En estos tiempos en el que el más alto “valor humano” parece ser el económico (“tanto tienes tanto vales”), las personas , quizás, más despreciadas son las que no dedican la mayor parte de su tiempo a hacer dinero.
Así, si alguien está devotamente dedicado a estafar a la gente (o a esclavizarla) siempre habrá alguno que en su defensa, diga “pero es muy trabajador”.
A partir de esta distorsión ética generada por la “sociedad productiva”, alguna gente pasó a creer que el activismo frenético (aunque sea sin propósito ni sentido) es siempre preferible a quedarse quieto.
Por esta razón, (con relación a la conocida cita freudiana que asegura que la salud mental tiene que ver con “amar y trabajar”), que alguien trabaje (es decir, tenga un empleo) no sirve ya como signo exterior de referencia.
Ya que el empleo puede ser muchas veces la principal causa de alienación o evasión (incluso intencionada) a través del cual una persona evite sistemáticamente encontrarse consigo misma.
Porque, si uno se queda quieto, corre el riesgo de ser acusado de vago o perezoso.
¿Estoy diciendo entonces que no existe tal cosa como la pereza?
Nada más lejos de mi intención.
Sólo pretendo señalar que, la mirada superficial, tiende a encontrarla donde quizás no está y no detectarla en muchas conductas que son, quizás, causadas por ésta.
Incluso el ocio intencional puede ser lo más difícil de lograr para algunos tipos de “perezosos”.
La hipótesis de esta nota es que la pereza no está directamente relacionada con la cantidad de actividad que una persona despliegue, sino con la calidad de la misma.
Propongo también que algunos conocidos trastornos de la personalidad pueden ser causa o síntoma de ciertos tipos de pereza.
Sufrimos pereza corporal si no barremos la casa o dejamos que nos tapen los yuyos. Si preferimos comernos un sandwich antes de cocinar para no tener que lavar los platos. Éste es un tipo de pereza que degrada el estilo de vida y puede llevar a un estado de “linyerismo”, por decirlo de algún modo.
La incapacidad de cambiar voluntariamente un estado ya sea de quietud o de actividad. Desde este ángulo, un adicto al trabajo, por ejemplo, también podría estar sufriendo de pereza. Porque no puede parar voluntariamente esa actividad.
La pereza está íntimamente relacionada con la falta de motivación, de sentido vital, de anhelo de ser mejor persona. En este sentido, la depresión sería un extremo patológico de la pereza.
Así, podemos tender a evadir toda reglamentación o normativa que nos exija dar algún tipo de rodeo para conseguir nuestros deseos, vamos a buscar siempre la línea de menor resistencia que no exija ninguna responsabilidad.
Como cualquier planificación implica un esfuerzo adicional, vamos a tratar de evitar cualquier compromiso que nos obligue a hacer un esfuerzo a largo plazo.
Otra posibilidad de patología un poco más complicada que quizás desarrollemos es un TAP (Trastorno Antisocial de la Personalidad), frecuentemente moderado (subtipo 2).
Especialmente cuando, por nuestro hedonismo, tendamos al consumo de drogas o alcohol, no importándonos los medios para conseguirlos.
A veces no es fácil encontrarlo solos.
A veces tenemos que pedir ayuda.
Es bueno tener la humildad de pedirla cuando hace falta.
Aunque parezca raro a primera vista, la virtud de la prudencia es la que más nos puede ayudar a transformar estas tendencias.
Por eso decimos que la quietud no es pereza.
Finalmente, relacionado con lo anterior, la mente perezosa es, a la vez, la que nunca se queda quieta. Nuestros pensamientos divagan constantemente a causa misma de nuestra pereza mental para enfocarlos en algo importante.
En los pensamientos se ve bien claro que la cantidad suele atentar contra la calidad.
Una mente que no para de parlotear banalidades es la mente más perezosa.
Se necesita mucha voluntad para parar ese tipo de parloteo frenético.
Necesitamos
pararnos a pensar, a mirar en nosotros qué esperamos de la vida y cómo llevarlo
a cabo. Eso es evitar la pereza, encontrar un sentido en la vida y luego
encaminarse a éste sin dejarse llevar por la corriente.
