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HERRAMIENTAS Y USOS




Un martillo puede servir para construir.
Pero también puede servir para matar.
O para machucarme un dedo.

En mi caso, las lapiceras o los teclados son cosas mucho menos peligrosas para mí mismo.
No soy una persona muy “bendecida con habilidades machistas”.
Me dan un martillo y me pongo a pensar en el martillo en vez de usarlo para clavar el clavo que mi esposa quería.

Ya sé... linda manera de hacerse el boludo me dirán... cría cuervos y te arrancarán los ojos.

En fin...
La cosa es que lo mismo que pasa con los martillos puede pasar con las ideologías... y con cualquier otra herramienta de otros tipos, como diré después.
Las ideologías son herramientas de conocimiento.
Y, como el martillo, se usan para construir, para matar, y para dársela por la cabeza hasta volverse estúpido... como sedante.

Lo que pretendo decir es que, si hablamos de herramientas, más importante que el qué, es el cómo, o el para qué.

Hoy, por ejemplo, vemos a alguien concentrado en su telefonito y es muy posible que saltemos a la conclusión de que está “estupidizado”. Y es estadísticamente probable que así sea. Pero también puede estar tomando notas para su tesis doctoral. O está tratando de ocuparse de algún familiar enfermo. O, simplemente, es la mejor forma que encontró para superar su aislamiento.

Pero es más fácil generalizar...
“Ah, sí... es simplemente un martillo”.

Quizás sea una especie de “mezquindad mental” la que nos lleva a simplificar así nuestros juicios.
A confundir el qué con el cómo.
O, mejor dicho, a permitir que el qué nos impida ver el cómo.
Porque, en mi opinión, la tan mentada “calidad de vida” está en el cómo, rara vez en el qué.

Hasta la frivolidad misma puede ser para algunos una herramienta.
Una manera conciente y deliberada de protegerse de miradas intrusivas.
Como una especie de “fuego de artificio”.
No veo, honestamente, que haya manera de juzgar con certeza, a primera vista, si alguien que porta un “aire de gravedad” entiende mejor la vida que otro que exhibe su superficialidad. En mi experiencia, resultó ser que muchas veces fue al revés.
Siempre me acuerdo de Oscar Wilde en este tema.... pero no quiero irme tanto por las ramas.

Pero la cosa es que no podemos dejar de juzgar al prójimo.
Eso es un hecho. Quien diga que no lo hace miente... o, lo que es peor, se miente.
En mi opinión, el tan denostado “juicio al prójimo” es también una herramienta de conocimiento.
El que se jacta de no juzgar puede tener varias motivaciones distintas.
El deseo de no ser juzgado creo que está entre las principales.
Y aún en este caso, no será que no juzga sino que no lo publicita.
De todas formas, no juzgar para no ser juzgado se me hace una de las más ingenuas posturas. Muy rara vez podemos con nuestros actos determinar los de los demás.

Decir que no quiero juzgar porque podría herir a alguien es como decir que no quiero usar un martillo porque me puedo machucar un dedo. Mejor propósito sería tratar de aprender a usarlo.

Por eso también esa especie de imperativo de que “un psicólogo no debe juzgar a su paciente” me parece una soberana idiotez... ¿qué es, después de todo, un psicodiagnóstico?
¿Cómo podés ayudar a alguien si no sabés qué necesita? ¿Y cómo vas a saber qué necesita si no lo juzgás?

Alguien “bueno”, me parece, no es quien no juzga, sino quien no juzga precipitadamente o injustamente. Quien no etiqueta.
Quien realmente no juzga, más que bueno es un idiota.
Y su vida corre serios riesgos.

En fin, ya más que irme por las ramas, me pasé al árbol de al lado (las cosas que uno hace por no clavar un clavo).

El martillo.
Para terminar, me viene a la memoria una famosa frase de Maslow "si sólo tienes un martillo, todo parece un clavo"...
Entiendo la buena intención de la frase... pero también me parece que puede suceder al revés.
Que se puede confundir el qué con el cómo.
El que tiene pocos recursos externos (“sólo un martillo”) quizás se vea obligado a a apelar a sus recursos internos... a agudizar su ingenio. Yo, que no puedo clavar un clavo, me admiro de gente que vi sacar tornillos a martillazos por no tener a mano una pinza.

Creo que es bueno insistir con esto de que el proceso de humanización tiene mucho más que ver con el cómo que con el qué.

En fin... ahora que ya me duele menos el dedo machucado, me voy a ver si puedo martillar ese puto clavo.


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