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TIPOS HUMANOS 2 (según Kierkegaard)



Frivolidad y salud mental.

De todos los paralogismos y falacias que la sociedad de consumo impone y estimula, uno de los más arraigados, al punto de ser consensuado tanto por progresistas como conservadores, es el que dice algo así como:
“Para ser feliz tenés que ser un pelotudo”.

Claro que no todos lo enuncian de esta forma.
A nadie le gusta ser visto como un pelotudo.

Kierkegaard, para hablar de la “realización psíquica” del ser humano (que, en mi opinión, no puede ser distinta de la salud mental) plantea el esquema de “las tres esferas de la existencia humana”.
No es posible profundizar en una corta nota sobre todos sus aspectos, así que sólo intentaré hacer una interpretación personal, quizás arbitraria, de su relación con la psicoterapia.
Es mi opinión que no se puede separar la realización espiritual de un individuo de su sanidad mental. Algunos terapeutas sólo buscan la “adaptación” o la homeostasis. Tratan, muchas veces, de que el sujeto deje de sufrir renunciando a sus más íntimas aspiraciones. En otras palabras, buscan el equilibrio en la frivolidad, en la perpetración de una existencia inauténtica pero anestesiada. A mi, por el  contrario, me parece que eso es “pan para hoy y hambre para mañana”.

Un individuo no realizado, no puede ser un individuo feliz.
Por las dudas aclaro que no estoy diciendo que las otras líneas terapéuticas no sirven. Sólo que, muchas veces se encaran desde una perspectiva inmanentista incompleta, que no tiene en cuenta la dimensión espiritual. Jung intentó aportar algo de esto al psicoanálisis y la llamada “tercera ola” está intentando hacer lo mismo con el mindfulness en la línea cognitivo-conductual. Creo que sólo era cuestión de tiempo, pasada la fiebre positivista, para que se advirtiera que el ser humano que niega su parte espiritual es un hombre amputado.
La idea nuclear del planteo de Kierkegard es que hay tres niveles posibles de existencia disponibles los cuales, recorriéndolos, el hombre mismo logra acceder a una existencia más auténtica y a una realización plena. Ninguno de los mismos se abandona por completo al pasar al siguiente, sino que se los integra en un todo más abarcativo.
Si bien los términos “existencia auténtica e inauténtica” son de Heidegger, el mismo toma los conceptos de los planteos de Kierkegaard.

Tengo la sospecha de que quizás lo que digo angustie a algunos. Creo, no obstante, que ésa sería mejor reacción emocional que el enojo, el desprecio, la burla o la simple indiferencia...
Se me dirá también que lo que digo no es aplicable a todos. Puede ser. En principio, es posible que no lo sea para quien no pueda apreciar sus ventajas.
Pero en fin... vamos al tema...
El filósofo danés, decía, habla de tres tipos de existencia según la esfera de interés predominante en la vida de cada cual. O, dicho de otra forma, el criterio de juicio prevalente que aplicamos a nuestras relaciones y áreas de interés. Nuestra forma particular de valorar la vida y sus detalles.
Estas “esferas” perfilarían al hombre estético, el hombre ético y el hombre religado.
Hablando de pelotudos (y antes de entrar en detalles) una característica global será que, sea cual fuere la esfera predominante en la que nos movamos, veremos como pelotudos a los que están en las demás.


Esfera estética.

