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PSICOLOGÍA DEL PLACER




Presiento que voy a ser puteado.
Ya varias veces empecé o terminé una nota así.
¿Será que me gusta ser puteado?
¿O será que soy un sádico que me gratifico en ver cómo se enoja el otro?

Creo que no es así.
La verdad es que, aún habiéndolo esperado, me desagrada bastante cuando alguien me insulta, me agrede o me desprecia por lo que escribo. Me puedo “defender” diciéndome que el ataque del otro es una reacción defensiva, porque toqué alguna fibra que lo incomoda o lo ofende.
Pero el desagrado persiste.
Al igual que a la mayoría de los no-psicópatas, me gusta ser amado, valorado e, incluso, elogiado, y me desagrada ser agredido, despreciado y, sobre todo, ignorado.

¿Y entonces por qué lo hago?
¿Por qué escribo cosas con la convicción previa de que voy a generar reacciones adversas en más de uno?
¿Por qué no escribo textos edulcorados que me aseguren el “amor de las masas” y cientos de “likes”?

En relación a esto (y para ir entrando en tema de una manera un tanto elíptica) recuerdo la respuesta de Aristóteles cuando le preguntaron por qué, si era amigo de Platón, en sus escritos atacaba sus ideas.
La conocida respuesta de Aristóteles fue que, si bien era amigo de Platón, era más amigo de la verdad.
Podemos entender esto como que renunciaba al placer de ser amado por Platón en vistas a otro placer, más sutil y radicalmente distinto, que le producía el hecho de filosofar.
Hoy la mirada psicoanalítica simplificaría la cuestión diciendo que Aristóteles había “sublimado su libido”.
Y acá viene mi primera posibilidad de ser puteado.
El placer de Aristóteles no tenía nada que ver con la sublimación.
Era un distinto tipo de placer.

Para la teoría psicoanalítica (segunda puteada) existe un solo tipo de placer. El llamado placer libidinal, o placer de satisfacción.
Para explicar todos los otros fenómenos que se aparecen a la observación, se inventaron ideas como la “meta inhibida”, la misma sublimación o, incluso, la pulsión de muerte.
Ojo. No estoy diciendo que esos fenómenos no existen. Estoy diciendo que no sirven para explicar todo, a la manera de cama de procusto.
Si todavía no lo encegueció la ira y puede superar su “sensación de sacrilegio” quizás, al seguir leyendo, pueda comprender mi punto de vista.

Freud, estaba encadenado por su época al principio positivista de la Navaja Ockham (la explicación más sencilla es la más verdadera).
Por eso, creo, cedió a la tentación de suponer que encontrar un principio único para explicar toda la causalidad del placer era más “verdadero” que suponer causalidades diferentes para fenómenos diferentes.
En una época como la nuestra, en la que se habla de la multicausalidad de un único fenómeno, no se entiende muy bien porqué algunos siguen insistiendo en la unicausalidad de fenómenos múltiples.

Sin ánimo de ofender, uno estaría tentado a suponer cierto espíritu reduccionista.
Los invito a mirar un poco más de cerca cómo pensaba Freud.
En un primer momento, Freud asoció el placer a la homeostasis. No voy a poner citas que lo demuestren. Quien haya leído a Freud sabrá que esto es cierto. Y para quien crea que es un profeta infalible no vale la pena ningún esfuerzo.

¿Qué es la homestasis?
La homeostasis es un estado en el que no hay tensión.
Presiento (aunque Freud no lo explicita) que para concebir esto, pensó en el hambre. Cuando tengo hambre estoy incómodo.  Al comer, me quito esa incomodidad. Quedo tranquilo. Sin la tensión del hambre.
Eso, en un primer momento, era para Freud el placer.
Posteriormente, con un mayor discernimiento, esto fue llamado “Principio del Nirvana”. Con el correr del tiempo, hasta al mismo Freud se le hizo patente la contradicción.
Se estaba diciendo que el placer consiste en no sentir nada.
Más de un new-budista sigue insistiendo con esto.
En mi opinión, y en contra de lo que pregonan estos budistas, el placer de estar vivo tiene más que ver con sentir cosas que con no sentirlas.
En esta lógica, curiosamente, se pasa por alto, la gran diferencia de placeres (ambos reales) que hay mientras se está comiendo y cuando se está con la panza llena.


La lógica de la homestasis es también, dicho sea de paso, la lógica de las benzodiazepinas (Valium, Clonazepam, etc.).
Es la lógica que supone que ser feliz es estar anestesiado.

Para ser completamente justo, como ya adelanté, tengo que decir que bastante tiempo después (en la época de “Más allá del principio del placer”) Freud reconoce (muy meritoriamente) que  su teoría de la homestasis no era del todo correcta. Pero tampoco se explayó mucho al respecto porque en ese entonces estaba más interesado en desarrollar su idea de la pulsión de muerte.

