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TIPOS HUMANOS 3 (conservadores y progresistas)




De toda la infinita gama de posibilidades de abordaje al controvertido tema de los “tipos humanos” sospecho que ésta le parecerá a más de uno la más “traída de los pelos”.
Porque, después de todo, ser (o seintirse, o ser etiquetado de) conservador o progresista ¿se puede atribuir a razones psicológicas? ¿o es sólo un rol social?

Bueno...
La pregunta queda abierta y no la pretendo contestar.
Sólo plantear un par de disparadores para el debate.
A riesgo de incurrir en algún reduccionismo (pero con la vaga excusa de querer “simplificar la cosa”), creo que en toda institución  (o, incluso, en agrupaciones de menor tamaño) después de desmalezar de los mediocres y tibios que, en definitiva, no son ni chicha ni limonada, la gente más intensa o “comprometida” tiende a inclinarse a uno de estos dos “bandos”.
Encarnan, en definitiva (y para seguir con la misma modalidad de abordaje) otras de las variantes de "visión del mundo".

Siendo un tanto “caricaturesco” se podría decir que...

Los conservadores serían los que, por lo general, quieren “dejar la cosa como está”.
Los progresistas serían los que, por lo general, insisten en cambiarla.

Los conservadores confían más en el pasado.
Los progresistas confían más en el futuro.

Los conservadores desconfían de todo cambio.
Los progresistas asumen que todo cambio es bueno por el sólo hecho de ser cambio.

Para los conservadores “más vale prevenir que curar”.
Para los progresista “prevenir” es justamente la enfermedad.

Para los conservadores, es argumento irrefutable la frase “siempre se hizo así”.
Para los progresistas es justamente la causa de que haya que hacerlo diferente.

En los argumentos de los conservadores se encontrarán palabras como “solidez” y “tradición”.
En los argumentos de los progresistas, palabras como “novedoso” o, justamente, “progreso”.

Los conservadores extremos ponen más énfasis en la ley y en que se cumplan los reglamentos, porque ésa es su manera de sentir que se conserva el mensaje. 
Los progresistas, por el contrario, en sus extremos,  tienden a querer abolir todas las leyes y estructuras y abogan por una “vida” más libre y espontánea que muchas veces puede querer justificar cualquier cosa con el fin de preservar el “bienestar” (subjetivo) de  la persona.

El conservador podría asimilarse a un cirujano que quiere directamente extirpar todo lo que considera malo.
El progresista a veces tiende a validar la enfermedad queriéndola hacer pasar por salud.

El conservador tiende a discriminar con la excusa de jerarquizar.
El progresista, por miedo a discriminar, tiende a validar cualquier cosa.

Los conservadores parecería que se imaginan que las personas debieran ser algo así como engranajes que tienen que encajar milimétricamente en una maquinaria.
Los progresistas muchas veces desconocen el impacto que las propias acciones tienen en el conjunto y, por atender a lo próximo, pueden perder la mirada global del “sistema”.


Algunos piensan que ser conservador es cosa de viejos y ser progresista es cosa de jóvenes.
En cierta forma, esto parece bastante “natural”.  
Ya que el viejo magnifica el pasado porque es lo único que le queda, mientras que el joven magnifica el futuro porque es lo único que tiene.
La cosa, sin embargo, me parece que no es tan simple.

Hace poco me crucé con este párrafo de Tolstoi:
“De ordinario se piensa que los conservadores más vulgares son los viejos y que los innovadores son los jóvenes. Esto no es muy justo. Los conservadores más vulgares son los jóvenes. Los jóvenes que quieren vivir pero no piensan ni tienen tiempo para pensar en cómo hay que vivir y que por eso toman como modelo lo que han encontrado”[1].

Todos seguro conocemos tanto jóvenes de culo constreñido como viejos hippies.
Pero esto último serían también caricaturizaciones de perfiles psicológicos que bien pueden ser legítimos.

De un tiempo a esta parte me gusta pensar estas cuestiones desde los conceptos de “existencia auténtica” y “existencia inauténtica” (y ya sé que tengo podrido a más de uno con esto).
Quiero decir que creo que hay tendencias psicológicas sanas en ambas direcciones, siempre y cuando tengan que ver con las inclinaciones “naturales” (por decirlo de algún modo) de la persona en cuestión.
Una persona (legítimamente, creo) puede tener tendencia a cuidar, nutrir, proteger y ser buena en eso, mientras que otra tenga más tendencia a promover, cambiar, innovar y también sea lo que mejor le sale. 
¿Cómo decir que algo es mejor que lo otro? 
¿No son ambos procesos necesarios para la vida?
Y, por supuesto, también estas mismas características se pueden combinar en variedad de grados en la misma persona.

El problema es cuando no son tan sanas. 
Y las conductas vienen a ser por compensación de alguna otra cosa.

