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PSICOLOGÍA DE LA AVARICIA



La avaricia es quizás la compulsión que más fácilmente se puede relacionar con el egoísmo y, por eso mismo, también pone de manifiesto la sensación de vacío que siempre es el motor del egoísmo mismo. 
La avaricia se relaciona primariamente con el dinero y los bienes materiales, pero también es necesario resaltar que se puede ser avaro de muchas otras maneras. Por ejemplo, con el propio tiempo o atención. “A mis hijos no les hago faltar nada” es una frase que es muy común escuchar (o decir), omitiendo el hecho de que lo que no se les da es atención o tiempo. 
La ambición material es un derivado de la avaricia y, por más generoso que uno sea después para compensar esto, el tiempo y la atención gastado no hay forma de compensarlo. Habría que aclarar acá que también podría haber una avaricia inversa en aquél que no dedica nada de su tiempo a generar los recursos básicos de supervivencia con la excusa de compartir tiempo con sus hijos dando por resultado que los pobres no tienen ni lo básico para comer o vestirse.
Puede ser interesante de observar si nuestro hedonismo no puede llegar a ser una forma de avaricia.

La avaricia intelectual puede tener que ver con una atención excesiva a los detalles pero perdiendo de vista lo global.  La pasión por la clasificación y el orden nos puede llevar a querer inmovilizar cualquier cosa que se mueva para que no se desordene. La acumulación de datos, cifras y estadística puede demandarnos mucha atención y tiempo, pero nunca nos sentiremos inclinados a compartirlos con nadie.
Si la avaricia es nuestro problema, probablemente queramos reducir la totalidad de la experiencia a una cuestión de sumas y restas. Vamos a querer catalogar de manera absolutista y dicotómica nuestras emociones y deseos (y los ajenos) en vez de verlos como parte de algo gradual dentro de un continuo. 
Entonces las cosas van a ser o totalmente malas o totalmente buenas, o totalmente verdaderas o totalmente falsas, porque sólo tenemos dos compartimientos para ordenar la existencia. 
Nos veremos habitualmente haciendo la labor del mitológico Procusto que en su cama, estiraba a los que quedaban cortos y recortaba a los que quedaban largos. 
Nuestra vida (y la ajena, cuando nos dejen) va a estar organizada por un estricto reglamento en el que está perfectamente claro lo que “se debe” y lo que “no se debe”
“El que las hace las paga” puede ser una frase que encontremos a veces en nuestro discurso, expresando esa cuestión mercantilista que le aplicamos a la vida. Con un aspecto más "filosófico new age", podemos ser seducidos por el retribucionista concepto del karma. 
También podemos encontrar en nosotros automandatos del tipo “Debo disfrutar de esta experiencia”, porque suponemos que es lo correcto. Que "lo merecemos", como si la vida fuera una cuestión de deudas y pagos.
De más está decir que todo el concepto de la meritocracia sólo puede "tener sentido" para una mente mezquina cooptada por la avaricia.
Posiblemente los demás nos hayan acusado muchas veces de perfeccionistas y dogmáticos. Pero nosotros nos sentimos culpables si no lo somos (y también culpables por serlo). La culpa nos atormenta constantemente de manera enfermante, unida a una duda permanente por saber qué es lo correcto. Esta irrefrenable lucha interior y resistencia a “dejarse fluir” puede que nos produzca ataques de ansiedad o de pánico.

Hay también una especie de avaricia emocional que comúnmente se la denomina como “celos”
Si la padecemos, probablemente no soportemos compartir amigos o incluso nos desequilibre que nuestra pareja le preste atención a otra persona que no sea nosotros mismos. Si somos posesivos, sufrimos una especie de avaricia emocional. Y también podemos serlo con los hijos con la excusa de que los estamos cuidando. Hay algo que tiene relación con la "lujuria" en eso de tratar a los seres queridos como si fueran posesiones propias. Si bien no tiene el componente sexual de la lujuria, es otra forma de cosificación igualmente degradante del otro.

En el aspecto material, las infracciones a la ley más relacionadas con la avaricia serán las referentes a la propiedad. En el afán de tener o de ahorrar, si somos avaros, no vamos a detenernos a considerar, en muchos casos, si nuestros métodos están dentro o fuera de la ley. En relación a los personas, quizás en casos extremos, se pueda incurrir en algo parecido a la privación ilegítima de la libertad, obligando a una persona a quedarse encerrada en contra de su voluntad por considerarla una posesión propia (y esto se puede dar con los hijos, con la pareja, o con los empleados).

