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PSICOLOGÍA DE LA SOBERBIA

Creo que a priori parece más fácil hablar de la soberbia que de otras compulsiones.
Digo "más fácil" porque hay que tener menos cuidado en herir susceptibilidades ya que todos, por lo general, creemos que los soberbios son los otros, nunca nosotros mismos.
La soberbia, sin embargo, es una de las características más estimuladas por el sistema consumista. A veces bajo la máscara de autoestima, o de auterrealización, o de autodeterminación.
No es lo mismo una autoestima sana que una desfigurada por la soberbia.
Es necesario, para la salud psicológica, comprender la diferencia.




Casi nadie reconoce en sí mismo la propia soberbia.
Queda, por supuesto, un mínima parte de soberbios concientes y asumidos (por lo general psicópatas) a los que les chupa un huevo verdaderamente la opinión ajena. Aquellos que, además, tampoco se ocuparán en leer estas líneas, salvo que tengan algún interés en el que imaginen alguna ventaja personal como, por ejemplo, mejores herramientas para manipular a los demás.

Voy a empezar hablando de estos últimos (los extremos, los que todo el mundo odia) pero después trataré de reflexionar un poco en los otros aspectos menos visibles de los que , hasta cierto punto, muchos tenemos un poco.

La soberbia se confunde habitualmente con otras tendencia defectuosas del ego como la vanidad, la arrogancia o la fanfarronería. 
Esto, en mi opinión, es un error. 
Porque estas últimas están todas motivadas por algún sentimiento más o menos conciente de inferioridad.
En cambio el soberbio extremo no tiene ninguna duda de que es superior a todos los demás en todo. Y eso lo habilita a pisotearlos o utilizarlos como mejor convenga a sus fines absolutamente egoístas. 
Así que se podría decir que el soberbio propiamente dicho, es “egosintónico”.
O sea, acompaña concientemente sus tendencias a la autoafirmación.

Contrariamente a lo que pueda creerse (y esto por suerte) la soberbia como compulsión principal no es tan común. 
Cuando lo es podría asimilarse, a veces,  a la pura psicopatía. 
Un soberbio puede ser un asesino serial, por ejemplo. O un estafador profesional.
O alguien con algún encumbrado puesto de poder. (Sí, inevitable no pensar en algunos presidentes de conocimiento público).

Si no son delincuentes explícitos, por lo general están bien posicionados socialmente, porque no tuvieron prurito alguno en destruir la vida de aquellos que se interponían entre ellos y sus fines. 
El verdadero psicópata puede incluso parecer humilde, porque domina el arte de la simulación como ninguno. Por eso me parece interesante diferenciar soberbia de arrogancia, ya que la arrogancia puede ser una actitud que denote menos control en lo que se muestra socialmente, porque a casi nadie se le escapa que la misma no suele dar buenos resultados para conseguir lo que se desea.
Pero, incluso al soberbio no arrogante, se lo detectará cuando uno cometa la imprudencia de interferir en sus designios. Ahí verá el poder de su ira. 
Y, como tal, los recursos de que dispone, al ser relativamente inmune a la culpa, son inmensos. Tiene todos los elementos para construir una personalidad encantadora. Es, literalmente, un “encantador”, en el sentido de poseer una personalidad fuertemente seductora y carismática, que encuentra siempre los recursos para lograr de los demás lo que exactamente desea. 

Beck, en su caracterización del Trastorno Antisocial de la Personalidad, diferencia con claridad al psicópata primario del secundario.
Cito:
“Las personas con TAP son las habitualmente llamadas psicópatas. Dentro de esta patología se diferencian dos grandes grupos: psicopatía primaria y secundaria. La psicopatía primaria se distingue por la aparente ausencia de ansiedad o culpa por la conducta ilegal o inmoral. Como puede hacer cosas tales como mentir deliberadamente en provecho personal o dañar físicamente a otra persona sin sentir nerviosismo, dudas o remordimiento, se considera que el psicópata primario carece de conciencia moral. El psicópata secundario [en otra clasificación llamado sociópata] , es un individuo capaz de emprender la misma conducta explotadora pero que dice haber experimentados sentimientos de culpa por haber hecho daño. Quizás tema las posibles consecuencias de su mala conducta pero sigue comportándose de un modo antisocial, supuestamente debido a un pobre control de sus impulsos y a su labilidad emocional.”[1]

Hay otra característica que tiene como núcleo un tipo de soberbia más generalizado pero más sutil, ya que su portador no tiene que tener necesariamente características de arrogancia externa.
Es la idea nietzscheana de "ser para uno mismo la propia ley".  Lo que el mismo Nietzsche “apologiza” (o festeja) como la voluntad de dominio.

