Creo que la envidia no sería posible sin cierto grado de soberbia.
Ese sentimiento de merecer lo que el otro
tiene (ya sea posesiones, prestigio, poder, amor, o lo que sea). Y por supuesto
esto no se soluciona accediendo a la posesión de ninguna de las cosas
envidiadas porque esta compulsión no tiene que ver en realidad con nada
externo, sino con un delirio de grandeza imposible de satisfacer.
Si
somos envidiosos nada nos alcanza. No obstante, tenemos todavía la posibilidad de percibir nuestro
vacío (que queremos llenar con la felicidad que nos imaginamos que tiene el
otro). La soberbia, cuando es extrema, , por el contrario, ya no percibe nada
de eso.
Quizás nos cueste reconocer, si somos envidiosos, que nuestra única alegría (ya que el resto de la
vida nos parece un infierno) es cuando percibimos que causamos envidia en otro.
Algunos pueden dedicar toda su vida a lograr estos momentos. Viven de eso.
Lamentablemente,
y en oposición a la soberbia que en su estado puro es bastante infrecuente,
ésta es, quizás, en estos tiempos, la más común de las debilidades. Está
fuertemente promocionada por el sistema actual porque es uno de los motores más
eficaces del consumismo furioso. Todos tenemos un poco de envidia, aunque no
sea nuestro defecto principal. Y se llegó al punto de inventar hasta el
concepto de “sana envidia” como si la envidia pudiera ser en algún punto sana.
Sería como decir que un cáncer puede ser sano.
Porque la envidia es como un
cáncer, te va destruyendo gradualmente por dentro.
Como dice el conocido proverbio "es como tomar veneno para que el otro se muera".
El sentimiento
sano más cercano a esto llamado “sana envidia” tiene un nombre propio y es admiración. Es sano admirar a otros por
cualidades que posee. Incluso es sano querer adquirirlas para uno mismo. Pero
la envidia no se detiene ahí. Quiere que el otro deje de tenerlo. Quiere tomar
su lugar, quiere ser más, no igual. Y, en lo posible, que el otro se muera, o
al menos desaparezca del horizonte. Y si se queda en el horizonte, que sufra.
Todo eso está indisolublemente ligado a la envidia. Por eso no se puede decir
que sea algo “sano”. Es un sentimiento individualista y competitivo,
básicamente destructivo.
El llamado
darwinismo social lo justifica diciendo que es “motor del progreso”.
También puede
que con frecuencia, actuemos de manera desagradecida ante gestos generosos de
los otros porque, en el fondo, sentimos merecer siempre más de lo que
recibimos.
Si bien la envidia es siempre un sentimiento, podemos diferencia envidia material (si lo que envidiamos son "cosas"), envidia intelectual (si lo que envidiamos son "saberes") y envidia emocional (si lo que envidiamos son "vínculos"). Esa observación puede darnos pistas acerca de lo que más valoramos en la vida.
Este mismo sentimiento confuso de inferioridad/superioridad puede
provocar una fuerte envidia a la juventud, encarnizándonos con nuestros hijos
por poseer esa “virtud” para nosotros perdida, encarnando ridículas escenas de
competencia de fuerza, belleza, vitalidad, o cualquier otra cualidad envidiada
en ellos.
La crítica destructiva ante todo logro o cualidad ajena es también un
rasgo que quizás nos gane a veces.
La envidia encuentra su motivación esencial, en cuanto a lo social, en
producir envidia.
Así que su falso sí
mismo no ahorrará esfuerzo ni gastos en atraer la atención sobre sus
enormes logros económicos o de cualquier otro tipo. Si padecemos esto, la
ambición desmedida puede ser en nosotros lo más compulsivo y, por lo tanto, no
deja de ser muy funcional al sistema consumista que incluso estimula este
sentimientos por todos los medios a través de la propaganda.
La envidia es el principal motor de una existencia inauténtica.
Porque el envidioso vive para impresionar a otro y para eso no le interesa nada más que parecer.
Quizás en algún
caso extremo esta tendencia pueda derivar en un trastorno de la personalidad
llamado TLP[1]
(justamente por esta incapacidad de reconocer límites), si es que hay un
trasfondo de impulsividad, que bien puede estar dirigida hacia afuera (a la
concreción de logros) o hacia adentro (a la rumiación continua acerca de lo
injusta que es la vida) aunque posiblemente no sea lo más característico.