Por ejemplo.
En un joven “artificiosamente” conservador, se podría pensar tal vez en una “formación reactiva”. Que alguna turbia intuición de sí mismo lo incline a creer que si no se a tiene a normas rígidas se va a desbarrancar por completo.
En un viejo “aritificiosamente” progresista se podría pensar en alguna tendencia a la negación de su edad, acompañada, incluso, con cierta “envidia” a la juventud, a la que pretende imitar superficialmente.
Otros viejos también asumen cierto barniz de progresistas porque suponen que así van a ser más amados por sus hijos. En la novela "Padres e Hijos" de Turgueniev, hay una patética (y poética) descripción de esta variante.
También, a lo largo de la vida, he conocido personas que de jóvenes eran progresistas y de viejos conservadores pero ambas cosas por puro narcisismo. En la juventud despreciaban a los viejos y en la vejez a los jóvenes como recurso de pura autoafirmación. Ésta también me parece una forma inauténtica de relacionarse con la cosa.
En fin...
Por las dudas repito que no estoy diciendo que no se pueda ser conservador de joven ni progresista de viejo
Pero estaría bueno conocer las causas.

Hay también un grado de azar que hace que no siempre la gente caiga en el seno de un grupo que es afín a sus tendencias psicólogicas esenciales y, si no tiene el buen tino de salir corriendo a tiempo, el grupo termina precipitando a este desafortunado a un estado de autodesvalorización y a un sentimiento de inadecuación que puede dañarlo, quizás irreversiblemente, si no es rescatado por algún otro “golpe de suerte” (o de otro tipo).

Otro peligro cierto para estas personas, que tienen la mala suerte de caer en lados muy diferentes a su naturaleza, es el de adoptar  la actitud defensiva de comportarse de una manera distinta a la propia, entrando en un fingimiento hipócrita que con el tiempo él mismo cree que tiene algo que ver con “su deber” y lo separa dramáticamente de sí mismo; crean una falsa personalidad y terminan creyendo honestamente que participar de dicha institución se trata de fingir ciertas conductas extrañas.

El problema adicional sería que tampoco se podría considerar (necesariamente) una “suerte” caer en un sector completamente afín a las tendencias más mecánicas de uno, porque podría parecernos que para ser “auténticos” alcanza con ser como ya éramos antes y nada más.
La zona de confort también puede llegar a ser “mortal”. 

Con las cosas así planteadas, la situación le puede parecer a más de uno desesperada. Y sin embargo no lo es. Pero sí, me parece, amerita que la pensemos con  un poco más de profundidad.
Lo que en principio establecimos es que puede ser tan pernicioso el hecho de ir a contrapelo de nuestra naturaleza como dejar plácidamente que nos arrastre la corriente. Por supuesto que salir del río y quedarse solo como una isla no es la solución propuesta.
¿Y entonces?
¿Para dónde hay que nadar?  
Tenemos que pensar en una tercera posibilidad.

Dice Jung:
“El pensamiento y el sentir colectivo y el logro colectivo se cumplen relativamente sin esfuerzo en comparación con la función y el logro individuales, por lo cual es siempre muy grande la tentación de dejar que la función colectiva sustituya a la diferenciación de la personalidad”[2].


Sé que más de uno usará esto como reafirmación de su dogma que dice “cada cual tiene su verdad”.
Ésa es una linda forma de no querer pensar el tema (o ningún tema).

Si dos personas afirman convencidas cosas opuestas de una y sola misma cosa, quizás más que quedarse en la cómoda posición de que “cada cual tiene su verdad” habría que preguntarse si no la estarán mirando desde distinta perspectiva
Después de todo, nunca se dijo que una sola y misma cosa no pueda ser de un lado blanca y de otro negra. O de un lado iluminada y de otro oscura, como la misma luna.

Por eso, yo creo que más bien se podría decir que ambas posturas encarnan partes complementarias de una sola y única verdad aunque, por supuesto, compleja.

A los humanos por lo general nos cuesta ver que aquel que percibimos como enemigo puede llegar a ser, en realidad, un complemento.

Algunos psicólogos sociales afirman que toda institución, para sobrevivir, necesita de cierto equlibrio de fuerzas entre progresistas y conservadores. Si uno de los dos “gana”, es decir, aniquila al otro, la institución no sobrevive.
Si “ganan” los conservdores, la cosa se pone tan rígida que muere por asfixia (efecto centrípeto).
Si “ganan” los progresistas la cosa se pone tan volátil que se desintegra (efecto centrífugo).
Está bueno empujar cuando hay resistencia, de lo contrario, si uno empuja  la nada, se va de jeta al piso. 
Entonces, sería bueno re pensar esto de que somos limitados. 
Necesitamos que los otros nos equilibren y completen.

También es bueno identificarlos para saber de qué lado está uno; y para saber eso, uno tiene que saber cómo uno es, se tiene que conocer íntimamente, ver cuáles son sus tendencias más propias y reales.  
Porque  cuando uno reconoce que tiende hacia cierto sector por causas psicológicas, porque se siente más pleno en ese lugar, es más fácil aceptar que los otros también elijen por la misma causa y reconocerlos y aceptarlos como necesarios.



 Viene de:



[1] Tolstoi – El diablo.
[2] Jung - Las relaciones entre el yo y el inconciente.



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