Creo que la perspectiva
psicoanalítica, que asocia el concepto de Ideal al “superyo” (yo ideal
/ ideal del yo) ha persuadido a más de uno de que todo concepto de ideal va en
contra de la felicidad humana imponiéndole exigencias “ajenas a su naturaleza”.
Esta concepción naturalista está
anclada en el supuesto de que el hombre es un animal más y nada sería más
gratificante para él que un retorno a la animalidad primigenia.
Es decir, una “liberación” de todas las
supuestas cargas que la civilización y la cultura le imponen.
Hay, sin embargo, otra
línea de pensamiento (cimentada en parte por Kierkegaard, Jaspers, Marcel,
etc.) y “bajada” a la psicología por Rudolf Allers y Victor Frankl, entre
otros, que parte del supuesto de que el hombre no es sólo un animal más
sino que, en todo caso, es un “animal cultural”.
Es decir que su “esencia” (si es que se me permite usar
tal término) está absolutamente vinculada a su formación psíquica dentro de una
cultura particular.
La realización (o
plenitud) de cada ser humano estará, por lo tanto, sujeta a su involucramiento en
su cultura matriz.
Cabe aclarar que “involucramiento”
no es sumisión pasiva, ni alienación, ni
adocenamiento, ni masificación.
Involucramiento consciente
implica una cierta intencionalidad en la promoción y desarrollo de la cultura
de referencia y, consecuentemente, también en uno mismo.
Todos los autores citados
relacionan este supuesto antropológico con la implicancia personal con un sentido
vital.
Es decir, el ser humano
se realiza en pos de un sentido.
Y, como sentido implica
dirección (un ir hacia), esa dirección
se constituye, idiosincráticamente en cada cual, con la forma de un ideal.
De hecho, si vamos al
fondo, un ideal naturalista (el ideal de convertirse en animal, el ideal de
liberarse de todo ideal, o el ideal de ser sólo devenir, de ser nada) es
también, de una manera un tanto contradictoria, un ideal.
Es algo que
está “desiderativamente” en el futuro.
Algo en lo que se cifra imaginariamente
la felicidad.
Ser una persona humana
implica necesariamente percibir algún tipo de incompletitud personal (lo que
Lacan llamó “la falta”, lo que Freud pretendió explicar con el mito de la “primera
vivencia de satisfacción”).
Hasta el nihilista (cuando
está relativamente sano psíquicamente) busca sentido en convencer a los demás
de que la vida no tiene sentido.
Está realizando (a su
retorcida manera) también una “devolución social”.
Y digo, “realtivamente
sano” porque, si no quiere ni eso, es posible que haya caído ya en la anhedonia
(incapacidad de encontrar placer en cosa alguna) que es el marcador esencial de
una depresión
patógena (que, de todas formas, es a lo único que puede conducir lo que
el nihilismo predica).
Es decir, un nihilista
entusiasta es un ser contradictorio de base. La nada es, por definición lo que
no entusiasma, es lo antivital. Así que un nihilista entusiasta refuta con sus
mismos actos lo que predica.
Si “nada tiene sentido” no debería tenerlo tampoco
predicar tal cosa.
Partiendo entonces de este
axioma (o supuesto) de que es constitutivo de todo ser humano sano
tener ideales (“auténticos” o “inauténticos”, “frívolos” o “trascendentes”,
“correctos” o “equivocados”, incluso “adaptativos” o “desadaptativos”, “constructivos”
o “destructivos”... eso ya sería otra cuestión) es todavía posible diferenciar
dos tipos genéricos y sucesivos de ideal.
Estos “tipos” (o estadios) son el ideal como modelo y el ideal como idea.
Nadie puede sustraerse,
creo yo, al “ideal como modelo”. El
primero de estos modelos es el cuidador significativo (padre, madre, o
sucedáneo). Todo niño constituye su
propia subjetividad “queriendo ser como”
aquél que devino su modelo.
He allí el primer
sentido vital. Que significa sólo “querer
ser grande” sino “grande como”
tal o cual modelo particular.
