Creo que a priori parece
más fácil hablar de la soberbia que de otras compulsiones.
Cito:
Es curioso notar que Nietzsche haya visto esto con tanta claridad en los demás pero haya sido tan ciego para consigo mismo.
Digo "más
fácil" porque hay que tener menos cuidado en herir susceptibilidades ya
que todos, por lo general, creemos que los soberbios son los otros,
nunca nosotros mismos.
La soberbia, sin embargo, es una de las características
más estimuladas por el sistema consumista. A veces bajo la máscara de
autoestima, o de auterrealización, o de autodeterminación.
No es lo mismo una autoestima sana que una
desfigurada por la soberbia.
Es necesario, para la salud psicológica,
comprender la diferencia.
Casi nadie reconoce en sí mismo la propia soberbia.
Queda, por supuesto, un mínima parte de soberbios
concientes y asumidos (por lo general psicópatas) a los que les chupa un huevo
verdaderamente la opinión ajena. Aquellos que, además, tampoco se ocuparán en
leer estas líneas, salvo que tengan algún interés en el que imaginen alguna
ventaja personal como, por ejemplo, mejores herramientas para manipular a los
demás.
Voy a empezar hablando de estos últimos (los extremos,
los que todo el mundo odia) pero después trataré de reflexionar un poco en los
otros aspectos menos visibles de los que , hasta cierto punto, muchos tenemos
un poco.
La soberbia se confunde
habitualmente con otras tendencia defectuosas del ego como la vanidad, la arrogancia
o la fanfarronería.
Esto, en mi opinión, es un error.
Porque estas últimas están todas motivadas por algún
sentimiento más o menos conciente de inferioridad.
En cambio el soberbio extremo no tiene ninguna duda de
que es superior a todos los demás en todo. Y eso lo habilita a pisotearlos o
utilizarlos como mejor convenga a sus fines absolutamente egoístas.
Así que se podría decir que el soberbio propiamente
dicho, es “egosintónico”.
O sea, acompaña concientemente sus tendencias a la
autoafirmación.
Contrariamente a lo que pueda creerse (y esto por
suerte) la soberbia como compulsión principal no es tan común.
Cuando lo es podría asimilarse, a veces, a la
pura psicopatía.
Un soberbio puede ser un asesino serial, por
ejemplo. O un estafador profesional.
O alguien con algún encumbrado puesto de poder. (Sí,
inevitable no pensar en algunos presidentes de conocimiento público).
Si no son delincuentes explícitos, por lo general
están bien posicionados socialmente, porque no tuvieron prurito alguno en
destruir la vida de aquellos que se interponían entre ellos y sus fines.
El verdadero psicópata puede incluso parecer humilde,
porque domina el arte de la simulación como ninguno. Por eso me parece
interesante diferenciar soberbia de arrogancia, ya que la arrogancia puede ser
una actitud que denote menos control en lo que se muestra socialmente, porque a
casi nadie se le escapa que la misma no suele dar buenos resultados para
conseguir lo que se desea.
Pero, incluso al soberbio no arrogante, se lo
detectará cuando uno cometa la imprudencia de interferir en sus designios. Ahí
verá el poder de su ira.
Y, como tal, los recursos de que dispone, al ser
relativamente inmune a la culpa, son inmensos. Tiene todos los elementos para
construir una personalidad encantadora. Es, literalmente, un “encantador”, en
el sentido de poseer una personalidad fuertemente seductora y carismática, que
encuentra siempre los recursos para lograr de los demás lo que exactamente
desea.
Beck, en su caracterización del Trastorno
Antisocial de la Personalidad, diferencia con claridad al psicópata
primario del secundario.
Cito:
“Las personas con TAP son las habitualmente llamadas
psicópatas. Dentro de esta patología se diferencian dos grandes grupos:
psicopatía primaria y secundaria. La psicopatía primaria se
distingue por la aparente ausencia de ansiedad o culpa por la conducta ilegal o
inmoral. Como puede hacer cosas tales como mentir deliberadamente en provecho
personal o dañar físicamente a otra persona sin sentir nerviosismo, dudas o
remordimiento, se considera que el psicópata primario carece de conciencia
moral. El psicópata secundario [en otra clasificación llamado
sociópata] , es un individuo capaz de emprender la misma conducta explotadora
pero que dice haber experimentados sentimientos de culpa por haber hecho daño.
Quizás tema las posibles consecuencias de su mala conducta pero sigue
comportándose de un modo antisocial, supuestamente debido a un pobre control de
sus impulsos y a su labilidad emocional.”[1]
Hay otra característica que tiene como núcleo un tipo
de soberbia más generalizado pero más sutil, ya que su portador no tiene que
tener necesariamente características de arrogancia externa.
