voy hablar de dos, indispensables para entender el tema en cuestión:
  •        Causa Eficiente.
  •        Causa Final.

Dicho muy sencillamente, la causa eficiente es la que empuja (metafóricamente hablando “desde abajo”), mientras que la causa final es la que tira o atrae hacia sí (“desde arriba”).
El lenguaje, por ejemplo, es una “causa final” de humanización.
Final, cabe aclarar, no se refiere a una “terminación” sino a una dirección, sentido, destino o meta que no necesariamente va a implicar alcanzarla definitivamente.
No es algo “que empuja” desde adentro como una pulsión, sino que “tira” de nuestra psiquis hacia afuera (desde la cultura).

Esta es una de las cosas que recalcó Vigotsky en sus críticas al planteo piagetiano (que, en un principio, sólo consideraba la mera maduración biológica “desde adentro”, aunque después se retractó en algunos puntos).

En cuanto entra la palabra en el universo humano (o, mejor dicho, en cuanto entra el bicho humano en el universo de la palabra) su existencia muta dramáticamente. 
Al punto de que “lo biológico” (puro) deja de tener el valor determinante que tiene en el mundo animal.

En otras notas hablé de ideales
Remito a las mismas para otros ejemplos de motivaciones “desde arriba”.

Cuando un chico de repente quiere ser músico o futbolista o bailarín porque “se enamoró” de algo (o alguien) que vio en su entorno, no es ninguna “pulsión” (en el sentido freudiano) que lo moviliza, sino algo que, si bien “hizo sintonía” con alguna sensibilidad idiosincrática interna, lo está motivando desde afuera para dirigirse a eso. De no haber existido esa “llamada” externa, tal moción quizás jamás se hubiera “despertado”.
Lo que el ser humano “trae” es un “hardware” (constitución biológica) preparado para asimilarlas, pero sin la cultura (como algo que tira desde afuera) no las podría desarrollar.
Por eso, el que considera la cultura como un mero “ente represivo” no tiene la menor idea de la que está diciendo (tanto si lo está mirando “a la manera de Hobbes” como “a la manera de Rousseau”).

Nótese acá un “problema” patologizante (una causa sociocultural de enfermedad psíquica):
Cuando la cultura (que es “causa final” y, por lo tanto, debería ser factor humanizante) propone que “la felicidad consiste en convertirse en animal” (“seguí tus instintos”) produce, en la pobre víctima que “compra” este “ideal”, una paradoja desestructurante (neurotizante).
Lo empuja en sentido inverso a su desarrollo pleno.

Suena a perogrullada pero hoy en día parece estar invisibilizado para muchos:
El objetivo (causa final) del ser humano es devenir completamente humano.
Eso implica un proceso.
Ir de la potencia al acto.
De la posibilidad a la realización.

Si la cultura “animaliza” entonces, en vez de actuar como causa final (tirando hacia arriba) actúa como causa eficiente en sentido contrario (empujando hacia abajo)
Eso es lo que produce toda ideología (Nietzsche incluido) que preconiza que la realización humana consiste en “seguir los instintos”.
No sería incorrecto si se concibiera al “instinto humano” en su totalidad.
Pero a los naturalistas les parece que el instinto ético, el instinto estético y el instinto espiritual son como prótesis agregadas artificialmente.
No perciben que son partes constitutivas y esenciales de la naturaleza humana.
Lo mismo se puede aseverar (y se aprecia en esta cultura de manera contundente) en cuanto a las “mociones espirituales”.

Todo humano tiene un “hardware” determinado hacia la espiritualización.
Pero no puede “actualizarlo” si su ambiente no lo estimula de algún modo o, como pasa hoy, directamente lo desestima.
Dicho de otra manera.
Tenemos “ojos” para ver infinidad de realidades trascendentes.
Pero permaneceremos ciegos a ellas (e incluso hostiles) mientras alguien “desde afuera” no nos las presente adecuadamente.

Otro error frecuente (al menos en el “pensar cotidiano”) es el de homologar motivación, deseo y necesidad.
Esto podría “considerarse” si se aceptara que el ser humano tiene también deseos indeseables y necesidades innecesarias.
Incluso sin entrar en el terreno de la “naturaleza ambivalente” de los deseos, si se considera sólo lo biológico (lo animal) como determinante único de toda conducta, uno no podría explicarse, por ejemplo, dada la necesidad universal de alimentarse, porqué alguien podría tener la motivación legítima de ayunar.
Es “natural” que un naturalista sólo pueda interpretar esta motivación como patología o “formación reactiva”.