El hombre estético es el que se resiste a todo vínculo profundo. A todo lo que perciba subjetivamente como “compromiso”.  Es el que nuestros abuelos llamaban “picaflor”. El que busca deliberadamente no comprometerse con nadie para no sufrir. El que salta de pareja en pareja buscado excitaciones momentáneas. El que hace un culto del “soltar” y el “desapego” con la pretensión de que eso es la quintaesencia “libertad”.
Esta característica vincular también determina su modalidad para relacionarse con los “objetos culturales”.  Si le gustan las artes será preferentemente un consumidor a un productor. En la esfera laboral también sostendrá la característica del “picoteo” sin “progresar realmente en ninguna esfera en particular, aún siendo un “profesional”. Las áreas comerciales y publicitarias le atraerán más que lo relacionado con la producción o cualquier cosa que exija constancia.
Si le gustan las ideas, podrá bien ser un erudito de diversos temas pero no encontrará anclaje en ningún sistema de creencias ni en ninguna ideología. Incluso menospreciará como “dogmáticos” a los que adhieran a alguna, porque su criterio filosófico consistirá en la celebraación de la impermanencia, del devenir. Su frase predilecta será, tal vez, “todo es relativo”, que esgrimirá como una especie de mantra contra cualquier cosa que reclame responsabilidad. Su criterio de “lo mejor” o “lo peor” será cambiante en sintonía con su estado de ánimo.
Toda alusión a conceptos éticos le causará escozor y tenderá a tacharlo de “dicotómico”, identificándolo como parte de algún tipo de “conspiración represiva”. Verá (o más bien “sentirá”) a lo ético como una amenaza a su forma de vivir.
Esta etapa, como se dijo, es parte de un proceso vital y todos tenemos que pasar por ella. El adolescente tiene que aprender a soltar (su familia de origen, la endogamia, los mitos familiares, etc).  Un adulto, por el contrario, tiene que aprender a construir... un adulto que siga hablando de "aprender a soltar" quizás se haya quedado clavado en la adolescencia y en el “estadio estético” de la existencia.
Es importante comprender que la esfera estética no es algo a lo que habría que renunciar de una manera drástica y definitiva. Pero, justamente hablando de soltar, es necesario soltarla en cierto nivel, para recuperarla en otro superior (tanto en sutileza como en profundidad), después de ciertas trasformaciones vitales.
Para entender la profundidad y la sutileza con la que el filósofo danés considera este estadio recomiendo leer “Diario de un seductor”, novela de su autoría. También, incluso con un nivel literario muy superior, la misma idea la  plasma Oscar Wilde en “El retrato de Dorian Grey”.


Esfera ética.

Los vínculos del hombre ético tenderán, por el contrario, a ser consistentes y estables... A veces, también de manera desadaptativa y estereotipada. Pero la cuestión es que al abandonar, al menos parcialmente, el estadio anterior, comienza a valorar la permanencia como una oportunidad de profundización. Para acceder al mismo, es necesario que se hayan operado, en virtud de cierta “madurez psíquica”, algunos cambios que predispusieron a la persona a tomar decisiones existenciales que consideró subjetivamente como “de carácter definitivo”.  Kierkegaard mismo, pone al matrimonio como modelo de  este tipo de “decisiones”. Habrá dejado el “picoteo” en favor de una pareja estable.
Probablemente además, este “movimiento psíquico” habrá llevado al sujeto a adherir a cierto sistema de creencias o determinada ideología o “visión del mundo”.  Habrá determinado para sí qué cosas y conductas se pueden “englobar” dentro de “el bien” y “el mal”.
La contraparte negativa del hombre ético, pero necesaria como tránsito hacia una mayor realización, será, por un lado, el individualismo y, por otro, el riesgo de una excesiva fijación en el propio punto de vista despreciando cualquier otro. También, cierta posible incapacidad de revisar sus propios supuestos.
Así como para al hombre estético toda legalidad se le antoja una amenaza, para el hombre ético la ley puede llegar a convertirse en fetiche. Una especie de “dios” incuestionable.  Puede caer también en el maniqueísmo de considerar a todo el que defienda un sistema de creencias diferente al propio como “la encarnación del mal”... o el demonio mismo.
Si por alguna razón, su sistema ético lo conduce a situaciones frustrantes, si su pareja fracasa o su creencia es refutada, si la realidad “le demuestra” que su visión del mundo no es tan perfecta como para resolver todos su problemas vitales... puede pasarle, creo, una de tres cosas.
  • Recurrir al fanatismo y fijarse ciegamente en su punto de vista, negando toda refutación empírica.
  • Remitir a su posición anterior (frecuentemente idealizada por la nostalgia de juventud) y recaer en el relativismo estético.
  • Evolucionar a la “tercera posición” del hombre religado.