Esto es lo que expresa exactamente el mito luciferino: 
El diablo quería ser él mismo Dios. Es decir, "la encarnación de la ley". Creía que no debía reconocer a nadie por encima de sí mismo. Y en "nadie" se incluye también cualquier institución social.
Éste tipo de personalidad, diga lo que diga, no puede creer realmente en Dios (o como se le quiera llamar a alguna fuerza superior a uno mismo). Porque él es Dios para sí mismo.
No puede aceptar algún ser (o institución social) superior a él. 

Con esto, por las dudas aclaro, no quiero decir que todos los ateos sean soberbios ni tampoco que ningún creyente lo sea. El "sentimiento de base" de la soberbia es mucho más potente y eficaz que las creencias, más o menos superficiales, a las que cada uno adhiera.
Será común escuchar que, el soberbio que se dice creyente, apele a la frase bíblica “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” como excusa para no respetar ninguna autoridad humana. Su pretensión será que “tiene trato directo con Dios”, lo cual, obviamente, es la mejor manera para justificar cualquier capricho o apelación de grandiosidad.
Como se verá, es muy difícil tratar de razonar con alguien que argumenta que “Dios lo inspira en sus convicciones”.
La discusión entre dos soberbios (por ejemplo, uno ateo y otro creyente) será, como decía mi abuela “para alquilar balcones”. Siempre y cuando uno no espere escuchar argumentos sensatos de ninguna de las partes sino una pugna ciclópea de domino sobre el otro.


La soberbia, como ya dije, es posiblemente  la compulsión a la que más le interese el poder y, por lo tanto, la que más frecuentemente lo consiga. 
Por esta característica de ser para sí mismo su propia ley, el TAP[2] (psicopatía primaria o secundaria, como ya se dijo) posiblemente sea en lo que derive este tipo de compulsión.   
El soberbio frecuentemente también entrará dentro un TNP[3] (narcisismo patológico) marcado por un fuerte delirio de grandeza. 
Hay dos etiologías básicas del narcisismo. El sentimiento de inferioridad y el de superioridad. Los narcisismos más frecuentes son los causados por un sentimiento de inferioridad y dan características más infantiles, como la de ser el payaso de la fiesta, pero no la compulsión de dominio, que caracteriza al soberbio.


En aparente contradicción total a esto, la soberbia también, por la vía de la formación reactiva puede dar personalidades completamente introvertidas. El TEP[4], con su característica esencial de aislamiento social y desprecio a todo trato humano, también puede ser causado por un hondo sentimiento de soberbia.
Schopenhauer, con su apología de la soledad, es un buen ejemplo de esto. 
En casos más moderados, la simple timidez se puede ver como motivada por la soberbia.
También el TPP[5] (paranoide), con su obsesión de que todo en el mundo conspira contra su persona, puede estar motivado por el mismo sentimiento básico. 
No hay que recalcar, imagino, que los causados (o expresados) por la soberbia son los trastornos más graves del espectro de alteración de la personalidad.


Lo que intenté describir hasta ahora son las personalidades más extremas y patológicas. Pero, como dije al principio, también hay otras características menos extremas de las que muchos podemos tener en diferentes medidas.
Vivimos, sin embargo,  en una época que estimula la soberbia, presentándola incluso muchas veces como un valor. La característica del hombre exitoso o “self made man”.
El darwinismo social es, de base, una apología de la soberbia. Nos dice que el pez grande tiene derecho (evolutivo) a comerse al más chico.
Así que no es raro encontrar mucho neurótico que se comparta como si fuera un psicópata, porque le compró al sistema que ésa es la mejor forma de obrar, con la que más éxito va a alcanzar. Es, en mi opinión, la mejor receta para caerse, tarde o temprano de un precipicio.

Así que lo que sí nos puede pasar con más frecuencia es que nos agarren como "brotes de soberbia", de una manera defensiva, y perdamos con eso la cabeza temporalmente. Las distorsiones cognitivas asociadas a este tipo de "brotes", tendrán que ver con alguna fantasía de creer merecer más de lo que recibimos, o alguna otra demanda  del tipo del capricho.

