NUESTRO MUNDO Y LA PRESENCIA DE LA DEBILIDAD HUMANA
Nuestro mundo variado. Nuestro buen mundo. Nuestro mundo pequeño. Nuestra mirada. ..
Nuestro mundo occidental (que creemos todo el mundo posible) nos signa desde la cuna con un sesgo en el mirar. Y resulta que tantas cosas se tratan de eso… de saber mirar.
Parece que esta cosmovisión mercantilista en la que nacimos y nos movemos, cala tan hondo y desde tan pequeños en nosotros, que no somos capaces de reconocer sus alcances, de desandar sus mandatos para repensarlos, para suplantarlos, para humanizarlos…
Y sin darnos cuenta, queremos construir un mundo distinto mirando con los ojos del imperio mercantil. Tanto tienes, tanto vales… Qué vas a ser cuando seas grande… este chico no tiene futuro… no va a llegar a ningún lado…
Y el problema real no es el imperio mercantil… es nuestra incapacidad de autonomía. La verdadera debilidad humana es la inconciencia, la incapacidad de mirar, de mirar con mirada nueva. La verdadera debilidad es la que padecemos cuando vivimos como dormidos. Pero es que no nos damos cuenta hasta dónde se nos ha metido el discurso mercantil… Pero es que no nos damos cuenta hasta dónde tenemos que hacer nuevas todas las cosas.
Y la debilidad del mundo está en el miedo. En este miedo que nos lleva a rechazar lo diferente. O a buscar “normalizarlo” (qué lindo que estás así, todo peinadito…) y no somos capaces de descubrir la belleza del despeinado…
Pero estamos llamados a vivir plenamente la humanidad. A entender de una vez por todas que la dignidad de la persona, de toda persona, de cada persona, pasa por la carne y, siempre, la carne tiene también, dolor. Y la humanidad, lo verdaderamente humano, siempre se queda con los peores, con los no populares, los que no clasifican siquiera para la competencia. Y descubrir la alegría de esa vida, de su vida así, como quien dice, de fracasado…
Y aprender a mirar que requiere saber discernir entre aquello que puede y debe ser modificado por justicia, de aquello que es así, distinto, y que vive en un silencioso sufrimiento el reconocer en nuestras atenciones un deseo de hacerlo otro, normal, que no se note que es distinto. Aprender a mirar, educar la mirada como el paladar, en la infinita variedad que nos ofrece la persona. Toda persona, cada persona. Con sus capacidades y con sus discapacidades. Única. Valiosa. Amada.
Somos cuando otro nos habilita para ser. Cuando nos vemos reflejados en estos otros que tienden lazos hacia nosotros, que nos hacen parte del entramado. Si no, somos puntos sueltos, fallas en el tejido. Y es que le faltó el lazo. Y la falta del lazo con los demás nos mata. Pero de verdad. Y nos inhabilita para reconocernos, para sabernos importantes, dignos, queribles, amados, felices. La vida misma dejó de ser un valor debajo de tanto ropaje mercantil de tener, de poder, de saber, de...
Y la humanidad sigue sufriendo en la soledad del tullido, del pobre, del discapacitado, del loco, del desocupado, del desadaptado…
Nuestro mundo occidental (que creemos todo el mundo posible) nos signa desde la cuna con un sesgo en el mirar. Y resulta que tantas cosas se tratan de eso… de saber mirar.
Parece que esta cosmovisión mercantilista en la que nacimos y nos movemos, cala tan hondo y desde tan pequeños en nosotros, que no somos capaces de reconocer sus alcances, de desandar sus mandatos para repensarlos, para suplantarlos, para humanizarlos…
Y sin darnos cuenta, queremos construir un mundo distinto mirando con los ojos del imperio mercantil. Tanto tienes, tanto vales… Qué vas a ser cuando seas grande… este chico no tiene futuro… no va a llegar a ningún lado…
Y el problema real no es el imperio mercantil… es nuestra incapacidad de autonomía. La verdadera debilidad humana es la inconciencia, la incapacidad de mirar, de mirar con mirada nueva. La verdadera debilidad es la que padecemos cuando vivimos como dormidos. Pero es que no nos damos cuenta hasta dónde se nos ha metido el discurso mercantil… Pero es que no nos damos cuenta hasta dónde tenemos que hacer nuevas todas las cosas.
Y la debilidad del mundo está en el miedo. En este miedo que nos lleva a rechazar lo diferente. O a buscar “normalizarlo” (qué lindo que estás así, todo peinadito…) y no somos capaces de descubrir la belleza del despeinado…
Pero estamos llamados a vivir plenamente la humanidad. A entender de una vez por todas que la dignidad de la persona, de toda persona, de cada persona, pasa por la carne y, siempre, la carne tiene también, dolor. Y la humanidad, lo verdaderamente humano, siempre se queda con los peores, con los no populares, los que no clasifican siquiera para la competencia. Y descubrir la alegría de esa vida, de su vida así, como quien dice, de fracasado…
Y aprender a mirar que requiere saber discernir entre aquello que puede y debe ser modificado por justicia, de aquello que es así, distinto, y que vive en un silencioso sufrimiento el reconocer en nuestras atenciones un deseo de hacerlo otro, normal, que no se note que es distinto. Aprender a mirar, educar la mirada como el paladar, en la infinita variedad que nos ofrece la persona. Toda persona, cada persona. Con sus capacidades y con sus discapacidades. Única. Valiosa. Amada.
Somos cuando otro nos habilita para ser. Cuando nos vemos reflejados en estos otros que tienden lazos hacia nosotros, que nos hacen parte del entramado. Si no, somos puntos sueltos, fallas en el tejido. Y es que le faltó el lazo. Y la falta del lazo con los demás nos mata. Pero de verdad. Y nos inhabilita para reconocernos, para sabernos importantes, dignos, queribles, amados, felices. La vida misma dejó de ser un valor debajo de tanto ropaje mercantil de tener, de poder, de saber, de...
Y la humanidad sigue sufriendo en la soledad del tullido, del pobre, del discapacitado, del loco, del desocupado, del desadaptado…
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