Esfera de la religación.

Según Kierkegaard (aunque no en estos términos) sólo se puede decir que un hombre accedió a la realización de una existencia auténtica, si de alguna manera logró superar la dicotomía de los estadios anteriores resolviendo las contradicciones “por arriba”, como síntesis o superación de las otras instancias.
Dicho de una manera un tanto simplista, si para el hombre estético todo se trata de la “carne” (o lo concreto) y para el hombre ético todo se trata del “espíritu” (o lo abstracto), en esta instancia se accede a una reconciliación, religación, reconociendo que ambos son aspectos necesarios (e inseparables) de la existencia humana.
No es fácil poner en términos comprensibles el pensamiento de Kierkegaard sobre este estadio. La sociedad consumista pone todo su énfasis en reforzar un tipo de existencia estética y lo consigue en la mayoría de la población. Mientras que la menor proporción de los que alcanzaron el estadio ético son vistos por los demás como retrógrados o conservadores (y en cierto sentido lo son). La mayoría de las discusiones ideológicas están ancladas en la incomprensión del otro tipo de visión del mundo. Como se dijo antes, ambos tipos consideran al otro como la encarnación del pelotudo. A ninguno de los dos les cabe en la cabeza cómo es posible ver las cosas de “tan distorsionada manera”. Pero son pocos los que en verdad accedieron a (o tienen siquiera vislumbre de) esta tercera posición, en la que se reconcilian los opuestos.
Del “hombre religado” se tiene poca noticia. Es posible que si nos lo cruzamos por la calle, ni siquiera lo reconozcamos.
Dice el filósofo que el hombre religado está “sobre la ley”. Es una afirmación real pero peligrosa. La mayoría lo interpretará en el sentido nietzscheano de “más allá del bien y del mal”. Esto último no es estar “sobre” la ley sino “en contra” de ella. Es la típica “caprichosidad” del hombre estético, de la que Nietzsche ha sido quizás su máximo exponente filosófico. No es eso lo que que Kierkegaard quería significar. El hombre estético, se podría decir, es un hombre desligado, inconsistente, desvinculado... es casi lo contrario de lo que el filósofo danés quiere expresar como ideal. Estar sobre la ley, para el danés, es buscar el bien que la ley (con su esquematismo) no puede concebir. Es buscar el bien en el momento a momento, en la experiencia directa, no a través de fórmulas fijas. Es ir más allá de lo que la ley, por su generalidad, fue incapaz de prever. Esto es imposible para el que confunde el bien con el deseo o placer personal. Es necesaria una renuncia radical al egoísmo personal.

Pero entonces ¿religado a qué?
“Religado al todo”, sería una respuesta pretenciosa que no explica nada, a pesar de ser cierta. Quizás aporte más decir “religado con todos”, reconciliado con la diversidd que incluye, como se dijo, tanto el mundo material como el espiritual.
El hombre religado es alguien que, en principio, reconcilió en sí mismo “cuerpo y alma”, superando las contradicciones aparentes.  Que superó la dicotomía de “el espíritu y la carne”. Que ve intuitivamente que “todo es uno”, una diversidad ordenada. Que reconoce la “legitimidad” de todo lo existente sin perder de vista la noción de “lo jerárquico”. Pero, sobre todo, y en virtud de la religación misma, ve las cosas y los hilos invisibles que las unen. 
Ve “la importancia del entre”.

El hombre religado es un hombre reconciliado (consigo mismo y con la existencia total). 
No “lucha” caprichosamente con “lo que es”. Pero, por eso mismo, es el que está en posición de transformarlo, para bien.

En fin, esto ya se puso largo.
Faltaría considerar cómo jugar con estas ideas en la psicoterapia y sus conveniencias y peligros...

[continuará]


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