En este sentido (y siguiendo
esta especie de determinación psíquica general) en algún punto del desarrollo,
advendrán también algunos “modelos negativos”. Aquéllos que
representan “lo que no quiero ser”.
Esta “separación
dicotómica” de ambos modelos no es algo menor, porque de alguna manera pone las
bases para la construcción del siguiente estadio de “lo ideal”. Basado en
sensaciones básicas de placer y displacer, sienta las preliminares de toda
representación de “lo bueno” y “lo malo” en nuestras vidas. No será lo mismo si el modelo negativo (y aún
el positivo) es identificado como “malo”, “loco”, “perdedor”, “exitoso”, “alegre”,
“derrotista”.... etc. hasta el infinito.
Pero no nos adelantemos.
Volvamos al ideal como modelo.
De una forma o de otra si
es “modelo” (positivo o negativo) caerá primariamente en las categorías de “deseable”
o “indeseable” (básicamente referido a “lo
que me causa placer” o “lo que me causa dolor”).
Porque, si es indiferente, no es modelo.
Porque, si es indiferente, no es modelo.
La otra posibilidad es que
el modelo sea ambivalente.
Si es así (y uno además persevera en la afiliación al mismo) puede ser la causa de muchas caracteropatías.
Pero por lo enorme del tema esto convendrá dejarlo para otra oportunidad. Baste citar todo lo referido al “doble vínculo” o los cuidadores esquizofrenizantes.
Y conste que no estoy diciendo que esto sea poco frecuente. Todo lo contrario. Pero “lo sano” es que ante estas “disonancias cognitivas” tendamos a abandonar el modelo y buscar otro más fácilmente “idealizable” en ámbitos más distantes al grupo primario.
Si es así (y uno además persevera en la afiliación al mismo) puede ser la causa de muchas caracteropatías.
Pero por lo enorme del tema esto convendrá dejarlo para otra oportunidad. Baste citar todo lo referido al “doble vínculo” o los cuidadores esquizofrenizantes.
Y conste que no estoy diciendo que esto sea poco frecuente. Todo lo contrario. Pero “lo sano” es que ante estas “disonancias cognitivas” tendamos a abandonar el modelo y buscar otro más fácilmente “idealizable” en ámbitos más distantes al grupo primario.
En este punto, el primer
modelo se opaca relativamente y el pibe empieza a buscar modelos en la cultura.
Obviamente que sólo podrá
elegir entre la lista de modelos accesibles. Los que se presenten en su ámbito
de percepción. Hoy, lamentablemente, la TV es tan omnipresente y la literatura
tan escasa, que los “modelos posibles” tenderán a ser de un tipo bastante
precario.
No obstante eso, el pibe “hace
lo que puede”. Y en su búsqueda de modelos “idealizará” tal vez a Maradona, a
Rockefeller, a Tinelli, a Batman, etc.
Hay en esta selección algo
que refiere a “tendencias innatas” pero también, sin duda, a la influencia de
lo que se valore en su núcleo primario. Las “series complementarias” (Freud)
también sirven para analizar esto.
Sea cual fuere el modelo
preferido, el concepto de “distancia” es esencial para la salud mental. Está
“bien” que el pibe “quiera ser” Batman. No está tan bien si cree que ya lo es.
Puede incluso “jugar a que lo es”. Pero si pierde de vista el “como si”,
estamos en problemas.
Dicho de otra manera, el
ideal es sano siempre y cuando esté implicado en el mismo la noción temporal.
Por eso también los que predican el ideal de “vivir en el presente” están
predicando una contradicción. Aspirar a vivir en el presente es, en todo caso,
algo que va a pasar en el futuro (cuando, supuestamente, lo logre). Es un
oxímoron de base.
Mientras uno tenga
conciencia de que “todavía no es” aquello que aspira a ser, la salud mental
permanece. Pero si la distancia temporal se achica o desaparece, si yo creo que
soy aquello que idealizo, hay que empezar a pensar en patologías del orden del narcisismo.
