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De la verdad psicológica.

 



Es una de mis convicciones  más fuertes que la relación de la persona con la verdad y la mentira es causa de su salud mental o falta de ella.

Con esto quiero decir explícitamente que, cuando más honesta es una persona, más sana es. Y esto refiere tanto a su relación con los demás como consigo misma.

Hay en nuestros tiempos un curioso esfuerzo por relativizar (o incluso negar) el concepto de verdad: “Cada cual tiene su verdad” es uno de los axiomas del subjetivismo extremo.

No pretendo acá negar la existencia de la limitación humana con respecto al conocimiento de la verdad ni tampoco la existencia del punto de vista o perspectiva individual (llamado “opinión” o doxa, desde los tiempos de Platón). Encuentro incluso saludable cierto perspectivismo que dificulte a cualquiera (especialmente a los detentadores de poder) en erigirse en “dueño de la verdad”, como vulgarmente se dice.

Pero un perspectivismo extremo, obstruye o dificulta a muchos desprevenidos el hecho concreto de que cualquier persona tiene en sí misma (subjetiva o psicológicamente) la posibilidad real de mentir o decir la verdad (incluso aceptando la salvedad de que eso sea “según su propia opinión”).

La verdad psicológica, por lo tanto, es un hecho crucial.

Sería un despropósito hablar de conocimiento de sí (o, en rigor, de cualquier conocimiento) afirmando simultáneamente que la verdad no existe.

Esta declaración: “la verdad no existe” esteriliza e inmoviliza toda sana moción intelectual.

El intelecto tiene un tropismo natural hacia la verdad. 

Quiere saber.

Y, querer saber, implica saber lo cierto. 

Lo contrario sería fantasear.

Claro que “querer saber” también puede ser patológico. Como sucede en el caso de los celos o de cierta tendencias conspiranoicas. Pero eso no quiere decir que no haya una forma sana de relacionarse con esta “sed de saber” que algunos tienen.

Es importante señalar también que este subjetivismo a quien más beneficia es a los mecanismos actuales de poder que ante declaraciones “es verdad que gran parte de la población padece hambre” puede responder cínicamente “todo depende del cristal con que se mire”.

Mentir es ocultar o desvirtuar algo que uno cree que es cierto.

Ésa es la mentira psicológica e importante causa de enfermedad mental (neurosis).

Ya sea porque el sujeto se persuadió a sí mismo que mentir le conviene de alguna forma o porque algún aspecto de esa verdad le resulta demasiado dolorosa, la cuestión acá es que de una manera u otra la elude o niega. Y eso es en definitiva lo que lo precipita en un caos en el que va quedando cada vez más enredado como un insecto en la telaraña.  

La palabra, por lo tanto, siendo una bendición (y, como toda bendición) es también un problema. Introduce el conflicto, la incertidumbre y la paradoja en la realidad que, sin ella era notablemente más "mecánica". Cosas, dicho sea de paso, imprescindibles de transitar para todo aquél que busque sentido y trascendencia.

Podemos definir pensar, entonces, como la búsqueda de alguna verdad (de uno mismo, de los demás, de Dios). 

Si no está este elemento no podemos decir que sea pensar. 

A lo sumo será alguna forma de diversión intelectual o una acumulación compulsiva de datos.

El pensar, por lo tanto, sería también un entrenamiento de la mente para capacitarse en percibir verdades, para defenderse del engaño y del autoengaño.

Cuando uno se miente a uno mismo es mucho más vulnerable a los vendedores de espejitos de colores.

Cuando uno se estafa a sí mismo se vuelve muy vulnerable a la estafa de los verdaderos y peligrosos ingenieros de la posverdad.

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