Así, si alguien está devotamente dedicado a estafar a la gente (o a esclavizarla) siempre habrá alguno que en su defensa, diga “pero es muy trabajador”.
A partir de esta distorsión ética generada por la “sociedad productiva”, alguna gente pasó a creer que el activismo frenético (aunque sea sin propósito ni sentido) es siempre preferible a quedarse quieto.
Por esta razón, (con relación a la conocida cita freudiana que asegura que la salud mental tiene que ver con “amar y trabajar”), que alguien trabaje (es decir, tenga un empleo) no sirve ya como signo exterior de referencia.
Ya que el empleo puede ser muchas veces la principal causa de alienación o evasión (incluso intencionada) a través del cual una persona evite sistemáticamente encontrarse consigo misma.
Porque, si uno se queda quieto, corre el riesgo de ser acusado de vago o perezoso.
¿Estoy diciendo entonces que no existe tal cosa como la pereza?
Nada más lejos de mi intención.
Sólo pretendo señalar que, la mirada superficial, tiende a encontrarla donde quizás no está y no detectarla en muchas conductas que son, quizás, causadas por ésta.
Incluso el ocio intencional puede ser lo más difícil de lograr para algunos tipos de “perezosos”.
La hipótesis de esta nota es que la pereza no está directamente relacionada con la cantidad de actividad que una persona despliegue, sino con la calidad de la misma.
Propongo también que algunos conocidos trastornos de la personalidad pueden ser causa o síntoma de ciertos tipos de pereza.
LA PEREZA
Desde el punto de vista más concreto, que tiene que ver con llevar adelante la cotidianeidad, se podría decir que hay varios tipos de pereza.
Desde el punto de vista más concreto, que tiene que ver con llevar adelante la cotidianeidad, se podría decir que hay varios tipos de pereza.
Sufrimos pereza corporal si no barremos la casa o dejamos que nos tapen los yuyos. Si preferimos comernos un sandwich antes de cocinar para no tener que lavar los platos. Éste es un tipo de pereza que degrada el estilo de vida y puede llevar a un estado de “linyerismo”, por decirlo de algún modo.
Pero
también está la pereza mental, cuya
única actividad cerebral consiste en enchufarse al televisor como si fuera una
teta virtual. La pereza que nos hace incapaces de hacer un mínimo esfuerzo para
aprender algo nuevo y beneficioso para la vida. La pereza que, no sólo no toca
un libro ni con un palo por si lo muerde, sino que tampoco le interesa mirar un
documental o escuchar una conversación edificante. La de no querer pensar,
defendiendo a toda costa el letargo mental. La tendencia al prejuicio o el estereotipo también puede tener su raíz en la pereza mental.
Y también está la pereza emocional. Ésta, de todas, quizás
sea la más egoísta. No le interesan los demás. Quizás le guste hablar, pero
cuando se trata de escuchar a otro se bloquea, no le interesa lo que a los
demás les pase. También le es casi imposible salir de su zona de confort para
ayudar de cualquier manera a otro.
Una mirada
superficial podría suponer que la pereza consiste en no hacer nada.
Por el
contrario si alguien consiguiera voluntariamente no hacer absolutamente nada,
más que un vicio eso sería una virtud. Claro que el detalle estaría en que tal
“conducta” fuera deliberada y, como se dijo, voluntaria.
La pereza, creo, se parece más a la diletancia... ir para donde sopla el viento.
La pereza, creo, se parece más a la diletancia... ir para donde sopla el viento.
La pereza tiene que ver con la inercia.
La incapacidad de cambiar voluntariamente un estado ya sea de quietud o de actividad. Desde este ángulo, un adicto al trabajo, por ejemplo, también podría estar sufriendo de pereza. Porque no puede parar voluntariamente esa actividad.
La pereza está íntimamente relacionada con la falta de motivación, de sentido vital, de anhelo de ser mejor persona. En este sentido, la depresión sería un extremo patológico de la pereza.
Todos estos
tipos de pereza se pueden dar por separado o en distintas combinaciones.
Cuando
más generalizado sea este estado, más conduce al aislamiento y la anulación
psicológica de la persona.