Otro factor “sano” es que
esta percepción de distancia me lleve
a la acción concreta.
Si quiero “ser Maradona”
lo sano es que me ponga a jugar al fútbol. No que me quede soñando, mirando
partidos o compilados de goles.
El siguiente paso
adaptativo es la asunción de la propia idiosincrasia (e incluso las propias
limitaciones). En algún punto este sujeto (presumiblemente un joven o
adolescente) deberá hacer una trasposición o abstracción para dejar de “querer
ser Maradona” y querer ser su propia versión de un buen futbolista.
Es necesario que se
incorpore en este punto cierta capacidad de conceptualización de, por ejemplo,
la pericia futbolística. El ideal muta entonces al ideal como talento buscado.
Como capacidad a desarrollar.
Es en la adolescencia
cuando el sujeto empieza a tomar conciencia del ideal como idea.
Comienzan a importarle
cosas como “la verdad”, “el bien”, “la justicia”... o bien “la fama”, “el éxito”,
“la riqueza”, “el poder”...
Sería interesante explorar
(pero no pertinente en este texto) qué causas determinan que en esta instancia
de construcción de ideales abstractos se tienda más a cuestiones altruístas o
egoístas. A ideales sociales o personales.
Obviamente, todo ideal
social incluye lo personal. Pero no todo ideal personal incluye lo social como
preocupación. Hay allí, creo, una distinción global de dos tendencias personales...
las de tipo competitivo y las de tipo solidario. Un punto de inflexión que marcará las
posteriores “elecciones vitales”.
Posiblemente, los modelos
previos algo habrán tenido que ver con con esa inclinación. Creo que muy
distinta será la vida de alguien cuyo modelo fue el Che Guevara que de quien su
modelo fue Trump (por no citar “héroes” locales).
Esto no quiere decir, por supuesto, que estas tendencias sean definitivas. Las mismas están sujetas a revisión y rectificación a lo largo de la vida.
Esto no quiere decir, por supuesto, que estas tendencias sean definitivas. Las mismas están sujetas a revisión y rectificación a lo largo de la vida.
No está de más citar
también que, en esta instancia, una tendencia patológica a la “grandiosidad”
puede complicar las cosas, aún cuando a veces opere en el sentido de la concreción
de logros.
También el “polo opuesto”
de sentirse inservible va a actuar en el sentido de la “resignación patógena”.
Nuevamente, una autopercepción
realista de las propias capacidades va a poner a la persona en la vía
de la “autorrealización sana”.
Otra vez, esta “percepción
realista” debe implicar la noción de espacio o distancia antes mencionados que
impedirán que el sujeto que busca, por ejemplo, “la verdad” (o “la justicia”, o
“el bien”) no se crea ya en posesión de
los mismos.
También, claro está, que
esa percepción de distancia no le provoque una sensación de desesperación sino
de esperanza.
Esta asunción realista de ideales
que, como se dijo al principio, tiene que ver con la intención de aportar algún
bien a la cultura de pertenencia, creo yo que es uno de los signo de una sana adultez.
Lamentablemente, es en ese
mismo punto (la entrada a la “adultez”) en el que muchos capitulan y renuncian
a todo ideal, autocondenándose a una existencia mediocre.
Mediocre, entonces, para
mí, no es aquél que percibe sus limitaciones y faltas, sino el que renunció a
sus ideales.
Mediocre sólo es aquél que ya se dio
por vencido.
El que aceptó
engañosamente que ya todo está perdido.
El que se escapó al
facilismo derrotista o a la autocomplacencia hedonista de “a cojer que se acaba el mundo”.
Al mundo lo sostiene la gente con
ideales.
Bravisimo! Bueno, exhaustive para una publicacion de este tipo. Instigador pero mas que nada, inspirador, articulo que deja con ganas de buscar mas. Y eso debe bastar. Muchas gracias, Pablo
ResponderBorrargracias Ismael
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