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PSICOLOGÍA DEL CHISME

TODOS SOMOS CHISMOSOS.
(especialmente los psicólogos)

El chisme es, de lejos, lo más convocante a la atención humana. 
Es muy difícil (por no decir imposible) encontrar a alguien completamente desinteresado en enterarse de la vida del prójimo. 
Incluso, si lo hay, no se considera a esto desde la psicología como algo “sano” sino que se piensa en ciertas patologías de aislamiento: sólo está interesado en sí mismo (y es un narcisista) o en un mundo de fantasía (y es un esquizoide) o no está interesado en nada de nada (y es un depresivo). 
Vivir en sociedad es hasta cierto punto mirar a otros. 
Uno no puede saber nada de la propia experiencia si no la confronta en cierta medida con la de los demás. La curiosidad es parte de la naturaleza humana. Sin curiosidad no podríamos aprender nada. La cuestión es que, de todas las curiosidades posibles, la más universal es la curiosidad por el otro.
La cuestión es que “chisme” se dice de actitudes muy diversas.
Hay un chusmerío que es completamente “proyectivo”, una manera de poner afuera todos los propios defectos y convencerme de que los defectuosos son los otros y no yo. Esta actitud, si la consentimos, tiende a engordar nuestro “falso sí mismo” y a anclarnos cada vez más en una existencia inauténtica. Es la mejor vía para convertirse en un “testigo falso” carente por completo de credibilidad. 

Está el chismoso "perverso", que no busca tanto defectos sino que tiende a regocijarse con la desgracia ajena. Son los que se paran en las autopistas para mirar accidentes o, peor aún, difunden por la redes sociales las fotos de los mismos. Quizás haya en esta actitud una forma de consolarse por las propias desgracias, una manera de sentir que a otros les va peor que a uno. Una retorcida manera de sentirse afortunado. 

También está el chismoso "filósofo", que remata su chisme con alguna reflexión para recalcar el significado (o falta del mismo) de la vida. El trasfondo de este tipo es que todo va a ser interpretado en función de reafirmar su visión del mundo y, consecuentemente va a tender a falsear los hechos según le convenga a su definición a priori de cómo son las cosas. Un ejemplo de esto podría ser el predicador político que cuenta que su vecina engaña al marido cuando se va a trabajar y esto es culpa del fondo monetario internacional porque el marido no tendría que trabajar tanto si no tuviéramos que pagar la deuda externa. Esto, con lo ridículo que parece, es muy común cuando caemos en la tentación de querer afirmar a toda costa una visión del mundo en particular y encontramos pruebas de la misma en todas las cosas. 

No todo chismoso es envidioso pero, aquél que lo sea, preferirá criticar a aquellos que él crea que tienen cosas que él merece y no tiene. Éste tenderá a rematar sus anécdotas con frases acerca de lo injusto que es el mundo (“Dios le da pan al que no tiene dientes” sería una muy común en estos casos). 
La envidia es algo muy difícil de ocultar. Y el chisme del envidioso tendrá cierto sabor a queja con respecto a la injusticia del mundo. Si uno no se conoce a sí mismo puede hasta rezar desde una posición de envidia, pidiendo que su pasto sea tanto o más verde que el del vecino. La envidia puede llevarnos también a resentirnos por la manera que tiene otro de hacer las cosas y querer imitarlo buscando la aprobación que imaginamos que el otro logra. Esto no puede conducir a otra parte que la de caer en una extrema inautenticidad. El que quiera tener lo de otro, parecer otro o, incluso ser otro, nunca hará nada bien.
El chismoso narcisista remarcará de alguna manera su superioridad con respecto a aquel que está criticando. En general, cuando criticamos, hay un supuesto implícito de que nosotros no seríamos capaces de caer tan bajo como el criticado. Hay una especie de necesidad de diferenciarse de aquel que se critica. Pero el narcisista va más allá y destaca su superioridad con más énfasis. No lo puede evitar. Y en esto caemos de nuevo en la variante de ponernos como modelo que, si resulta eficaz (si convencemos a alguien de tomarnos como tal), hacemos más mal que bien.

El chismoso moralista implicará en sus comentarios que los criticados tienen menos altura moral que sí mismo. Por lo general sus chismes tendrán un tono indignado y, si arrastra a alguien hacia su emoción, lo estará arrastrando hacia el linchamiento. Los chismes moralistas tienden a producir una de dos reacciones: o una adhesión fanática de los que comparten esa manera maniquea de ver las cosas o un sentimiento de culpa en los más autoreflexivos que no los beneficia realmente en el encuentro consigo mismos. 

Está también el chismoso ocurrente, que siempre resaltará el lado gracioso de las conductas de los demás. Están los chismosos optimistas que las historias que cuentan siempre tienen algún tipo de remate esperanzador. Y los chismosos pesimistas que enfatizan sus conclusiones de que todo siempre va a salir peor de lo esperado. 
Finalmente, el chismoso autorreferencial encuentra en las historias ajenas una vía para lamentarse de sus propios problemas.
Como se ve, es muy difícil que alguna forma de chisme no esté relacionada con la vanidad o egocentrismo. 
Por supuesto, las categorías de chisme más destructivas son las de los que se desparraman como pólvora destinados a arruinar la reputación de alguien. Hay como una especie de delectación morbosa en adherir a esta reacción en cadena, similar a la que se da en el bullying o, en casos más extremos, en los linchamientos espontáneos. El fenómeno del chivo expiatorio sucede en todos los ambientes. Genera una ilusión del tipo “nosotros los buenos” adherimos a la cruzada de destruir el mal (encarnado, por supuesto, en la víctima del chisme). 
Y todo esto tiende a formar la mirada en dirección a la sugerencia sartreana de que “el infierno son los otros”, diametralmente opuesta a cualquier intento de construir comunidad.

Comentarios

  1. Faltó el chismoso tolerante, que con tal de llevar la contraria adorna los defectos del mismísimo demonio

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