Como dijimos, en casos extremos, puede dar depresión e incluso suicidio. La depresión es una enfermedad y, una vez manifestada, debe ser tratada como tal, pero es bueno saber que en su raíz hay algo de egoísmo y, frecuentemente, del tipo de la pereza.
Como dijimos, en casos extremos, puede dar depresión e incluso suicidio. La depresión es una enfermedad y, una vez manifestada, debe ser tratada como tal, pero es bueno saber que en su raíz hay algo de egoísmo y, frecuentemente, del tipo de la pereza.
Si somos
perezosos nuestra relación con la ley
puede adquirir dos aspectos aparentemente opuestos pero basados en un mismo
principio.
La ley de la pereza es la ley del menor esfuerzo.
Así, podemos tender a evadir toda reglamentación o normativa que nos exija dar algún tipo de rodeo para conseguir nuestros deseos, vamos a buscar siempre la línea de menor resistencia que no exija ninguna responsabilidad.
Como cualquier planificación implica un esfuerzo adicional, vamos a tratar de evitar cualquier compromiso que nos obligue a hacer un esfuerzo a largo plazo.
Con la excusa de
“vivir el presente” podemos llegar a
desentendernos de las consecuencias lesivas de nuestros actos. Ésta es la típica transgresión que puede caer, a veces, en una forma de vida criminal, aunque rara vez agresiva. Una estafa, por ejemplo, u otro tipo de conducta que
recurra al engaño para conseguir que los otros hagan los esfuerzos por
uno.
Otro tipo de personalidad puede
llevarnos, según el mismo principio del menor esfuerzo, a cumplir la ley pero según la letra, de manera formularia,
desentendiéndonos por completo de la justicia, o de mirar cada caso en
particular. Nos convierte en el burócrata minucioso que va a anteponer el
reglamento sin importarle en absoluto el problema en cuestión de la persona
real y concreta que tiene enfrente y va a pretender encajar todo en moldes
prefijados.
Lo que es común a estas dos modalidades es la falta de tensión
vital, de implicación efectiva con la realidad. Esto da como resultado en los
dos casos un tipo de vida mediocre que evita toda intimidad verdadera y que,
como dijimos, puede conducir a la depresión.
Si nuestra debilidad es la pereza, puede que construyamos un falso sí mismo que sea como una especie de barniz de
espiritualidad, por nuestro aparente desprecio a los bienes materiales (sólo
aparente porque la verdadera causa es que no queremos hacer el esfuerzo de
adquirirlos o conservarlos). En realidad es el defecto, quizás, que más lejos esté de una verdadera "santidad" (o "estado búdico", o como quiera llamársele) por la constante evasión a desarrollar los propios talentos.
El relativismo
moral al que esto nos empuja se puede presentar como tolerancia y amplitud de criterio. Si tenemos
en nuestro discurso frases del tipo “lo bueno y lo malo son relativos” es
posible que hayamos construido nuestro falso
sí mismo sobre la pereza emocional y/o intelectual.
Cierta vagancia para
mirar las cosas con profundidad y detenimiento es lo que nos lleva a declarar
que “todo es relativo” .
Ya que la vanidad es la materia prima
de todo esto, esta posición nos puede hacer sentir superior a cualquiera que,
aun con dificultades y errores, pretenda discernir entre lo malo y lo bueno.
Podemos tener un perfil de aspecto desprendido y generoso aunque, por las
mismas características, lo más posible es que en realidad tengamos muy poco
para compartir (lo que no quita que expresemos nuestra indignación ante aquél
que no comparte con nosotros, o incluso con los demás).
Como, si sufrimos de
pereza, tendemos a ser adaptables (por esta característica de seguir la línea
de la menor resistencia y evitación de conflictos) a los demás no les resulta
incómodo tenernos cerca hasta que nos trasformamos en una carga económica (o incluso,
en casos extremos, en una verdadera
garrapata).
La humildad (no muy sincera) es algo a lo que podemos recurrir para
no tomar responsabilidades (“yo no sirvo para esto”) llevándolo a extremos de
no hacernos cargo de los más elementales aspectos prácticos de la vida,
pretendiendo que otros se ocupen en nuestro lugar.
