La gula
tiene algunas características que se podrían ver como opuestas a la pereza y
más que con la depresión se la podría relacionar superficialmente con la
ansiedad.
Aunque la depresión y la ansiedad no son tan opuestas como algunos
creen y, a veces, son desequilibrios solidarios entre sí. Es decir, se puede
comer por ansiedad, pero también por depresión, o por ambas cosas mezcladas.
A
veces no es tan fácil relacionar la gula con el egoísmo hasta el momento en el
que el goloso se comió tu comida. Como toda esta serie de compulsiones, la gula es
una donde, el que la padece, pierde por completo el dominio de sí
mismo ante un estímulo externo que, en este caso se lo quiere engullir. .
El
fumar compulsivamente también es una forma de gula. Si tenemos esta debilidad
quizás también seamos más propensos a caer en adicciones, ya sea al alcohol
como a cualquier tipo de drogas, ya sea ilegales o legales, como el abuso de
ansiolíticos.
No sólo existe la gula física (sobre la comida propiamente dicha). También está la gula intelectual y la gula emocional.
La gula intelectual es aquella que no puede
parar de incorporar información de todo tipo (otra característica de la gula es
la falta de discernimiento, cualquier cosa que se pueda tragar sirve para tal
fin, se pierde el sentido del gusto, importa más la cantidad que la calidad).
Si nos sucede esto, no nos interesa usarla para algo útil, ni siquiera
comunicarla a los demás. Sólo disfrutamos del placer de incorporar y,
frecuentemente, ni siquiera nos esforzamos por relacionar de una manera
coherente los contenidos, ni de establecer alguna jerarquía entre los mismos. Quizás
nos vean como el típico erudito de cualquier cosa, que sin embargo no tiene una
opinión crítica sobre nada. Incluso podemos cambiar de opinión política o
ideológica según lo último que estuvimos consumiendo. Por supuesto, hay gulas mentales todavía más bizarras, como sentarse todo el día a hacer zapping.
La gula emocional consiste en una sed
permanente de atención. El hablar compulsivamente, tomando posesión absoluta de
la palabra, también lo es. Si somos golosos es posible que también seamos
egocéntricos y ocupemos todo el espacio verbal en una reunión aunque con un
estilo un tanto difuso y poco concreto.
El chisme posiblemente también sea una de nuestras aficiones predilectas. Es la combinación perfecta entre devorar todos los detalles de la vida del prójimo y la compulsión a la charla banal.
El desborde afectivo, por lo tanto es
muy común en estos casos y muy frecuentemente uno, si lo padece, se encuentra
hundido en la desolación por sentir que no es apreciado en la medida que lo
merece (medida, por supuesto, que no puede se mensurada por ninguna escala).
Y
esto, naturalmente, nos puede llevar al aislamiento o el desahogo a través de
la comida.
Si tenemos esta tendencia,
nuestra característica netamente infantil hace que para sentir que somos
felices tengamos que incurrir en los excesos. La risa moderada no es
suficiente, necesitamos la carcajada. La diversión siempre tiene que ser
intensa y, básicamente, vemos la vida como un juego.
Nuestra delectación por
hablar puede llevarnos a caer en monólogos interminables en los que nadie ni
nosotros mismos sabemos qué realmente se está diciendo. Es como una especie de
engolosinamiento por los sonidos de las palabras prescindiendo casi de toda
intención comunicativa que nos puede precipitar en peroratas cercanas a la
divagación o el deliro, sobre todo si estamos borrachos.
Cuando nos gana esta
tendencia podemos expresar nuestras emociones con una exageración inadecuada,
abrazando a cualquier conocido ocasional con una pasión excesiva o largándonos
a llorar incontrolablemente por cualquier episodio poco relevante
Nos sentimos
incómodos siempre que no seamos el centro de atención.
Cualquier frustración, o
incluso demora, de gratificación inmediata se nos hace intolerable y nos pone
de mal humor.
La soledad nos produce crisis de angustia.
Quizás, por esta
característica de buscar sensaciones intensas a través de la ingesta es
posiblemente la compulsión que más cercana esté de producir estados psicóticos
o psicoides, con características pseudo-alucinatorias. En estos estados
perdemos la capacidad para percibir y evaluar la propia conducta, haciendo
numerosos papelones de los que muchas veces ni nos damos cuenta.
