Puesto a este deporte que se me dio últimamente de molestar gente (y ponerme ¿masoquistamente? en la posición de ser puteado), hoy se me dio por agarrármela con los lacanianos.
Lo real, para los lacanianos es lo incognocible.
Lo real, para los lacanianos es lo incognocible.
Hasta ahí, todavía podría llegar a acordar, porque, para mí lo más real es Dios, y tengo que conceder que Dios nunca puede ser comprendido por nosotros en su totalidad.
Pero como Lacan no parece creer en Dios, “lo real” para él es una cosa muy distinta.
Es lo que escapa a toda capacidad de aprehensión humana. Lo que no se puede decir ni clasificar. Lo informe y huidizo que acecha desde el borde de la realidad. Si tuviéramos que hacer una comparación, habría que decir que es lo más parecido a lo que algunos conciben como el infierno.
Así que, sin forzar mucho las cosas, se podría pensar que lo único real para Lacan es el infierno.
Pero como Lacan no parece creer en Dios, “lo real” para él es una cosa muy distinta.
Es lo que escapa a toda capacidad de aprehensión humana. Lo que no se puede decir ni clasificar. Lo informe y huidizo que acecha desde el borde de la realidad. Si tuviéramos que hacer una comparación, habría que decir que es lo más parecido a lo que algunos conciben como el infierno.
Así que, sin forzar mucho las cosas, se podría pensar que lo único real para Lacan es el infierno.
Pero un infierno inmanente y actual cuya presencia ominosa nos cerca por todas partes. Tengo que decir acá que es justamente lo contrario de lo que yo personalmente me represento como infierno, que es lo irreal, la nada.
El concepto de Lacan, sin embargo, sigue siendo, a mi entender, valioso y útil porque refiere a algo de lo que todos, en mayor o menos medida, tenemos alguna experiencia. En el terreno subjetivo individual, lo real lacaniano se expresa como una especie de compulsión que ellos llaman el goce.
Así que, a pesar de mi desacuerdo con el concepto último de lo real, sí concuerdo con que el goce es lo más parecido al infierno, una compulsión difícil de ver y de controlar.
Algo que nos domina y, a la larga, nos mata. Eso que brota de nosotros mismos contra nuestra voluntad y nos arrastra a la disociación y la autodestrucción.
Es lo que Freud llamó “pulsión de muerte”.
Cuando “lo real” (lacaniano) se apodera completamente de la conciencia de un sujeto, el mismo sufre lo que habitualmente se conoce como psicosis, o lo que antiguamente se consideraba como estar endemoniado. Pierde por completo su anclaje con la realidad. Empieza a tener alucinaciones, ver o escuchar o imaginar cosas que no existen.
Por eso es que no entiendo esto de llamarlo “lo real”.
Cuando un bebé nace (desde esta perspectiva lacaniana) se ve arrojado a lo real. A un mundo caótico e informe, un caos de sensaciones, olores, colores y sonidos, sin ningún sentido discernible. Siguiendo con la analogía, se podría decir entonces que la primera experiencia vital sería muy parecida al infierno. Un “lugar” donde todo significa nada, donde no hay sentido ni significado y, por consiguiente, no hay esperanza posible.
Pero no quiero complicar mucho las cosas. Lo que resulta harto significativo, e incluso inquietante (sobre todo para los que tendemos a identificar lo real con la verdad) es que Lacan (a quien se lo podría acusar de muchas cosas pero no de ser ingenuo en su elección de palabras) haya decidido asimilar lo real al caos, en lugar de al cosmos, al desorden en lugar de al orden. Intuyo ahí, quizás equivocadamente, una intención bastante maliciosa, por decir poco.
Se me hace imposible no ver un concepto dualista (y, por lo tanto dicotómico) en este concepto lacaniano de lo real. Ya que el concepto en sí estaría implicando que lo demás es irreal. Se me antoja como una especie de inversión especular de la mirada platónica (también dualista) que consideraba como real justamente las ideas (lo ideal) en contraposición con lo material.
Cuando “lo real” (lacaniano) se apodera completamente de la conciencia de un sujeto, el mismo sufre lo que habitualmente se conoce como psicosis, o lo que antiguamente se consideraba como estar endemoniado. Pierde por completo su anclaje con la realidad. Empieza a tener alucinaciones, ver o escuchar o imaginar cosas que no existen.
Por eso es que no entiendo esto de llamarlo “lo real”.
Cuando un bebé nace (desde esta perspectiva lacaniana) se ve arrojado a lo real. A un mundo caótico e informe, un caos de sensaciones, olores, colores y sonidos, sin ningún sentido discernible. Siguiendo con la analogía, se podría decir entonces que la primera experiencia vital sería muy parecida al infierno. Un “lugar” donde todo significa nada, donde no hay sentido ni significado y, por consiguiente, no hay esperanza posible.
Pero no quiero complicar mucho las cosas. Lo que resulta harto significativo, e incluso inquietante (sobre todo para los que tendemos a identificar lo real con la verdad) es que Lacan (a quien se lo podría acusar de muchas cosas pero no de ser ingenuo en su elección de palabras) haya decidido asimilar lo real al caos, en lugar de al cosmos, al desorden en lugar de al orden. Intuyo ahí, quizás equivocadamente, una intención bastante maliciosa, por decir poco.
Se me hace imposible no ver un concepto dualista (y, por lo tanto dicotómico) en este concepto lacaniano de lo real. Ya que el concepto en sí estaría implicando que lo demás es irreal. Se me antoja como una especie de inversión especular de la mirada platónica (también dualista) que consideraba como real justamente las ideas (lo ideal) en contraposición con lo material.
Platón consideraba irreal a la materia por su condición de mutable y perecedera. Lo más real, decía, es lo que no puede cambiar. Una mesa concreta es irreal, para él, porque tarde o temprano va a dejar de ser. Mientras que la idea de mesa es eterna.
Fue recién Aristóteles el que se reveló contra esta concepción dualista con sus ideas de potencia y acto que reconocen realidad a todas las dimensiones de la existencia incorporando en su lugar la noción de gradualidad de una sola y misma realidad. La inversión moderna de cuño materialista cae de nuevo en el dualismo al considerar a lo ideal (al revés que Platón) algo meramente imaginario.
El hombre más verdadero es entonces (desde Hobbes en adelante) el hombre biológico. Un supuesto hombre/animal del que, no obstante, nadie vio jamás un solo ejemplar.
El hombre biológico es, en definitiva, el más imaginario de los hombres.
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