En casos
extremos estas conductas pueden derivar en un trastorno de la personalidad
llamado TDP (Trastorno Dependiente de la Personalidad), llevándonos, por ejemplo, a elegir siempre puestos subalternos (inferiores a
nuestras capacidades) para no tener que hacer esfuerzos excesivos o tomar
responsabilidades.
Podemos desarrollar un aspecto de fragilidad o impotencia
que da como resultado que los demás no nos demanden ningún tipo de esfuerzo o
sacrificio.
El peligro es que esta fragilidad puede devenir real con el tiempo a la manera de "profecía autocumplida).
El mismo tipo de relación, por supuesto, la vamos a tener con la pareja.
Vamos a delegar todo en ella disfrazado dentro de un discurso “democrático” anti autoritario: difícil que un vago sea machista, eso da trabajo. Aunque, por supuesto, también se puede ser machista por pura inercia, o sea, por pereza para cuestionar pautas aprendidas.
El peligro es que esta fragilidad puede devenir real con el tiempo a la manera de "profecía autocumplida).
El mismo tipo de relación, por supuesto, la vamos a tener con la pareja.
Vamos a delegar todo en ella disfrazado dentro de un discurso “democrático” anti autoritario: difícil que un vago sea machista, eso da trabajo. Aunque, por supuesto, también se puede ser machista por pura inercia, o sea, por pereza para cuestionar pautas aprendidas.
Otra posibilidad de patología un poco más complicada que quizás desarrollemos es un TAP (Trastorno Antisocial de la Personalidad), frecuentemente moderado (subtipo 2).
Especialmente cuando, por nuestro hedonismo, tendamos al consumo de drogas o alcohol, no importándonos los medios para conseguirlos.
Pero, en general, por esta característica de
buscar el camino más fácil, vamos a infringir la ley sólo si implica menos
esfuerzo que respetarla. Pero con un discurso de tipo contestatario tendiente a
racionalizar nuestra rebeldía acusando a los grandes capitales, al jefe o al
estado, de ser injusto y legitimando con ello la actitud de no respetar las
leyes.
Sin embargo es muy raro que un vago llegue a ser un psicópata porque por
lo general lo mueven buenos sentimientos e incluso puede tener frecuentes
accesos de culpa por su propia desidia.
Como padres, si sufrimos de pereza,
vamos a tender a ser comprensivos (a veces en exceso) y a dar amplias
libertades a nuestros hijos, pero quizás fallemos a la hora de poner límites
porque eso implicaría una atención o responsabilidad que demandaría mucho
trabajo. Nos es más fácil establecer una relación de amistad horizontal con los
propios hijos que asumir el rol de padres.
Otra posibilidad es la personalidad nihilista, a la que parece
que todo le resbala e, incluso, si por algo se preocupa, es por afirmar la nada
y la extrema falta de sentido en todas las cosas (todo esto con cierto aire de
superioridad filosófica, como si se hubiera descubierto la esencia absurda del
universo).
A la larga, como se dijo antes, esta posición suele derivar en depresión o suicidio. Si somos elocuentes, podemos arrastrar a muchos a esa visión derrotista de la vida.
A la larga, como se dijo antes, esta posición suele derivar en depresión o suicidio. Si somos elocuentes, podemos arrastrar a muchos a esa visión derrotista de la vida.
Si vemos que
tenemos tendencia a la pereza, quizás descubramos que nuestra infancia puede
haber sido demasiado indulgente y con falta de límites. También se nos puede
haber dado la sensación de que los esfuerzos no valen la pena por falta de
valoración de nuestros logros.
Nuestros “modelos de identificación” (aquellos adultos que tomamos de ejemplo) pueden haber sido ellos mismos perezosos habiéndonos, con sus propias autojustificaciones, transmitido una moral de la vagancia y la desvalorización de los logros.
Puede haber también una herida en la autoestima que nos persuade de que no vale la pena hacer un esfuerzo porque, de todas formas, no vamos a conseguir lo que deseamos, hundiéndonos en una sorda resignación.
Si éste es el caso, el trabajo sobre nosotros mismos deberá estar orientado a levantar progresivamente esa autoestima con la concreción de pequeños logros asequibles y realistas tomando progresiva conciencia de nuestros talentos y potencialidades.