Deseos indeseables:

Desde un punto de vista bastante general, se podría decir que un deseo deviene “indeseable” cuando se transforma en una compulsión o un “vicio”.
Es creencia común que la mejor manera de emanciparse de un deseo es consintiéndolo. 
El ejemplo más obvio es que la mejor manera de sacarse el hambre, es comiendo.
Esto, sin embargo, no explica la gula.
Y la misma lógica se aplica a cualquier otro “deseo”. Por un problema intrínseco con la cuestión de la saciedad propia del ser humano, la pura gratificación no asegura la emancipación de una “molestia pulsional”.
Freud se inventó el “mito” de la primera vivencia de satisfacción para explicar esto. En mi opinión esa teoría no explica nada. Y no sólo por ser completamente incomprobable.

Por el hecho de ser un “sistema abierto”, el ser humano tiende a equivocarse de “objeto de gratificación”
Al invisibilizar nuestras necesidades superiores nos metemos en el rulo de la gratificación no gratificante que termina desembocando en vicio.
Maslow señala, entre otros ejemplos, que 
“pedir un helado” suele no ser por hambre sino por necesidad de amor o atención.
Así, a medida que vamos avanzando en la experiencia de las gratificaciones sustitutivas, vamos perdiendo la noción de lo que en realidad deseamos.
En el adulto, cualquier “demanda parcial exacerbada” (vicio) apunta generalmente a pretender llenar un vacío existencial inconciente que, como tal, yerra el objeto de satisfacción.
Cuando un “placer” no sacia más que efímeramente, deberíamos preguntarnos si no estamos tratando de tapar un agujero con un tapón equivocado.
Incluso preguntarnos si no estaremos equivocados acerca de nuestra percepción de dónde está o qué es el verdadero agujero.

Dicho de otra manera, cuando se invisibilizan las necesidades superiores, las inferiores devienen compulsivas, porque su “gratificación” es impotente para gratificar la necesidad real.
De ahí que, por esa vía, la ansiedad, en vez de disminuir crece.
Es más. Si el único sentido de nuestra vida está en la gratificación de las necesidades inferiores, la depresión nos espera a la vuelta de cualquier esquina.
En algunas personas, la invisibilización de las necesidades superiores es sentida subjetivamente como pérdida de sentido.

Necesidades innecesarias:

Si bien de los “deseos indeseables” se puede decir que son siempre deshumanizadores (atentan contra una realización plena) las “necesidades innecesarias” se pueden ver de dos maneras diametralmente opuestas.

En el sentido negativo, lo que se llama “lujo” podría sintetizar la mayoría de las necesidades innecesarias de una existencia inauténtica.
Son las conductas en las que el tener pretende reemplazar al ser.
Y esto es válido incluso cuando el “tener” no se refiere a cosas materiales.
El “tener información” de un erudito puede estar cumpliendo la misma función inauténtica de “lujo innecesario”.

Antes de tratar de definir el otro tipo de necesidades innecesarias es necesario definir con claridad cuales son las absolutamente necesarias.
Para eso nada mejor que la famosa pirámide de Maslow de la que sólo diré lo básico porque la información es fácilmente accesible. 
El libro de este autor citado al pie de esta nota contiene un profundo desarrollo del tema.
Según Maslow, estas necesidades están organizadas de manera jerárquica y, para que alguien, cualquier persona humana, pueda interesarse en las superiores tiene que haber satisfecho primero las inferiores.

Las cito de manera descendente para que queden abajo las más urgentes y menos “sutiles”.

Autorrealización
Estima
Pertenencia
Seguridad
Fisiológicas



Como dije, inútil es querer explicar acá lo que al autor le llevó cientos de páginas. Se perderían las principales sutilezas que hacen de él un lúcido penetrador de la naturaleza humana.
Lo que no llego a comprender es porqué, después de esta gran obra, cuyo última versión es de 1970 (año de fallecimiento de Maslow) se sigue insistiendo con adherir a teorías mecanicistas del siglo XIX.

El punto cuestionable acá, al menos en mi opinión, es que las necesidades son presentadas siempre como “causas eficientes” son “empujes” desde el interior de organismo individual. Es, en definitiva, una teoría que tiene riesgos de ser interpretada de una manera en extremo individualista.
Maslow mismo señala que sólo el 2% de los seres humanos alcanzan la cúspide de la pirámide. Y, la causa de esto, no es que no tengan las necesidades inferiores cubiertas.
Es que se quedaron estancados por otras razones.
Perdieron el sentido, por así decir.

Las necesidades innecesarias (para uno mismo) cambian de signo (devienen humanizantes) cuando están al servicio de una existencia auténtica.

Cuando la teoría de las necesidades, como dije, es interpretada desde una perspectiva individualista, no puede explicar porqué una persona puede necesitar genuinamente ocuparse de las necesidades de otros.
De ahí que un solipsista la única explicación que puede encontrar para el altruismo es que sea una “formación reactiva”.
No puede explicar cómo alguien puede estar deliberadamente entregado a los demás sin inventar que “se está escapando de sí mismo”.

El individualista que quiere “autorrealizarse” puede volverse ciego a esas “causas” que operan desde afuera del sistema.
Una de las más “vitales” es justamente la necesidad ajena.