Si nos parece que la vida no es justa con nosotros quizás nuestro problema sea la envidia. Porque no hay manera de llegar a esa conclusión sin comparar lo que tenemos con lo que tienen los demás.
Relacionado con la soberbia podemos sufrir también un TNP[2],
con ciertos delirios de grandeza y una fuerte hipersensibilidad a las críticas
o incluso mínimos comentarios desvalorizantes por parte de otros.
Si somos más bien pasivos también somos
proclives a un trastorno de personalidad llamado TPAP[3],
dedicándonos a boicotear con nuestra inacción todo intento de los demás por
lograr algo.
La envidia por el poder también puede dar una personalidad
negativista desafiante mucho más agresiva que la anterior que puede motivar a
la rebeldía e incluso a protestas y destrozos a todos los que tiene alrededor
como reacción a supuestas o reales injusticias.
La rumiación también nos puede
llevar a estados paranoides, imaginando (como formación reactiva) que todos
conspiran contra nosotros porque nos tienen envidia.
Del mismo modo, por la vía de la formación
reactiva, podemos construir un falso sí
mismo de extrema indignación moral ante toda conducta o posesión ajena que
no nos sintamos capaces de hacer u obtener.
El envidioso puede parecer un gran moralista.
Por esta característica, nuestra personalidad
puede derivar en un trastorno llamado TPP[4],
por la característica de proyectar sobre otros nuestras propias debilidades.
Si tenemos este
problema, quizás debamos buscar en nuestra infancia una lesión profunda de la
autoestima que intentamos compensar con esos brotes de grandiosidad. Como la
envidia en esta época se puede considerar una especie de “pandemia” habría que
pensar que hay algo en la misma estructura social que la posibilita y
fomenta.
El camino de la curación
debería orientarse al desarrollo de la gratitud y reconocimiento de nuestros
propios dones y valores y la aceptación de las propias condiciones y
limitaciones. También nos puede servir intentar transformar la envidia en
admiración, eludiendo o descartando el sentimiento destructivo hacia nuestros
semejantes.
Como en los
casos anteriores, no sirve de nada luchar contra la envidia. Eso sólo la
fortalece. Hay que evadirse de ella por otro camino. El de reconocer las
propias capacidades y dedicarse a desarrollarlas sin competir con los demás.
Aunque eso no quiere decir que no tenemos que mirarlos e incluso, como se dijo,
admirarlos: tomarlos como modelo en aquello que nos parezca pertinente. Ser
mejor, es ser lo mejor que uno pueda ser con los dones y talentos propios.
No, ser mejor que otro. Y muchos menos ser otro. Porque eso, querer ser
otro, es la locura total.
Lo sano es querer ser plenamente uno mismo.
Pero, paradójicamente, uno no puede ser uno mismo si está solo.
Dijo mi amigo Sergio "la envidia me hace guardar aquello que admiro y no tengo". En un punto, diría mi amigo Marcelo , todo en última instancia se puede explicar con "la falta".
Creo que hay faltas reales y faltas imaginarias. El hecho de ser humanos nos constituye como seres carentes. ¿Carentes de qué? Esa respuesta no puedo decirla acá. Pero lo que sí puedo decir es que lo que de alguna manera la va curando, lo que en el mundo tenemos más cercano a eso que nos falta, podemos encontrarlo en la experiencia de la amistad.
En la amistad el sentimiento prevaleciente es la admiración, no la envidia.
En la amistad, como dijo una vez mi amigo Juan, me alegro de los dones del otro como si fueran míos. Me alegro de sus logros y me beneficio de sus intuiciones.
La amistad, dijo una vez mi amigo Ricardo, es lo más parecido al "paraíso terrenal". Es la posibilidad de la felicidad en la tierra.
La amistad es el lugar psíquico de la felicidad.
La única salida de la envidia individualista es a través de la construcción del nosotros que posibilita la amistad.
Si fomentamos en nosotros mismos esa noción de nosotros, el inconformismo
de la envidia puede tornarse positivo cuando lo orientamos a la realización
espiritual y a la movilización de los grupos de los que formemos parte,
buscando mejorar, con una perspectiva realista. Si nuestra capacidad crítica la
orientamos hacia lo constructivo en lugar de lo destructivo podemos hacer mucho
bien a nuestro entorno identificando con facilidad las trabas que obstaculicen
ciertos desarrollos y procesos grupales.
El principal pago psíquico del envidioso es la soledad.
util
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