Si sólo confiamos en nuestras opiniones y nunca escuchamos la ajenas, si ante toda crítica de nuestras actitudes reaccionamos con enojo o rabia, si preferimos la venganza al perdón, si preferimos la soledad al trato humano, si tendemos a creer que los demás son todos idiotas, si nuestros deseos o caprichos son más importantes siempre para nosotros que el bien común (o incluso, lo que conviene, según la opinión de los demás), si nos cuesta mucho ponernos de acuerdo acerca de cómo se tienen que hacer las cosas, si nos vemos argumentando a favor del egoísmo como forma de vida, si defendemos la meritocracia sin ver que nuestros logros también dependieron de las condiciones de posibilidad de nuestra vida, si creemos que hay personas que, por su condición social tienen menos derechos (o menos dignidad) que otras, si nos encontramos diciendo frases del tipo “ese negro de mierda”, si nos sentimos en algún aspecto “por encima de la ley”... quizás si vemos que algo de esto es recurrente en nuestra vida, nos convenga considerar la posibilidad de estar siendo (al menos en parte) soberbios.

Lo engañoso de la soberbia es que es una debilidad que se presenta, ante los ojos de quien la padece, como fortaleza.

Ya desde la época de Hobbes, Maquiavelo e, incluso el mismo Spinoza, se viene argumentando desde la filosofía en favor de la psicopatización de la sociedad. Aún en ideas de apariencia más inocente, como la autopoiesis (crearse a sí mismo) hay una sutil apelación a la soberbia.
Hasta el mismo Nietzsche (sorprendentemente para mí) se reveló contra la absurdidad de esta idea de la autopoiesis cuando la encontró en Spinoza.

Cito:
“La causa sui [causa de sí mismo] es la mejor contradicción interna que se haya inventado jamás, una especie de violación y de atentado a la lógica.  Pero el orgullo desmesurado del hombre lo ha conducido a enzarzarse cada vez más en las temibles profundidades de este absurdo.  El anhelo del “libre arbitrio”, entendido en el sentido superlativo y metafísico que aún domina, desgraciadamente, en los cerebros semicultivados, la necesidad de soportar la completa y absoluta responsabilidad de sus actos, y de descargar de ella a Dios, al mundo, a la herencia, al azar, a la sociedad, no es otra cosa que la necesidad de ser uno mismo esta causa sui.  Con una audacia que supera la del varón de Münchhausen, se intenta tirarse a sí mismo de los cabellos para salir de la ciénaga de la nada y entrar en la existencia.”[6]


Es curioso notar que Nietzsche haya visto esto con tanta claridad en los demás pero haya sido tan ciego para consigo mismo.

Si notamos estas tendencias en nosotros mismos, probablemente lo que tendríamos que rastrear es una falla en la figura de autoridad de nuestra infancia y su consecuente falta de límites, unida a una sobreestimulación y una afirmación incondicional de nuestra grandiosidad, frecuentemente venidos de una madre ella misma narcisista que nos hizo sentir que somos mucho más importantes que nuestro propio padre.  Más importantes, en suma, que la misma ley.


Es tremendamente difícil para un niño escapar a esta trampa psicológica ya que desde muy pequeño se persuadió de que su deseo es la ley y la realidad debe inclinarse ante el mismo.  
El consentimiento de todo capricho surge por parte de sus cuidadores, muchas veces, también queriendo compensar alguna falta. Una causa posible es haber perdido trágicamente a alguno o ambos progenitores y haber sido criado por los abuelos.

A veces la solución viene de las mismas circunstancias de la vida a través de una profunda humillación. A veces no queda otra que esperar que la vida misma "nos tire del caballo", como a san Pablo, para que reconozcamos nuestra propia pequeñez e impotencia frente al mundo. 

Quizás toda esta descripción parezca a algunos como una especie de condena irreversible.
Mi posición no es esa.
Como siempre, parto del principio “leibniziano” de que “no hay nada al pedo en el universo” (claro que Leibniz no lo dijo así). Es decir, que si algo existe, para algo debe servir.
Pero, quizás se dirá, “¿no seríamos todos más felices si borráramos la soberbia de la faz de la tierra?”.
Claro, quien dice esto, siempre estará pensando en la soberbia de los otros (que en definitiva es la única que nos molesta) nunca en la propia. Como se dijo al principio, pocos serán los que se designen a sí mismos con tal adjetivo.
Pero no.
Soy de la idea de que, en el terreno de la psicología humana, ninguna amputación es deseable. Ante la lógica de la amputación, prefiero la de la sanación o transformación.
Y, como ya dije en otras notas, la sanación suele venir de la mano de la construcción de un nosotros.