Con respecto a
la relación con la ley, aunque pueda
parecer extraño, quizás sea el tipo de compulsión que más problemas tenga con
la propiedad privada (la de los otros, obviamente). Este impulso incontenible
de incorporación hace que avancemos con mucha facilidad por sobre los límites
naturales de los demás queriendo apropiarnos, por distintos métodos, de los
bienes ajenos. Podemos, por ejemplo, llegar a ser muy injustos con los
subalternos pagando, por ejemplo, muy bajos sueldos por anteponer
desproporcionadamente nuestras “necesidades” a las de los demás (por
ejemplo, autojustificandonos en
postergar un pago, porque necesitamos la plata para el banquete del fin de
semana). La motivación es distinta de la de la avaricia que no gasta ni para sí
misma. La gula derrocha en gastos si se trata de consentir sus placeres,
incluso con amigos de los que, por lo general, siempre está rodeado y puede,
incluso ser muy generosa con los mismos (siempre y cuando, por supuesto, no
falte para ella).
El falso sí mismo que construye la gula
tiene que ver con la exuberancia.
Aunque las patologías de la gula más
evidentes son, por supuesto los Trastornos de Alimentación, tales como la
obesidad, la bulimia y la anorexia (incluso la evitación compulsiva de comida
no puede interpretarse de otra manera que como una formación reactiva a la
obsesión por la misma).
Pero, como se dijo antes, dentro de las variantes de la
voracidad, está también la avidez de atención de los demás.
Si somos golosos es
muy posible que nos guste ser el alma de la fiesta y por eso, en casos
extremos, esta tendencia puede derivar en un trastorno de la personalidad
llamado THP[1]
del cual uno de sus componentes es ser medio payaso. Alguien que se desvive por
recibir amor y atención de todo aquél con quien se cruza, pero no
necesariamente de darlo con profundidad e intimidad.
Que nos guste la
fiesta no quiere decir que no seamos capaces de grandes esfuerzos y de un
trabajo intensivo, pero eso siempre y cuando consigamos con eso la atención y
el aprecio de todos lo que nos rodean (y, si es posible, se pueda comer y beber
en el trayecto).
Es muy frecuente que
tendamos a ocupar puestos de poder si somos golosos, pero no por una tendencia
autoritaria sino por la atención o admiración que eso, suponemos, nos reditúa
de los demás. Y, por supuesto, por los beneficios económicos que nos habilitan
a aumentar la posibilidad de consumo.
"A mi me gusta la plata pero para gastarla" -es un frase típica del goloso interesado en que no se lo vea como un avaro.
Si sufrimos de
gula, es muy posible que, en nuestra infancia, hayamos padecido privaciones
extremas. Este trauma pudo haber sido la causa de una angustia e inseguridad
profundas que nos compelen a la incorporación compulsiva. Quizás también algún
pariente nos hizo sentir que sólo éramos queridos si consentíamos cuando nos
ponían de chicos a recitar versos o cantar canciones en las fiestas (o
cualquier otro tipo de monería para regocijo de los adultos).
Si bien la
virtud de la templanza parecería a primera vista la que equilibra estos excesos, creemos que atacar
esta compulsión de frente no hace más que intensificarla.
Si tenemos esta
tendencia quizás nos sirva buscar algún interés que reemplace esos impulsos por
otros menos destructivos, orientando nuestra atención a ayudar a los demás.
Si
seguimos tan pendientes de nosotros mismos no va a ser difícil encontrar
salida.
Sentirse útil a otros es una buena forma de llenar esa sensación de
vacío que impulsa a la gula.
Quizás por eso
mismo, si vemos en nosotros éstas tendencias, la fortaleza a desarrollar (por lo general ya existente en este tipo de personalidad) está
en la simpatía, la capacidad empática y las dotes vinculares que, si logramos
moderarnos, pueden hacer mucho bien a los grupos de los que participemos.
Nuestro frecuente gusto por la cocina puede convocar a nuestro alrededor, con
la excusa de una comida, a gente que tiene necesidad de vincularse pero no
posee nuestras dotes de convocatoria.
Por otro lado, a causa de nuestra deleitación
por la palabra, si logramos ordenar la mente y jerarquizar las ideas de una
manera orgánica, quizás podamos convertirnos en los mejores oradores. Por esta
causa, en lo que al mensaje se refiere, podemos encontrar satisfacción positiva
en docencia.
Sólo tenemos que comenzar, para esto, a hablar para el otro en
lugar de para nosotros mismos.
Me gusta, interesante.
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