“A mí me gustan las cosas
simples”, se oye (o lee) frecuentemente por ahí.
Voy a intentar decir “sencillamente”
qué entiendo cuando escucho tal cosa.
Lo que a primera vista me
parece es que es una expresión de deseo: el deseo de volverse ciego.
O, como dicen los
piscólogos, una “pura” y “simple” negación.
Morin dice llanamente: “No
existe lo simple, existe lo simplificado”.
¿Simplificado por quién?
Por el observador poco
lúcido (conste que me reprimo de decir “idiota”).
Implica que, desde un
punto de vista psicológico, todo aquél que reclama “lo simple”, lo único que en
realidad demanda es su “derecho” a seguir haciéndose el boludo con respecto a
la complejidad de la vida.
El mismo principio
positivista de la Navaja de Ockham (la explicación más simple siempre es la
verdadera), creo, no es más que una expresión de la misma “voluntad de ceguera”.
¿Qué es algo “simple”?
Simple es aquello que no
tiene partes.
Algo que no se puede decir
ni de una “simple” piedra.
Una célula, se dice
vulgarmente, es el componente mínimo de un tejido vivo. Pero sabemos hoy que
está llena de “porquerías” adentro. Infinidad de cositas que cumplen funciones
bien diferenciadas. En resumen: un sistema.
Un átomo también (palabra
que significa “indivisible”, es decir “simple”) sabemos hoy también que es un
sistema con electrones en órbita y otras cosas de las que no me acuerdo el
nombre. Otra vez: un sistema.
¿Y entonces? ¿Dónde carajo
está “lo simple”?
Sólo en la miopía del
espectador.
Cuando afirmamos que algo “es
simple” lo único que estamos confesando es nuestra falta de atención.
Nada lo
es.
Y conste que ni siquiera
voy a tocar acá la cuestión de lo hologramático y otras yerbas para no perder a
los pocos lectores que hayan llegado hasta este punto.
Porque, en definitiva, no
pretendo hablar acá de filosofía, ni de sus ramas subalternas como la
epistemología... pretendo hablar de psicología.
Y de algo muy limitante en
nuestras vidas que, lejos de “ser simple” también tiene matices que van entre
dos extremos: la voluntad de “simplificar” y la voluntad de “complicar”.
Porque también, en esta
voluntad de simplificar, se suele confundir “complicado” con “complejo”.
¿Cuál es la diferencia?
Se puede mirar desde más
de una perspectiva.
Una forma podría ser decir
que “complejo” es lo objetivo (la cosa en sí, el fenómeno) y “complicado” es el
que lo quiere entender o explicar (el sujeto que, nuevamente pero de distinta
manera, carece de claridad mental).
Dentro de “los complicados”
está la sub especie de los complicadores.
Aquellos que, como dice el dicho, “enturbian
las aguas para que parezcan profundas”.
En el lenguaje corriente
se habla de “una persona complicada” cuando ésta tiene problemas (o desajustes).
Una persona que, además, por lo general, también le complica la vida a los que
tiene cerca.
Casi todo complicado es
también un complicador.
Salvo que su “complicación” lo lleve también al
aislamiento.
Así que, psicológicamente,
también se podría decir que “complicado” es casi lo contrario de “complejo”.
Porque lo complicado es lo que desestabiliza el sistema.
Lo desordena.
Lo
vuelve menos adaptativo.
Complejo, desde este punto
de vista, implica un orden (un sistema de partes relacionadas jerárquicamente
cuyo funcionamiento confluye en un todo).
Mientras que complicado, apuntaría más a un desorden.
Algo que no tiene
ni pies ni cabeza, como quien dice. O que pretende
usar la cabeza de pies o, más gráficamente hablando, pensar con el culo.
Desde este punto de vista,
no hay ser humano (ni de otra especie) que no sea complejo (un sistema). Se
vuelve complicado cuando el sistema pierde armonía.
Y también, la voluntad (o,
mejor dicho, el capricho) de “ser simple” es otra forma de expresión de esa “desarmonía”.
Porque aún
conceptualizando desde un punto de vista puramente “material” un ser humano es
un sistema de partes (hígado, corazón, riñones, cerebro, etc.). Y si pasamos a
lo psicológico (lo “inmaterial”) la cosa se complejiza significativamente.
El que pretende que los
humanos sean “simples” está expresando, quizás también, su deseo de que los
otros sean cosas. Muñecos o robots perfectamente predecibles y manipulables.
Está expresando (por lo general inconcientemente) su intención de cosificar al
prójimo (y, de paso, a sí mismo).
Convertir algo espiritual (un ser humano) en un objeto o cosa.
Esto también, para el que
sabe leer entre líneas, está implícito en la voluntad de la ideología positivista.
La desespiritualización de lo humano.
Así que “ajo y agua”,
decía mi abuela. A joderse y a aguantarse.
La vida no es simple.
Aceptarlo es
el primer paso en el camino de la propia humanización.
Negarlo, es continuar
encaprichado en querer ser cosa.
Y usted.
¿Qué quiere?
Ser simples a veces es un deseo nacido del cansancio. Muchas veces tengo ganas de ser bolupi, no siempre tengo suerte.
ResponderBorrarjajaja, es cierto, sí
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