Es la idea nietzscheana de "ser para
uno mismo la propia ley". Lo que el mismo Nietzsche “apologiza” (o festeja) como
la voluntad de dominio.
Esto es lo que expresa exactamente el mito
luciferino:
El diablo quería ser él mismo Dios. Es decir, "la
encarnación de la ley". Creía que no debía reconocer a nadie por encima de
sí mismo. Y en "nadie" se incluye también cualquier institución
social.
Éste tipo de personalidad, diga lo que diga, no puede
creer realmente en Dios (o como se le quiera llamar a alguna fuerza superior a
uno mismo). Porque él es Dios para sí mismo.
No puede aceptar algún ser (o institución social) superior a él.
Con esto, por las dudas aclaro, no quiero decir que
todos los ateos sean soberbios ni tampoco que ningún creyente lo sea. El
"sentimiento de base" de la soberbia es mucho más potente y eficaz
que las creencias, más o menos superficiales, a las que cada uno adhiera.
Será común escuchar que, el soberbio que se dice
creyente, apele a la frase bíblica “hay que obedecer a Dios antes que a
los hombres” como excusa para no respetar ninguna autoridad humana. Su
pretensión será que “tiene trato directo con Dios”, lo cual,
obviamente, es la mejor manera para justificar cualquier capricho o apelación
de grandiosidad.
Como se verá, es muy difícil tratar de razonar con
alguien que argumenta que “Dios lo inspira en sus convicciones”.
La discusión entre dos soberbios (por ejemplo, uno
ateo y otro creyente) será, como decía mi abuela “para alquilar
balcones”. Siempre y cuando uno no espere escuchar argumentos sensatos de
ninguna de las partes sino una pugna ciclópea de domino sobre el otro.
La soberbia, como ya dije, es
posiblemente la compulsión a la que más le interese el poder y, por lo tanto, la
que más frecuentemente lo consiga.
Por esta característica de ser para sí mismo su propia
ley, el TAP[2] (psicopatía primaria o secundaria, como ya se
dijo) posiblemente sea en lo que derive este tipo de compulsión.
El soberbio frecuentemente también entrará dentro
un TNP[3] (narcisismo patológico) marcado por un fuerte
delirio de grandeza.
Hay dos etiologías básicas del narcisismo. El
sentimiento de inferioridad y el de superioridad. Los narcisismos más
frecuentes son los causados por un sentimiento de inferioridad y dan
características más infantiles, como la de ser el payaso de la fiesta, pero no
la compulsión de dominio, que caracteriza al soberbio.
En aparente contradicción total a esto, la soberbia
también, por la vía de la formación reactiva puede dar
personalidades completamente introvertidas. El TEP[4], con su característica esencial de aislamiento
social y desprecio a todo trato humano, también puede ser causado
por un hondo sentimiento de soberbia.
Schopenhauer, con su apología de la soledad, es un
buen ejemplo de esto.
En casos más moderados, la simple timidez se
puede ver como motivada por la soberbia.
También el TPP[5] (paranoide), con su obsesión de
que todo en el mundo conspira contra su persona, puede estar motivado por el
mismo sentimiento básico.
No hay que recalcar, imagino, que los causados (o
expresados) por la soberbia son los trastornos más graves del
espectro de alteración de la personalidad.
Lo que intenté describir hasta ahora son las
personalidades más extremas y patológicas. Pero, como dije al principio,
también hay otras características menos extremas de las que muchos podemos
tener en diferentes medidas.
Vivimos, sin embargo, en una época que
estimula la soberbia, presentándola incluso muchas veces como un valor. La
característica del hombre exitoso o “self
made man”.
El darwinismo social es, de
base, una apología de la soberbia. Nos dice que el pez grande tiene derecho
(evolutivo) a comerse al más chico.
Así que no es raro encontrar mucho neurótico que se comparta como si fuera un psicópata, porque le compró al sistema que ésa es la mejor forma de obrar, con la que más éxito va a alcanzar. Es, en mi opinión, la mejor receta para caerse, tarde o temprano de un precipicio.
Así que no es raro encontrar mucho neurótico que se comparta como si fuera un psicópata, porque le compró al sistema que ésa es la mejor forma de obrar, con la que más éxito va a alcanzar. Es, en mi opinión, la mejor receta para caerse, tarde o temprano de un precipicio.
Así que lo que sí nos puede pasar con más
frecuencia es que nos agarren como "brotes de soberbia",
de una manera defensiva, y perdamos con eso la cabeza temporalmente. Las
distorsiones cognitivas asociadas a este tipo de "brotes", tendrán
que ver con alguna fantasía de creer merecer más de lo que recibimos, o alguna
otra demanda del tipo del capricho.
