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SOBRE IDEALES Y ANGUSTIA




¿Es el concepto de “ideal” valioso o útil en psicoterapia?

Muchos opinan que todo ideal es sólo un autoengaño para evadir el presente.
Otros dicen que es una idea neurotizante.
Otros grandes pensadores, por el contrario lo consideran algo esencial para la vida humana.

Dice el psiquiatra y filósofo existencial Karl Jaspers:
<<El hombre, con sólo inteligencia y valoración, acepta un ideal que le parece el absoluto y quiere de un salto vivir conforme a este ideal.>>
más adelante advierte: “en lugar de autoconformación, se produce un caos y una recaída en grados totalmente bajos de posibilidades personales”.
Y finalmente concluye:
<<Para poder leer, antes hay que aprender a deletrear. La expresión: "llega a ser lo que eres", designa certeramente que línea directriz y ser concreto han de estar eslabonados y no desmembrándose, para el que reconoce como pretensiones la autenticidad y la evolución.>>
Dicho en criollo:
El ideal es importante. 
Pero no puedo saber cuál es mi ideal si no sé primero quién soy yo.

O, dicho de otra forma, cualquier cosa que me imagine como ideal es una fantasía, si no puedo asumir primero mi real condición actual, ahora mismo, tanto en cuanto a limitaciones como a posibilidades.
De dónde parto y con qué herramientas cuento.
Si quiero saltar al ideal sin conocerme voy a hacer desastres.

No obstante esto, y aunque parezca paradójico, tampoco puedo saber quién soy yo si no tengo un ideal.
Porque con algo me tengo que comparar, para saber dónde estoy.
También es esencial que la persona comprenda que un ideal no es lo mismo que una meta o un objetivo, que no es un logro exterior sino interior, que es un norte vital.

Hay que internalizar esa tensión incómoda que me hace percibir una distancia entre lo que ahora soy y lo que podría llegar a ser.
En principio, el concepto de ideal tiene que ver con idea y, cada persona en particular es, hasta cierto punto, la idea que tiene de sí misma, lo que cree ser.
Pero en esa creencia también hay mucho de autoengaño.
Entonces, si el hombre es lo que cree ser y lo que cree ser es en gran medida falso, el hombre, hasta cierto punto, es lo que no es.

Dicho de otra manera, el hombre, cuando se encuentra por primera vez consigo mismo, lo primero que descubre es que él mismo es una mentira, una fachada.
Y si no lo descubre, es que se sigue mintiendo.
Pero si lo descubre, ya descubrió una verdad.
Y es en esa verdad (que él mismo es en gran medida una mentira) que tiene que hacer pie para empezar a construir.
Instalar el concepto de “ideal” es hablar de distancia.
Si la persona cree que ya es todo lo que puede ser, no hay distancia imaginaria entre su condición actual y un ideal.
Para que haya ideal tiene que haber distancia. Distancia entre lo que soy y lo que quiero ser. Sin esa diferenciación no se puede seguir adelante.

Para que haya ideal, tiene que haber cierta insatisfacción con uno mismo.
Esa insatisfacción en el fondo todos la tenemos.
La diferencia es que muchos no se dan cuenta.
La tapan con posesiones u otro tipo de prótesis. 
El hombre satisfecho consigo mismo es un hombre autoengañado.

Por eso, antes de hablarle de ideal, aunque parezca cruel, hay que llevarlo a reconocer su incompletitud, su imperfección.
Instalar la idea de que hay una distancia entre lo que soy y lo que puedo ser y que recorrer esa distancia es una de las tareas realmente importantes que tengo en la vida.
Quizás parezca a primera vista una estupidez decir que el hombre actual no sabe qué cosa es el ser humano.
Pero si partimos de la noción de que el hombre es un animal, el primer obstáculo que nos vamos a encontrar es que los animales no tienen ideales, ni lo pueden tener.
Otra cosa importante para tener en cuenta es que, de todos los seres, el ser humano es el único que nace incompleto.
Es el único que está “a medio hacer” y sobre el cual recae, por lo tanto, la responsabilidad de autocompletarse, de crearse a sí mismo.
Mientras que la persona crea que es un ser acabado y/o predeterminado poco le queda por hacer.
Kierkegaard dice que la existencia auténtica empieza cuando uno se elije a sí mismo como tarea.
Pero para eso es requisito comprender cuál es, para uno mismo, la tarea.
Pero también, desde que él habló, sabemos de la universalidad de la angustia.
Siguiendo la lógica de “mal de muchos consuelo de tontos” es una declaración que, al menos, nos tranquiliza cuando percibimos nuestra propia angustia, en no tener algo fallado, distinto de los demás.

Parece una pavada, pero ese dato nos puede ayudar a no negarla, sino enfrentarla.
Y es justamente porque en el hecho de negarla consiste, paradójicamente, el principio de nuestra infelicidad, de no ponernos en situación de ser capaces de buscar nuestro ideal.

Negar la angustia es querer taparla con distracciones, consumo, agitación frenética, busca de metas exteriores fantásticas o frívolas, etc.

Si la aceptamos como algo universal ya no nos angustiará, en principio, el hecho de sentir angustia, porque sabremos que es algo intrínseco al hecho de ser humanos.
Y para esto, hay que tomar también conciencia de que nuestro tiempo es limitado.
Mañana llegará la muerte.
Y ahí, en principio, y hasta donde sabemos, se acaba toda posibilidad. Esto no es un jueguito de video que cuando uno se muere puede volver a intentar.
Tenemos una sola oportunidad.
No hay reencarnación ni nada semejante.
Es ahora o nunca.
Y la muerte es dentro de un rato.
No hay tiempo para desperdiciar.

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