Nuestros “modelos de identificación” (aquellos adultos que tomamos de ejemplo) pueden haber sido ellos mismos perezosos habiéndonos, con sus propias autojustificaciones, transmitido una moral de la vagancia y la desvalorización de los logros.
Puede haber también una herida en la autoestima que nos persuade de que no vale la pena hacer un esfuerzo porque, de todas formas, no vamos a conseguir lo que deseamos, hundiéndonos en una sorda resignación.
Si éste es el caso, el trabajo sobre nosotros mismos deberá estar orientado a levantar progresivamente esa autoestima con la concreción de pequeños logros asequibles y realistas tomando progresiva conciencia de nuestros talentos y potencialidades.
Si vemos signos
de esto en nosotros mismos, el antídoto es buscar motivación, algo que nos
entusiasme y que nos parezca digno de prestarle atención, que aporte algún
sentido de trascendencia a nuestra vida.
A veces no es fácil encontrarlo solos.
A veces tenemos que pedir ayuda.
Es bueno tener la humildad de pedirla cuando hace falta.
Aunque parezca raro a primera vista, la virtud de la prudencia es la que más nos puede ayudar a transformar estas tendencias.
Las virtudes
posibles de esta debilidad, en las que podríamos poner la atención, son la
adaptabilidad y la tolerancia que, bien usadas, pueden aportar cierta
distensión tan importante en los grupos. También la capacidad de vivir el
presente y gozar del momento puede equilibrar tendencias de otros tipos más
estrictos y estresados que tienden a
vivir más en el pasado o el futuro.
La
conciencia de nuestros defectos (mayor, por lo general, que en los que sufren
otras compulsiones) nos puede hacer ser más indulgentes y comprensivos con los
demás, posibilitando con esto que se perdonen con más facilidad a ellos mismos
(condición indispensable para la sanación psíquica).
En estos tiempos
se sobrevalora la actividad.
Pero la gente parece creer que cualquier actividad
es válida por el solo hecho de no estar quieto. La realidad no es esa.
La actividad frenética que no lleva a ninguna parte, que sólo sirve para estar desconectado de uno mismo no tiene nada de bueno, todo lo contrario. Por eso la pereza en el sentido de inactividad hoy se considera un gran "pecado". Porque este orden de cosas (el sistema consumista) necesita gente que produzca sin saber para qué. Y que, después de dedicarse ocho horas (con suerte) a producir algo que no le interesa, se dedique el resto del tiempo a gastar su paga con el mismo sinsentido.
La actividad frenética que no lleva a ninguna parte, que sólo sirve para estar desconectado de uno mismo no tiene nada de bueno, todo lo contrario. Por eso la pereza en el sentido de inactividad hoy se considera un gran "pecado". Porque este orden de cosas (el sistema consumista) necesita gente que produzca sin saber para qué. Y que, después de dedicarse ocho horas (con suerte) a producir algo que no le interesa, se dedique el resto del tiempo a gastar su paga con el mismo sinsentido.
Por eso decimos que la quietud no es pereza.
Finalmente, relacionado con lo anterior, la mente perezosa es, a la vez, la que nunca se queda quieta. Nuestros pensamientos divagan constantemente a causa misma de nuestra pereza mental para enfocarlos en algo importante.
En los pensamientos se ve bien claro que la cantidad suele atentar contra la calidad.
Una mente que no para de parlotear banalidades es la mente más perezosa.
Se necesita mucha voluntad para parar ese tipo de parloteo frenético.
Es agregar creatividad
a la rutina.
No hacer las cosas aburridamente sino con una intención
trascendente.
Cualquier cosa puede ser hecha de manera automática o conciente.
Cualquier cosa puede ser hecha de manera automática o conciente.
El automatismo es la verdadera pereza.
Recientemente me suscribí a tu mailing. Grata sorpresa encontrar tu artículo el día de hoy. Muy claro, "concisamente abarcativo" y sobre todo, útil. Gracias!
ResponderBorrarGracias Mauro
Borrarme quedo con el final .. el automatismo es lo que mejor representa a la pereza....
ResponderBorrarok, gracias por comentar
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