Si sólo confiamos en nuestras opiniones y nunca
escuchamos la ajenas, si ante toda crítica de nuestras actitudes reaccionamos
con enojo o rabia, si preferimos la venganza al perdón, si preferimos la
soledad al trato humano, si tendemos a creer que los demás son todos idiotas,
si nuestros deseos o caprichos son más importantes siempre para nosotros que el
bien común (o incluso, lo que conviene, según la opinión de los demás), si nos
cuesta mucho ponernos de acuerdo acerca de cómo se tienen que hacer las cosas,
si nos vemos argumentando a favor del egoísmo como forma de vida, si defendemos
la meritocracia sin ver que nuestros logros también dependieron de las
condiciones de posibilidad de nuestra vida, si creemos que hay personas que,
por su condición social tienen menos derechos (o menos dignidad) que otras, si
nos encontramos diciendo frases del tipo “ese negro de mierda”, si nos sentimos
en algún aspecto “por encima de la ley”... quizás si vemos que algo de esto es
recurrente en nuestra vida, nos convenga considerar la posibilidad de estar
siendo (al menos en parte) soberbios.
Lo engañoso de la soberbia es que es una debilidad que
se presenta, ante los ojos de quien la padece, como fortaleza.
Ya desde la época de Hobbes, Maquiavelo e, incluso el mismo Spinoza, se
viene argumentando desde la filosofía en favor de la psicopatización
de la sociedad. Aún en ideas de apariencia más inocente, como la autopoiesis (crearse
a sí mismo) hay una sutil apelación a la soberbia.
Hasta el mismo Nietzsche (sorprendentemente para mí)
se reveló contra la absurdidad de esta idea de la autopoiesis cuando la
encontró en Spinoza.
Cito:
“La causa sui [causa de sí mismo] es
la mejor contradicción interna que se haya inventado jamás, una especie de
violación y de atentado a la lógica. Pero el orgullo desmesurado del
hombre lo ha conducido a enzarzarse cada vez más en las temibles profundidades
de este absurdo. El anhelo del “libre arbitrio”, entendido en el
sentido superlativo y metafísico que aún domina, desgraciadamente, en los
cerebros semicultivados, la necesidad de soportar la completa y absoluta
responsabilidad de sus actos, y de descargar de ella a Dios, al mundo, a la
herencia, al azar, a la sociedad, no es otra cosa que la necesidad de ser uno
mismo esta causa sui. Con una audacia que supera la del
varón de Münchhausen, se intenta tirarse a sí mismo de los cabellos para salir
de la ciénaga de la nada y entrar en la existencia.”[6]
Es curioso notar que Nietzsche haya visto esto con tanta claridad en los demás pero haya sido tan ciego para consigo mismo.
Si notamos estas tendencias en nosotros mismos,
probablemente lo que tendríamos que rastrear es una falla en la
figura de autoridad de nuestra infancia y su consecuente falta
de límites, unida a una sobreestimulación y una afirmación
incondicional de nuestra grandiosidad, frecuentemente venidos de una madre ella
misma narcisista que nos hizo sentir que somos mucho más importantes que
nuestro propio padre. Más importantes, en suma, que la misma ley.
Es tremendamente difícil para un niño escapar a
esta trampa psicológica ya que desde muy pequeño se
persuadió de que su deseo es la ley y la realidad debe inclinarse
ante el mismo.
El consentimiento de todo capricho surge por parte de
sus cuidadores, muchas veces, también queriendo compensar alguna falta. Una
causa posible es haber perdido trágicamente a alguno o ambos progenitores y
haber sido criado por los abuelos.
A veces la solución viene de
las mismas circunstancias de la vida a través de una profunda humillación. A
veces no queda otra que esperar que la vida misma "nos tire del
caballo", como a san Pablo, para que reconozcamos nuestra propia
pequeñez e impotencia frente al mundo.
Quizás toda esta descripción parezca a algunos como
una especie de condena irreversible.
Mi posición no es esa.
Como siempre, parto del principio “leibniziano” de que
“no hay nada al pedo en el universo” (claro que Leibniz no lo dijo así). Es decir,
que si algo existe, para algo debe servir.
Pero, quizás se dirá, “¿no seríamos todos más
felices si borráramos la soberbia de la faz de la tierra?”.
Claro, quien dice esto, siempre estará pensando en la
soberbia de los otros (que en definitiva es la única que nos molesta) nunca en
la propia. Como se dijo al principio, pocos serán los que se designen a sí
mismos con tal adjetivo.
Pero no.
Soy de la idea de que, en el terreno de la psicología
humana, ninguna amputación es deseable. Ante la lógica de la
amputación, prefiero la de la sanación o transformación.
Y, como ya dije en otras notas, la sanación
suele venir de la mano de la construcción de un nosotros.