Por supuesto que no voy a caer en la ingenuidad de suponer que todo aquél que se llena la boca hablando del “bien común” no puede estar persiguiendo fines egoístas (sean estos poder, seguridad, fama o, incluso, afecto).
Pero eso no niega que haya otros (quizás los menos, no lo sé) cuyo interés sea legítimo (incluso cuando los mismos sean también ambivalentes y parcialmente “contaminados” por otros motivos).

Siempre que alguien “busca un bien” afuera de sí mismo (sea éste la acción política, la docencia, la paternidad, la asistencia social... incluso, como vi hace unos días, un evangelista predicando con un megáfono en la plaza, abajo de la lluvia) se puede decir que tal persona encontró la punta del ovillo de la autotrascendencia.
Que lo haga bien o mal, que sea eficaz o ineficaz es completamente otro tema.
Encontró un posible camino para salir del círculo vicioso del autocentramiento.

Por eso el gran fracaso de la sociedad individualista del confort.
Por eso sus efectos colaterales depresivos y ansiógenos.

Frecuentemente alguien que jamás sufrió privaciones deviene insensible a las necesidades de los demás.
El confort no garantiza un acceso a lo superior.
Al contrario, frecuentemente lo obtura.
De esto, hasta Nietzsche se dio cuenta.

Llega un punto en el que la gente no tiene la más puta idea de qué hacer con el confort conseguido. 
El que supuestamente le iba a garantizar la felicidad.

La búsqueda del “más allá” (que no es nada esotérico ni mágico sino un más allá del egoísmo) no se da automáticamente por sobresaturación de confort.
Por eso, el “más allá” debe ser “predicado” por aquéllos que lo perciben.
La noción de “más allá” sólo entra en el sujeto (al igual que el lenguaje) “desde afuera” de sí mismo. 
No es una virtud “autopoiética”.
Por eso, para el animal sólo existen causas eficientes (las que empujan desde adentro) mientras que para el humano es vital encontrar causas finales (externas a sí mismo).
O, como dice Viktor Frankl, 
es necesario encontrar sentido.

“Lo que tira” tiene que estar necesariamente fuera del sistema (en este caso, el individuo)
Por eso 
no es lo mismo “autorrealización” que “autotrascendencia”.
La autorrealización “supone” una pulsión netamente interna.
La autotrascendencia reconoce una causa externa a uno mismo.
La autorrealización, al estar autocentrada, corre el riesgo de terminar siendo una exacerbación del puro narcisismo. 
Mientras que la autotrascendencia  implica cierto “olvido de sí” (autodescentramiento) cuyo principal foco es, justamente, no el sí mismo, sino la alteridad.
Los otros.

De ahí que el ser humano que no está motivado por algo mayor que sí mismo cae en un individualismo alienante (lo que propicia este sistema social) y corre el riesgo de desarrollar síntomas depresivos o ansiógenos.
Y esto “mayor” tiene que ser algo instituido y concreto en lo que se pueda delegar parte del propio “albedrío caprichoso”.
Un partido político, una iglesia, una ideología, una “causa”, una “escuela”... incluso el mismo “estado”, si se vivencia como algo a lo que contribuir en lugar de algo que sólo te somete.
Incluso el concepto de “Dios” o “Naturaleza” asimilado de manera individualista suele correr el riesgo de ser una exacerbación del propio ego.
Al respecto decía Nietzsche de Schopenhauer que éste último se había imaginado el universo como si fuera un Schopenhauer ampliado.
No es difícil adivinar porqué para el pobre Schope nada tiene sentido.

Antes de terminar el tema quiero hacer un breve paréntesis para nombrar a Angelita.
Angelita es una mujer de más de 80 años, analfabeta, casi indigente, que vive en un ranchito de chapa de la periferia, que alguna vez me fue dado visitar.
En ese ranchito, por extraños medios, se reúnen todos los días los chicos del barrio a tomar la merienda. Con esa excusa consiguió darles también apoyo escolar y catequesis. 
¿Todo lo hace ella? Evidentemente, no. No olviden que es analfabeta. 
Pero de alguna forma logró nuclear en ese punto a un grupo de gente alrededor de su “motivación”.
¿Cómo es posible?
¿A dónde fue a parar la teoría de las necesidades básicas en este caso?
Evidentemente acá las “necesidades” de Angelita son absolutamente innecesarias para sí misma..
¿De dónde viene esta motivación? Ciertamente no de la sociedad del confort que habita la mayoría de los que estarán leyendo esto en su computadora o teléfono.

Algo característico de la naturaleza humana es que está abierta a lo trascendente.
Mientras se siga insistiendo en el concepto de que hay alguna posibilidad de felicidad en la mera gratificación de las necesidades propias (aún las más elevadas de “autorrealización”) se seguirá perdiendo de vista que en el dar reside la activación de todo un universo psicológico cualitativamente distinto de aquél que sólo está pendiente del recibir.

Así que deje de hacer “OMM” y salga a buscar al prójimo.





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