¿Se entiende, entonces, la primera difrerencia?
Tomemos como ejemplo el sexo.
Hay un placer en el orgasmo (placer de satisfacción). Pero hay un placer muy distinto en el mero hecho de estar caliente. Más extraño aún es suponer que la gente busca el sexo por el placer de tranquilidad que siente cuando ya todo acabó. Lo que más se busca en este caso, no es la ausencia de tensión, sino todo lo contrario, la elevación de la misma.
Si esto no fuera así, el negocio del porno sería un completo fracaso.

En un primer momento, Freud habló de dos tipos de placer:
El placer yoico, asociado con la supervivencia individual (comer sería uno de ellos).
El placer “libidinal”, asociado con la supervivencia de la especie (coger, sería su modelo paradigmático).
Posteriormente, sin embargo, los volvió a reducir a uno, cuando dijo que el placer yoico no es más que el placer libidinal orientado hacia dentro (el yo) en lugar de hacia afuera (el otro).  Es su explicación del narcisismo.
Todo esto, como se ve, seguía asumiendo que, en definitiva hay un sólo tipo de placer. El placer de satisfacción. La búsqueda del nirvana o parsimonia de lagarto al sol.
Nietzsche, por su parte, dio otra vuelta de rosca a esto de los dos “placeres de supervivencia” (individual y de la especie) reduciendo todo aún más en su teoría de la volutad de poder (o dominio).
Para él, el único placer que está en la base de todos los demás, es el placer de dominio. El problema acá es que la palabra “poder” (o “dominio”) es tan polisémica (puede significar tantas cosas distintas) que pretender estar diciendo con eso una sola cosa es, como mínimo, estar haciéndose el boludo.

Pero voy a volver a eso después.
Porque hay más. Mucho más.
Para intentar explicarlo voy a tomar como punto de partida alguna definiciones de Karl Bühler.
Para quien nunca lo haya oído nombrar, sólo diré que el tipo fue, entre otras cosas, un psicólogo de la Gestalt. Creador del funcionalismo y maestro, entre otros, de nada menos que Wittgenstein y Popper. Pero quien esté interesado en saber más de él, tendrá que buscarlo en la web.

Este buen señor Bühler diferenció al menos tres clases bien definidas de placer:
  • -Placer de satisfacción
  • -Placer de función.
  • -Placer de creación.


Estos “tipos de placeres” difieren, no sólo cuantitativamente, sino cualitativamente. No sólo en su destino, sino en la forma de relacionarse con su destino.
Así, la famosa “sublimación” no sería sólo otro “destino de pulsión”, sino que su mismo origen estaría en un tipo radicalmente diferente de “pulsión”.
Como decía antes, salimos de la idea de “causa única” (la libido).

El placer de satisfacción es el único que busca el orgasmo.
Su característica esencial es que describe una curva ascendente en busca de un cierto “éxtasis” y luego “cae en picada” dejando una sensación de placidez (justamente la satisfacción) pero también, eventualmente, puede dejar una sensación de indiferencia o incluso de hartazgo o hastío.
Como ya dije antes, ni siquiera en el acto sexual es éste el único tipo de placer que concurre. Pero sí es el determiante. Se entenderá mejor cuando explique los siguientes.
Sólo diré ahora que el “mejor sexo” (casi todo el mundo lo sabe) no es el que busca desesperadamente el orgasmo. Eso es sólo sexo animal. No está culturalizado.
Quien reflexione honestamente en esto creo que advertirá que “la cultura” no es la que empeora siempre las cosas (la causa del “super yo hostil”).  En este caso, las mejora significativamente.

El placer de función (siempre según Bühler) es completamente distinto al de satisfacción.
No busca ningún tipo de orgasmo. Y esto, cabe aclarar, no es por tener ningún tipo de “meta inhibida”. Simplemente, es que su meta es otra. Y así también su origen.
Bühler lo ejemplifica con el juego. La actividad lúdica. No el juego de competencia (ni tampoco el juego de apuestas que sería más asimilable al primer tipo, aunque con otros condimentos, incluso algunos autodestructivos, como se verá después).
En la actividad lúdica, se encuentra el placer en seguir jugando. Puede haber fluctuaciones, pero no hay un crescendo en busca del éxtasis como en el placer de satisfacción.
Se puede abandonar por aburrimiento o por cansancio o por cohersión externa (mamá te manda a la cama). Pero, mientras tanto, es un placer relativamente estable en todo su trayecto.
Si se reflexiona sin prejuicios teóricos, no hay forma de asimilar esto al principio del placer freudiano, salvo metiendo a presión las cosas en una lata de sardinas que no les corresponde.