Creo que el caso de san Pablo es especialmente instructivo a este respecto. Tanto por el hecho de que es una muestra de que no hay defecto que no pueda ser transformado, sino también porque muestra cómo un rasgo negativo puede ser puesto al servicio de los otros si se encuentra una motivación lo suficientemente poderosa
Una lectura desprejuiciada de los escritos de san Pablo nos permite detectar en diversos pasajes jirones de esa soberbia que lo gobernaba antes de su conversión y, sin embargo, ver cómo luego la misma fue usada por él como fuerza motora de su pasión evangelizadora.
Y si lo que vemos en nosotros, que es lo más posible, son rasgos de soberbia en algunos aspectos de nuestra vida, bueno, hay que tratar de relativizar. De buscar intencionalmente aquellos aspectos en lo que no somos tan fantásticos como creemos. 
Habría que intentar evadir los sentimientos de “totalidad”. Reconocerlos como ilusorios, un autoengaño.


Si somos soberbios, pero nos preocupa este rasgo, la fortaleza principal a desarrollar es nuestra capacidad de mando, de motivación y movilización de otros. 
Si tenemos esta tendencia somos el líder nato. Nacimos para mandar. Y no toleramos que nada ni nadie se interponga entre nosotros y nuestros designios

Estudios de psicología social han llegado a la conclusión de que, quien mejor ejerce el poder, es aquél que más lo desea (incluso por encima de otros objetivos que a observadores más “sensatos” les parecen más importantes). 
También la supuesta “grandiosidad” habilitará a quien la padece a la concreción de objetivos que a veces son tan ambiciosos que para los demás simplemente quedan fuera de su horizonte. Pensemos, de nuevo, en san Pablo y su evangelización del mundo. De esta manera la grandiosidad de la soberbia pueden transformarse en magnanimidad (ejecución de obras monumentales) y longanimidad (obras cuyos resultados no se verán en el límite de la propia vida) ya que es posible que la persona inicie proyectos que continuarán incluso mucho más allá de su muerte por su afán de grandeza e inmortalidad. 
Si no hubiera habido, a lo largo de la historia, personas que pensaran (delirantemente, según otros) “yo lo puedo hacer mejor” muchos grandes logros de la cultura no existirían.
Si hay un defecto que la soberbia está preparado mejor que nadie para evadir es la mediocridad. 
Por supuesto que nada de esto es posible si no somos capaces de integrarnos a una comunidad y escuchar a otros preocupándonos honestamente por sus necesidades individuales y grupales y no desarrollamos cierta capacidad de compasión o empatía hacia el sufrimiento del prójimo.
Una característica distintiva del psicópata es que su empatía está "patas arriba". No es que no "sienta" el sufrimiento ajeno, su patología consiste justamente en que, al sentirlo, le causa placer. Es un sádico.
Éste es, por lo tanto, su punto de "sanación". Desarrollar una verdadera compasión hacia el sufrimiento ajeno.
Por supuesto que no es fácil. En los pocos casos en los que sucede está asociado a un gran fracaso o dolor personal (la "caída del caballo") que obliga al sujeto a un profundo replanteo de todos sus "principios".
El principio de la sanación consiste, pues, en reconocerse vulnerable y necesitado.

Como vengo insistiendo, la cura psicológica de nuestros defectos y compulsiones está en la construcción de vínculos sanos.
Y, los vínculos sanos, son vínculos horizontales (no de poder).
Vínculos en los que devenimos capaces de reconocer la dignidad humana de todo otro como igual a la propia.

La soledad, enferma.
La ambición de poder, enferma.
La amistad, sana.






Notas:
[1] Aaron Beck- Terapia cognitiva de los trastornos de personalidad (1990). Capítulo 8.
[2] Trastorno Antisocial de la Personalidad.
[3] Trastorno Narcisista de la Personalidad.
[4] Trastorno Esquizoide de la Personalidad.
[5] Trastorno Paranoide de la Personalidad.
[6] Friedrich Nietzsche – Más allá del bien y del mal – Libro primero, parágrafo 22.



Comentarios

  1. Reconozco, dolorosamente, todas y cada una de estas características de personalidad en alguien que no puedo ayudar, porque no cree necesitarlo,ni dejar de frecuentar porque estaría dejando sin apoyo a una criatura, y ya abandoné todo intento de tener un vínculo sano con ella. Cuando me mira sé que está pensando como aprovecharse de mí.
    En cuanto a mi propia soberbia, me pasa lo que al bigotón de apellido difìcil, no puedo ver el tronco en mi ojo por falta de espejo.
    Estupendo y esclarecedor texto, gracias.

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