La avaricia, con su carácter intrínseco de mezquindad acerca de todos los aspectos de la vida, puede muy fácilmente ser presentada en el falso sí mismo como eficacia o seriedad. El ahorro, no sólo de dinero sino de tiempo y recursos, puede dar, en su faceta patológica, un trastorno de la personalidad llamado TOCP[1]. De más está decir que este tipo de personalidad es el más valorado por el sistema capitalista moderno, así que no es difícil hacer pasar como virtud este tipo de compulsiones individualistas
Si somos avaros posiblemente nos encontremos diciendo frase del tipo “La organización mata al tiempo”
De hecho, algo en nosotros quisiera “matar” lo que no dé algún tipo de dividendos
Tendemos a sentir un profundo desprecio por cualquier aspecto lúdico de la existencia. 

La responsabilidad, la puntualidad, la pulcritud, son valores que en este trastorno son llevados a dimensiones extremas, que si lo padecemos, no sólo lo aplicaremos a nosotros mismos, sino que lo intentaremos imponer perentoriamente a todo aquel que tengamos alrededor.  
Por esta tendencia inherentemente restrictiva, es posible que no solamos acceder a grandes puestos de poder (aún teniendo una naturaleza fuertemente autoritaria) pero nos desempeñaremos con mucha eficacia en puestos subalternos e, incluso, podemos hacer muy bien el rol de segundo al mando. 
Tendremos la controversial "virtud maquiavélica" necesaria en un "asesor de imagen" o "asesor de campaña".
Como la base emocional de la avaricia es una extrema inseguridad también puede derivar en un trastorno de la personalidad llamado TPE[2] produciendo un aislamiento progresivo de nuestros vínculos con las personas. 
Por las mismas razones en casos más extremos,cuando a esto se agrega la falta de empatía, puede también derivar en otro trastorno más grave llamado TEP[3] que hace que ya no nos interese alternar con otros y nos sintamos mucho más a gusto solos. Porque estar solo es la manera más eficaz de tener el territorio bajo control.

Si éste es nuestro problema, es probable que  también hayamos sufrido en nuestra infancia condiciones de privación extrema (en este caso no sólo material sino emocional, causada por una educación represiva y austera). Es muy posible que hayamos sido persuadidos de pequeños de nuestra falta de adecuación social (a veces, desaprobando explícitamente cualquier expresión espontánea de afecto como algo “malo”) lo cual nos generó la tendencia a protegernos con bienes materiales poniendo en ellos todo el valor personal. Puede que en nuestro ambiente familiar haya habido cierto odio enmascarado por gestos de amor superficiales.  Quizás nuestros padres hayan sido ellos mismos excesivamente controladores, castigando todo intento de autonomía o espontaneidad. Quizás nos hayan obligado a postergar nuestros impulsos lúdicos propios de la edad “porque primero hay que hacer las tareas”, al punto de que la hora de jugar nunca llegaba, hasta que terminamos renunciando a ella persuadidos de que era una “pérdida de tiempo”.
La avaricia es una forma de ambición, pero confunde el ser con el tener. Si reconocemos esto en nosotros, una solución podría ser ir desplazando paulatinamente el foco de atención a la construcción del ser (el yo real) dejando de lado la ilusión de que teniendo se es (ya sea cosas o personas). 

El anhelo de ser es lo que está distorsionado en la compulsión de la avaricia

El problema es la distorsión materialista, muy promovida por la cultura actual. Si  comprendemos que nunca vamos a llenar con posesiones ese vacío que nos mueve a acumular, ya estamos en condiciones de producir un cambio.
Si tenemos esta debilidad, la fortaleza a desarrollar reside en la gran capacidad de organización y planeamiento que, al trabajar en equipo,  puede aportar efectividad y organización para la concreción de tareas. La atención a los detalles (que a veces pasan por completo inadvertidos para otros tipos) es una gran herramienta a la hora de llevar adelante cualquier empresa en común. Puede que por este mismo sentimiento del deber que tan internalizado tenemos, seamos los más capaces para hacer (y ayudar a otros a ver) lo que es justo y nos sea mucho más posible que a los demás desarrollar una sana prudencia.

Obviamente, nada de esto último se podrá dar hasta que nos persuadamos a nosotros mismos de salir de la ideología nuclear de la avaricia que es el individualismo.





[1] Trastorno Obsesivo Compulsivo de la Personalidad.
[2] Trastorno de la Personalidad Evitativo.
[3] Trastorno Esquizoide de la Personalidad.

Comentarios

  1. yo diria que es un mecanismo intrínseco del ser humano, un producto superdotado de la envidia, a la final es lo que nos permitió progresar como especie...es el eje de la productividad... o ahora se van rasgar las vestiduras que todo lo que se produce es por mero deporte... jajaja

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