El placer de creación es, creo, aquél al que se refería Aristóteles al decir que era “más amigo de la verdad que de Platón”.  También, el que creo estar buscando yo en este acto de escribir. Y por el que estoy dispuesto a someterme al displacer de las posibles puteadas que sobrevengan.
El placer de creación tiene que ver con otra característica netamente humana que es la búsqueda de la ley de cierre (principio gestáltico casi por antonomasia). La necesidad de poner orden en el caos y de buscar significado.
Es un placer estético.
Como el placer de satisfacción, tiene una dirección concreta, donde se cristaliza el placer máximo (que, sin embargo, es muy distinto del orgasmo). Pero además, siempre según Bühler, no sigue una línea incremental como en el primer caso, sino que, en el proceso, pueden concurrir diversas sensaciones no siempre placenteras, como la duda, el tedio, el cansancio, etc.
Uno se somete a pasar por esas sensaciones desagradables en espera de esa “emoción de cierre” que suministra la obra acabada.
A diferencia también del orgasmo, esta “emoción” no se extingue inmediatamente sino que dura luego un tiempo indefinido y, busca a su vez, la socialización del “logro”. Socialización que, como dije, también puede acarrear puteadas. 
Confluye acá también otro “placer de función” que es el placer de la comunicación.
Eventualmente, pasado un tiempo, puede dejar en el autor una “sensación de vacío” que buscará llenar tratando de recomenzar el acto creativo.

Como acabo de decir, al igual que en el placer de satisfacción, el placer de función puede jugar una parte importante en el proceso y tranformar la experiencia en un tipo de placer multicausado, más sutil y complejo.
También, el placer de satisfacción puede interpenetrar la actividad de los otros procesos. Lo cual indica, también, su sustancial diferencia.
Por ejemplo, si no lo digo, el lector podrá ni sospechar la cantidad de cigarrillos que me fumé y de mates que me tomé para “autocomplacerme” y sobrellevar mejor el esfuerzo de concentración y de trabajo que me produce estar escribiendo esto.
Difícilmente a alguien se le ocurra buscar esas satisfacciones “laterales” mientras está cogiendo. Porque la búsqueda de satisfacción ya está tomada por el acto principal del sexo.

Bien.
Hasta acá lo de Bühler.
Pero con esto último quiero atar un cabo suelto que dejé al hablar del “placer de domino” predicado por Nietzsche.
Creo que todos convendrán en que son cosas radicalmente diferentes el placer que alguien puede sentir por “dominar al prójimo” (placer perverso del que hablaré después) del que se puede sentir por dominar una habilidad, o incluso un objeto.
Hay en esto último un tipo distinto de placer que bien podría llamarse placer de pericia.




El placer de pericia es una variante del placer de función pero que tiene otros componentes relacionados con el placer de domino por un lado y con el placer de aprendizaje por otro.
Quien haya intentado con suficiente intensidad aprender a tocar un instrumento musical o desarrollar alguna otra habilidad parecida, sabrá mejor de qué estoy hablando. Sabrá de los sacrificios colaterales a los que uno está dispuesto en pos de ese tipo de logro.

Con respecto al placer de aprendizaje, me veo obligado acá a hacer una breve disgresión para expresar mi total desacuerdo con la posición fruediana. Creo que sólo en la mente de un perverso puede caber la idea de que toda motivación de un chico por “aprender cosas” tiene su raíz en saber qué hacen sus padres en la cama (la tristemente célebre “escena primaria”).
El placer de aprender tiene, para todo el que lo mire con ojos desprejuiciados, una motivación completamente distinta que la libidinal.
Está, en mi opinión, estrechamente relacionado con otro tipo de placer netamente humano que se podría llamar placer de autorrealización.

El placer de autorrealización consiste, esencialmente, en el proceso de convertir las propias potencialidades en talentos efectivos.
Reducir este “impulso” a la mera supervivencia (cosa que no niego que a muchos les pasa) también es un prejuicio naturalista. Es desconocer por completo la radical diferencia entre la naturaleza animal y la naturaleza humana.
Diferencia que, en mi opinión, ni Freud ni Nietzsche tenían del todo clara.

