Siempre me llamó la atención la vehemencia con la que los relativistas defienden esta cuestión de que "todo es relativo" o "ninguna opinión tiene más valor que otra", como religioso que defiende un dogma de fe.
Poniéndole onda, sospecho que puede haber detrás de eso un intento de rescatar la dignidad de todo humano y su derecho a decir.
El problema es que, en esa "buena intención" (démosles el beneficio de la duda), se les pierde de vista el hecho de que los discursos socialmente establecidos nunca son inocentes.
Siempre hay detrás de éstos una disputa de poder.
Es más, en todo vínculo en el que no se haya podido "limpiar" la lucha de poder (quién la tiene más grande), siempre termina ganando el más fuerte o el más sagaz (que es otra forma de fuerza).
Entonces, este "relativismo absolutista" termina siendo una ingenuidad peligrosa, que habilita a los más psicópatas de nuestra "bendita" sociedad para hacer el mal.
Total, todo es relativo.
Y si alguien se anima a elevar la voz contra el psicópata, éste en seguida lo acusará de soberbio que se cree el dueño de la verdad.
En manos del psicópata, la víctima suele terminar creyéndose culpable de provocar sus propias vejaciones. O aceptarlas como "naturales" e inevitables.
Es el psicópata, en definitiva, el que le dice a la víctima que "su sufrimiento es opcional", que solo está en su mente y lo puede "reinterpretar", mientras la tiene encerrada en la cocina o atada a la pata de la cama.
Es el psicópata, también, el que relativiza la explotación de sus empleados amparándose en estas supuestas leyes de la "libre interpretación".
Sigamos relativizando todo tan "sabiamente" y terminaremos vendidos al mejor postor... si es que ya no sucedió.
Pablo Berraud
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