Creo que el caso de san Pablo es especialmente
instructivo a este respecto. Tanto por el hecho de que es una muestra de que no
hay defecto que no pueda ser transformado, sino también porque muestra
cómo un rasgo negativo puede ser puesto al servicio de los otros si
se encuentra una motivación lo suficientemente poderosa.
Una lectura desprejuiciada de los escritos de san
Pablo nos permite detectar en diversos pasajes jirones de esa soberbia que lo
gobernaba antes de su conversión y, sin embargo, ver cómo luego la misma fue
usada por él como fuerza motora de su pasión evangelizadora.
Y si lo que vemos en nosotros, que es lo más posible,
son rasgos de soberbia en algunos aspectos de nuestra vida, bueno, hay que tratar
de relativizar. De buscar intencionalmente aquellos aspectos en lo que
no somos tan fantásticos como creemos.
Habría que intentar evadir los sentimientos
de “totalidad”. Reconocerlos como ilusorios, un autoengaño.
Si somos soberbios, pero nos preocupa este rasgo, la
fortaleza principal a desarrollar es nuestra capacidad de mando, de motivación
y movilización de otros.
Si tenemos esta tendencia somos el líder nato. Nacimos
para mandar. Y no toleramos que nada ni nadie se interponga entre nosotros y
nuestros designios
Estudios de psicología social han llegado a la
conclusión de que, quien mejor ejerce el poder, es aquél que más lo
desea (incluso por encima de otros objetivos que a observadores
más “sensatos” les parecen más importantes).
También la supuesta “grandiosidad” habilitará a quien
la padece a la concreción de objetivos que a veces son tan ambiciosos que para
los demás simplemente quedan fuera de su horizonte. Pensemos, de nuevo, en san
Pablo y su evangelización del mundo. De esta manera la grandiosidad
de la soberbia pueden transformarse en magnanimidad (ejecución de obras
monumentales) y longanimidad (obras cuyos resultados no
se verán en el límite de la propia vida) ya que es posible que la persona
inicie proyectos que continuarán incluso mucho más allá de su muerte por su
afán de grandeza e inmortalidad.
Si no hubiera habido, a lo largo de la historia,
personas que pensaran (delirantemente, según otros) “yo lo puedo
hacer mejor” muchos grandes logros de la cultura no existirían.
Si hay un defecto que la soberbia está preparado mejor
que nadie para evadir es la mediocridad.
Por supuesto que nada de esto es posible si no somos
capaces de integrarnos a una comunidad y escuchar a otros preocupándonos
honestamente por sus necesidades individuales y grupales y no desarrollamos
cierta capacidad de compasión o empatía hacia el
sufrimiento del prójimo.
Una característica distintiva del psicópata es que su empatía está "patas arriba". No es que no "sienta" el sufrimiento ajeno, su patología consiste justamente en que, al sentirlo, le causa placer. Es un sádico.
Éste es, por lo tanto, su punto de "sanación". Desarrollar una verdadera compasión hacia el sufrimiento ajeno.
Por supuesto que no es fácil. En los pocos casos en los que sucede está asociado a un gran fracaso o dolor personal (la "caída del caballo") que obliga al sujeto a un profundo replanteo de todos sus "principios".
El principio de la sanación consiste, pues, en reconocerse vulnerable y necesitado.
Una característica distintiva del psicópata es que su empatía está "patas arriba". No es que no "sienta" el sufrimiento ajeno, su patología consiste justamente en que, al sentirlo, le causa placer. Es un sádico.
Éste es, por lo tanto, su punto de "sanación". Desarrollar una verdadera compasión hacia el sufrimiento ajeno.
Por supuesto que no es fácil. En los pocos casos en los que sucede está asociado a un gran fracaso o dolor personal (la "caída del caballo") que obliga al sujeto a un profundo replanteo de todos sus "principios".
El principio de la sanación consiste, pues, en reconocerse vulnerable y necesitado.
Como vengo insistiendo, la cura psicológica de
nuestros defectos y compulsiones está en la construcción de vínculos sanos.
Y, los vínculos sanos, son vínculos horizontales (no
de poder).
Vínculos en los que devenimos capaces de reconocer la
dignidad humana de todo otro como igual a la propia.
La soledad, enferma.
La ambición de poder, enferma.
La amistad, sana.
Notas:
Reconozco, dolorosamente, todas y cada una de estas características de personalidad en alguien que no puedo ayudar, porque no cree necesitarlo,ni dejar de frecuentar porque estaría dejando sin apoyo a una criatura, y ya abandoné todo intento de tener un vínculo sano con ella. Cuando me mira sé que está pensando como aprovecharse de mí.
ResponderBorrarEn cuanto a mi propia soberbia, me pasa lo que al bigotón de apellido difìcil, no puedo ver el tronco en mi ojo por falta de espejo.
Estupendo y esclarecedor texto, gracias.