Toqué al pasar la variante perversa del placer de dominio cuando el mismo se destina a otro ser humano. Lamentablemente, esta es otra “confusión” en que cayó también Freud al encapricharse en querer probar que hay una sola libido genérica. La famosa libido de objeto.
Ya con esto uno no puede dejar de experimentar cierta “violencia cognitiva” cuando se quiere meter en la misma bolsa de “objeto” a una casa, un auto, un cigarrillo y una persona (indiferenciando además los tipos de vínculos que se tiene con una pareja, con los padres y con los hijos como si fueran todos de un mismo tipo libidinal con la única supuesta diferencia de que algunos de ellos “tienen la meta inhibida”).
No debería invisibilizarse con este “chiste” de la meta inhibida el hecho fundamental de que, para Freud, todo agujero es trinchera. La única diferencia es que algunos “están prohibidos”.
Decir que el “destino” puede ser cualquier objeto sólo se puede comprender por el axioma errado de que la famosa libido es una sola y misma cosa que, como si fuera poco, es además la única motivación de la vida.
Un placer perverso no tiene nada que ver (como quería Freud) con que “el objeto sea parcial” (curiosa invención). Es perverso porque “pervierte” (esto es degrada) su objeto. Lo convierte (subjetivamente) en algo que no es. En algo de “inferior calidad”.
En el terreno humano, no encuentro mejor ejemplo de “perverso” en el deseo de convertir a una persona en cosa (objeto de placer).
Y es perverso, porque desconoce el imperativo kantiano de que una persona nunca puede ser un medio para ningún fin.
Una persona siempre es un fin en sí misma.
Postular que una persona es un objeto de la libido (léase, un adminículo para mi placer de satisfacción) es un argumento viciado desde su origen.
Es un argumento perverso.
Si además se intenta llamarle a eso “amor”, ya me parece el colmo de la desfachatez.

El placer de amor no es, por lo tanto, tampoco un placer de satisfacción.
Es un placer que está incluso, de ser necesario, dispuesto a sufrir por el bien del otro, reconociendo su dignidad de persona independiente.
Y, por las dudas aclaro, no estoy hablando de buscar el sufrimiento intencionalmente (eso sería también placer perverso). Estoy hablando de aceptarlo cuando no queda otra y encontrar, no obstante, un placer superior como resultado de esa parcial renuncia.
Quizás, a quien no tenga hijos, le cueste un poco más saber de qué estoy hablando.

Dentro de los “placeres perversos” que apuntan a cierto daño psíquico que, en mayor o menor medida, creo que todos tenemos (pero que consentirlos sólo incrementa ese daño) se podrían nombrar también el placer de venganza y/o resentimiento, el placer de daño o destrucción, el placer de autoconmiseración, entre otros.
También el placer autodestructivo que implica dejarse llevar por las compulsiones que sí identifica el psicoanálisis como “pulsión de muerte” o “goce”. Éste, no obstante, en consonancia con la intención reduccionista de causa única, no es más que el mismo placer de satisfacción salido de cauce. Un aspirar a una especie imaginaria de orgasmo contínuo. Se encuentra en todas y cada una de las llamadas “adicciones”.

Sólo restaría, para ir cerrando, el tipo de placer que es característico sólo del ser humano. Placer del cual, el psicoanálisis no tiene la menor idea, a causa de los supuestos naturalista sobre los que se construyó.

El placer ético.
Ya cuando mencioné el placer de amor sugerí que unas de sus características esenciales tiene que ver con la renuncia
¿Renuncia de qué?
Frecuentemente, el placer ético tiene que ver, justamente, con la renuncia voluntaria al placer de satisfacción.
El lector medianamente sano, quizás lo podrá reconocer en experiencias como el placer de la labor cumplida, el placer de dar lo mejor de sí mismo sin esperar recompensa ni reconocimiento y, también el placer de resistir la tentación (resistencia que nos permite , por ejemplo, no irnos atrás de cualquier culo que pase, en vista al placer menos intenso pero más profundo de conservar la familia).

Y dentro de los placeres éticos restaría mencionar un subtipo que es el más trascendente de todos.

El placer de misión (o militancia).
Éste es un placer tan intenso que hace que, quienes son capaces de experimentarlo, están dispuestos a los más grandes sacrificios con ese fin. A sacrificar la totalidad de su tiempo o, incluso, a sacrificar su vida misma.
Como ejemplos icónicos bastaría citar a la madre Teresa de Calcuta. O aún más extremos a Sócrates, Jesús o el Che Guevara.
Pero esto último podría llegar a sugerir que es algo muy raro. En mi opinión no es tan raro como se cree. Hay multitud de gente anónima que trabaja en política, religiones,  comedores comunitarios o zonas de grandes necesidades movidas, sobre todo, por este tipo de placer trascendente que los hace capaces de pasar por privaciones y sacrificios imposibles de entender para una mentalidad hedonista. Sólo a una mente mezquina se le podría ocurrir que el altruísmo no es más que una formación reactiva. Sólo a una mente que jamás tuvo una experiencia altruísta.

En resumen.
La lógica del placer de satisfacción como único placer posible atenta contra la felicidad humana. Es una lógica hedonista. Una lógica, por lo tanto, que es ciega al largo plazo (“no sé lo que quiero pero lo quiero ya”).
Disfrutar de la vida es un arte. Y, como tal, requiere entrenamiento, capacidad de sutilización  y maestría.

Se podría decir que el que sólo busca el placer de satisfacción está hipotecando su felicidad en ese trámite.






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